Libro 1
Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso. Edición de Juan José Torres Esbarranch. Libros I-II. España, Gredos, 1990.
Sinopsis
1. Prólogo. La importancia de la Guerra del Peloponeso.
2-19. La «Arqueología». Debilidad de épocas anteriores en relación con la Grecia de la Guerra del Peloponeso. Crítica histórica.
20-22. La investigación de Tucídides. El método histórico.
23. La magnitud de la Guerra del Peloponeso. Sus causas.
24-55. Conflicto de Corcira.
29. Victorias de Corcira.
31. Embajadas de corcireos y corintios a Atenas.
32-36. Discurso de los corcireos.
37-43. Discurso de los corintios.
44-45. Alianza defensiva de Atenas y Corcira. Intervención ateniense.
46. Preparativos de los corintios.
47. Preparativos de los corcireos.
48-52. Batalla naval de las islas de Síbota.
53. Conversaciones entre atenienses y corintios.
54. Corintios y corcireos reivindican la victoria.
55. Los corintios y los atenienses regresan a su patria.
56-66. Conflicto de Potidea.
57. Intrigas de Perdicas contra los atenienses.
58. Sublevación de Potidea.
59. Los atenienses en Macedonia.
60. Ayuda de Corinto.
61. Expedición de Calías.
62-63. La Batalla de Potidea.
64-66. Asedio de Potidea.
67-88. El debate de Esparta.
68-72. Discurso de los corintios.
73-79. Discurso de los atenienses.
80-85. Discurso de Arquidamo.
86. Discurso de Estenelaidas.
87. El tratado ha sido violado.
88. El miedo de Esparta al poderío de Atenas. La verdadera causa.
89-118. La «Pentecontecia». Historia de Atenas después de las Guerras Médicas. Formación del Imperio ateniense.
90-93. La reconstrucción de las murallas de Atenas. Actuación de Temístocles.
94. Expedición de Pausanias contra Chipre y Bizancio.
95. Acusaciones contra Pausanias. La hegemonía pasa a los atenienses.
96. La Confederación ático-delia.
97-100. Orígenes y crecimiento del poderío ateniense. De la hegemonía al Imperio. Expediciones de Cimón, Tracia, Naxos, Eurimedonte, Tasos.
101. La rebelión de los hilotas. Rendición de Tasos.
102. Diferencias entre Esparta y Atenas. El incidente de Itome.
103. Fin de la resistencia de Itome. Alianza de Mégara y Atenas.
104. Los atenienses en Egipto.
105-106. Guerras contra Corinto, Epidauro y Egina.
107. Expedición lacedemonia a Grecia Central.
108. Batallas de Tanagra y de Enófita. Expediciones atenienses. Atenas acaba sus Muros Largos.
109-110. Derrota de los atenienses en Egipto.
111. Los atenienses en Tesalia, en el Peloponeso y en Acarnania.
112. Tregua de cinco años con Esparta. Expedición a Chipre. Muerte de Cimón. Victoria de Salamina de Chipre. Guerra Sagrada.
113. Batalla de Coronea. Derrota ateniense en Grecia Central.
114. Sublevación de Eubea y de Mégara.
115-117. La Paz de Treinta años. La Guerra de Samos.
118. Fin de la «Pentecontecia». Embajada lacedemonia a Delfos.
119-125. Asamblea de la Liga del Peloponeso en Esparta.
120-124. Discurso de los corintios.
125. Se decide la guerra.
126-139. Reclamaciones y pretextos.
126-127. Primera embajada lacedemonia a Atenas. El sacrilegio de los Alcmeónidas.
128-134. Réplica ateniense. El sacrilegio del Ténaro. Traición de Pausanias.
135-138. El caso de Temístocles.
139-145. La Asamblea de Atenas.
139. Nuevas embajadas lacedemonias a Atenas. El ultimátum. La Asamblea.
140-144. Discurso de Pericles.
145. Respuesta de Atenas.
146. Acaba el relato de las causas y antecedentes de la Guerra del Peloponeso.
1. Prólogo. La importancia de la Guerra del Peloponeso
- Tucídides de Atenas1 escribió la historia de la guerra entre los peloponesios y los atenienses2 relatando cómo se desarrollaron sus hostilidades3, y se puso a ello4 tan pronto como se declaró, porque pensaba que iba a ser importante y más memorable que las anteriores5. Basaba su conjetura en el hecho de que ambos pueblos la emprendían en su mejor momento gracias a sus recursos de todo tipo6, y en que veía que los restantes griegos, unos de inmediato y otros disponiéndose a ello, se alineaban en uno u otro bando. [2] Esta fue, en efecto, la mayor conmoción7 que haya afectado a los griegos y a buena parte de los bárbaros8; alcanzó, por así decirlo, a casi toda la humanidad9. Pues los acontecimientos anteriores, y los todavía más antiguos10, era imposible, ciertamente, conocerlos con precisión a causa de la distancia del tiempo; pero por los indicios a los que puedo dar crédito cuando indago lo más lejos posible, no creo que ocurriera nada importante ni en lo referente a las guerras ni en lo demás.
2-19. La “Arqueología”. Debilidad de épocas anteriores en relación con la Grecia de la Guerra del Peloponeso. Crítica histórica
Es evidente11, en efecto, que la tierra que ahora se llama Grecia no estaba habitada antiguamente de forma estable, sino que al principio hubo migraciones y todos abandonaban fácilmente su territorio forzados por otros pueblos cada vez más numerosos. [2] El comercio no existía y las comunicaciones entre los pueblos no eran seguras ni por tierra ni por mar; cada uno sacaba de su propia tierra solo lo indispensable para vivir, y no acumulaban riquezas ni efectuaban plantaciones12, puesto que nadie sabía cuándo otros se les echarían encima y, al no estar protegidos por murallas, los despojarían; en consecuencia, pensando que en cualquier parte iban a conseguir el indispensable alimento cotidiano, emigraban sin dificultad, y por ello no eran poderosos ni por la magnitud de sus ciudades ni por otro tipo de recursos13. [3] Las tierras más fértiles, mayormente, experimentaban continuos cambios de habitantes: así la que ahora se llama Tesalia y Beocia y la mayor parte del Peloponeso14 con la excepción de Arcadia, y de las restantes, las que eran mejores. [4] Gracias a la fertilidad de la tierra, las fortunas de algunos aumentaban y eran causa de disensiones internas que provocaban la ruina de los pueblos, a la vez que los dejaban más expuestos a los ataques de tribus del exterior. [5] Pero el Ática, según esto, por vivir desde los tiempos más remotos sin disensiones internas debido a la aridez de su suelo15, fue habitada sin interrupción por los mismos hombres16. [6] Y una demostración bastante clara de mi teoría la constituye el hecho de que las otras regiones no progresaron en la misma medida a causa de las migraciones. En efecto, los hombres más poderosos, al ser desterrados del resto de Grecia debido a guerras o a disensiones internas, se refugiaban en Atenas por aprecio a su estabilidad y, convirtiéndose en ciudadanos17, desde los primeros tiempos acrecentaron todavía más la población de la ciudad, hasta el punto de que más tarde, al resultar el Ática insuficiente, incluso enviaron colonias a Jonia18.
Me demuestra también, y no con menor claridad, la debilidad de los antiguos el hecho de que, antes de la Guerra de Troya19, la Hélade no parece haber acometido ninguna empresa en común; [2] pienso, además, que este nombre20 no solo no designaba todavía al país en su totalidad, sino que antes de Helén, el hijo de Deucalión21, ni siquiera existía tal denominación, y que las diferentes gentes, y sobre todo los pelasgos22, extendían el nombre de su propio pueblo. Pero cuando Helén y sus hijos se hicieron poderosos en la Ftiótide23, y los solicitaban para acudir en auxilio de otras ciudades, los diferentes pueblos, desde entonces, debido a aquellas relaciones, dieron una mayor difusión al nombre de helenos, denominación que, sin embargo, durante mucho tiempo, no pudo imponerse a todos. [3] Homero lo prueba mejor que nadie, pues, aunque vivió en una época muy posterior a la de la Guerra de Troya24, en ninguna parte aplicó el nombre colectivamente, ni tampoco a otros que no fueran los compañeros de Aquiles, procedentes de Ftiótide, que fueron precisamente los primeros helenos25, sino que en sus poemas, al referirse a todos, los llamó dánaos, argivos y aqueos. Tampoco utilizó el término de bárbaros26 por la razón de que los griegos, según creo, todavía no se distinguían con un solo nombre que fuera el contrario. [4] Así, pues, aquellos que recibieron el nombre de helenos, primero separadamente, ciudad tras ciudad a medida que se comprendían entre sí, y en conjunto después, no realizaron nada en común antes de la Guerra de Troya a causa de su debilidad y aislamiento. [5] Y marcharon juntos a esta expedición solo cuando su experiencia del mar fue mayor27.
Minos28 fue el primero, de los que conocemos por la tradición29, en procurarse una flota30 y extender su dominio por la mayor parte de lo que hoy llamamos mar griego31; sometió las islas Cícladas32 y fue el primer colonizador de la mayor parte de ellas, expulsando a los carios33 y estableciendo como gobernadores a sus propios hijos. Y, como era natural, para que le llegaran con mayor seguridad los tributos, procuró, hasta donde alcanzó su poder, limpiar el mar de piratas.
Los griegos de otro tiempo, en efecto, y los bárbaros que vivían en la costa del continente o en las islas, una vez que empezaron a pasar con sus naves de unas tierras a otras con mayor frecuencia, se dedicaron a la piratería34 bajo el mando de hombres que, sin ser ellos los de menos recursos, buscaban su propio provecho y sustento para los débiles. Cayendo sobre poblaciones sin murallas formadas por aldeas dispersas, las saqueaban y obtenían de allí la mayor parte de sus medios de vida, pues esta actividad no comportaba ningún deshonor, sino que más bien proporcionaba una cierta gloria. [2] Lo demuestran aún hoy algunos pueblos del continente, para quienes el éxito en estas acciones constituye un honor, y también los poetas antiguos, que en todas las ocasiones dirigen la misma pregunta de si son piratas35 a los navegantes que desembarcan, señal de que quienes eran interrogados no desdeñaban aquella actividad, y que aquellos que se preocupaban de informarse no la reprochaban. [3] En tierra también se dedicaban al pillaje unos contra otros. Y hasta nuestros días se vive a la manera antigua en muchas zonas de Grecia, en la región de los locros ozolos36, de los etolios37 y de los acarnanios38 y por aquella parte del continente. La costumbre de llevar armas que tienen estos pueblos continentales es una supervivencia de la antigua piratería.
Toda Grecia, en efecto, llevaba armas debido a que sus viviendas carecían de protección y a que las comunicaciones entre los pueblos no eran seguras; se acostumbraron a la vida en armas, igual que los bárbaros. [2] Y las zonas de Grecia que todavía viven así constituyen un indicio de que en otro tiempo formas de vida semejantes se daban por todas partes. [3] Entre aquellos griegos, los atenienses fueron los primeros en abandonar el hierro y pasarse, por la libertad de sus costumbres, a una vida más muelle. No hace mucho tiempo que en Atenas los más viejos de los ricos dejaron de llevar, como signo de su vida de lujo, guitones de lino39 y de recoger las guedejas de su cabello en la cabeza mediante la inserción de cigarras de oro40; de aquí proviene que esta moda imperara también durante mucho tiempo entre los viejos jonios, debido a su parentesco41. [4] Por el contrario, los lacedemonios42 fueron los primeros en usar vestidos sencillos43, a la moda de ahora, y, en general, quienes poseían una mayor fortuna adoptaron, antes que nadie, el mismo modo de vida de la masa. [5] También fueron los primeros en mostrarse desnudos44 y en desvestirse en público y untarse con aceite en los ejercicios gimnásticos. Antiguamente, en cambio, e incluso en los Juegos Olímpicos45, los atletas competían llevando un ceñidor46 que les cubría las vergüenzas, costumbre que se ha perdido no hace muchos años. Pero todavía hoy día hay pueblos bárbaros, en especial los asiáticos, que, al celebrar competiciones de pugilato y lucha, lo hacen cubiertos con taparrabos. [6] En muchos otros aspectos, asimismo, se podría demostrar que el mundo griego antiguo vivía de modo semejante al mundo bárbaro de hoy47.
Respecto a las ciudades, las de fundación más reciente, que, por ser las circunstancias más favorables para la navegación, tenían recursos en mayor abundancia, fueron construidas con murallas en la misma costa y cerraron los istmos48 pensando en el comercio y la defensa de cada una frente a sus vecinas. Las ciudades antiguas, por el contrario, tanto las insulares como las continentales, fueron fundadas generalmente lejos del mar49 a causa de la piratería, que se mantuvo durante mucho tiempo (pues no solo se robaban entre sí, sino que también robaban a todos los que, aun sin vivir del mar, habitaban junto a la costa), y hasta hoy día han seguido en el interior.
No fueron menos piratas los isleños, que eran carios50 y fenicios51, pueblos que, como es sabido, colonizaron la mayor parte de las islas. He aquí una prueba: cuando, durante la guerra que nos ocupa52, Delos fue purificada por los atenienses53 y fueron retiradas todas las tumbas de los que habían muerto en la isla, se vio que más de la mitad pertenecían a carios54; fueron identificados por el tipo de armas enterradas con ellos y por la forma de enterramiento, que todavía es la misma actualmente. [2] Pero cuando fue creada la flota de Minos, las comunicaciones por mar entre los pueblos resultaron más fáciles (pues expulsó a los malhechores de las islas55 cuando estableció colonias en la mayoría de ellas), [3] y los que habitaban junto al mar acrecentaron su fortuna y empezaron a vivir de forma más estable, e incluso algunos, al verse más ricos de lo que eran antes, se rodearon de murallas. Por el deseo de ganancias, los más débiles aceptaban su sumisión a los más fuertes, y los más poderosos con su abundancia se granjeaban el vasallaje de las ciudades más pequeñas56. [4] Y ya se había consolidado esta situación cuando, posteriormente, emprendieron la expedición contra Troya.
Me parece, además, que Agamenón consiguió reunir las fuerzas expedicionarias porque era el más poderoso de sus contemporáneos, y no tanto por ir al frente de los pretendientes de Helena, obligados por el juramento prestado a Tindáreo57. [2] Dicen, por cierto, quienes han recogido de los antepasados las tradiciones más precisas sobre los peloponesios58, que primero Pélope59, gracias a la gran fortuna con la que desde Asia llegó a un pueblo sin recursos, se hizo con el poder y, a pesar de ser extranjero, alcanzó el honor de dar su nombre al país, y que después el poder de sus descendientes todavía aumentó cuando Euristeo60 murió en el Ática a manos de los Heráclidas tras haber confiado, al partir hacia la guerra, Micenas61 y su imperio a Atreo debido a su parentesco, ya que Atreo (desterrado entonces por su padre a causa de la muerte de Crisipo)62 era hermano de la madre de Euristeo. Y como que Euristeo ya no regresó, Atreo heredó el reino de Micenas y todos los dominios de Euristeo, tal como quisieron los micénicos por miedo a los Heráclidas y porque, además, parecía un hombre fuerte y se había ganado al pueblo. Así los Pelópidas se hicieron más poderosos que los Perseidas63. [3] Agamenón, en mi opinión, gracias a que había recibido esta herencia y, además, por tener una mayor fuerza naval que los otros, pudo emprender y llevar a cabo la expedición, no tanto por el reconocimiento de que era objeto como por el temor que inspiraba. Es evidente, en efecto, que fue él quien llegó con el mayor número de naves, y que también proporcionó algunas a los arcadios64, tal como Homero lo demuestra, si su testimonio se considera válido65. [4] Y, además, en la transmisión del cetro66 dice de él que «reinaba en muchas islas y en toda Argos»67. Ahora bien, viviendo en el continente, si no hubiese tenido una flota68, no hubiera podido ejercer su dominio sobre otras islas que no fueran las vecinas (y esas no serían muchas). [5] Por esta expedición, asimismo, hay que conjeturar cómo eran las circunstancias anteriores a ella.
No se utilizaría un indicio exacto si, basándose en que Micenas era pequeña o en que alguna ciudad de las de entonces parece ahora sin importancia, se pusiera en duda que la expedición fue tan grande como los poetas la han cantado y como la tradición mantiene; [2] pues si fuera desolada la ciudad de los lacedemonios69, y solo quedaran los templos y los cimientos de los edificios, pienso que, al cabo de mucho tiempo, los hombres del mañana tendrían muchas dudas respecto a que la fuerza de los lacedemonios correspondiera a su fama. Sin embargo, ocupan dos quintas partes70 del Peloponeso y su hegemonía se extiende a la totalidad71 y a sus muchos aliados del exterior; pero, a pesar de esto, dado que la ciudad no tiene templos ni edificios suntuosos y no está construida de forma conjunta, sino que está formada por aldeas dispersas72 a la manera antigua de Grecia, parecería muy inferior. Por el contrario, si les ocurriera esto mismo a los atenienses, al mostrarse ante los ojos de los hombres del mañana la apariencia de la ciudad, conjeturarían que la fuerza de Atenas era doble de la real. [3] No hay razón, pues, para plantear dudas ni para prestar más atención a las apariencias de las ciudades que a sus fuerzas reales, sino que hay que creer que aquella expedición fue más importante que las anteriores73, aunque inferior a las de ahora, si es que también en este caso debemos confiar en los versos de Homero74, quien, aunque es verosímil que, como poeta, la ponderara para engrandecerla, aun así, sin embargo, deja clara su inferioridad. [4] En efecto, en la flota de mil doscientas naves atribuye a las de los beocios ciento veinte hombres75 y a las de Filoctetes cincuenta76, indicando, en mi opinión, las mayores y las menores; en el Catálogo de las Naves77 al menos, no se menciona nada acerca del tamaño de las otras. Que todos eran a la vez remeros y combatientes, lo demuestra al referirse a las naves de Filoctetes, pues dice que eran arqueros todos los que manejaban los remos78. Y no es probable que fueran a bordo muchos pasajeros, a excepción de los reyes y de los dignatarios principales, sobre todo dado que tenían que atravesar el mar con los pertrechos de guerra y que no tenían, además, barcos con puentes, sino construidos a la antigua usanza, más bien al modo de los piratas. [5] Así, pues, si sacamos la media de las naves mayores y menores, es evidente que no fueron muchos combatientes, tratándose de una expedición enviada en común por toda Grecia79.
La causa no era tanto la escasez de hombres como la falta de recursos. Debido a la dificultad de aprovisionamiento80, transportaron un ejército reducido en proporción a los medios de vida que esperaban obtener en el país mientras combatían. Y después que vencieron en el combate que siguió a su llegada (hecho evidente, pues, de lo contrario, no hubieran construido la fortificación del campamento)81, se ve que ni siquiera entonces utilizaron todas sus fuerzas, sino que, a causa de la dificultad de aprovisionamiento, se dedicaron a cultivar las tierras del Quersoneso y a la piratería82. Por este motivo principalmente, los troyanos, al estar dispersos los griegos, pudieron resistir durante diez años de lucha abierta, ya que sus fuerzas eran equivalentes al retén que sucesivamente quedaba frente a ellos. [2] Por el contrario, si los griegos hubieran llegado con abundancia de provisiones, y si todos a la vez, sin dedicarse a la agricultura y a la piratería, hubieran proseguido la guerra sin interrupción, fácilmente se hubieran impuesto en el combate y hubieran tomado la ciudad, dado que, incluso sin actuar a la vez, solo con la parte del ejército que sucesivamente estaba presente, resistieron; y si se hubieran establecido en torno a ella para sitiarla, hubieran tomado Troya en menos tiempo y con menos dificultades. [3] Pero así como la debilidad de las empresas anteriores fue debida a la falta de recursos, sin duda ocurre lo mismo con la Guerra de Troya, que si bien ha obtenido más renombre que las anteriores, los hechos demuestran que fue inferior a su fama y a la tradición que, gracias a los poetas, prevalece actualmente.
Lo cierto es que, incluso después de la Guerra de Troya, Grecia todavía siguió sometida al proceso de migraciones y colonizaciones que impidieron la paz necesaria para desarrollarse. [2] El regreso de los griegos de Ilión después de tanto tiempo provocó muchos cambios, y en la mayor parte de las ciudades se produjeron disensiones internas a consecuencia de las cuales los que eran desterrados fundaban nuevas ciudades. [3] Así, los actuales beocios, sesenta años después de la toma de Ilión83, tras ser expulsados de Arne84 por los tesalios, ocuparon la Beocia de hoy, que antes se llamaba tierra cadmea85 (una rama de este pueblo ya estaba antes en esta tierra, y algunos de ellos participaron en la expedición contra Ilión)86, y, ochenta años después de la misma fecha, los dorios con los Heráclidas se apoderaron del Peloponeso87. [4] Cuando finalmente, después de mucho tiempo, Grecia alcanzó una paz estable y se acabaron las migraciones, empezó a enviar colonias al exterior; los atenienses ocuparon Jonia y las más de las islas88, mientras que los peloponesios colonizaron la mayor parte de Italia89 y de Sicilia90 y algunos lugares del resto de Grecia91. Todas estas colonias fueron fundadas después de la Guerra de Troya.
Al hacerse Grecia más poderosa y dedicarse todavía más que antes a la adquisición de riquezas, en la mayoría de las ciudades se establecieron tiranías con el aumento de los ingresos (antes había monarquías hereditarias con prerrogativas delimitadas), y Grecia se puso a equipar flotas y a vivir más de cara al mar. [2] Se dice que los corintios fueron los primeros en ocuparse de las construcciones navales con técnicas muy semejantes a las actuales y que las primeras trirremes92 de Grecia se construyeron en Corinto. [3] Se sabe, asimismo, que Aminocles93, un armador corintio, construyó cuatro naves para los samios; y fue unos trescientos años antes del fin de nuestra guerra94 cuando Aminocles fue a Samos. [4] La más antigua batalla naval de la que tenemos noticia se disputó entre los corintios y los corcireos95, unos doscientos sesenta años antes de la misma fecha96. [5] Los corintios, con su ciudad situada en el istmo, tuvieron ya desde antiguo un centro comercial, dado que antiguamente los griegos, al comunicarse más por tierra que por mar, tanto los de dentro como los de fuera del Peloponeso se relacionaban entre sí a través del territorio de los corintios, que, así, se convirtieron en una potencia económica, como lo demuestran incluso los poetas antiguos al dar al lugar el calificativo de opulento97. Y cuando los griegos se dedicaron más a la navegación, los corintios se procuraron naves y procedieron a eliminar la piratería98, y debido a que ofrecían un centro comercial terrestre y marítimo a la vez, gracias a la afluencia de riqueza, tuvieron una ciudad poderosa. [6] Más tarde, en tiempo de Ciro99, el primer rey persa, y de su hijo Cambises100, los jonios también tuvieron una flota considerable, y en su guerra contra Ciro dominaron durante un cierto tiempo el mar cercano a sus costas101. Policrates, que fue tirano de Samos102 en tiempos de Cambises, asimismo fue poderoso gracias a su flota, y, entre otras islas que sometió, tomó Renea103 y la consagró a Apolo delio104. Y los foceos, que fundaron Marsella105, combatiendo por mar vencieron a los cartagineses106.
Estas eran, sin duda, las flotas más poderosas. Pero incluso estas, a pesar de que se formaron muchas generaciones después de la Guerra de Troya, tenían, al parecer, pocas trirremes, y estaban compuestas por pentecóntoros y naves largas, como las flotas antiguas107. [2] Sin embargo, poco antes de las Guerras Médicas108 y de la muerte de Darío, que fue rey de los persas después de Cambises109, los tiranos de Sicilia y los corcireos tuvieron trirremes en número considerable; [3] estas fueron las últimas flotas dignas de mención que hubo en Grecia antes de la expedición de Jerjes110, pues las que poseían los eginetas, los atenienses y algunos otros eran pequeñas y estaban formadas en su mayor parte por pentecóntoros; fue más tarde cuando Temístocles111 persuadió a los atenienses, que estaban en guerra con los eginetas112 a la vez que a la espera del ataque de los bárbaros, a construir las naves con las que combatieron; y estas todavía no tenían puentes en toda su extensión113.
Así fueron, pues, las flotas de los griegos, las antiguas y las que se formaron más tarde. Lograron, sin embargo, un poder nada despreciable quienes se dedicaron a ellas, gracias a la afluencia de riqueza y al dominio sobre otros pueblos, pues en sus expediciones navales conquistaban las islas especialmente quienes no tenían un territorio suficiente. [2] Por tierra no se disputó ninguna guerra de la que pudiera derivar algún poder, sino que todas las que se produjeron eran las de cada pueblo con sus propios vecinos, y los griegos no salieron a expediciones al exterior a mucha distancia de su país con miras a la conquista de otros. Esto fue así porque no se habían constituido alianzas bajo la dirección de las ciudades mayores, y ni siquiera emprendían expediciones comunes en igualdad de derechos, sino que las ciudades vecinas se hacían la guerra más bien unas a otras separadamente114. Fue, ante todo, en la guerra [30] que tuvo lugar antiguamente entre los calcideos y los eretrieos115 cuando el resto del mundo griego se dividió para aliarse con uno u otro bando.
Cada pueblo encontró obstáculos de distinto tipo en su desarrollo. Así, contra los jonios116, en un momento de gran prosperidad, Ciro y el imperio persa, tras destronar a Creso117 y conquistar todos los territorios situados entre el río Halis118 y el mar, hicieron una expedición y sometieron las ciudades del continente; y Darío, más tarde, gracias a la flota fenicia119, se apoderó también de las islas120.
Por lo que respecta a los tiranos, todos los que estaban establecidos en las ciudades griegas, mirando solo por sus intereses, tanto por su seguridad personal como por el engrandecimiento de su propia casa, gobernaban las ciudades con la máxima prudencia posible, y no llevaron a cabo ninguna empresa digna de mención, salvo alguna guerra particular contra sus vecinos respectivos. Los tiranos de Sicilia, en cambio, llegaron a los niveles más altos de poder121. Así, por motivos de todo tipo, Grecia se vio obligada durante mucho tiempo a no realizar nada notable en común y a que las empresas de cada una de sus ciudades carecieran de audacia.
Pero después que los tiranos de Atenas122 y los del resto de Grecia —regida también antes en muchos sitios por tiranías—, es decir, la mayoría de los tiranos y los últimos si exceptuamos los de Sicilia123, fueron derrocados por los lacedemonios (pues Lacedemonia, después de su fundación por los dorios124 que la siguen habitando actualmente, aunque fue, de los que conocemos, el país que sufrió disensiones internas durante más tiempo, sin embargo desde muy antiguo tuvo buenas leyes125 y siempre se vio libre de tiranos, con lo que son unos cuatrocientos años o unos pocos más los que han pasado hasta el final de nuestra guerra126 desde que los lacedemonios tienen la misma Constitución127, y por esto se han hecho poderosos y han impuesto su criterio en las otras ciudades), después de la expulsión de los tiranos de Grecia, como decía, no muchos años después, tuvo lugar la batalla de Maratón128 entre los medos129 y los atenienses. [2] Y diez años después de esta vinieron de nuevo los bárbaros contra Grecia con su gran expedición para someterla130. Ante la amenaza de este gran peligro, los lacedemonios, por la superioridad de sus fuerzas, tomaron el mando de los griegos aliados, mientras que los atenienses, al avanzar los medos, decidieron abandonar la ciudad y, recogiendo sus bienes, se embarcaron en las naves y se hicieron marinos131. Tras rechazar en común a los bárbaros, no mucho después, tanto los griegos que se habían rebelado contra el Rey132 como los que se habían aliado frente a él se dividieron en dos bandos en torno a los atenienses y a los lacedemonios133; estos pueblos, en efecto, se habían revelado como los más poderosos134, ya que los unos eran fuertes por tierra y los otros por mar. [3] La alianza militar135 se mantuvo durante corto tiempo; luego los lacedemonios y los atenienses tuvieron divergencias y se hicieron la guerra con la ayuda de sus aliados136; y a partir de entonces los otros griegos, en los casos en que estaban en desacuerdo, acudían a ellos. De modo que desde las Guerras Médicas hasta nuestra guerra, unas veces en paz, otras en guerra, bien entre sí, bien contra sus propios aliados en rebeldía137, prepararon cuidadosamente sus recursos para la guerra y adquirieron más experiencia ejercitándose en medio de los peligros.
Los lacedemonios ejercían su hegemonía sin tener a sus aliados sujetos a tributo, pero preocupándose de que su régimen fuera oligárquico, de acuerdo únicamente con su propia conveniencia. Los atenienses, en cambio, con el tiempo se habían apropiado de las naves de las ciudades aliadas, salvo de las de Quíos y Lesbos138, y habían impuesto a todas el pago de un tributo139. Y los recursos militares que ellos tenían separadamente al comienzo de esta guerra eran mayores que los de la época de mayor esplendor con la fuerza de la alianza intacta.
20-22. La investigación de Tucídides. El método histórico
Así fueron, pues, según mi investigación, los tiempos antiguos, materia complicada por la dificultad de dar crédito a todos los indicios tal como se presentan, pues los hombres reciben unos de otros las tradiciones del pasado sin comprobarlas, aunque se trate de las de su propio país. [2] La mayoría de los atenienses, por ejemplo, cree que Hiparco era el tirano140 cuando fue asesinado por Harmodio y Aristogitón141, y no saben que era Hipias, por ser el mayor de los hijos de Pisístrato, quien gobernaba, y que Hiparco y Tésalo eran sus hermanos, y que, al sospechar Harmodio y Aristogitón, en el día fijado y en el último momento, que algo había sido revelado a Hipias por sus propios cómplices, se apartaron de él creyéndolo advertido; pero, queriendo, antes de ser apresados, arriesgarse en la realización de alguna hazaña, encontraron a Hiparco junto al llamado Leocorio142 mientras organizaba la procesión de las Panateneas143 y lo mataron144. [3] Hay muchos otros hechos, incluso contemporáneos y no olvidados por el tiempo, sobre los cuales los demás griegos tienen ideas inexactas, como la creencia de que los reyes de los lacedemonios dan, cada uno, no un solo voto sino dos, y la de que tienen una compañía de Pitana, la cual no ha existido jamás145. ¡Tan poco importa a la mayoría la búsqueda de la verdad y cuánto más se inclinan por lo primero que encuentran!
Sin embargo, no se equivocará quien, de cuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado los poetas, ni a lo que los logógrafos146 han compuesto, más atentos a cautivar a su auditorio147 que a la verdad, pues son hechos sin pruebas y, en su mayor parte, debido al paso del tiempo, increíbles e inmersos en el mito 148. Que piense que los resultados de mi investigación obedecen a los indicios más evidentes y resultan bastante satisfactorios para tratarse de hechos antiguos. [2] Y esta guerra de ahora, aunque los hombres siempre suelen creer que aquella en la que se encuentran ellos combatiendo es la mayor y, una vez acabada, admiran más las antiguas, esta guerra, sin embargo, demostrará a quien la estudie atendiendo exclusivamente a los hechos que ha sido más importante que las precedentes149.
En cuanto a los discursos150 que pronunciaron los de cada bando, bien cuando iban a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, era difícil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas, tanto para mí mismo en los casos en los que los había escuchado como para mis comunicantes a partir de otras fuentes. Tal como me parecía que cada orador habría hablado, con las palabras más adecuadas a las circunstancias de cada momento, ciñiéndome lo más posible a la idea global de las palabras verdaderamente pronunciadas, en este sentido están redactados los discursos de mi obra. [2] Y en cuanto a los hechos acaecidos en el curso de la guerra, he considerado que no era conveniente relatarlos a partir de la primera información que caía en mis manos, ni como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo he presenciado151 o que, cuando otros me han informado, he investigado caso por caso, con toda la exactitud posible152. [3] La investigación ha sido laboriosa porque los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno. Tal vez la falta del elemento mítico153 en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes154, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana155, si éstos la consideran útil, será suficiente. En resumen, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso para escuchar un momento156.
23. La magnitud de la Guerra del Peloponeso. Sus causas
- De los hechos anteriores el más importante157 fue la guerra contra los medos, a pesar de que ésta se decidió rápidamente en dos batallas navales y dos terrestres158. La duración de esta guerra nuestra, por el contrario, ha ido mucho más allá, y ha ocurrido que en su transcurso se han producido en Grecia desastres sin parangón en un período igual. [2] Nunca tantas ciudades fueron tomadas y asoladas, unas por los bárbaros159 y otras por los mismos griegos160 luchando unos contra otros (algunas hay incluso que cambiaron de habitantes al ser conquistadas)161; nunca tampoco había habido tantos destierros y tanta mortandad, bien en la misma guerra bien a causa de las luchas civiles. [3] E historias que antes refería la tradición, pero que raramente encontraban una confirmación en la realidad, dejaron de resultar inverosímiles: historias acerca de terremotos162, que afectaron a la vez a extensas regiones y que fueron muy violentos; eclipses de sol163, que ocurrieron con mayor frecuencia de lo que se recordaba en tiempos pasados; y grandes sequías en algunas tierras y hambres como secuela, y, en fin, la calamidad que no menos daños causó y que destruyó a una parte de la población, la peste164. [4] Todos estos males cayeron sobre Grecia junto con esta guerra. La comenzaron los atenienses y los peloponesios al romper el tratado de paz de treinta años que habían concertado después de la conquista de Eubea165. [5] Para explicar por qué rompieron he expuesto en primer lugar las razones de esta ruptura y las diferencias que la ocasionaron, a fin de que nunca nadie se pregunte por qué se produjo entre los griegos una guerra tan importante166. [6] La causa más verdadera167, aunque la que menos se manifiesta en las declaraciones168, pienso que la constituye el hecho de que los atenienses al hacerse poderosos e inspirar miedo a los lacedemonios les obligaron a luchar. Pero las razones declaradas públicamente, por las cuales rompieron el tratado y entraron en guerra, fueron las siguientes por parte de cada bando.
24-55. Conflicto de Corcira
Epidamno169 es una ciudad situada a la derecha para el que entra en el golfo Jonio170. Vecinos suyos son los taulantios171, bárbaros de raza iliria. [2] La fundaron los corcireos172, pero el fundador fue Falio, hijo de Eratóclides, corintio de nacimiento, del linaje de los Heráclidas, que, según la costumbre antigua, había sido traído de la metrópoli173. Participaron también en la fundación algunos corintios y otras gentes de estirpe dórica. [3] Con el paso del tiempo, la ciudad de los epidamnios se hizo grande y populosa. [4] Pero, tras muchos años de disensiones internas, según se cuenta, a consecuencia de una guerra con sus vecinos bárbaros, se encontraron en la ruina y privados de la mayor parte de su fuerza. [5] Finalmente, antes de esta guerra nuestra174, el pueblo expulsó a los aristócratas, y éstos, atacando en compañía de los bárbaros, se dedicaron a saquear a los de la ciudad tanto por tierra como por mar. [6] Cuando los epidamnios que estaban en la ciudad se vieron en apuros, enviaron embajadores a Corcira, como metrópoli que era, pidiendo que no miraran con indiferencia su destrucción, sino que los reconciliaran con los exiliados y pusieran fin a la guerra con los bárbaros. Formularon esta petición sentándose en el templo de Hera175 como suplicantes. Pero los corcireos no atendieron a la súplica, sino que los despidieron sin conseguir nada.
Cuando los epidamnios supieron que no tendrían ninguna ayuda por parte de Corcira, se encontraron en la dificultad de resolver la situación, y, enviando una embajada a Delfos, preguntaron al dios176 si debían entregar su ciudad a los corintios en su condición de fundadores y tratar de obtener de ellos alguna ayuda. El dios les respondió que entregaran la ciudad y se pusieran bajo la protección de los corintios. [2] Los epidamnios marcharon, pues, a Corinto y, de acuerdo con el oráculo, entregaron la colonia, explicando que su fundador era de Corinto177 y comunicándoles la respuesta del oráculo178, y les pidieron que no miraran con indiferencia su destrucción179, sino que los defendieran. [3] Los corintios accedieron a prestarles ayuda180, en parte por razones de justicia, ya que consideraban que la colonia era tan suya como de los corcireos, pero también por odio a éstos porque, a pesar de ser colonos suyos, les hacían poco caso, pues ni les ofrecían los presentes tradicionales181 en las fiestas comunes182 ni concedían a un corintio las primicias de los sacrificios183, como las otras colonias, sino que los trataban con desprecio porque su potencia económica era en aquel tiempo comparable a la de las más ricas ciudades griegas y porque por sus recursos militares eran más poderosos184, y, en cuanto a su flota, se vanagloriaban a veces no sólo de ser muy superiores, sino también por la anterior ocupación de Corcira por los feacios185, cuya fama giraba en torno a sus naves186. Por esta razón se preocupaban todavía más de equipar su flota, en la que precisamente no eran débiles, pues poseían ciento veinte trirremes cuando entraron en guerra.
Teniendo, pues, todos estos motivos de queja, los co rintios enviaron gustosos su socorro a Epidamno, ordenando que partieran todos los colonos que quisieran con una guarnición de ampraciotas187, leucadios188 y corintios. [2] Marcharon por tierra hasta Apolonia189, que era colonia de los corintios190, por miedo a los corcireos, temiendo ser obstaculizados por ellos en el caso de una travesía por mar. [3] Cuando los corcireos se enteraron de que los colonos y la guarnición habían llegado a Epidamno y de que su colonia había sido entregada a los corintios, se irritaron, y zarpando rápidamente con veinticinco naves, seguidas luego por otra escuadra191, ordenaron sin contemplaciones a los epidamnios que acogieran a los exiliados192 (pues los desterrados de Epidamno habían ido a Corcira y habían mostrado las tumbas de sus antepasados y recordado su parentesco, invocándolo para pedir que los restableciesen en su patria) y que despidieran a los colonos y a la guarnición que los corintios les habían enviado. [4] Los epidamnios no les hicieron ningún caso; entonces los corcireos se dirigieron contra ellos con cuarenta naves y con los desterrados, con la intención de restablecerlos, y acompañados también por tropas ilirias. [5] Acamparon junto a la ciudad y proclamaron que los epidamnios que quisieran, así como los extranjeros, podían salir sin temor a represalias; pero que si no lo hacían, serían tratados como enemigos. Como no se sometieron, los corcireos pusieron sitio a la ciudad, que está situada en un istmo193.
Los corintios, cuando les llegaron mensajeros de Epidamno con la noticia del sitio, se pusieron a preparar una expedición a la vez que decretaron el envío de una colonia a Epidamno, para que fuera quien quisiera con igualdad de derechos194; y si alguno no estaba dispuesto a embarcarse enseguida con los otros, pero quería participar en la colonia, podía quedarse entregando un depósito de cincuenta dracmas corin tias195. Fueron muchos los que se embarcaron y también muchos los que depositaron el dinero. [2] Pidieron además a los megareos196 que los acompañaran con una escolta naval, por si su travesía era obsaculizada por los corcireos, y aquellos se prepararon para acompañarlos con ocho naves, y los paleos de Cefalenia197, con cuatro. Hicieron la misma petición a los epidaurios198, que ofrecieron cinco; los de Hermíone199 ofrecieron una, y los trecenios200, dos; los leucadios, diez, y los ampraciotas201, ocho. A los tebanos les solicitaron dinero y también a los fliasios202, y a los eleos203, naves sin tripulación y dinero. Por parte de los mismos corintios se prepararon treinta naves204 y tres mil hoplitas205.
Cuando los corcireos se enteraron de estos preparativos, fueron a Corinto con embajadores lacedemonios y sicionios206, que tomaron como acompañantes, y exhortaron a los corintios a retirar la guarnición y a los colonos que estaban en Epidamno, alegando que no tenían ningún derecho sobre Epidamno. [2] Y si tenían algo que reivindicar, declararon que ellos estaban dispuestos a someterse a un arbitraje en el Peloponeso ante las ciudades que ambos acordasen, y a que aquella de las dos partes a la que fuera adjudicada la colonia se quedara con ella. También estaban dispuestos a remitirse al oráculo de Delfos207. [3] Pero les aconsejaban no provocar la guerra; decían que, en caso contrario, ante su violencia, se verían obligados, en defensa de sus intereses, a buscarse amigos contra su voluntad, amigos muy distintos a los que entonces tenían208. [4] Los corintios les respondieron que, si retiraban de Epidamno las naves y los bárbaros, negociarían; pero que no estaba bien que, mientras los de Epidamno sufrían un asedio, ellos se sometiesen a un arbitraje209. Los corcireos replicaron que así lo harían si también los corintios retiraban a los que tenían en Epidamno, y que también estaban dispuestos a que ambas partes permanecieran en sus posiciones y mantuvieran una tregua hasta que se pronunciara el arbitraje.
Los corintios no aceptaron ninguna de estas propuestas, sino que cuando tuvieron equipadas sus naves y se hubieron presentado los aliados, después de enviar por delante a un heraldo210 para declarar la guerra a los corcireos, zarparon con setenta y cinco naves y dos mil hoplitas211 y dirigieron su navegación hacia Epidamno para combatir contra los corcireos. [2] Los comandantes de las naves eran Aristeo, hijo de Pélico, Calícrates, hijo de Calias, y Timánor, hijo de Timantes, y los de la infantería, Arquetimo, hijo de Euritimo, e Isárquidas, hijo de Isarco212. Cuando estuvieron en Accio, en el territorio de Anactorio213, donde se encuentra el templo de Apolo, a la entrada del Golfo de Ampracia, los corcireos enviaron a su encuentro a un heraldo en una barca para intimarles a no avanzar contra ellos; al mismo tiempo completaron la tripulación de sus naves, después de sustituir los baos de las viejas de modo que estuvieran en condiciones de navegar, y de poner a punto las otras224. [4] Y como el heraldo volvió sin un mensaje de paz de parte de los corintios, y tenían sus naves equipadas, en número de ochenta (pues cuarenta estaban sitiando Epidamno), se dirigieron contra el enemigo y, tras situarse en orden de combate, trabaron batalla. [5]Los corcireos vencieron ampliamente y destruyeron quince naves de los corintios. En el mismo día también ocurrió que sus tropas que sitiaban Epidamno la forzaron a una rendición que obligaba a vender a los extranjeros y a retener encadenados a los corintios hasta que se tomara otra resolución215.
Después de la batalla naval, los corcireos levantaron un trofeo216 en Leucimna217, promontorio de Corcira, y mataron a los prisioneros que habían capturado, salvo a los corintios, a quienes guardaron en prisión218. [2] Luego, cuando los corintios y sus aliados regresaron vencidos con sus naves hacia su patria, los corcireos se convirtieron en dueños de todo el mar en aquella zona, y dirigiendo su flota contra Léucade, la colonia corintia, asolaron una parte de su territorio, e incendiaron Cilene, el puerto de los eleos219, porque habían proporcionado naves y dinero a los corintios. [3] Durante la mayor parte del tiempo que siguió a la batalla naval, mantuvieron su dominio sobre el mar y sus ataques llevaron la destrucción a los aliados de los corintios, hasta que los corintios, al verano siguiente220, visto que sus aliados se hallaban en apuros, enviaron naves y un ejército, y se establecieron en Accio221 y junto al Quimerio222, en la Tesprótide223, para protección de Léucade y de las otras ciudades que eran sus amigas. [4]Los corcireos, a su vez, se establecieron enfrente, en Leucimna, con sus naves y su infantería. No se atacaron unos a otros, pero, durante este verano, permanecieron en sus posiciones frente a frente, y ya en invierno unos y otros regresaron a su patria224.
31. Embajadas de corcireos y corintios a Atenas
- Durante todo el año que siguió a la batalla naval y el año posterior225, los corintios, a quienes irritaba el recuerdo de la guerra contra los corcireos, se dedicaron a construir naves y a preparar con todo empeño una expedición naval reclutando remeros del mismo Peloponeso y del resto de Grecia con el incentivo de una buena soldada. [2] Cuando los corcireos se enteraron de sus preparativos, se asustaron, y, dado que no estaban ligados por ningún tratado con ninguna ciudad griega y no se habían preocupado de inscribirse ni en la confederación ateniense ni en la lacedemonia226, decidieron dirigirse a los atenienses, hacerse sus aliados e intentar conseguir de ellos alguna ayuda. [3] Los corintios, al enterarse de esto, fueron, también ellos, a Atenas a negociar, para evitar que la flota ateniense, uniéndose a la de los corcireos, les impidiera dirimir la guerra como querían. [4] Tuvo lugar una asamblea y se entabló un debate. He aquí lo que dijeron los corcireos227:
32-36. Discurso de los corcireos
«Es justo, atenienses, que quienes, sin mediar un servicio prestado anteriormente ni una alianza, acuden a otros228, como hacemos nosotros ahora, a pedir ayuda, demuestren en primer lugar que su petición implica sobre todo utilidad y, si no, que al menos no es perjudicial, y, en segundo lugar, que conservarán una gratitud inquebrantable; si no fundamentan con seguridad ninguno de estos dos puntos, no es justo que se irriten si no tienen éxito. [2] Por éso, pues, nos han enviado los corcireos, porque creen que, con la petición de alianza, también pueden ofrecer garantías sobre los puntos citados. [3] Sucede, sin embargo, que nuestra política resulta al mismo tiempo absurda en relación con nuestra petición ante vosotros y perjudicial para nuestros propios intereses en el presente. [4] Absurda, porque nosotros, que hasta este momento nunca hemos querido ser aliados de nadie, venimos ahora a pedir esto de otros; y perjudicial a la vez, porque por la misma razón nos encontramos solos en la guerra actual con los corintios. Y lo que antes parecía prudencia nuestra —no compartir, en una alianza con otros, los peligros motivados por sus decisiones— ha cambiado y ahora se ha revelado como insensatez y debilidad. [5] Es cierto que en la pasada batalla nosotros solos, sin ninguna ayuda, conseguimos rechazar a los corintios; pero una vez que se han puesto en movimiento contra nosotros con mayor armamento, sacado del Peloponeso y del resto de Grecia, y que nosotros vemos que somos incapaces de superarlos sólo con nuestras fuerzas, y que además corremos un gran peligro si caemos bajo su poder, la necesidad nos obliga a pediros ayuda a vosotros y a cualquier otro, y merecemos indulgencia si, no con malicia, sino más bien como reconocimiento de un error de apreciación, nos atrevemos a emprender una política contraria a nuestro retraimiento anterior229.
Nuestra petición será para vosotros, si nos hacéis caso, una hermosa oportunidad por muchas razones. En primer lugar, porque procuraréis vuestra ayuda a un pueblo que es víctima de la injusticia y que no perjudica a otros; después, porque, al acoger a gentes cuyos mayores intereses están en peligro, prestaréis un servicio que os hará acreedores de un testimonio de gratitud230 que siempre será recordado de la mejor manera; y, finalmente, porque poseemos una flota superior a todas, excepto a la vuestra231. [2] Y considerad qué dicha es más rara o cuál es más dolorosa para el enemigo que el que una potencia por cuya alianza vosotros hubierais ofrecido mucho dinero y gratitud, esta potencia, se presente a vosotros espontáneamente, entregándose a sí misma sin riesgos ni gastos, y aportándoos además gloria232 a los ojos de la mayoría, agradecimiento de parte de aquellos a quienes socorreréis, y para vosotros mismos fuerza. Son ventajas que todas a la vez se les han ofrecido a pocos a lo largo de la historia, y pocos también, al solicitar una alianza, se presentan ante aquellos a quienes apelan ofreciéndoles tanta seguridad y consideración como ellos esperan recibir. [3] Y en cuanto a la guerra, en la que podríamos ser útiles, si alguno de vosotros cree que no tendrá lugar, tiene una opinión equivocada233 y no se da cuenta de que los lacedemonios por el miedo que les inspiráis desean la guerra234, y de que los corintios son influyentes ante ellos y son enemigos vuestros y comienzan ahora por intentar someternos con el objeto de emprender después el ataque contra vosotros235, para que no estemos unidos contra ellos por nuestro odio común y para no dejar ellos de coger la delantera en el logro de uno de sus dos objetivos: o debilitarnos a nosotros o fortalecerse a sí mismos236. [4] Interés nuestro es, por tanto, sacar ventaja, por un lado ofreciendo la alianza y por vuestra parte aceptándola, y tomar la iniciativa preparando el ataque contra ellos antes que tener que disponer el contraataque.
Y si los corintios dicen que no es justo que vosotros acojáis a sus colonos, que sepan que toda colonia, cuando recibe buen trato, honra a su metrópoli, pero si se la trata injustamente, se aparta de ella; pues los colonos son enviados no para ser esclavos, sino para ser iguales que los que se quedan. [2] Y que nos trataron injustamente, es evidente: invitados a un arbitraje sobre el asunto de Epidamno237, prefirieron sostener sus reivindicaciones con la guerra antes que con la justicia. [3] Que su conducta respecto a nosotros, sus parientes, os sirva de aviso, para que no os dejéis burlar por sus engaños y no les asistáis tampoco en caso de que os lo pidan abiertamente; pues el que tenga menos remordimientos por haber condescendido con sus enemigos es el que vivirá más seguro.
Y ni siquiera romperéis el tratado con los lacedemonios238 si nos acogéis, puesto que no somos aliados ni de unos ni de otros. [2] En él se dice, en efecto, que cualquier ciudad griega que no esté aliada con nadie podrá unirse con aquella de las dos partes que le plazca. [3] Y resulta escandaloso que los corintios puedan sacar las tripulaciones de sus naves no sólo de sus aliados sino también del resto de Grecia, y en especial de vuestros propios súbditos239, mientras que a nosotros nos quieran excluir de una alianza que está a nuestro alcance y de la ayuda de cualquier otra parte; ¡y que os acusen luego de injusticia si atendéis a nuestras peticiones! [4] Mucho más os podremos reprochar nosotros si no llegamos a convenceros; pues en ese caso nos rechazaréis a nosotros, que estamos en una situación de peligro y que no somos enemigos, mientras que para ellos, que son enemigos y nos atacan, no sólo no seréis obstáculo, sino que consentiréis además que saquen fuerzas de vuestro imperio. Y no es justo que hagan esto, sino que o debéis impedirles que recluten mercenarios procedentes de vuestro imperio o enviarnos también a nosotros una ayuda en la forma en que logremos convenceros, y lo mejor de todo es que nos aceptéis abiertamente como aliados y nos socorráis. [5] Muchas son, como indicamos al principio240, las ventajas que os presentamos, y la mayor es que nuestros enemigos son los mismos241 (lo que constituye la garantía de fidelidad más segura), y éstos no son débiles, sino capaces de causar daño a quienes se separan242. Además, cuando la alianza que se ofrece es de una potencia marítima y no de tierra, no os va lo mismo en el rechazo, sino que os conviene sobre todo, si podéis, impedir que nadie más posea una flota, o, si no, contar con la amistad de aquel que sea más fuerte.
Y quien crea en las ventajas a las que nos referimos, pero tema romper la tregua243 si se deja convencer por ellas, sepa que su miedo, asociado a la fuerza, atemorizará más a sus adversarios, mientras que la confianza debida al hecho de no habernos acogido, al ser débil frente a enemigos poderosos, será menos temible; sepa, además, que ahora no está deliberando tanto sobre Corcira como sobre Atenas, y que no planea lo más ventajoso para su patria cuando, atendiendo al momento presente, vacila en granjearse, para la guerra que viene y que casi ya está aquí244, a un país cuya amistad o enemistad son de vital importancia. [2] Pues está magníficamente situado en la ruta de cabotaje245 a Italia y Sicilia para impedir que venga de allí una flota en auxilio de los peloponesios 246 y para dejar pasar a la que vaya de aquí a aquellas tierras, y por lo demás ofrece muchas ventajas. [3] Con una brevísima consideración final, que encierra todo el discurso y cada uno de sus puntos, podéis daros cuenta de que no debéis abandonarnos. Es la siguiente: en Grecia hay tres flotas dignas de mención: la vuestra, la nuestra y la de los corintios. Si consentís que dos de ellas se conviertan en una, después que los corintios nos hayan conquistado, tendréis que combatir por mar a los corcireos y a los peloponesios a la vez, mientras que, si nos acogéis, podréis luchar contra ellos con nuestras naves unidas a las vuestras». [4] Así hablaron los corcireos; y a continuación los corintios, de este modo:
37-43. Discurso de los corintios
«Dado que los corcireos aquí presentes no sólo han hablado en su discurso de que los acojáis como aliados, sino que también han sostenido que nosotros cometemos injusticia y ellos son atacados sin razón, es necesario que también nosotros nos refiramos primero a estos dos puntos antes de pasar al resto de nuestro discurso, a fin de que conozcáis con mayor seguridad nuestra justa reclamación y rechacéis no sin razón la petición que la necesidad les dicta. [2] Dicen que por prudencia247 nunca han aceptado la alianza de nadie; pero la verdad es que han seguido esta política con ánimo malévolo y no por virtud, pues no querían tener ningún aliado testigo de sus injusticias ni querían avergonzarse al solicitar su ayuda. [3] Y su ciudad, además, al estar situada en una posición independiente, les hace jueces de los daños que causan a otros en lugar de estar sujetos a tratados248, por el hecho de que salen muy poco de su isla para ir a los puertos de sus vecinos, mientras que continuamente reciben a los otros, que arriban por necesidad. [4] En estas condiciones, se escudan en la hermosa apariencia de esta política de no alineamiento249 no para evitar su participación en las injusticias de otros, sino con la intención de cometer ellos solos sus propias injusticias y de actuar con violencia en los casos en que son los más fuertes, de sacar ventaja cuando pasan desapercibidos y de no avergonzarse si alguna vez se hacen con alguna ganancia. [5] Si verdaderamente fueran hombres honrados, como dicen, cuanto más fuera del alcance de otros pueblos estuvieran, tanto más claramente podrían mostrar su virtud ofreciendo y aceptando los arbitrajes de la justicia250.
Pero no son así ni con los demás ni con nosotros, sino que, a pesar de ser colonos nuestros, han estado siempre apartados de nosotros, y ahora nos hacen la guerra alegando que no fueron enviados como colonos para sufrir malos tratos. [2] Nosotros por nuestra parte argumentamos que tampoco fundamos la colonia para sufrir su insolencia, sino para mantener nuestra hegemonía y ser tratados con la consideración debida251. [3] Sabido es que nuestras restantes colonias nos honran, y nadie es más amado que nosotros por sus propios colonos. [4] Y es evidente que si somos gratos a la mayoría, ninguna razón podría explicar que únicamente éstos estuvieran descontentos de nosotros, y que no prepararíamos contra ellos una expedición excepcional si no fuésemos también víctimas de una injusticia extraordinaria. [5] Y aun en el caso de que la falta fuera nuestra, sería honroso para ellos ceder a nuestra ira, y vergonzoso para nosotros violentar su moderación; [6] ellos, sin embargo, con su insolencia y la desmesura que les da su riqueza, nos han faltado en otras muchas ocasiones como en el caso de Epidamno, colonia nuestra252 sobre la que no hacían ninguna reivindicación cuando se encontraba en apuros, mientras que ahora, cuando nosotros hemos ido a defenderla, se han apoderado de ella y la retienen por la fuerza.
Dicen, ciertamente, que estuvieron dispuestos primero a someterse a un arbitraje, pero no debemos creer en el ofrecimiento de arbitraje de quien lo propone partiendo con ventaja y desde una posición segura, sino de aquel que se coloca en un plano de igualdad, tanto en los hechos como en las palabras, antes de recurrir a las armas253. [2] Éstos, en cambio, no antes de poner sitio a la plaza, sino cuando comprendieron que nosotros no lo consentiríamos, sólo entonces hicieron su especiosa oferta de arbitraje; y han venido aquí, no sólo con sus propias faltas de allí, sino pretendiendo que vosotros ahora seáis, no sus aliados, sino los cómplices de sus injusticias, y que los acojáis en vuestra alianza cuando están en desavenencia con nosotros. [3] Cuando disfrutaban de la mayor seguridad, entonces debían haberse presentado, y no cuando nosotros somos víctimas de su injusticia y ellos corren peligro, ni cuando vosotros, que entonces nada obtuvisteis de su fuerza, les haréis partícipes de vuestra ayuda y, sin haber tomado parte en sus faltas, tendréis una parte igual en nuestras acusaciones; hace tiempo que debíais haber compartido vuestra fuerza para compartir ahora las consecuencias254.
Que nosotros venimos con reclamaciones legítimas y que ellos son violentos y ambiciosos, queda demostrado; pero es preciso ahora que comprendáis que no podríais acogerlos en vuestra alianza justamente. [2] Pues, aunque está estipulado en el tratado que las ciudades no inscritas pueden unirse a uno de los dos bandos libremente, el acuerdo no vale para quienes entran en una alianza con la intención de dañar a otros, sino para todo el que, sin desligarse de otro255, necesite seguridad, y para el que no traiga a quienes lo acogen, si son prudentes, la guerra en lugar de la paz; y esto os podría ocurrir ahora a vosotros si no nos hicierais caso. [3] Entonces no seríais solamente sus protectores, sino que también os convertiríais en enemigos nuestros, en lugar de estar ligados a nosotros por un tratado de paz. Pues será necesario que, si vais con ellos, nosotros tomemos represalias contra ellos sin excluiros a vosotros. [4] Lo más justo es, sin embargo, que vosotros os mantengáis al margen de las dos partes, o si no, que, por el contrario, vengáis con nosotros contra ellos (pues con los corintios estáis ligados por un tratado, mientras que con los corcireos nunca habéis llegado a concertar ni siquiera un simple pacto)256, y no implantéis la costumbre de acoger a los que quieren salirse de la alianza contraria, [5] Pues nosotros, con motivo de la sublevación de los samios257, cuando el resto de los peloponesios estaban divididos en su votación respecto a si debían ayudarles, no votamos en contra vuestra, sino que nos opusimos abiertamente proclamando que cada ciudad era libre de castigar a sus propios aliados. Si vosotros acogéis y ayudáis a los que han obrado mal, aparecerán también aliados vuestros, no menos numerosos, que se pasarán a nosotros, e implantaréis una costumbre que irá más contra vosotros mismos que contra nosotros.
Éstas son, pues, las razones de derecho que alegamos ante vosotros, razones válidas según las leyes que rigen entre los griegos; pero también venimos con una exhortación y una pretensión de reconocimiento, un reconocimiento con el que, no siendo tan enemigos como para perjudicaros ni tan amigos como para mantener relaciones más estrechas, consideramos que debemos ser correspondidos en la situación presente. [2] Cuando hace algún tiempo andabais escasos de naves de guerra258 para la lucha contra los eginetas259 anterior a las Guerras Médicas260, recibisteis veinte naves de los corintios; y este servicio, así como el que os prestamos en el caso de los samios, al no ayudarlos los peloponesios gracias a nuestra intervención, os permitieron la victoria sobre los eginetas261 y el castigo de los samios, y estos hechos ocurrieron en uno de estos momentos críticos en los que los hombres, en marcha contra sus propios enemigos, son especialmente indiferentes a todo salvo a la victoria; [3] pues consideran amigo a quien los asiste, aunque antes haya sido hostil, y enemigo al que se les enfrenta, aunque se dé el caso de que sea amigo, puesto que descuidan incluso sus propios intereses262 a causa del deseo de victoria que en aquel momento les embarga.
Recordad estos hechos, informaos los más jóvenes de boca de los más viejos, y considerad de justicia pagarnos con la misma moneda; y no penséis que la justicia está en lo que decimos, pero que vuestro interés, en caso de guerra, será otro. [2] Porque el interés está generalmente al lado de quien comete menos errores, y la guerra futura, con la que los corcireos os atemorizan y os incitan a la injusticia, está todavía en el terreno de lo incierto; y no vale la pena que, impulsados por ella, os ganéis una enemistad, cierta ya y no futura, de parte de los corintios, sino que es más prudente disipar el recelo existente con anterioridad a causa de los megareos263 [3] (pues el servicio prestado en último lugar, si llega con oportunidad, aunque sea menor, puede enmendar una ofensa mayor), [4] y no dejarse arrastrar por aquello de que ofrecen una gran alianza naval; pues el no cometer injusticia contra los iguales es una fuerza más segura que intentar sacar ventaja en medio de peligros, impulsados por una apariencia momentánea.
Hemos caído en la situación que nosotros mismos advertíamos en Esparta, al proclamar que cada ciudad era libre de castigar a sus propios aliados264, y ahora pretendemos recibir el mismo trato de vosotros y que, después de haber sacado provecho de nuestro voto, no nos perjudiquéis con el vuestro. [2] Correspondednos con una recompensa equivalente, y daos cuenta de que éste es aquel momento crítico en que el que te asiste es más amigo y el que se enfrenta, enemigo. [3] Y no acojáis como aliados a estos corcireos contra nuestra voluntad, ni los ayudéis en sus injusticias. [4] Si lo hacéis así, actuaréis como es debido y decidiréis lo más conveniente para vosotros mismos. »
44-45. Alianza defensiva de Atenas y Corcira. Intervención ateniense
Así hablaron a su vez los corintios. Los atenienses, después de escuchar a unos y a otros, celebraron dos asambleas; en la primera acogieron los argumentos de los corintios con no menor aceptación, pero en la del día siguiente decidieron, cambiando de opinión, no concertar con los corcireos una alianza plena que estipulara los mismos amigos y enemigos (pues en eí caso de que los corcireos les llevaran a navegar con ellos contra los corintios, quedaría roto el tratado con los peloponesios); pero concertaron una alianza defensiva265 con el acuerdo de ayuda mutua en caso de que alguien atacase Corcira o Atenas o a los aliados de estas ciudades. [2] Creían que de todas formas se verían abocados a la guerra contra los peloponesios, y su intención era no abandonar Corcira, dueña de una flota tan grande, a los corintios, sino dejarles chocar unos contra otros lo más posible, a fin de entrar ellos en guerra, en caso necesario, cuando los corintios y demás poseedores de una flota266 fueran más débiles. [3] Veían, además, que la isla estaba magníficamente situada en la ruta de cabotaje de Italia y Sicilia267.
Con este ánimo los atenienses acogieron en su alianza a los corcireos, y no mucho tiempo después de marcharse los corintios, enviaron a Corcira un socorro de diez naves268; [2] las mandaban Lacedemonio, hijo de Cimón269, Diótimo, hijo de Estrómbico270, y Proteas, hijo de Epicles271. [3] Habían recibido órdenes de no librar batalla contra los corintios, a no ser que navegaran contra Corcira o contra alguno de sus territorios y fueran a desembarcar; en tal caso debían impedirlo con todas sus fuerzas. Les dieron estas órdenes a fin de evitar la ruptura del tratado. Las naves llegaron, pues, a Corcira.
46. Preparativos de los corintios
- Los corintios, cuando estuvieron listos sus preparativos, pusieron rumbo a Corcira con ciento cincuenta naves. Había diez de los eleos, doce de los megareos, diez de los leucadios, veintisiete de los ampraciotas, una de los anactorios, y noventa de los propios corintios. [2] Los distintos contingentes tenían sus propios comandantes según la ciudad de cada uno, y los de los corintios eran Jenóclides, hijo de Euticles272, y otros cuatro. [3] Cuando, tras zarpar de Léucade, arribaron a la costa del continente que mira a Corcira, echaron anclas en Quimerio273, en la Tesprótide. [4] Es un puerto encima del cual, a cierta distancia del mar, en la parte de la Tesprótide llamada Eleátide274, está la ciudad de Éfira275. Cerca de ella vierte sus aguas al mar la laguna Aquerusia; el río Aqueronte276, que corre a través de la Tesprótide, desemboca en la laguna, que toma su nombre del río. Fluye también por allí el río Tíamis277, que señala los límites entre la Tesprótide y Cestrina278, y entre estos dos ríos se levanta el cabo Quimerio279. [5] En aquel punto del continente anclaron, pues, los corintios y establecieron su campamento.
47. Preparativos de los corcireos
- Los corcireos, cuando supieron que se estaban acercando, equiparon ciento diez naves, a cuyo mando iban Milcíades, Esímides y Euríbato280, y acamparon en una de las llamadas islas de Síbota281; también se encontraban allí las diez naves atenienses282. [2] En el promontorio de Leucimna283 estaba su infantería y mil hoplitas de los zacintios284 que habían acudido en su auxilio. [3] Al lado de los corintios también había en el continente un gran número de bárbaros como tropas auxiliares, pues los habitantes de aquella parte del continente son amigos suyos desde siempre.
48-52. Batalla naval de las islas de Síbota

Cuando los preparativos de los Batalla naval de las islas de Síbota corintios estuvieron listos, tomaron víveres para tres días y se hicieron a la mar de noche desde Quimerio con la intención de librar batalla; [2] y estaban navegando cuando, al amanecer, divisaron las naves de los corcireos en alta mar y navegando contra ellos. [3] Cuando se vieron las dos flotas, se colocaron frente a frente en orden de batalla: a continuación del ala derecha de los corcireos, las naves atenienses, mientras que ellos ocupaban el resto de la formación con las naves distribuidas en tres divisiones286, cada una bajo el mando de uno de los tres almirantes. Así se colocaron los corcireos. [4] Por el lado corintio, las naves megareas y las ampraciotas ocupaban el ala derecha, en el centro los otros aliados, cada contingente por separado, y los mismos corintios, con las naves más marineras, ocupaban el ala izquierda, frente a los atenienses y al ala derecha de los corcireos287.
Tan pronto como por ambos lados fueron alzadas las señales288, se encontraron y entablaron la batalla289; ambas flotas llevaban muchos hoplitas en los puentes, y muchos arqueros290 y lanzadores de dardos291, pues todavía estaban equipadas a la manera antigua, con bastante inexperiencia. [2] La batalla naval fue violenta, y se caracterizó no tanto por la habilidad de maniobra como porque se parecía más a una batalla de tierra; [3] pues cuando se producía un abordaje, difícilmente se despegaban debido al número y a la aglomeración de las naves, y a que para la victoria confiaban sobre todo en los hoplitas de los puentes, que combatían a pie firme cuando las naves estaban quietas; y no se produjeron penetraciones de la línea enemiga292, sino que se combatió con valor y fuerza más que con ciencia. [4] Por todas partes había un gran tumulto y la batalla era desordenada; en ella las naves áticas acudían al lado de los corcireos allí donde eran acosados, y provocaban el miedo de los contrarios, pero no trababan batalla porque los estrategos respetaban el mandato de los atenienses293. [5] El ala derecha de los corintios era la más castigada, pues los corcireos con veinte naves la pusieron en fuga y, persiguiéndola en su desbandada, navegaron hacia la costa del continente llegando hasta su campamento294, donde desembarcaron e incendiaron las tiendas desiertas tras apropiarse del botín. [6] Por este lado, pues, los corintios y sus aliados eran derrotados295 y los corcireos se imponían; pero allí donde estaban los propios corintios, en el ala izquierda, vencían con mucha ventaja, al faltarles a los corcireos, de un número ya inferior inicialmente, las veinte naves, de vuelta de la persecución. [7] Pero los atenienses, al ver que los corcireos eran acosados, ya empezaron a auxiliarlos con mayor decisión; primero se habían mantenido distantes para evitar cualquier choque, pero cuando sobrevino claramente la fuga y los corintios pasaban a la persecución, entonces todo el mundo ya se puso en acción y no hubo más vacilaciones, sino que se llegó a un punto en que se hizo inevitable que corintios y atenienses combatieran entre sí296.
Después que se produjo la fuga, los corintios no se preocuparon de sujetar con cables y remolcar los cascos de las naves que habían averiado, sino que pasando de un lado a otro se dirigían contra los hombres, más para matar que para coger prisioneros, y sin reconocerlos daban muerte a sus propios amigos297, al no darse cuenta de que los del ala derecha habían sido derrotados. [2] Pues, debido al gran número de naves de ambas flotas y a la gran extensión de mar que ocupaban, no era fácil, una vez que trabaron batalla, hacer la distinción entre vencedores y vencidos; esta batalla naval fue, en efecto, la más importante, por el número de naves, de todas las que hasta entonces habían enfrentado a griegos contra griegos. [3] Después de perseguir a los corcireos hasta tierra298, los corintios volvieron para ocuparse de los restos del naufragio y de sus propios muertos, y recuperaron la mayor parte, de modo que les fue posible llevárselos a Síbota, donde las fuerzas de tierra de los bárbaros habían acudido en su auxilio; Síbota es un puerto desierto de la Tesprótide299. Tras ocuparse de esto, se reunieron de nuevo e hicieron rumbo contra los corcireos. [4] Éstos, con los barcos que estaban en condiciones de navegar y con todos los que les quedaban300, juntamente con las naves áticas, también navegaron al encuentro del enemigo, por miedo a que intentasen desembarcar en su tierra. [5] Era ya tarde y habían cantado el peán301 para el ataque, cuando los corintios, súbitamente, se pusieron a ciar302: habían divisado, navegando hacia ellos; veinte naves de Atenas, que los atenienses habían enviado como refuerzo de las diez primeras303, temiendo, como ciertamente ocurrió, que los corcireos fueran vencidos y que sus diez naves resultaran insuficientes para prestarles ayuda.
Los corintios vieron, pues, estas naves antes que nadie, y sospechando que procedían de Atenas, no cuantas veían sino más, se fueron retirando. [2] Los corcireos, sin embargo, no las veían, pues caían fuera del alcance de su vista, y se extrañaban de que los corintios ciaran, hasta que algunos las vieron y dieron la voz de que por allí se acercaban unas naves. Entonces también ellos se retiraron, pues ya oscurecía, y los corintios viraron poniendo fin al combate. [3] Así se produjo la separación de ambas flotas, y la batalla naval terminó al caer la noche. [4] Los corcireos estaban acampados en Leucimna, y estas veinte naves procedentes de Atenas, que estaban bajo el mando de Glaucón, hijo de Leagro, y de Andócides, hijo de Leógoras304, avanzando a través de cadáveres y de restos de embarcaciones, arribaron al campamento, no mucho después de ser vistas. [5] Los corcireos temieron que fueran enemigas, pues era ya de noche, pero luego las reconocieron, y echaron anclas.
Al día siguiente, las treinta naves atenienses y todas las corcireas que estaban en condiciones de navegar se hicieron a la mar y se dirigieron hacia el puerto de Síbota305, en el que estaban anclados los corintios, para saber si querían trabar batalla. [2] Pero éstos, después de sacar sus naves de la costa y de alinearlas en alta mar, se quedaron quietos, con la intención de no iniciar la batalla si no se les obligaba, pues veían que se habían unido al enemigo naves de refresco procedentes de Atenas y que ellos se encontraban con muchas dificultades, tanto en lo concerniente a la vigilancia de los prisioneros que guardaban en las naves como a la falta de medios para reparar las naves en aquel lugar desierto; [3] se preocupaban sobre todo de cómo harían la travesía de regreso a su patria, porque temían que los atenienses considerasen que se había roto el tratado, al haber entrado en combate, y no les dejasen partir.
53. Conversaciones entre atenienses y corintios
- Decidieron, pues, embarcar en una chalupa unos cuantos hombres sin caduceo307 y enviarlos a los atenienses para hacer una prueba. Los enviaron con el siguiente mensaje: «Faltáis a la justicia, atenienses, iniciando una guerra y rompiendo el tratado; pues os habéis puesto por medio tomando las armas contra nosotros cuando estábamos castigando a nuestros enemigos. Si vuestra intención es impedirnos navegar contra Corcira o hacia cualquier otro sitio que queramos y rompéis el tratado, comenzad por cogernos a nosotros aquí presentes y tratadnos como a enemigos308». [3] Así fue su mensaje; y por parte del ejército corcireo todos los que lo oyeron se pusieron a gritar que los cogieran en el acto y los mataran, pero los atenienses contestaron de este modo: [4] «No iniciamos la guerra, peloponesios, ni rompemos el tratado, sino que hemos venido en auxilio de los corcireos aquí presentes, que son aliados nuestros. Si queréis, pues, navegar hacia cualquier otra parte, no os lo impedimos; pero si navegáis contra Corcira o alguno de sus territorios, con todos los medios a nuestro alcance no lo consentiremos».
54. Corintios y corcireos reivindican la victoria
- Tras esta respuesta de los atenienses, los corintios se prepararon para la travesía de regreso a su patria y levantaron un trofeo en Síbota del continente309, los corcireos, entre tanto, recogieron los restos del naufragio y los cadáveres310 que estaban cerca de ellos, arrastrados por la corriente y el viento, que había soplado durante la noche y los había dispersado por todas partes, y levantaron a su vez un trofeo en la isla de Síbota como vencedores. [2] Unos y otros reivindicaban la victoria por las siguientes razones: los corintios habían dominado en la batalla naval hasta la noche, de modo que les había sido posible llevarse, en su mayor parte, sus naves averiadas y sus muertos, y tenían no menos de mil prisioneros y habían echado a pique unas setenta naves; por esto levantaron el trofeo311. Los corcireos habían destruido alrededor de treinta naves y, después de la llegada de los atenienses, habían recogido los restos de sus naves y los cadáveres de los suyos que se encontraban cerca de ellos; y, además, el día anterior los corintios, al ver las naves áticas, habían retrocedido ciando ante ellos y se habían retirado, y, después de llegar los atenienses, no habían salido de Síbota312 a su encuentro; por estas razones levantaron un trofeo. De este modo unos y otros pretendían la victoria.
55. Los corintios y los atenienses regresan a su patria
- Los corintios, en la travesía de regreso, tomaron, por medio de una estratagema, Anactorio313, que está situada en la embocadura del Golfo de Ampracia (era de ellos y de los corcireos en común), y, tras establecer en ella colonos corintios, se retiraron hacia su patria; y de los prisioneros corcireos vendieron ochocientos, que eran esclavos314, y guardaron en prisión doscientos cincuenta, tratándolos con gran consideración a fin de que al repatriarse ganasen Corcira para su causa315; pues se daba la circunstancia de que en su mayor parte eran, por su influencia, los primeros de su ciudad. [2] Así, pues, Corcira aventajó en esta guerra a los corintios316, y las naves de los atenienses se retiraron de la isla. Este fue el primer motivo de guerra que tuvieron los corintios contra los atenienses: el hecho de que, estando vigente el tratado de paz, habían participado en compañía de los corcireos en un combate naval contra ellos.
56-66. Conflicto de Potidea
- Inmediatamente después de estos acontecimientos317, sobrevinieron nuevas diferencias entre atenienses y peloponesios conducentes a la guerra. Fueron las siguientes. Mientras los corintios hacían por vengarse de los atenienses, éstos, que sospechaban su enemistad, ordenaron a los potideatas318 —que habitan en el Istmo de Palene, y que, aun siendo colonos de los corintios, eran aliados tributarios de Atenas319— que demolieran la muralla por el lado que mira a Palene320, que les entregaran rehenes, y que despacharan y no recibieran en el futuro a los epidemiurgos321 que todos los años les enviaban los corintios, pues temían que, persuadidos por Perdicas322 y los corintios, se rebelasen e incitasen a la rebelión a los demás aliados de la costa de Tracia323.
57. Intrigas de Perdicas contra los atenienses
- Éstas fueron las precauciones que tomaron los atenienses inmediatamente después de la batalla naval de Corcira; [2] pues la hostilidad de los corintios ya era manifiesta, y Perdicas, hijo de Alejandro y rey de los macedonios, que antes había sido aliado y amigo, se había convertido en enemigo324. [3] Se había enemistado porque los atenienses habían concertado una alianza con Filipo325, su hermano, y con Derdas326, que de común acuerdo le hacían frente. [4] Movido por el miedo, enviando embajadores a Esparta, hacía por provocar una guerra entre atenienses y peloponesios, y procuraba ganarse a los corintios con vistas a la sublevación de Potidea. [5] También entraba en negociaciones con los calcideos327, limítrofes con Tracia, y con los botieos328, a fin de que se unieran a la sublevación, pues pensaba que, si contaba con la alianza de estos pueblos cuyo territorio era contiguo, haría la guerra más fácilmente con su ayuda. [6] Al enterarse los atenienses de estas intrigas, queriendo anticiparse a la sublevación de las ciudades, dieron orden a sus almirantes (pues precisamente entonces se disponían a enviar contra el territorio de Perdicas una expedición de treinta naves y mil hoplitas bajo el mando de Arquéstrato329, hijo de Licomedes, y de otros cuatro estrategos)330 de tomar rehenes entre los potideatas y demoler la muralla, y de mantener la vigilancia sobre las ciudades vecinas para que no se sublevaran.
58. Sublevación de Potidea
- Los potideatas habían enviado embajadores a los atenienses por si podían inducirlos a no tomar ninguna medida con respecto a ellos, y también habían ido a Esparta en compañía de los corintios para procurarse una asistencia en caso de necesidad; pero una vez que, después de mucho empeño, no consiguieron de los atenienses ningún resultado positivo, sino que, por el contrario, las naves destinadas contra Macedonia se dirigieron también contra ellos mismos, y que las autoridades de los lacedemonios les prometieron que, si los atenienses atacaban Potidea, invadirían el Ática331, entonces precisamente, aprovechando estas circunstancias, juramentándose de común acuerdo con los calcideos y los botieos332, se sublevaron333. [2] Perdicas, por su parte, indujo a los calcideos a abandonar y destruir sus ciudades de la costa334 para ir a establecerse tierra adentro, en Olinto335, y fortificar esta única ciudad. Y a estos pueblos que abandonaban sus ciudades les concedió para que las cultivasen, mientras durara la guerra contra los atenienses, tierras de su territorio de Migdonia, en torno al lago Bolbe336. Fueron, pues, a establecerse en el interior337, destruyendo sus ciudades, y se prepararon para la guerra.
59. Los atenienses en Macedonia
- Cuando las treinta naves de los atenienses llegaron a las costas de Tracia, se encontraron con que Potidea y las otras ciudades ya se habían sublevado. [2] Los estrategos, considerando que, con las fuerzas que tenían, era imposible hacer la guerra a la vez contra Perdicas y contra las regiones sublevadas, cambiaron de rumbo, dirigiéndose a Macedonia, contra la que habían sido enviados primero, y, una vez allí, se pusieron a hacer la guerra de acuerdo con Filipo y los hermanos de Derdas338, que, procedentes del interior339, habían invadido el país con su ejército.
60. Ayuda de Corinto
- En estas circunstancias, con la sublevación de Potidea y la presencia de las naves áticas en MacedonIa, los corintios, temiendo por la región y considerando el peligro como propio, enviaron voluntarios340 del mismo Corinto y mercenarios del resto del Peloponeso en un total de mil seiscientos hoplitas y cuatrocientos soldados de infantería ligera341. [2] Los mandaba Aristeo342, hijo de Adimanto343 (y fue sobre todo por afecto hacia su persona por lo que le siguieron la mayoría de los voluntarios de Corinto), pues siempre había sido amigo de los potideatas. [3] Estas tropas llegaron a Tracia cuarenta días después de la sublevación de Potidea.
61. Expedición de Calías
- La noticia de que las ciudades se habían sublevado también llegó enseguida a los atenienses, que, al enterarse de que las tropas de socorro de Aristeo ya estaban en camino344, enviaron contra las ciudades sublevadas dos mil hoplitas de la misma Atenas y cuarenta naves, bajo el mando de Calías345, hijo de Calíades, y de otros cuatro estrategos346. [2] Estas fuerzas llegaron primero a Macedonia y se encontraron con que los mil hombres enviados anteriormente347 acababan de tomar Terme348 y estaban sitiando Pidna349. [3] Después de acampar frente a la ciudad también ellos intervinieron en el asedio de Pidna; pero luego llegaron a un acuerdo con Perdicas350 y, concertando una alianza forzada por la necesidad, puesto que Potidea y la llegada de Aristeo los reclamaban urgentemente, se retiraron de Macedonia. [4] Llegaron al territorio de Berea y de allí a Estrepsa351, y, tras hacer una intentona contra la plaza sin conseguir tomarla, marcharon por tierra contra Potidea, con tres mil hoplitas propios, además de muchos aliados y de seiscientos jinetes de los macedonios, conducidos por Filipo y Pausanias352; simultáneamente setenta naves bordeaban la costa. [5] Avanzaron despacio y al tercer día llegaron a Gigono353 y acamparon354.
62-63. La Batalla de Potidea
Los potideatas y los peloponesios de Aristeo, en espera de los atenienses, estaban acampados en el istmo por la parte que mira a Olinto, y habían puesto un mercado en las afueras de la ciudad355. [2] Los aliados habían elegido General de toda la infantería a Aristeo, y de la caballería a Perdicas, que se había apresurado a abandonar de nuevo a los atenienses356 y combatía al lado de los potideatas, después de haber puesto a Yolao357 en su lugar al frente de Macedonia. [3] El Plan de Aristeo era mantener su propio ejército en el Istmo para vigilar a los atenienses, por si atacaban, mientras que los calcideos, los aliados de fuera del istmo358 y los doscientos jinetes de Perdicas permanecerían en Olinto; y cuando los atenienses avanzasen contra él, las fuerzas de Olinto acudirían en su auxilio por la espalda y encerrarían al enemigo en medio de los dos ejércitos359. [4] Pero, a su vez, Calías, el estratego de los atenienses, y sus colegas enviaron hacia Olinto a la caballería macedonia360 y a un pequeño número de aliados para impedir a los de allí que acudieran en auxilio de Aristeo, mientras que ellos levantaron el campamento y se dirigieron contra Potidea. [5] Y cuando se aproximaron al Istmo y vieron que sus adversarios se preparaban para la batalla, también ellos se situaron enfrente en formación de combate, y no mucho después entablaron la lucha. [6] La misma ala de Aristeo y las tropas de élite de Corinto y de otras ciudades que estaban en torno a él pusieron en fuga al ala que estaba enfrente y recorrieron largo trecho persiguiéndola; pero el resto del ejército de los potideatas y peloponesios fue derrotado por los atenienses361 y se refugió detrás de las murallas.
Al volver Aristeo de la persecución, cuando vio que el resto del ejército había sido derrotado, estuvo en duda respecto al camino que se arriesgaría a tomar362, si el del lado de Olinto o el que conducía a Potidea; decidió, finalmente, reunir a sus hombres en una formación lo más compacta posible y a la carrera abrirse paso hasta entrar en Potidea, y consiguió pasar por el rompeolas363 de la muralla a través del mar, hostigado por los proyectiles y con dificultades, perdiendo unos pocos hombres, pero salvando a la mayor parte. [2] Las tropas que, partiendo de Olinto, debían auxiliar a los potideatas (la ciudad dista unos sesenta estadios364 y es visible desde Olinto)365, cuando comenzó la batalla y las señales fueron alzadas366, avanzaron un trecho con la intención de acudir a prestar su ayuda, y la caballería macedonia se situó enfrente para impedírselo; pero una vez que se produjo enseguida la victoria de los atenienses y que las señales fueron bajadas, se retiraron detrás de las murallas, y los macedonios se reunieron con los atenienses; y la caballería no entró en combate367 en ninguno de los dos bandos. [3] Después de la batalla los atenienses levantaron un trofeo y, en virtud de una tregua, devolvieron a los potideatas sus muertos; murieron poco menos de trescientos hombres de los potideatas y sus aliados, y de los atenienses ciento cincuenta368, entre los que estaba el estratego Calías.
64-66. Asedio de Potidea
Acto seguido, los atenienses construyeron un muro de bloqueo frente a la muralla de la ciudad por el lado del Istmo369 y montaron la guardia; pero la parte que mira a Palene370 no fue bloqueada, pues no se consideraban bastante fuertes para mantener la guardia en el Istmo y, a la vez, pasar a Palene para construir otro muro; temían que, al dividir sus fuerzas, los potideatas y sus aliados los atacasen. [2] Luego, cuando supieron en Atenas que Palene no tenía muro de bloqueo, enviaron mil seiscientos hoplitas atenienses a las órdenes de Formión371, hijo de Asopio; éste llegó a Palene y, partiendo de Afitis372, condujo su ejército contra Potidea, avanzando lentamente a la vez que arrasaba el territorio; [3] y como nadie salía a presentar batalla, construyó un muro frente a la muralla del lado de Palene. Así, Potidea ya estaba fuertemente sitiada por ambos lados y por la parte del mar, gracias al bloqueo conjunto de las naves.
Aristeo, con la ciudad bloqueada y sin ninguna esperanza de salvación, a no ser que contra toda previsión viniera algún auxilio del Peloponeso o cualquier otra ayuda, propuso que todos los defensores, salvo quinientos, aguardaran un viento favorable y se hicieran a la vela, a fin de que los víveres duraran más tiempo373, y él mismo se ofrecía para ser uno de los que se quedasen; pero como no consiguió convencerlos, queriendo buscar las salidas que todavía quedaban y con la intención de que los asuntos del exterior estuvieran dispuestos de la manera más favorable, se escapó por mar burlando la vigilancia de los atenienses. [2] Permaneció entre los calcideos y, además de colaborar en otras acciones de guerra, mató a muchos sermilios tendiéndoles una emboscada junto a su ciudad374; y negoció en el Peloponeso la forma en que podría obtener alguna ayuda. [3] Formión, por su parte, después de finalizar los muros de bloqueo de Potidea375, se puso a devastar la Calcídica376 y la Botica377 con sus mil seiscientos hoplitas, y tomó algunas plazas378.
De esta forma los atenienses y los peloponesios se encontraron con nuevos motivos de enfrentamiento: los corintios los tenían porque los atenienses estaban sitiando Potidea, que era colonia suya, con corintios y peloponesios dentro de ella, y los atenienses con respecto a los peloponesios, porque éstos habían instigado la sublevación de una ciudad que era su aliada y les pagaba tributo, y porque habían ido allí y habían combatido abiertamente contra ellos al lado de los potideatas. La verdadera guerra, sin embargo, todavía no había estallado, sino que aún seguía vigente la tregua, pues los corintios habían actuado por su cuenta379.
67-88. El debate de Esparta
- El asedio de Potidea mantenía en movimiento a los corintios, porque allí estaban encerradas sus tropas y también porque temían por la plaza. Sin demora, convocaron a los aliados380 a Esparta y, una vez allí, cubrieron de improperios a los atenienses acusándolos de haber roto el tratado y de cometer agresión contra el Peloponeso. [2] Los eginetas, por miedo a los atenienses381, no enviaron embajadores abiertamente, sino en secreto, y se distinguieron, juntamente con los corintios, por su incitación a la guerra, alegando que no eran autónomos de acuerdo con lo estipulado en el tratado381. [3] Los lacedemonios también citaron a quien quisiera de sus aliados que declarara haber sufrido algún otro daño de parte de los atenienses y, reuniendo su asamblea ordinaria, les invitaron a hablar. [4] Otros varios tomaron la palabra y cada uno expuso sus propias acusaciones, y sobresalió la intervención de los megareos que, entre otros considerables motivos de discordia, destacaron el hecho de que, en contra del tratado, se les impedía el acceso a los puertos del Imperio ateniense y al mercado ático383. [5] Finalmente tomaron la palabra los corintios, después de dejar que los otros enardecieran primero los ánimos de los lacedemonios, y hablaron de este modo:
68-72. Discurso de los corintios
«La buena fe que preside vuestras relaciones interiores, tanto públicas como privadas, os hace, lacedemonios, más incrédulos respecto a los de fuera cuando formulamos alguna acusación384; y si por un lado probáis vuestro buen sentido, en los asuntos exteriores adolecéis más bien de falta de agudeza385. [2] Muchas veces, en efecto, os hemos advertido sobre los daños que iban a ocasionarnos los atenienses, pero vosotros nunca habéis prestado atención a nuestras informaciones; preferíais sospechar de quienes formulaban la acusación suponiendo que os hablaban movidos por sus intereses particulares; y por esta razón, no antes de sufrir daños, sino cuando ya estamos ante hechos consumados, habéis convocado a los aliados aquí presentes, entre los que nos corresponde a nosotros más que a nadie tomar la palabra, tanto más cuanto tenemos los motivos de queja más graves, puesto que los atenienses nos injurian y vosotros nos abandonáis. [3] Si los atenienses cometieran sus agresiones contra Grecia de alguna forma encubierta, sería preciso que se os diera información como a gente que no está al corriente; pero ahora, ¿qué necesidad hay de largos discursos cuando veis que a unos386 los tienen sometidos y que tienden asechanzas contra otros387, principalmente contra nuestros aliados, y que están preparados desde hace mucho tiempo por si se da el caso de que han de entrar en guerra? [4] Si no fuese así, no nos habrían robado Corcira ni la retendrían contra nuestra voluntad, ni estarían asediando Potidea. De ellas, ésta es la plaza mejor situada para utilizarla como base de operaciones en la costa de Tracia, y aquélla habría proporcionado a los peloponesios la flota más importante.
Y de esta situación vosotros sois los responsables, al haberles permitido primero fortificar su ciudad388 después de las Guerras Médicas, y construir luego los Muros Largos389; vosotros, que hasta hoy siempre habéis ido defraudando de su libertad no sólo a las víctimas de su opresión sino también a vuestros aliados, pues no es el opresor el auténtico responsable de la opresión, sino el que, pudiendo evitarla, se desentiende, incluso si goza de una fama de virtud como libertador de Grecia390. [2] A duras penas hemos conseguido ahora reunirnos, pero ni siquiera ahora tenemos objetivos claros. Pues ya no deberíamos considerar si sufrimos injusticia, sino de qué modo nos defenderemos, porque quienes, tras tomar una decisión, pasan a la acción se dirigen sin vacilar contra aquellos que todavía no se han determinado391. [3] Conocemos el camino por el que marchan los atenienses y sabemos que avanzan contra sus vecinos paso a paso. Ahora, mientras se creen inadvertidos debido a vuestra falta de perspicacia, muestran menos audacia, pero cuando sepan que vosotros estáis enterados y que no prestáis ninguna atención, presionarán con fuerza. [4] Vosotros, lacedemonios, sois los únicos griegos que no os movilizáis; os defendéis de los ataques, no con vuestras fuerzas, sino con intenciones392; y sois los únicos que no cortáis el crecimiento de vuestros enemigos cuando comienza, sino cuando se duplica393. [5] ¡Y pensar que se os consideraba seguros! Vuestra fama, sin duda, era superior a la realidad. Bien sabemos que el Medo394 pudo llegar desde los confines de la tierra hasta el Peloponeso antes que vosotros le salierais convenientemente al encuentro; y ahora no prestáis atención a los atenienses, que no están lejos, como aquél, sino cerca, y en lugar de atacarlos vosotros preferís defenderos de su ataque y poneros en manos de la fortuna luchando contra enemigos que serán mucho más poderosos; y eso sabiendo que los bárbaros han sido responsables casi siempre de sus propias derrotas395, y que frente a los mismos atenienses nosotros396 ya hemos tenido no pocos éxitos más por sus errores que por vuestra ayuda397; pues es evidente que las esperanzas puestas en vosotros ya han sido causa de la ruina de algunos que por confiar estaban desprevenidos398. Y que ninguno de vosotros crea que decimos esto por enemistad, sino como reproche, pues el reproche se dirige a los amigos que se equivocan, y la acusación a los enemigos culpables de injusticia399.
Además, si alguien tiene derecho a dirigir su crítica contra otros, pensamos que somos nosotros, sobre todo cuando están en juego grandes intereses de cuya importancia, por lo que parece, no os dais cuenta, como tampoco parece que hayáis reflexionado nunca sobre cómo son los atenienses, contra los cuales sostendréis la lucha, ni sobre cuán absolutamente diferentes son de vosotros. [2] Ellos son innovadores400, resueltos en la concepción y ejecución de sus proyectos401; vosotros tendéis a dejar las cosas como están, a no decidir nada y a no llevar a cabo ni siquiera lo necesario402. [3] Además, ellos son audaces hasta más allá de sus fuerzas, arriesgados por encima de toda reflexión, y esperanzados403 en medio de los peligros; lo vuestro, en cambio, es actuar por debajo de vuestras fuerzas, desconfiar de la seguridad de vuestras reflexiones, y pensar que nunca os veréis libres de peligros. [4] Ellos son decididos y vosotros vacilantes, y son aficionados a salir de su país, mientras que vosotros estáis apegados a la tierra: ellos creen que con su ausencia pueden lograr alguna ganancia, y vosotros que con una expedición perderíais incluso lo que ya tenéis. [5] Cuando vencen al enemigo, avanzan lo más posible; vencidos, son los que menos retroceden. [6] Y entregan sus cuerpos al servicio de su patria como si no fueran suyos, mientras que disponen de la absoluta propiedad de su mente404, también para actuar en su servicio. [7] Si no alcanzan el objetivo previsto, piensan que han perdido algo propio, pero cuando en una expedición consiguen la propiedad de algún territorio, lo consideran un pequeño logro en comparación con lo que esperan obtener en el futuro; y si fracasan en alguna tentativa, compensan su frustración con nuevas esperanzas, pues son los únicos para quienes tener y esperar lo que se han propuesto es la misma cosa gracias a la rapidez con que ejecutan sus proyectos. [8] En todo este quehacer se afanan durante toda su vida en medio de dificultades y peligros, y disfrutan muy poco de lo que tienen debido a que siempre siguen adquiriendo405 y a que consideran que no hay otra fiesta406 que la del cumplimiento del deber, y que una tranquilidad ociosa es mayor adversidad que una actividad en medio de dificultades407. En consecuencia, si alguien dijera resumiendo que han nacido para no tener tranquilidad ellos mismos y para no dejar que los otros la tengan, diría la verdad.
Enfrente de una ciudad como ésta, vosotros, lacedemonios, seguís vacilando sin pensar que la tranquilidad es más duradera para aquellos hombres que practican la justicia ocupándose de su armamento, y que, con su actitud, dejan claro que, si sufren una agresión, no la tolerarán; vuestro ejercicio de la justicia, por el contrario, se basa en el principio de no lesionar a los otros y no sufrir ningún daño permaneciendo a la defensiva. [2] Este objetivo apenas lo alcanzaríais si vivierais cerca de una ciudad semejante a la vuestra; pero en la situación presente, como os acabamos de demostrar, vuestra política resulta anticuada en comparación con la suya. [3] Y necesariamente, al igual que pasa en las técnicas, las novedades siempre se imponen408. Para una ciudad que vive tranquila409, lo mejor es la estabilidad de las costumbres410, pero a quienes se ven forzados a enfrentarse a muchas situaciones les hace falta también mucha imaginación. Ésta es la razón por la que la política de los atenienses, debido a su extensa experiencia, se ha modernizado mucho más que la vuestra. [4] Termine, pues, aquí mismo vuestra lentitud; ayudad ahora a los potideatas y a los demás, como prometisteis411; invadid el Ática enseguida a fin de no dejar en manos de sus peores enemigos a hombres que son amigos y parientes vuestros, y de no obligarnos a nosotros, los demás pueblos, a volvernos, en nuestro descorazonamiento, hacia cualquier otra alianza412. [5] Si tal hiciéramos, no cometeríamos ninguna injusticia ni ante los dioses testigos de nuestros juramentos, ni ante los hombres conscientes de la situación; pues no rompen un tratado413 quienes se pasan a otros debido a su indefensión, sino quienes no prestan ayuda a los aliados a los que han jurado defender. [6] Pero si estáis dispuestos a ser animosos, nosotros permaneceremos, pues, si cambiáramos, no actuaríamos de acuerdo con las leyes divinas, ni podríamos encontrar otros aliados más afines. [7] Meditad bien sobre esto y procurad que el Peloponeso414 no sea, bajo vuestra hegemonía, menos importante que el que os dejaron vuestros padres. »
Así hablaron los corintios. Una embajada ateniense se encontraba precisamente en Esparta desde hacía unos días para discutir otros asuntos, y cuando se enteraron de los discursos, resolvieron que debían presentarse ante la asamblea de los lacedemonios y, sin pretender defenderse de ninguna de las acusaciones que formulaban las ciudades, hacer ver que no les convenía una deliberación apresurada sobre la cuestión en su conjunto, sino que debían examinarla más detalladamente. Querían, al mismo tiempo, destacar la importancia del poderío de su ciudad, y recordar a los viejos lo que ya sabían e informar a los jóvenes sobre hechos que no habían vivido415; pensaban que gracias a sus palabras se inclinarían a la paz más que a la guerra. Se personaron, pues, ante los lacedemonios y les dijeron que ellos también querían dirigir la palabra a su asamblea, si no había ningún inconveniente. Aquéllos les invitaron a comparecer y los atenienses se presentaron y dijeron lo siguiente:
73-79. Discurso de los atenienses
«La misión de nuestra embajada no era el debate con vuestros aliados, sino la negociación para la que nuestra ciudad nos envió; pero al enterarnos de que un considerable clamor se había levantado contra nosotros, nos hemos presentado, no para replicar a las acusaciones de las ciudades (puesto que vosotros no sois los jueces ante quienes nuestros alegatos y los suyos pueden ser expuestos), sino para evitar que, fácilmente convencidos por vuestros aliados en cuestiones trascendentales, toméis una decisión menos acertada. Queremos, además, dejar claro, a propósito de toda la cuestión suscitada respecto a nosotros, que no tenemos nuestras posesiones indebidamente; y que nuestra ciudad es digna de consideración. [2] ¿Para qué hablar de hechos muy antiguos, atestiguados por los relatos a los que se presta oído más que por la vista del auditorio? En cambio, de las Guerras Médicas y de hechos que vosotros mismos conocéis, aunque pueda resultar un tanto enojoso que los aduzcamos siempre como argumento, es preciso que hablemos. Pues lo cierto es que, en el curso de aquellas acciones, se corrió un riesgo para prestar un servicio, y si vosotros participasteis de los efectos de ese servicio, nosotros no debemos ser privados de toda posibilidad de hablar de ello, si nos resulta útil. [3] Nuestro discurso no será tanto un discurso de justificación como de testimonio y de aclaración, para que os deis cuenta de contra qué ciudad tendrá lugar la contienda si no deliberáis bien. [4] Afirmamos, ciertamente, que en Maratón nosotros solos afrontamos el peligro ante los bárbaros416, y que cuando más tarde volvieron, al no poder defendernos por tierra, nos embarcamos con todo el pueblo en las naves417 y participamos en la batalla de Salamina; esto fue; precisamente, lo que impidió que aquéllos atacaran por mar y saquearan, ciudad tras ciudad, el Peloponeso, pues no hubiera sido posible una ayuda mutua contra tantas naves418. [5] Y la mayor prueba de esto la dieron los mismos bárbaros: al ser vencidos por mar, consideraron que sus fuerzas ya no eran iguales y se retiraron a toda prisa con el grueso de su ejército419.
Así fue, sin duda, cómo ocurrieron estos hechos, en los que se demostró claramente que la suerte de los griegos dependía de las naves; y nosotros contribuimos a ello con los tres factores más útiles: el mayor número de naves, el general más inteligente y el ardor más decidido: las naves, en poco menos de las dos terceras partes de un total de cuatrocientas420, Temístocles421 como jefe, que fue el principal artífice de que la batalla naval se librara en el estrecho (lo que, sin duda alguna, salvó la situación), y precisamente por esta razón vosotros mismos lo honrasteis más que a cualquier otro extranjero que os haya visitado422; [2] y en cuanto al ardor, el más audaz con mucha diferencia lo mostramos nosotros, que, cuando nadie acudía en nuestra ayuda por tierra, estando ya sometidos los otros pueblos hasta nuestra frontera, nos consideramos en el deber de abandonar nuestra ciudad y entregar nuestros bienes a la ruina, y no traicionar, en aquellas circunstancias, la causa de los aliados que quedaban ni resultar inútiles dispersándonos, sino embarcarnos423 y afrontar el peligro sin irritarnos porque no nos hubierais ayudado antes. [3] Afirmamos, por tanto, que el servicio que os prestamos no fue menor que el que nosotros recibimos. Vosotros, en efecto, desde ciudades habitadas, y para poder seguir habitándolas en el futuro, acudisteis en nuestra ayuda una vez que empezasteis a temer por vosotros mismos más que por nosotros (lo cierto es que, cuando todavía estábamos indemnes, no comparecisteis); nosotros, en cambio, partimos de una ciudad que ya no lo era, y afrontando el peligro por ella cuando sus esperanzas eran exiguas, contribuimos a vuestra salvación salvándonos a nosotros mismos. [4] Pero si nosotros hubiésemos comenzado por pasarnos al Medo, temiendo, como hicieron otros424, por nuestro país, o si, después, por considerarnos perdidos, no nos hubiésemos atrevido a embarcarnos en las naves, ya no hubiera servido de nada que vosotros, sin tener naves suficientes, hubierais entablado una batalla naval, sino que la situación hubiera evolucionado tranquilamente según los deseos del Medo.
¿Acaso no merecemos, lacedemonios, en atención al ardor de entonces y a la inteligencia de nuestra decisión, que no se nos mire por parte de los griegos con un resentimiento tan excesivo por el imperio que poseemos? [2] En realidad, este imperio no lo hemos de agradecer a la fuerza, sino a que vosotros no quisisteis proseguir425 la lucha contra los restos del ejército bárbaro, y a que los aliados acudieron a nosotros y libremente nos pidieron que tomáramos el mando426. Y por el mismo ejercicio del mando nos vimos obligados desde un principio a llevar el imperio a la situación actual, primero por temor427, luego por honor, y finalmente por interés428; y una vez que ya éramos odiados por la mayoría, y que algunos ya habían sido sometidos después de haberse sublevado429, y que vosotros ya no erais nuestros amigos como antes, sino que os mostrabais suspicaces y hostiles430, no parecía seguro correr el riesgo de aflojar (pues, indudablemente, se hubieran producido sublevaciones para pasarse a vosotros). [5] Disponer bien de los propios intereses cuando uno se enfrenta a los mayores peligros no puede provocar el resentimiento de nadie.
En todo caso, vosotros mismos, lacedemonios, ejercéis vuestra hegemonía sobre las ciudades del Peloponeso431 dirigiendo su política de acuerdo con vuestros intereses432; y si entonces, prosiguiendo hasta el fin, hubierais suscitado odios en el ejercicio de vuestra hegemonía, como en nuestro caso, estamos convencidos de que vosotros no hubierais sido para los aliados menos molestos que nosotros y de que os hubierais visto obligados o a ejercer el mando con firmeza o a poneros en peligro vosotros mismos. [2] Así, pues, nosotros no hemos hecho nada extraordinario ni ajeno a la naturaleza humana si hemos aceptado un imperio que se nos entregaba y no hemos renunciado a él, sometiéndonos a los tres motivos más poderosos: el honor, el temor y el interés433; por otra parte, tampoco hemos sido los primeros en tomar una iniciativa semejante, sino que siempre ha prevalecido la ley de que el más débil sea oprimido por el más fuerte434; creemos, además, que somos dignos de este imperio, y a vosotros así os lo parecíamos hasta que ahora, calculando vuestros intereses, os ponéis a invocar razones de justicia, razones que nunca ha puesto por delante nadie que pudiera conseguir algo por la fuerza para dejar de acrecentar sus posesiones. [5] Y son dignos de elogio quienes, aun obedeciendo a la humana naturaleza de dominar sobre otros, son más justos de lo que corresponde al poder que está en sus manos. [6] En todo caso, creemos que si otros ocuparan nuestro sitio, harían ver perfectamente lo moderados que somos; sin embargo, por esta misma moderación nos han tocado, contra toda razón, más críticas que elogios. 77. En efecto, nosotros, que nos amoldamos en los procesos dependientes de acuerdos435 con nuestros aliados y que en nuestros tribunales de Atenas vemos los pleitos de acuerdo con leyes comunes436, tenemos fama de picapleitos437. [2] Y nadie se pregunta por qué no se hace este mismo reproche a los que tienen un imperio en cualquier otra parte y son menos moderados que nosotros con sus súbditos; la razón es que quien puede utilizar la fuerza no tiene ninguna necesidad de acudir a pleitos. [3] Nuestros aliados, en cambio, habituados a tratar con nosotros de igual a igual, si, a causa de una decisión o de una medida de fuerza tomadas en el ejercicio de nuestro imperio, sufren, en contra de su idea de lo que es debido, alguna desventaja, por pequeña que sea, no sienten gratitud por no ser privados de la mayor parte de sus derechos, sino que están más disgustados por aquello que les falta que si desde un principio, desembarazándonos de la ley, hubiésemos ido abiertamente en pos de la ventaja. En tal caso ni siquiera ellos se hubieran opuesto con la pretensión de que el más débil no debe ceder ante el más fuerte. [4] Los hombres, al parecer, se irritan más cuando son tratados con injusticia que cuando son víctimas de la violencia, pues lo primero les parece el fraude de un igual, y lo segundo la imposición de un superior. [5] Lo cierto es que el trato del Medo fue peor, y lo soportaron438; pero nuestro imperio les parece duro, y es natural: el presente es siempre insoportable para los súbditos. [6] En todo caso, si vosotros nos vencierais y tomarais la dirección del imperio, rápidamente perderíais la simpatía que os habéis atraído gracias al miedo que nosotros inspiramos, si es que ahora seguís pensando de la misma forma que dejasteis ver durante el breve período en que tuvisteis el mando contra el Medo439 . Pues las costumbres que tenéis en vuestro país os aíslan de los otros440, y, además, cada vez que uno de vosotros sale del país no sigue ni estas costumbres ni las del resto de Grecia.
Deliberad, pues, con calma, pues no se trata de una cuestión sin importancia; y, por hacer caso de opiniones y de quejas ajenas, no os impongáis una responsabilidad que será vuestra. Todo lo que una guerra tiene de incalculable consideradlo previamente, antes de entrar en ella; [2] pues, cuando se prolonga, tiende por lo general a evolucionar según las vicisitudes de la fortuna, de las que nos encontramos a igual distancia, y se afronta el riesgo en la ignorancia de por cuál de los dos bandos se decidirá la suerte. [3] Cuando los hombres entran en guerra, comienzan por la acción, lo que debería ser su último recurso, pero cuando se encuentran con la desgracia, entonces ya recurren a las palabras. [4] Nosotros, sin embargo, dado que nunca hemos caído en este error y que vemos que lo mismo os ocurre a vosotros, os exhortamos, en tanto que una decisión prudente todavía se ofrece a la libre elección de ambos, a no romper el tratado y a no violar los juramentos, y a resolver las diferencias por medio de un arbitraje, de acuerdo con lo estipulado en el tratado; si no, invocaremos el testimonio de los dioses protectores de los juramentos e intentaremos rechazar a los agresores siguiendo el camino por el que nos habréis guiado. »
Así hablaron los atenienses. Cuando los lacedemonios hubieron escuchado las acusaciones de sus aliados contra los atenienses y lo que dijeron los atenienses, los hicieron salir a todos y se pusieron a deliberar ellos solos sobrela situación. [2] Las opiniones de la mayoría coincidían: los atenienses ya eran culpables y se debía entrar en guerra cuanto antes; pero Arquidamo441, el rey de los lacedemonios, que tenía fama de hombre inteligente y sensato, se adelantó y les habló de este modo:
80-85. Discurso de Arquidamo
«Yo mismo, lacedemonios, ya tengo experiencia de muchas guerras442, y veo entre vosotros a algunos que son de mi misma edad, razón suficiente para no desear la guerra por inexperiencia443, como podría ocurrir a la mayoría, o por considerarla buena y segura. [2] Descubriríais que ésta sobre la que ahora deliberáis no sería de poca importancia, si se procediera a un cálculo sensato sobre ella. [3] Frente a peloponesios y a los pueblos vecinos444, nuestra fuerza es muy semejante445, y podemos llegar rápidamente a cualquier objetivo; pero contra unos hombres cuyo país está lejos446, y que, además, son expertísimos marinos y están muy bien provistos de todo lo demás —riqueza privada y pública447, naves, caballos, armas y una población numerosa como no se encuentra en ningún otro lugar de Grecia—, y que, por si fuera poco, cuentan con muchos aliados sujetos a tributo, ¿cómo se puede emprender una guerra a la ligera contra hombres como éstos y en qué hay que confiar para precipitarse sin estar preparados? [4] ¿En la flota? Pero somos inferiores; y si hemos de adiestrarnos y equiparnos contra ellos, será necesario tiempo. ¿En el dinero, tal vez?448. En esto todavía nos quedamos mucho más atrás, y no lo tenemos en el tesoro público ni estamos en condiciones de obtenerlo fácilmente de los recursos privados449.
Tal vez alguno confiará en que les superamos en armamento450 y en efectivos, hasta el punto de poder invadir su territorio y devastarlo451. [2] Pero tienen otras muchas tierras bajo su dominio, e importarán por mar lo que necesiten452. [3] Y si intentamos, además, que sus aliados se subleven, será preciso prestarles ayuda con una flota al ser isleños en su mayoría. [4] ¿Qué guerra será entonces la nuestra? Porque si no los vencemos por mar o les cortamos los ingresos con los que mantienen su flota, apenas haremos otra cosa que sufrir daños. [5] Y en esta situación ni hacer la paz será ya honroso, sobre todo si parece que nosotros hemos sido los responsables del conflicto. [6] No nos dejemos, pues, llevar por la esperanza de que la guerra acabará rápidamente si arrasamos su territorio. Temo más bien que la dejemos a nuestros hijos en herencia: tan probable es que los atenienses, con su orgullo, no quieran ser esclavos de sus tierras453 ni sientan el espanto de la guerra como si fueran inexpertos.
No es que os exhorte a permitir insensiblemente que ellos hagan daño a nuestros aliados y a no descubrir sus manejos; lo que os pido es que no toméis todavía las armas y que enviéis embajadores a exponer nuestras quejas, sin demasiadas alusiones a la guerra pero sin concesiones, y que, entretanto, nos ocupemos de nuestros preparativos acudiendo a la captación de aliados, tanto griegos como bárbaros, con tal de poder conseguir de donde sea un aumento de nuestra potencia naval o económica (y no es censurable que aquellos que son objeto de las asechanzas de los atenienses, como ahora es nuestro caso, se salven captándose la alianza no sólo de griegos sino también de bárbaros)454; y todo ello sin descuidarnos de nuestros propios recursos. [2] Y si atienden a nuestros embajadores, mucho mejor; pero si no, transcurridos dos o tres años, cuando ya contemos con mejores defensas, marcharemos contra ellos, si os parece. [3] Y tal vez entonces, cuando vean nuestros preparativos y nuestras palabras en consonancia con ellos, estarán más dispuestos a ceder, al tener su territorio todavía intacto y deliberar sobre unos bienes todavía enteros y no en ruinas. [4] Pensad que sus tierras son para vosotros lo mismo que si tuvierais rehenes, y que son más valiosas cuanto mejor cultivadas estén; es preciso que las respetéis el mayor tiempo posible, y que no hagáis a los atenienses más difíciles de vencer por haberlos empujado a la desesperación. [5] Pues si nosotros, impulsados por las quejas de nuestros aliados, arrasamos sus tierras sin estar preparados, mirad que no nos coloquemos en una situación más vergonzosa y difícil para el Peloponeso455. [6] Es posible, en efecto, encontrar solución a las quejas de ciudades y de particulares; pero cuando, por motivos particulares456, se emprende colectivamente una guerra que no se puede saber cómo evolucionará, no resulta fácil encontrar un final honroso.
Y que no le parezca a nadie una cobardía el que siendo muchos no ataquemos rápidamente a una sola ciudad. [2] Pues ellos también tienen aliados en número no inferior, que les pagan tributo, y la guerra, sobre todo para continentales que se enfrentan a gentes de mar, no es tanto cuestión de armas como de dinero, gracias al cual las armas son útiles. [3] Empecemos, por tanto, por procurarnos dinero, antes de dejarnos arrastrar por los discursos de nuestros aliados; y puesto que somos nosotros quienes cargaremos con la mayor parte de la responsabilidad de los acontecimientos, en uno u otro sentido, también nos coresponde a nosotros efectuar alguna previsión sobre ellos con tranquilidad.
Respecto a la lentitud y a las vacilaciones, que tanto nos reprochan457, no os avergoncéis. Pues si os apresuráis, acabaréis la guerra más lentamente por haberla emprendido sin estar preparados; y, además, vivimos en una ciudad que siempre ha sido libre y muy gloriosa458. Y esto que nos reprochan puede ser muy bien prudencia consciente. [2] Gracias a ella somos los únicos que en los éxitos no nos excedemos y en las desgracias cedemos menos que otros; y no nos dejamos arrastrar por el placer de los elogios si con ellos nos incitan a aventuras en contra de nuestro parecer; y si alguien nos provoca con acusaciones, no somos más fáciles de persuadir porque se nos haya importunado. [3] Somos valerosos en la guerra y prudentes en las decisiones gracias a la moderación de nuestra conducta459; lo primero, porque el sentimiento del honor está muy ligado a la moderación, y de este sentimiento de vergüenza ante el deshonor arranca el valor460; y somos prudentes en las decisiones porque hemos sido educados con demasiada sencillez para poder sentir desprecio por las leyes, y con una moderación tan unida al rigor que no podemos dejar de escucharlas; y no censuramos con hermosas palabras461, en una manifestación de exceso de inteligencia sin ninguna utilidad, los preparativos de los enemigos para después no responder del mismo modo con los hechos, sino que pensamos que la inteligencia de los otros es parecida a la nuestra, y que las vicisitudes de la fortuna462 no están determinadas por la razón. [4] En nuestros preparativos siempre contamos con que nuestros adversarios deciden con prudencia; y así no hemos de basar nuestras esperanzas en los posibles errores de aquéllos, sino en la seguridad de nuestras propias previsiones; y no hay que pensar que existe mucha diferencia entre un hombre y otro hombre463, sino que es más fuerte quien está educado en medio de las más duras dificultades.
No abandonemos, pues, estas costumbres que nuestros padres nos dejaron y que nosotros hemos mantenido siempre con provecho, y no tomemos con prisas, en una breve fracción de día, una decisión que afecta a muchas vidas, bienes, ciudades y reputaciones; decidamos con calma. Podemos hacerlo más que otros gracias a nuestra fuerza. [2] Enviad una embajada a los atenienses para tratar el asunto de Potidea, enviadla también para el asunto de las injusticias que dicen haber sufrido nuestros aliados, tanto más que los atenienses están dispuestos a someterse a un arbitraje464; y cuando uno se somete a juicio, no es justo que se comience por marchar contra él como si fuera culpable. Al mismo tiempo preparad la guerra. Una decisión en este sentido será, sin duda, la mejor, y la que más intimidará a nuestros adversarios. » [3] Así fue el discurso de Arquidamo. Se adelantó finalmente Estenelaidas465, que era entonces uno de los éforos466, y habló a los lacedemonios de esta manera:
86. Discurso de Estenelaidas
- «No llego a entender los largos discursos de los atenienses; se han alabado largamente a sí mismos, pero en ninguna parte han replicado que ellos no cometen injusticias contra nuestros aliados y contra el Peloponeso. Sin embargo, si entonces frente a los Medos su actuación fue buena, y ahora respecto a nosotros es mala, son merecedores de un castigo doble, porque de buenos han pasado a ser malos467. [2] Nosotros, entonces y ahora, somos los mismos, y no toleraremos, si somos sensatos, que nuestros aliados sean víctimas de la injusticia, ni aplazaremos nuestra venganza, puesto que los males que ellos sufren de ningún modo se aplazan. [3] Otros tienen, en efecto, muchas riquezas, naves y caballos468, pero nosotros contamos con unos buenos aliados, que no deben ser entregados a los atenienses, y no hay que evaluar con juicios y palabras los daños que no hemos sufrido de palabra, sino que es preciso tomar venganza rápidamente y con todas nuestras fuerzas. [4] Y que nadie nos explique, cuando somos víctimas de sus injusticias, que nos conviene deliberar469; es más conveniente que deliberen largo tiempo quienes van a cometer la injusticia. [5] Votad pues, lacedemonios, la guerra, en una votación digna de Esparta; no permitáis que los atenienses se engrandezcan, y no traicionemos a nuestros aliados; por el contrario, con la ayuda de los dioses, marchemos contra los culpables470.
87. El tratado ha sido violado
- Después de hablar así, él mismo, como éforo que era, sometió el asunto a la votación de la asamblea de los lacedemonios. [2] Afirmó luego (dado que toman las decisiones por aclamación y no mediante escrutinio)471 que no podía distinguir cuál de las dos aclamaciones era la más fuerte; quería incitarles más a la guerra, al tener que manifestar claramente su opinión, y les dijo: «Aquellos de vosotros, lacedemonios, que piensen que el tratado ha sido violado y que los atenienses son culpables, que se levanten y se sitúen en aquel lado», —y les señaló un lugar determinado- «y los que piensen lo contrario en el otro lado». [3] Procedieron a levantarse y se dirigieron a uno u otro lado, y fueron muchos más los que pensaban que el tratado había sido violado. [4] Llamaron entonces a sus aliados y les dijeron que en su opinión los atenienses eran culpables, pero que querían convocar una asamblea de todos los aliados472 y someter la cuestión a votación, a fin de tomar en común la decisión de emprender la guerra, si eran de esta opinión. [5] Después de llegar a este resultado, los aliados regresaron a su patria, y también lo hicieron los embajadores de los atenienses, una vez que hubieron negociado los asuntos que habían motivado su viaje. [6] Esta decisión de la asamblea, de que el tratado había sido violado, fue tomada en el año catorce473 desde el comienzo de la tregua de treinta años que se había acordado después de los sucesos de Eubea474.
88. El miedo de Esparta al poderío de Atenas. La verdadera causa
- Los lacedemonios votaron que el tratado había sido violado y que se debía hacer la guerra, no tanto La verdadera causa porque hubieran sido persuadidos por los discursos de sus aliados como porque temían que los atenienses se hicieran más poderosos475, al ver que la mayor parte de Grecia estaba ya bajo su dominio.
89-118. La «Pentecontecia». Historia de Atenas después de las Guerras Médicas. Formación del Imperio ateniense
- Los atenienses llegaron a esta situación de crecimiento del modo siguiente476. [2] Después que los medos se retiraron de Europa, vencidos por mar y por tierra por los griegos, y que el resto de sus fuerzas, que se habían refugiado con las naves en Mícale, fueron derrotadas477, Leotíquidas478, el rey de los lacedemonios, que mandaba a los griegos en Mícale, regresó a su patria con los aliados del Peloponeso479. Pero los atenienses y los aliados de Jonia y del Helesponto, que ya se habían sublevado contra el Rey480, permanecieron y pusieron sitio a Sesto481, que estaba en poder de los medos; y después de pasar el invierno, la tomaron482 al abandonarla los bárbaros; luego partieron del Helesponto hacia sus ciudades respectivas. [3] Por su parte, el pueblo de Atenas483, tan pronto como los bárbaros se hubieron retirado de su tierra484, fue a buscar de los lugares485 donde los había puesto a salvo a niños y mujeres y los enseres que quedaban, y se dispuso a reconstruir la ciudad y las murallas. Sólo estaban en pie pequeños trozos del recinto fortificado, y la mayor parte de las casas estaban en ruinas; quedaban unas pocas, aquellas en las que se habían alojado los dignatarios persas486.
90-93. La reconstrucción de las murallas de Atenas. Actuación de Temístocles
Los lacedemonios, al enterarse de lo que se preparaba, fueron a Atenas en embajada, en parte porque ellos mismos hubieran visto con mayor agrado que ni los atenienses ni ningún otro pueblo tuvieran murallas, pero principalmente porque sus aliados los incitaban por su temor a la potencia de la flota ateniense, que antes no era tan grande487, y a la audacia que habían desplegado en la guerra contra los medos. [2] Les pidieron, pues, que no levantaran sus murallas, sino que optaran por colaborar con ellos en el derribo de los recintos fortificados de todas las ciudades de fuera del Peloponeso que los tuvieran en pie; sin manifestar sus verdaderas intenciones ni su disposición de desconfianza respecto a los atenienses, alegaron que los bárbaros, en el caso de una nueva invasión, no dispondrían de una plaza fortificada de donde lanzar sus ataques, como acabada de ocurrir con Tebas488; el Peloponeso era, en su opinión, un refugio y una base de operaciones suficiente para todos. [3] Los atenienses, por consejo de Temístocles489, despidieron enseguida a los lacedemonios que les habían comunicado estas pretensiones, respondiéndoles que les enviarían embajadores para tratar sobre el asunto del que habían hablado. Luego, Temístocles les propuso que le enviaran a él mismo a Esparta cuanto antes, pero que no mandaran enseguida a otros embajadores que, además de él, fueran elegidos; debían esperar hasta que hubieran levantado la muralla lo suficiente para defenderse desde el mínimo de altura indispensable; y todos los que estaban en la ciudad, hombres, mujeres y niños, debían trabajar en masa en la construcción de la muralla, sin respetar ningún edificio, ni privado ni público, que fuera de alguna utilidad para la obra; había que aprovecharlo todo. [4] Después de dar estas instrucciones y de indicar que él arreglaría lo demás en Esparta, partió. [5] Y llegado a Esparta, no fue a presentarse a las autoridades, sino que dejaba pasar el tiempo y buscaba excusas, y siempre que alguien que ocupaba un cargo público le preguntaba por qué no se presentaba al gobierno, decía que estaba aguardando a sus colegas, que se habían quedado atrás debido a una dificultad que les había surgido, pero que esperaba que llegarían rápidamente y se extrañaba de que todavía no estuvieran allí.
Quienes oían las explicaciones de Temístocles le daban crédito en virtud de su amistad490, pero, ante las declaraciones de otros491 que iban llegando y que denunciaban claramente que las murallas estaban siendo levantadas y que ya ganaban altura, no tenían motivo para ponerlas en duda. Al advertirlo Temístocles, les exhortó a que no se dejaran engañar por los rumores492 y a que enviaran antes a algunos embajadores elegidos entre ellos mismos, que serían honorables y les darían una información fidedigna de lo que habrían observado. [3] Enviaron pues a los embajadores, y, respecto a ellos, Temístocles envió en secreto un mensaje a los atenienses recomendándoles que los retuvieran de la forma menos manifiesta que fuera posible y que no los dejaran partir antes de que ellos mismos estuviesen de regreso (pues ya habían llegado a él sus colegas de embajada, Abrónico493, hijo de Lisicles, y Arístides494 , hijo de Lisimaco, con la noticia de que las murallas ya eran suficientes); [4] temía, en efecto, que los lacedemonios, cuando se enteraran exactamente de lo ocurrido, no les dejaran partir. Retuvieron pues los atenienses a los embajadores como se les había encargado, y Temístocles se presentó ante los lacedemonios y entonces les dijo abiertamente que su ciudad ya estaba amurallada de modo suficiente para proteger a sus habitantes y que si los lacedemonios o sus aliados querían enviarles una embajada; debían, en adelante, dirigirse a ellos como a un pueblo que sabía distinguir sus propios intereses y los intereses generales. [5] Porque cuando habían pensado que era preferible abandonar la ciudad y embarcarse en las naves, habían tomado aquella audaz decisión sin contar con los lacedemonios, y, además, en todas las ocasiones que habían deliberado con ellos se había demostrado que en sus decisiones no eran inferiores a nadie495. [6] Por consiguiente, ahora pensaban igualmente que era preferible que su ciudad tuviera murallas, y que esto sería más ventajoso tanto para los ciudadanos en particular como para los aliados en general496; [7] pues no era posible, sin apoyarse en un poder militar equivalente, intervenir en las deliberaciones comunes en igualdad de condiciones y con los mismos derechos. Por lo tanto, era preciso, afirmó, o constituir una alianza en la que todos estuviesen sin murallas, o considerar que aquellas disposiciones suyas eran correctas.
Ante estas palabras los lacedemonios no exteriorizaron su ira contra los atenienses (pues la misión de la embajada que habían enviado no era, como puede suponerse, declarar su oposición a la obra, sino la recomendación de un proyecto de interés general497; y además, en aquél entonces sentían por ellos una extraordinaria amistad debido al ardor desplegado frente al Medo); sin embargo, al no alcanzar su propósito, se disgustaron sin manifestarlo498. Y los embajadores de unos y de otros regresaron a su patria sin presentar ninguna queja.
De esta manera los atenienses amurallaron su ciudad en poco tiempo499. [2] Y aún hoy se ve que la construcción se realizó con prisas500, pues las hiladas inferiores están formadas por piedras de todo tipo y en algunos sitios no aparejadas, sino puestas tal como las llevaban; se mezclaron también muchas estelas sacadas de tumbas y piedras labradas con otro fin. El recinto fortificado ensanchaba el perímetro de la ciudad en todas las direcciones, y por esto, en su apresuramiento, lo removían todo sin distinción. [3] Temístocles también les persuadió a finalizar las construcciones del Pireo que faltaban (habían sido iniciadas anteriormente, en tiempo de la magistratura que había desempeñado durante un año en Atenas)501; consideraba, en efecto, que el lugar, con sus tres puertos naturales502, era pertecto, y que, al haberse convertido en un pueblo de marinos503, les resultaría de gran utilidad para procurarse recursos. [4] Fue, en efecto, el primero que se atrevió a decir que debían dedicarse al mar, y desde el principio colaboró en el establecimiento del imperio504. [5] También fue por consejo suyo que se construyó la muralla con el grosor que todavía hoy puede verse en torno al Pireo505; por encima podían cruzarse dos carros506 al transportar las piedras; y en el interior no había ni cascotes ni mortero507, sino grandes piedras cortadas a escuadra y encajadas, ligadas entre si por la parte de fuera con hierro y plomo. [6] La altura que se alcanzó fue aproximadamente la mitad de la que él había proyectado. Su intención era frustrar los planes508 de los enemigos gracias a la elevación y al grosor de la muralla, y pensaba que la defensa de unos pocos hombres, incluso los más ineptos, sería suficiente, y que los otros podrían embarcarse509. [7] Su principal preocupación era la flota, porque veía, según creo, que un ataque del ejército del Rey era más fácil por mar que por tierra; pensaba que el Pireo era más util que la ciudad alta, y frecuentemente exhortaba a los atenienses a que, si alguna vez se veían en un aprieto por tierra, bajaran al Pireo y desafiaran con las naves a todos sus enemigos510. [8] Así, pues, inmediatamente después de la retirada de los medos, los atenienses construyeron sus murallas y comenzaron a prepararse en todo lo demás.
94. Expedición de Pausanias contra Chipre y Bizancio
- Entretanto Pausanias511, hijo Cleómbroto512, fue enviado desde Esparta, como comandante en jefe de los griegos513, con veinte naves del Peloponeso; se unieron a esta flota los atenienses con treinta naves514 y un contingente de los otros aliados. Se dirigieron contra Chipre515 y sometieron una buena parte de la isla, y luego contra Bizancio516, que estaba en poder de los medos, y, tras un asedio, la tomaron, todavía bajo el mando de Pausanias517.
95. Acusaciones contra Pausanias. La hegemonía pasa a los atenienses
- Pero, debido a la violencia de su carácter518, todos los demás griegos, y en especial los jonios y los que recientemente se habían liberado del Rey519, se sintieron molestos. Así, se dirigieron repetidamente a los atenienses y les pidieron que, en atención a su parentesco520, fueran sus jefes521, y que no soportaran a Pausanias en caso de violencia. [2] Los atenienses acogieron estas proposiciones y se decidieron a poner fin a su tolerancia y a organizar lo demás del modo que les pareciera mejor. [3] Entretanto los lacedemonios llamaron a Pausanias522 para interrogarlo acerca de los informes que recibían, pues era acusado de muchas injusticias por los griegos que llegaban a Esparta, y su actuación se parecía más a una imitación de tiranía que a un mandato militar. [4] Y ocurrió que lo llamaron coincidiendo con que los aliados, a excepción de los soldados del Peloponeso, se pasaban a los atenienses por el odio que él les inspiraba. [5] Llegado a Esparta fue llevado a juicio por sus atropellos contra algunos particulares, pero fue absuelto de las acusaciones más graves; se le acusaba principalmente de simpatizar con los medos523, y parecía que el asunto era muy cierto. [6] En consecuencia ya no lo enviaron a él como comandante, sino que enviaron a Dorcis524 y a algunos otros al frente de una expedición no muy numerosa; pero los aliados ya no les confiaron el mando. [7] Ellos, al darse cuenta, se volvieron, y los lacedemonios ya no enviaron después a otros, temiendo que quienes salieran de Esparta se corrompieran525 como habían visto en el caso de Pausanias; deseaban también liberarse de la guerra contra los medos, y pensaban que los atenienses estaban capacitados para el mando, y en aquel tiempo los consideraban amigos.
96. La Confederación ático-delia
- Una vez que los atenienses hubieron recibido la hegemonía526 de este modo, por la voluntad de los aliados a causa del odio hacia Pausanias, determinaron qué ciudades debían aportar dinero para la guerra contra el bárbaro y cuáles debían contribuir con naves527; el motivo528 declarado era devastar el territorio del Rey para vengarse de los daños que habían sufrido. [2] Entonces los atenienses instituyeron la nueva magistratura de los helenotamías529, que recaudaban el tributo530, nombre que se dio a la contribución en dinero. El primer tributo531 que se fijó fue de cuatrocientos sesenta talentos; el tesoro público estaba en Delos532 , y las asambleas533 se celebraban en el santuario.
97-100. Orígenes y crecimiento del poderío ateniense. De la hegemonía al Imperio. Expediciones de Cimón, Tracia, Naxos, Eurimedonte, Tasos
Inicialmente los atenienses ejercían su hegemonía sobre aliados autónomos y que deliberaban con ellos en las asambleas generales; pero entre la guerra contra los medos y esta guerra que nos ocupa, emprendieron toda una serie de acciones, tanto militares como políticas, que les enfrentaron con los bárbaros, con sus propios aliados cuando se rebelaban, y con aquellos peloponesios que no dejaban de intervenir en todos los asuntos. [2] He escrito sobre ello y me he permitido esta digresión debido a que este periodo ha sido descuidado por todos mis predecesores, que se han ocupado o de la historia griega anterior a las Guerras Médicas o de las mismas Guerras Médicas534; quien ciertamente tocó el tema fue Helánico535 en su Historia del Ática, pero lo recordó brevemente y sin exactitud cronológica. Por otra parte, mi relato de este período ofrece una explicación del modo como se estableció el imperio de los atenienses536.
Primero, bajo el mando de Cimón537, hijo de Milcíades538, asediaron y tomaron Eyón la del Estrimón539, que estaba en poder de los medos, y redujeron a la esclavitud a sus habitantes540. [2] Luego sometieron Esciro541, isla del Egeo habitada por los dólopes542, y fundaron allí una colonia. [3] Tuvieron también una guerra contra los caristios543 sin la intervención del resto de Eubea, y al cabo de un tiempo llegaron a un acuerdo. [4] A continuación hicieron la guerra contra los naxios, que se habían sublevado, y los redujeron por medio de un asedio544. Naxos fue la primera ciudad aliada que fue subyugada en contra de lo establecido545, pero después las demás, una tras otra, sufrieron la misma suerte.
Entre las diversas causas de las sublevaciones, las más importantes eran la mala disposición para el tributo y la contribución de naves y, en ocasiones, la deserción546 pues los atenienses eran exigentes y, al imponer su ley, resultaban molestos a gentes que ni estaban acostumbradas a las penalidades ni querían sufrirlas. [2] En algunos otros aspectos los atenienses tampoco ejercían el mando a satisfacción de todos como antes; su participación en las expediciones no se realizaba en condiciones de igualdad con los aliados y les resultaba fácil reducir a los que intentaban sublevarse. Los culpables de esta situación fueron los propios aliados porque, [3] debido a este retraimiento suyo de las obligaciones militares, la mayor parte de ellos, para no alejarse de su patria, se hicieron fijar547 una cantidad de dinero para aportarlo en lugar de las naves como contribución equivalente; y así la flota de los atenienses crecía a costa del dinero con el que contribuían los aliados, mientras que éstos, cuando se sublevaban, entraban en guerra sin preparativos militares y sin experiencia548.
A continuación se libró la batalla terrestre y naval del río Eurimedonte, en Panfilia549, que enfrentó a los atenienses y sus aliados con los medos, y en el mismo día los atenienses vencieron en los dos campos de batalla bajo el mando de Cimón, hijo de Milcíades, y capturaron o destruyeron unas doscientas trirremes fenicias en total. [2] Un tiempo después550 sobrevino la sublevación de los tasios551, debido a su desacuerdo respecto a los mercados de la costa de Tracia situada enfrente y a las minas que ellos explotaban552. Los atenienses se dirigieron con sus naves553 contra Tasos y, tras vencer en una batalla naval, desembarcaron en su territorio. [3] Por el mismo tiempo enviaron al Estrimón554 diez mil colonos, en parte propios y en parte de sus aliados, con la intención de colonizar el lugar que entonces se llamaba Nueve Caminos y ahora Anfípolis555; consiguieron apoderarse de Nueve Caminos, que ocupaban los edonos556, pero, habiendo avanzado hacia el interior de Tracia, fueron aniquilados en Drabesco557, en el territorio de los edonos, por el conjunto de los tracios558, para los cuales una fundación en el lugar suponía una actitud hostil559.
101. La rebelión de los hilotas. Rendición de Tasos
- Entretanto los tasios, vencidos en los campos de batalla y sitiados, recurrieron a los lacedemonios y les pidieron que los ayudasen invadiendo el Ática. [2] Ellos se lo prometieron a escondidas de los atenienses560 y tenían intención de cumplir su promesa, pero se lo impidió el terremoto561 que sobrevino en la época en que los hilotas562 con los periecos563 de Turia564 y de Etea565 se les sublevaron y se refugiaron en Itome566. La mayor parte de los hilotas la constituían los descendientes de los antiguos mesenios antaño reducidos a la esclavitud567; por eso todos fueron designados con el nombre de mesenios. [3] Así, mientras la guerra enfrentaba a los lacedemonios con los sublevados de Itome, los tasios, al tercer año568 sí del asedio, llegaron a un acuerdo con los atenienses569 por el que desmantelaban las fortificaciones y entregaban las naves, les era fijado el dinero que debían pagar en el acto y el tributo para el futuro, y renunciaban al continente y a las minas570.
102. Diferencias entre Esparta y Atenas. El incidente de Itome
- Los lacedemonios, viendo que la guerra contra los de Itome se prolongaba, recurrieron a sus aliados, y en particular a los atenienses; éstos acudieron con no pocas fuerzas bajo el mando de Cimón. [2] Recurrieron especialmente a los atenienses porque tenían fama de expertos en dirigir el asalto de fortificaciones573, pero, al alargarse el asedio, se hizo patente su inferioridad respecto a esta fama; en caso contrario, hubieran tomado la plaza al asalto. [3] Y, a consecuencia de esta expedición, salió por primera vez a la luz el desacuerdo entre los lacedemonios y los atenienses574. Los lacedemonios, en efecto, en vista de que la plaza no era tomada al asalto, recelosos del carácter emprendedor y del espíritu revolucionario de los atenienses, y considerando, por añadidura, que eran de otra raza, los despidieron, a ellos solos de entre los aliados, por temor a que, si se quedaban, fueran incitados por los de Itome a tramar alguna acción revolucionaria; sin manifestar su sospecha, dijeron que ya no necesitaban nada de ellos. [4] Pero los atenienses se dieron cuenta de que no habían sido despedidos con la mejor de las intenciones, sino porque había surgido alguna sospecha; lo llevaron a mal y, considerando que no merecían este trato de parte de los lacedemonios, tan pronto como se hubieron retirado, abandonaron la alianza que habían pactado con ellos contra el Medo y se hicieron aliados de los argivos, enemigos de los lacedemonios; y los mismos juramentos y la misma alianza unieron a ambos pueblos con los tesalios575.
103. Fin de la resistencia de Itome. Alianza de Mégara y Atenas
- Los de Itome, a los diez años de asedio576, en vista de que ya no podían resistir, llegaron a un acuerdo con los lacedemonios por el que se comprometían a salir del Peloponeso bajo la protección del pacto y a no poner los pies allí nunca más; cualquiera que luego fuera apresado, sería esclavo de quien lo hubiera capturado577. [2] Existía además un oráculo pític578, pronunciado con anterioridad a los lacedemonios, con la prescripción de que dejaran marchar al suplicante de Zeus Itometa. [3] Salieron, pues, los de Itome con sus hijos y mujeres, y los atenienses, por su enemistad ya declarada contra los lacedemonios, los acogieron y los establecieron en Naupacto579, que precisamente acababan de tomar a los locros ozolos580, que la ocupaban. [4] También los megareos concertaron una alianza581 con los atenienses, separándose de los lacedemonios, porque los corintios los acosaban en una guerra por una cuestión de fronteras582. Los atenienses ocuparon Mégara y Pegas583 y construyeron para los megareos los Muros Largos que se extienden desde la ciudad hasta Nisea, e instalaron allí una guarnición ateniense. Y de este episodio sobre todo surgió la primera causa del violento odio de los corintios contra los atenienses585.
104. Los atenienses en Egipto
- El libio Inaro586, hijo de Psamético, rey de los libios vecinos de Egipto587, partiendo de Marea588 ciudad situada tierra adentro detrás de Faro589, como base de operaciones, sublevó la mayor parte de Egipto contra el rey Artajerjes590 y, tras ponerse él mismo al frente de la sublevación, llamó en su auxilio a los atenienses591. [2] Estos, que precisamente entonces estaban dirigiendo una expedición contra Chipre592 con doscientas naves593 propias y de sus aliados, dejaron Chipre y acudieron a su llamada; desde el mar remontaron el Nilo y, tras adueñarse del río594 y de las dos terceras partes de Menfis595 , iniciaron la ofensiva contra la otra parte, que se llama Alcázar Blanco596; allí se encontraban los persas y los medos597.
105-106. Guerras contra Corinto, Epidauro y Egina
Por otra parte los atenienses, que habían desembarcado en Halias598, se enfrentaron en una batalla a los corintios y los epidaurios600, y vencieron los corintios601. Más tarde se libró una batalla naval entre los atenienses y una flota peloponesia a la altura de Cecrifalia602, y vencieron los atenienses603. [2] A continuación, habiendo estallado una guerra entre los atenienses y los eginetas, tuvo lugar una gran batalla naval cerca de Egina604 entre atenienses y eginetas, con la asistencia de los aliados de cada bando; vencieron los atenienses y, después de apresar setenta naves de los eginetas, desembarcaron en la isla y pusieron sitio a la ciudad605, bajo el mando de Leócrates606 , hijo de Estrebo. [3] Luego los peloponesios, queriendo ayudar a los eginetas, hicieron pasar a Egina trescientos hoplitas que antes habían combatido como tropas auxiliares de los corintios y los epidaurios; mientras tanto, los corintios con sus aliados ocuparon las alturas de la Gerania607 y bajaron al territorio de Mégara, creyendo que los atenienses no estarían en condiciones de socorrer a los megareos al estar ausente gran parte de su ejército en Egina y en Egipto; o que, si los socorrían, tendrían que retirarse de Egina. [4] Los atenienses, sin embargo, no movieron el ejército de Egina, sino que los más veteranos y los más jóvenes608 de entre las fuerzas que quedaban en la ciudad acudieron a Mégara bajo el mando de Mirónides609. [5] Y tras una batalla indecisa contra los corintios, los dos ejércitos se separaron, y unos y otros pensaron que no habían llevado la peor parte en la acción. [6] Los atenienses, que, a pesar de todo, fueron superiores, después de retirarse los corintios, erigieron un trofeo; pero los corintios; cubiertos de reproches por los viejos que habían quedado en la ciudad, se prepararon y, unos doce días después, volvieron y se pusieron a erigir a su vez un trofeo como si ellos también hubieran vencido610. Entonces los atenien- ses efectuaron una salida desde Mégara, mataron a los que estaban erigiendo el trofeo y, trabando combate con los demás, los vencieron.
Los corintios, vencidos, se retiraron, y una parte considerable de ellos, acosada y extraviada, cayó en una propiedad privada, que estaba cercada por un gran foso y no tenía salida. Los atenienses, al darse cuenta, bloquearon la entrada con los hoplitas y, disponiendo en derredor la infantería ligera, apedrearon a todos los que habían entrado, lo que fue un duro golpe para los corintios. Entonces el grueso de su ejército se retiró hacia su patria611.
107. Expedición lacedemonia a Grecia Central
- También por esta época612 los atenienses comenzaron a construir los Muros Largos hasta el mar, uno hacia el Falero y otro hacia el Pireo613. [2] Por otra parte, dado que los focenses614 habían dirigido una expedición contra la Dóride615, la metrópoli de los lacedemonios, concretamente contra Beo, Citinio y Eríneo616, en la que habían tomado una de estas plazas, los lacedemonios, bajo el mando de Nicomedes617, hijo de Cleómbroto618, en representación del rey Plistoanacte619, hijo de Pausanias, que todavía era menor de edad, acudieron en auxilio de los dorios con mil quinientos hoplitas propios y diez mil de sus aliados620; y después de obligar a los focenses a capitular y a devolver la ciudad, emprendieron el camino de regreso. [3] Pero el viaje por mar, en el caso de que pretendieran pasar por el Golfo de Crisa621, los atenienses, cuyas naves habían dado la vuelta al Peloponeso, iban a impedírselo; y, al ocupar los atenienses Mégara y Pegas622, tampoco les parecía seguro marchar a través de la Gerania; la Gerania623, difícil de atravesar efectivamente, estaba, además, permanentemente custodiada por una guarnición ateniense, y se daban cuenta de que, si llegaba el caso, también les iban a impedir el paso por allí. [4] Decidieron, pues, quedarse en Beocia y mirar el modo de pasar con mayor seguridad. En esta decisión también influyó el hecho de que algunos atenienses los animaran en secreto624, con la esperanza de poner fin a la democracia y a la construcción de los Muros Largos. [5] Los atenienses entonces acudieron contra ellos con todas sus fuerzas625 y con la ayuda de un millar de argivos y de los contingentes de los otros aliados; en total eran catorce mil hombres. [6] Se dirigieron contra ellos suponiendo que no sabían por dónde pasar, y también influyó algo la sospecha de que se intentaba acabar con la democracia626. [7] De acuerdo con el tratado de alianza627, también se unieron a los atenienses tropas de la caballería tesalia, que en el curso de la acción se pasaron a los lacedemonios:
108. Batallas de Tanagra y de Enófita. Expediciones atenienses. Atenas acaba sus Muros Largos
- La batalla se libró en Tanagra628 de Beocia; vencieron los lacedemonios y sus aliados, pero la matanza fue grande en ambos bandos629 . [2] Luego los lacedemonios penetraron en la Megáride, y, después de talar los árboles630, volvieron a su patria a través de la Gerania y del istmo631. Los atenienses, sesenta y un días después de la batalla632, emprendieron una expedición contra los beocios bajo el mando de Mirónides633; [3] después de vencerlos en una batalla que se libró en Enófita634, se adueñaron de Beocia635 y de Fócide636, derribaron las murallas de Tanagra y tomaron como rehenes a los cien hombres más ricos de entre los locros opuntios637; acabaron, además, sus Muros Largos638. [4] Después de estos acontecimientos, los eginetas también aceptaron las condiciones de los atenienses639: desmantelar sus murallas, entregar las naves, y que les fuera fijado un tributo para el futuro. [5] Luego los atenienses circunnavegaron el Peloponeso bajo el mando de Tólmides640, hijo de Tolmeo; incendiaron el arsenal de los lacedemonios641, tomaron Calcis, ciudad de los corintios642, y, en un desembarco, vencieron a los sicionios643 en una batalla.
109-110. Derrota de los atenienses en Egipto
Entretanto los atenienses y sus aliados que se encontraban en Egipto644 permanecían todavía allí, afrontando una guerra de muy diversa suerte645. [2] Al principio los atenienses se hicieron los dueños de Egipto, y el Rey646 envió a Esparta al persa Megabazo647 con dinero para persuadir a los peloponesios a invadir el Ática y forzar así la retirada de los atenienses de Egipto648. [3] Pero, al ver que su intento no tenía éxito y que se gastaba el dinero inútilmente, ordenó el regreso de Megabazo a Asia con el dinero que quedaba y envió al persa Megabizo649, hijo de Zópiro650, al frente de un gran ejército651. [4] Éste a su llegada por tierra venció a los egipcios y a sus aliados en una batalla, expulsó a los griegos de Menfis y, finalmente, los encerró en la isla de Prosopitis652, donde los tuvo sitiados durante un año y seis meses, hasta que, desecando el canal y desviando el agua por otro conducto, dejó las naves en seco y unió la mayor parte de la isla a tierra firme; entonces pasó a pie y tomó la isla.
Así fracasó la causa de los griegos después de seis años de guerra653; unos pocos de entre muchos lograron salvarse dirigiéndose a Cirene654 a través de Libia, pero la mayor parte pereció655. [2] Egipto volvió a estar bajo la autoridad del Rey, a excepción de Amirteo656, el rey de las marismas; a éste no pudieron someterlo debido a la extensión de la marisma y a que, además, los habitantes de las marismas son los mejores guerreros de Egipto. [3] Inaro, el rey de los libios; que había tramado todo el asunto de Egipto, fue capturado a traición y empalado657. [4] Entretanto, cincuenta trirremes de refresco, que procedentes de Atenas y de las otras ciudades de la alianza navegaban hacia Egipto, arribaron al brazo de Mendes658, sin saber nada de lo que había ocurrido; tropas de infantería, que las atacaron desde tierra, y la flota fenicia, que lo hizo por mar, acabaron con la mayor parte de las naves; las [5] menos consiguieron escapar y regresaron. Éste fue el fin de la gran expedición de los atenienses y sus aliados a Egipto659.
111. Los atenienses en Tesalia, en el Peloponeso y en Acarnania
- Orestes660, hijo del rey de los tesalios Equecrátidas661, desterrado de Tesalia, persuadió a los atenienses a que lo restauraran662; entonces los atenienses, con refuerzos de beocios y focenses, que eran aliados suyos663, se dirigieron contra Fársalo664 de Tesalia. Y conseguían el control del territorio en tanto que no se alejaban mucho de sus puestos, pues la caballería tesalia los mantenía a raya, pero no pudieron tomar la ciudad ni tuvieron éxito en ninguno de los otros objetivos que habían motivado la expedición, sino que se retiraron con Orestes sin conseguir nada. [2] No mucho tiempo después de estos acontecimientos665, mil atenienses se embarcaron en las naves que estaban en Pegas666 (ellos eran entonces los dueños de Pegas) y navegaron costeando hasta Sición, bajo el mando de Pericles667, hijo de Jantipo668; [3] desembarcaron y vencieron en una batalla a los sicionios que se les enfrentaron669. Luego, con el refuerzo de unas tropas aqueas670, pasaron a la costa de enfrente, se dirigieron contra Eníadas671 de Acarnania y la sitiaron; pero, al no poder tomarla, regresaron a su patria.
112. Tregua de cinco años con Esparta. Expedición a Chipre. Muerte de Cimón. Victoria de Salamina de Chipre. Guerra Sagrada
- Más tarde, al cabo de un intervalo de tres años672, se concluyó un tratado de paz por cinco años673 entre los peloponesios y los atenienses. Entonces los atenienses renunciaron a la guerra en Grecia, pero emprendieron una expedición contra Chipre674 con doscientas naves propias y de sus aliados, bajo el mando de Cimón. [3] Sesenta de estas naves se hicieron a la vela para Egipto a petición de Amirteo675, el rey de las marismas, y las otras pusieron sitio a Citio676.[4] Pero al morir Cimón677 y sobrevenir el hambre678, se retiraron de Citio679, y cuando su flota navegaba a la altura de Salamina680 de Chipre, combatieron por mar y por tierra a la vez contra fuerzas fenicias, chipriotas681 y cilicias682; luego, después de vencer en los dos campos de batalla, se retiraron hacia su patria683 junto con las naves que habían regresado de Egipto684, Después de esto, los lacedemonios emprendieron la llamada Guerra Sagrada685; se adueñaron del santuario de Delfos y lo entregaron a los delfios; pero luego, después de retirarse los lacedemonios, los atenienses dirigieron a su vez una expedición686, se adueñaron del santuario y lo entregaron a los focenses.
113. Batalla de Coronea. Derrota ateniense en Grecia Central
- Pasado algún tiempo687, debido a que los exiliados beocios688 ocupaban Orcómeno689, Queronea690 y algunas otras plazas de Beocia, los atenienses se dirigieron contra estas plazas enemigas con mil hoplitas propios y con los diversos contingentes de los aliados, bajo el mando de Tólmides691, hijo de Tolmeo. Tomaron Queronea, la redujeron a la esclavitud y, después de establecer una guarnición, emprendieron el regreso. [2] Pero en el camino los exiliados beocios de Orcómeno, con la ayuda de locros692, de exiliados de Eubea693 y de todos los otros que tenían las mismas ideas, los atacaron en Coronea694, y venciéndolos en una batalla, mataron a una parte de los atenienses695 y a otros los hicieron prisioneros. [3] Entonces los atenienses abandonaron toda Beocia696, después de concertar un tratado por el que recuperaban a los prisioneros. [4] Así volvieron los exiliados beocios, y con todos los demás fueron de nuevo autónomos697.
114. Sublevación de Eubea y de Mégara
- No mucho después de estos acontecimientos, Eubea se sublevó contra los atenienses698. Y Pericles ya había pasado a la isla con un ejército ateniense cuando le fue anunciado que Mégara se había sublevado, que los peloponesios estaban a punto de invadir el Ática y que las guarniciones atenienses habían sido aniquiladas por los megareos699, a excepción de los hombres que se habían refugiado en Nisea700. Los megareos se habían sublevado tras conseguir la ayuda de los corintios, sicionios y epidaurios. Enseguida Pericles retiró su ejército de Eubea. [2] Luego los peloponesios invadieron y devastaron el Ática llegando hasta Eleusis701 y Tría702, bajo el mando de Plistoanacte703, hijo de Pausanias, rey de los lacedemonios, y sin avanzar más allá regresaron a su patria704. [3] Entonces los atenienses pasaron de nuevo a Eubea, bajo el mando de Pericles705, y la sometieron totalmente; en virtud de un acuerdo706 organizaron según sus intereses toda la isla a excepción de Hestiea707; a los hestieos los desalojaron y ellos mismos ocuparon su territorio708.
115-117. La Paz de Treinta años. La Guerra de Samos
No mucho después de su regreso de Eubea709, concluyeron con los lacedemonios y sus aliados un tratado de paz de treinta años710, por el que devolvían Nisea, Pegas711, Trecén712 y Acaya713, esto es, los territorios peloponesios que estaban en poder de los atenienses714. [2] En el sexto año de paz715 estalló una guerra entre los samios y los milesios por la posesión de Priene716; y los milesios717, que en la guerra llevaban las de perder, acudieron a los atenienses y se lamentaron contra los samios. Los apoyaban algunos particulares de la misma Samos, que querían cambiar de régimen718. [3] Zarparon, pues, los atenienses hacia Samos con cuarenta naves; una vez allí establecieron la democracia, tomaron como rehenes cincuenta niños samios y un número igual de hombres, los instalaron en Lemnos719, y después de dejar una guarnición720, se retiraron. [4] Pero hubo algunos samios que no soportaron esta situación, sino que huyeron al continente, concluyeron una alianza con los ciudadanos más poderosos que se habían quedado en la ciudad721 y con Pisutnes722, hijo de Histaspes, que entonces gobernaba Sardes723, y después de reunir una tropa de unos setecientos mercenarios, pasaron a Samos al anochecer. [5] Primero se levantaron contra los demócratas y redujeron a la mayoría; luego, después de llevarse furtivamente de Lemnos a sus propios rehenes, se sublevaron, entregaron a Pisutnes la guarnición ateniense y los representantes de Atenas724 que estaban en la isla, y enseguida se prepararon para una expedición contra Mileto. Los bizantinos725 también se sublevaron con ellos.
Cuando los atenienses se enteraron, se hicieron a la mar contra Samos con sesenta naves. Dieciséis de estas naves no entraron en combate (habían partido, unas con rumbo hacia Caria726 en misión de reconocimiento de la flota fenicia727, otras hacia Quíos y Lesbos con la orden de que enviaran refuerzos)728, pero con las cuarenta y cuatro naves restantes, bajo el mando de Pericles y de otros nueve estrategos729, combatieron junto a la isla de Tragia730 contra setenta naves samias, de las cuales veinte eran transportes de tropas (toda esta flota venía entonces de Mileto), y vencieron los atenienses. Después contaron con los refuerzos de cuarenta naves que llegaron de Atenas y con veinticinco procedentes de Quíos y de Lesbos; desembarcaron y, al ser superiores por tierra, pusieron sitio a la ciudad con tres muros731 y la bloquearon al mismo tiempo por mar. Pero Pericles, con sesenta de las naves que imponían el bloqueo, zarpó a toda prisa hacia Cauno732 y Caria, pues había recibido informes de que naves fenicias estaban navegando contra ellos; ello era debido a que Esteságoras y otros, con cinco naves, habían salido de Samos en busca de la flota fenicia.
Aprovechando la circunstancia, los samios de repente efectuaron una salida con sus naves733 y, cayendo sobre el campamento naval enemigo, que estaba sin protección734, destruyeron las naves de vigilancia, vencieron en una batalla a las que salieron a su encuentro, y durante catorce días fueron dueños del mar que baña sus costas, controlando las entradas y salidas como querían735. Pero, al volver Pericles, fueron de nuevo bloqueados por la flota ateniense. Luego llegaron nuevos refuerzos de Atenas: cuarenta naves con Tucídides736, Hagnón737 y Formión738, y veinte con Tlepólemo739 y Anticles740; de Quíos y de Lesbos llegaron treinta. Los samios entablaron todavía una batalla naval de escasa importancia, pero, incapaces de resistir, a los nueve meses de asedio741 se avinieron a un acuerdo por el que desmantelaban las fortificaciones, daban rehenes, entregaban sus naves y accedían a que se les fijara la indemnización por gastos de guerra742 a pagar en plazos determinados. Los bizantinos también convinieron en seguir siendo súbditos como antes743.
118. Fin de la «Pentecontecia». Embajada lacedemonia a Delfos
- A continuación de estos acontecimientos, y no muchos años después, ocurrieron los hechos que ya hemos narrado más arriba: las cuestiones de Corcira y de Potidea y todo lo que constituyó el motivo inmediato de la guerra que nos ocupa744. [2] Todas las acciones a las que acabamos de referirnos, acciones de los griegos en sus enfrentamientos entre ellos y en su lucha contra el bárbaro, ocurrieron en los cerca de cincuenta años transcurridos entre la retirada de Jerjes y el comienzo de esta guerra745. En estos años los atenienses consolidaron su Imperio y ellos mismos alcanzaron un alto grado de poder746. Los lacedemonios, aun dándose cuenta, no intentaron impedirlo más que con medidas de corto alcance747, y, bien porque antes ya no eran demasiado diligentes para entrar en guerra, si no eran forzados a ello, bien porque entonces estaban metidos en guerras intestinas748, se inhibieron la mayor parte del tiempo hasta que el crecimiento del poder de los atenienses se hizo evidente y empezaron a poner mano en sus aliados. Entonces estimaron que la situación ya no era tolerable749 y decidieron que era preciso intervenir con toda energía y destruir, si podían, el poder de Atenas, emprendiendo esta guerra.
[3] Así, pues, los lacedemonios, por su parte, decidieron750 que el tratado había sido violado y que los atenienses eran culpables; enviaron entonces una embajada a Delfos para preguntar al dios si hacer la guerra sería lo mejor. El dios les respondió, según se cuenta, que si combatían con todas sus fuerzas obtendrían la victoria y les declaró que él mismo, invocado o no invocado, les prestaría su ayuda751.
119-125. Asamblea de la Liga del Peloponeso en Esparta
- Luego convocaron de nuevo a los aliados751 con la intención de someter a votación la cuestión de si se debía hacer la guerra. Y una vez llegados los embajadores de la alianza y reunida la asamblea, tras manifestar los otros su parecer, acusando la mayoría a los atenienses y pidiendo que se hiciera la guerra, los corintios, que ya anteriormente, por temor a que Potidea cayera antes de su intervención, habían solicitado a cada ciudad en particular que votara la guerra, y que entonces también estaban allí, tomaron la palabra en último lugar y hablaron de este modo:
120-124. Discurso de los corintios
125. Se decide la guerra
126-139. Reclamaciones y pretextos
126-127. Primera embajada lacedemonia a Atenas. El sacrilegio de los Alcmeónidas
128-134. Réplica ateniense. El sacrilegio del Ténaro. Traición de Pausanias
135-138. El caso de Temístocles
139-145. La Asamblea de Atenas
139. Nuevas embajadas lacedemonias a Atenas. El ultimátum. La Asamblea
140-144. Discurso de Pericles
145. Respuesta de Atenas
146. Acaba el relato de las causas y antecedentes de la Guerra del Peloponeso
Notas de Juan José Torres Esbarranch
El historiador no se dirige exclusivamente a sus conciudadanos (cf. pasajes como II 19, 2; 34, 7; VIII 67, 2, con explicaciones superfluas para un ateniense), sino que piensa en un público amplio y en la posteridad. Por eso da su nombre unido al nombre de su ciudad, como habían hecho Hecateo (cf. F. JACOBY, Die Fragmente der griechischen Historiker [FGrHist], Berlín-Leiden, 1923. . ., 1, F 1) y Heródoto (I, Proemio) en una línea de afirmación de la personalidad que se inició con la lírica. Sin embargo, cuando habla de sí mismo como estratego ateniense (cf. infra, IV 104, 4) se cita con el nombre con el que se le conocía oficialmente en Atenas: Tucídides de Óloro (Thoukydídēs Olórou).
Esta guerra del 431-404 supuso la culminación de la oposición entre Atenas y Esparta.
Es la historia de cómo evolucionó la guerra y de la política relacionada con ella. No se trata de una historia general de la época y otros aspectos pasan a segundo plano. El objetivo de la investigación tucididea es la guerra en sí misma en sus diversas fases y con todas sus causas, implicaciones y consecuencias, y no es la guerra en su aspecto superficial —aunque es un magnífico observador y narrador de los hechos bélicos—, sino que se interesa de forma especial por su trasfondo, sus raíces y derivaciones; le importan las causas profundas y los motivos que se esgrimieron, así como las consecuencias morales que provocó. Y todo ello sabe mirarlo con ojo clínico. Una guerra para un historiador imbuido del método hipocrático era como una enfermedad. Así como en el estado normal de salud no pueden observarse las anomalías fisiológicas, del mismo modo en las épocas de paz no se patentizan los desarreglos y alteraciones del organismo social. Igual que el médico estudia la salud y sus características mediante la observación de cuerpos enfermos, el historiador y el sociólogo pueden entender mejor las leyes que rigen la comunidad humana mediante el análisis de las guerras, las épocas críticas en las que se pone de manifiesto el trasfondo de la salud de los pueblos. Quedan entonces al descubierto todas las alteraciones y las tendencias elementales de la sociedad, el fenómeno del poder, el derecho y la fuerza, la ambición política, etc. Todas esas cuestiones constituyen el centro del interés de la Historia de Tucídides (cf. sobre ello el libro de J. ALSINA, Tucídides: Historia, ética y política, Madrid, 1981). El tema, pues, está perfectamente delimitado desde el principio: «la guerra entre los peloponesios y los atenienses». No es una historia «cultural» de su tiempo, y en función de esto se explican algunos «silencios» del historiador; se ciñe a unos hechos militares y políticos concretos: la guerra y sus causas profundas, los móviles que la desencadenaron, las fuerzas, leyes e ideas subyacentes, su evolución y el papel de los políticos y de los pueblos. . . En resumen, un objetivo restringido, y vasto a la vez, dentro de cuyos límites Tucídides aspira a lograr un ktêma es aieí, es decir, una «adquisición para siempre» (cf. infra, I 22, 4).
Su preocupación por narrar la guerra comenzó con la guerra misma, y su genio lo llevó a analizar con extraordinaria profundidad los sucesos contemporáneos. Desde el principio de la guerra, comenzó, por tanto, a reunir y preparar los materiales de su Historia.
En comparación con el pasado remoto, al que se refiere la Arqueología, y con el pasado reciente y actuante de la Pentecontecia, Tucídides analiza su época y la guerra que le ha tocado vivir; ello le lleva a una afirmación de la importancia y superioridad del presente y a minimizar, en relación con la Guerra del Peloponeso, todas las anteriores, la de Troya inclusive.
Y del mismo modo que sitúa su guerra frente a las que la precedieron, él mismo pretende distanciarse de sus predecesores; su obra quiere ser distinta en concepción y métodos y, a lo largo de sus páginas, encontramos frecuentes pruebas de su voluntad de novedad y singularidad. Su obra, en consonancia con su época, ha de ser borrón y cuenta nueva respecto a concepciones y a métodos anteriores, en relación con Homero, con los logógrafos y con Heródoto, y, junto a esta pretensión de novedad y singularidad, se evidencia, asimismo, la voluntad de permanencia de una obra concebida como «adquisición para siempre», como lección y ejemplo para generaciones futuras y con el mismo afán de utilidad en que se inspiran las observaciones clínicas de un médico (cf. infra, II 48, 3). Estas aspiraciones tucidídeas se evidencian a lo largo de una obra tan densa y ardua como atractiva, una obra en la que se reflejan una inteligencia que constantemente relaciona, un pensamiento profundamente analítico y un espíritu apasionado, un intelectual y un artista, una obra llena de tensiones y contrastes donde tan pronto sobresale la época y el ambiente y su formación sofística como la original personalidad del historiador, donde unas veces prima lo racional y otras lo irracional y lo trágico; donde coexiste el científico, su afán de precisión, concisión y su espíritu antitético, con el poeta que quiere atraer la atención sobre la grandiosa y trágica aventura de su patria, sobre una guerra que considera más memorable que las anteriores. Todo ello se refleja perfectamente en su léxico y en su estilo, en los que se conjugan asimismo las influencias de una época y los rasgos únicos de una extraordinaria individualidad, tal como se revela a quien lo lee sin precipitación. Cf. infra, I 19, y 118, 2.
Kínēsis. Sobre este término, cf. H. PATZER, reseña de F. BIZER, Untersuchungen zur Archäologie des Thukydides, tesis, 1937, Gnomon 16 (1940), 350; N. G. L. HAMMOND, «The arrangement of the thought in the proem and in other parts of Thucydides I», The Classical Quarterly 11 (1952), pág. 132.
Los griegos utilizaban el término bárbaros para designar al extranjero que no pertenecía a su estirpe, mientras que xénos servía para indicar al extranjero griego (cf. HERÓDOTO, II 160, 4), que era ciudadano de una pólis distinta a la propia. Los espartanos, sin embargo, no hacían distinción alguna (cf. HERÓDOTO, IX 11, 2; 53, 2; 55, 2). Bárbaros es una forma onomatopéyica indoeuropea para designar a una persona que tiene dificultad para hablar una lengua, que hace «bar-bar» al hablar (piénsese, por ejemplo, en la raíz sánscrita barbara para significar «tartamudear»); y de ahí la idea de «extranjero». Cf. J. POKORNY, Indogermanisches etymologisches Wörterbuch I, Berna-Berlín, 1959, págs. 91 ss.
Muchos pueblos no griegos, como los epirotas, tracios, macedonios, sículos y, en cierta medida, los persas, se vieron implicados en la contienda. Si la guerra arquidámica (431-421) fue esencialmente griega, después de la Paz de Nicias los horizontes se ampliaron. Cf. A. W. GOMME, A historical commentary on Thucydides I, Oxford, 1945, pág. 91.
Pasaje de dudosa interpretación. Se ha discutido mucho sobre el sentido de «los acontecimientos anteriores, y los todavía más antiguos». Para Stahl, lo primero se refería a la época entre la Guerra de Troya y las Guerras Médicas, y lo segundo a los lejanos tiempos anteriores a Troya. Schadewaldt piensa que «los acontecimientos anteriores» (tà prò autôn) se refieren a las Guerras Médicas y «los todavía más antiguos» (tà éti palaítera), a la Guerra de Troya. Según Classen, en lo primero habría una alusión a los sucesos inmediatamente anteriores a la Guerra del Peloponeso a partir de las Guerras Médicas, y en lo segundo, a los acontecimientos anteriores al enfrentamiento con Persia. Pero resulta chocante que la dificultad señalada por Tucídides para llegar a un conocimiento preciso pueda referirse a los cercanos hechos de la Pentecontecia (años 479-432; cf. infra, I 89-118), de los que no debían de faltar los testimonios. El mismo Tucídides —en I 97, 2— dice que ha estudiado este período de forma más amplia y precisa que Helánico. También se contaba con el testimonio de Heródoto para las Guerras Médicas. Parece, pues, más verosímil que, cuando Tucídides habla de dificultades para conocer los hechos con precisión, piense sobre todo en la historia más antigua, a la que se aproxima mediante indicios menos seguros.
Si tenemos presente la síntesis de la historia de Grecia anterior a la Guerra del Peloponeso que Tucídides hace en la llamada Arqueología (I 2-19), es fácil llegar a la conclusión de que la expresión tà prò autôn («los acontecimientos anteriores» a «la mayor conmoción —kínēsis— que haya afectado a los griegos») —si no creemos que sea un caso de corrupción del texto (como piensan Steup y otros)— se refiere a la historia de Grecia que va desde la Guerra de Troya hasta la del Peloponeso, dejando un poco al margen la época inmediatamente anterior (tratada de forma sucinta en la Arqueología —I 18-19—, pero desarrollada luego ampliamente en los capítulos de la Pentecontecia I 89-118), mientras que «los todavía más antiguos» se referirían a la misma Guerra de Troya y a los tiempos anteriores a ella. La Guerra de Troya marcaría, pues, la línea divisoria (cf. I 11, 3-12, 1). En la Arqueología, efectivamente, Tucídides toma como frecuente punto de referencia la Guerra de Troya (cf. infra, I 3, 1; 3, 3; 3, 4; 8, 4; 9, 5; 11, 3-12, 1; 12, 4; 14, 1) y continuamente habla del «antes» y el «después» de esta guerra. Por un lado estaría, pues, la historia posterior a la Guerra de Troya y anterior a la del Peloponeso, sobre todo en sus épocas peor conocidas, y por otro, la misma Guerra de Troya y los acontecimientos todavía más antiguos, la leyenda, en suma. La llamada Arqueología sirve para demostrar la primera afirmación de Tucídides respecto a que la guerra que historió era más grande y memorable que las precedentes debido a que Grecia, antes de la Guerra del Peloponeso, no estaba preparada ni económica ni militarmente para guerras importantes.
De árboles frutales, cepas y olivos, cuyo fruto no hubieran podido recoger. Solo cultivaban la tierra para satisfacer sus necesidades inmediatas. Tampoco se había iniciado la acumulación de riqueza (cf. infra, 7; 13, 1), tan importante luego en el ámbito político-social.
Inestabilidad en los asentamientos, inseguridad en las comunicaciones, provisionalidad y pobreza: tales eran las características de la Grecia primitiva por oposición a la forma de vida posterior, ligada a un centro urbano y un territorio, con una organización estable y una capacidad para la creación de riqueza. La idea de «progreso» preside toda la Arqueología. Cf. J. DE ROMILLY, «Thucydide et l’idée de progrès», Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa 35 (1966), 143-191.
Peloponeso: «Isla de Pélope» (cf. infra, nota 59), por cuanto que estaba casi completamente rodeado por el mar (salvo los 8 km del istmo de Corinto). El Peloponeso, excepto la zona central, la Arcadia feliz, que era poco apta para la agricultura, como tierra montañosa, y pobre en recursos, era una tierra rica y contaba con los fértiles valles de Laconia y Mesenia.
El territorio del Ática, con un terreno poco apto para los cereales, de los que debía abastecerse mediante importación, se prestaba, sin embargo, al cultivo de árboles y, en especial, al del olivo. Paradójicamente, la organización política y la ausencia de disensiones se unen a la pobreza del suelo. Cf. M. H. B. MARSHALL, «Urban Settlement in the second chapter of Thucydides», The Classical Quarterly 69 (1975), 26-40.
Los atenienses se consideraban autóctonos. Cf. infra, la afirmación que se hace en el discurso fúnebre (II 36, 1) y EURÍPIDES, Medea 825-26.
Esta facilidad para obtener la ciudadanía ateniense pertenecía, desde luego, al pasado. En el siglo V, Atenas era mucho más reacia a ampliar su ciudadanía.
Sobre la colonización de Asia Menor, cf. infra, I 12, 4, y HERÓDOTO, I 142-148. Sobre el origen ateniense de los jonios de las Cícladas y de Asia Menor, cf. infra, VII 57, 4, y HERÓDOTO, I 146-147; V 97, 2; VII 51, 2; VIII 46, 2-3; IX 106, 3. La propaganda política insistía en el liderazgo de Atenas sobre los jonios.
Acontecimiento que se toma con frecuencia como punto de referencia. Según las principales fuentes cronológicas, su fecha fue el 1184 a. C. (cf. infra, I 12, 3, n. 83). Tucídides la colocaba en torno al 1200, o hacia mediados del siglo XIII a. C., según otros.
Hellás, «Hélade». Hellás fue, originariamente, una zona de Tesalia, próxima a Ftía, que se hallaba bajo el dominio de Aquiles. Cf. Ilíada IX 395.
Deucalión era un héroe, hijo de Prometeo, que se casó con Pirra, hija de Epimeteo y de Pandora, la primera mujer. Deucalión y Pirra fueron los únicos supervivientes del diluvio con el que Zeus decidió castigar a los hombres. Por consejo de Prometeo, construyeron un arca en la que flotaron durante nueve días y nueve noches salvándose del diluvio. Se establecieron luego en Tesalia, donde reinaron sobre los primeros hombres que, tras el diluvio, surgieron de las piedras —los huesos de la Tierra— que Deucalión y Pirra lanzaron por orden de Zeus. Uno de sus hijos fue Helén, mítico fundador de los helenos, de cuyos hijos, Doro, Eolo y Juto, descienden los dorios, eolios, jonios y aqueos. (Cf. DIODORO, IV 60, 2; APOLODORO, I 7, 2–3.) He aquí el árbol genealógico de esta familia mítica:
graph TD A[Deucalión = Pirra] A --> B[Helén = Orseida] A --> C[Melancia] A --> D[Anfictión] A --> E[Protogenia] B --> F[Doro] B --> G[Juto - Creúsa] B --> H[Eolo] G --> I[Diomede] G --> J[Aqueo] G --> K[Ión]En la interpretación del mito que nos ofrece Tucídides es de destacar la idea de que el nombre de helenos se difundió debido a la fuerza de Helén y sus hijos. Un nombre se difundía igual que se extendían los dominios, debido a la fuerza. No se dan pruebas. Solo está la afirmación de que la difusión del nombre debió de producirse porque Helén y sus hijos se hicieron poderosos. El poderío de Helén se infiere de la difusión de su nombre, y subyace la idea de la fuerza como elemento determinante de la historia.
Con los nombres de pelasgos, léleges y carios se conocía a los primitivos habitantes de las tierras que luego fueron ocupadas por los griegos o helenos. Estos pueblos, antes de la llegada de los griegos, se extenderían por toda Grecia, y los pelasgos, en concreto, según los testimonios de Homero (cf. Ilíada II 681-684 y 840-843) y de Heródoto, estarían situados preferentemente en las regiones septentrionales, de donde se verían obligados a emigrar al producirse las invasiones de los grupos indoeuropeos. Heródoto (I 56-58) los consideraba autóctonos e indicaba que su lengua no era griega; los pueblos autóctonos pelásgicos, como era el caso de los atenienses, que luego se convirtieron en griegos, cambiaron sin duda de lengua (cf. HERÓDOTO, I 57, 2-3; VIII 44). Una vez instalados los helenos y ya helenizada la población autóctona ateniense, los pelasgos no asimilados quedarían como grupos marginales; tal sería el caso de los que se instalaron en Lemnos tras ser expulsados del Ática por los atenienses, pelasgos que realizarían incursiones contra el Ática y sobre los que se organizaría una campaña propagandística a mediados del siglo V a. C. para justificar la toma de Lemnos por Milcíades (cf. HERÓDOTO, VI 137-140; E. LUPPINO, «I Pelasgi e la propaganda política del V secolo a. C. », Contributi dell’Istituto di Storia Antica I [1972], 71-77). De todas formas, el planteamiento de Heródoto del problema pelásgico es, por lo menos, algo complicado (cf. HERÓDOTO, I 56-58; 146, 1; II 51-52; VI 137-140; VII 94-95; VIII 44). Su identificación histórica no es segura, y ya Éforo en el siglo IV a. C. señalaba que los nombres de estos pueblos eran términos imprecisos que servían para designar a distintos grupos que habitaban en la cuenca del Egeo cuando llegaron los griegos. Tucídides no profundiza en el complejo problema de los pelasgos y se limita a considerarlos como la población más numerosa y extendida de la Grecia prehelénica. Sobre esta cuestión, cf. F. LOCHNER VON HÜTTENBACH, Die Pelasger, Múnich, 1960, y la reseña de G. NEUMANN, Gnomon 34 (1962), 370-374.
Región situada al sudeste de Tesalia, en la que se encontraba Ftía, la patria de Aquiles.
Cf. HERÓDOTO, II 53. Según Heródoto, Homero y Hesíodo fueron contemporáneos y vivieron a mediados del siglo IX a. C.
Cf. HOMERO, Ilíada II 683-684; IX 395; 447-448; XVI 595; Odisea XI 496.
En Ilíada II 867, sin embargo, se habla de los carios barbaróphōnoi (cf. ESTRABÓN, XIV 2, 28), por lo que se piensa que Tucídides desconocía el verso o rechazaba su autenticidad o su valor probatorio respecto al uso del término bárbaroi (cf. supra, nota 8).
Cf. infra, I 9, 3-4.
Mítico rey de Creta, cuyo nombre representa probablemente un título o un gentilicio, hijo de Zeus y de Europa según la tradición. Tucídides le atribuye la creación de la primera gran flota, base de la talasocracia cretense. Este dominio minoico sobre el Egeo y el Mediterráneo oriental, aunque ha sido objeto de controversias e incluso negado por algunos, está de acuerdo con los testimonios antiguos (cf., por ej., HERÓDOTO, I 171, 2-3; III 122, 2; PLATÓN, Leyes 706a-b; ÉFORO, FGrHist 70 F 149; ARISTÓTELES, Política II 7, 2 [1271b]; ESTRABÓN, X 4, 8; DIODORO, IV 60, 3; PAUSANIAS, I 27, 9) y ha sido confirmado por las modernas investigaciones arqueológicas que evidencian una supremacía de la cultura y economía cretense sobre las Cícladas, Chipre, Asia Menor y Egipto durante la primera mitad del II milenio hasta el siglo XVI a. C. La talasocracia minoica no es, por tanto, una invención ateniense en la búsqueda de un ilustre precedente para su imperio del siglo V a. C., aunque Tucídides proyecte en cierto modo las condiciones políticas y económicas de la Atenas de su época sobre el pasado más lejano. Ya antiguamente para crear un imperio las condiciones que se precisaban eran, según el historiador, recursos financieros y la posesión de una flota, tributos y naves, es decir, las circunstancias que permitieron la expansión imperial ateniense. Tucídides identifica imperio y talasocracia (cf. infra, I 8, 2-4) desde su óptica de una ciudad marítima e imperial.
La akoḗ, la tradición oral. Cf. infra, I 23, 3; 73, 2, etc.
Cf. infra, I 8, 2. Sobre la construcción naval en Creta, cf. S. MARINATOS, «La marine créto-mycénienne», Bulletin de Correspondance Hellénique 62 (1933), 170-235.
El Egeo.
Archipiélago del Egeo meridional, al sudeste del Ática y de Eubea, con islas como Naxos (la mayor de ellas con una extensión de unos 450 km2), Paros, Andros. . ., formando un círculo (kýklos) alrededor de Delos.
Cf. infra, I 8, 1. Sobre los orígenes de este pueblo, véase HERÓDOTO, I 171 (cf. HERÓDOTO, Historia I-II, intr. F. R. ADRADOS, trad. y notas de C. SCHRADER, Madrid, BCG 3, 1977, págs. 230-231.) Tucídides está en desacuerdo con otras fuentes respecto a la expulsión de los carios de las islas, que, según él, fue obra de Minos. Según Heródoto, sin embargo, fueron expulsados por los dorios y los jonios (cf. HERÓDOTO, I 171, 5). Según el historiador de Halicarnaso, los carios no se dedicarían a la piratería y estarían en buenas relaciones con Minos, cuya supremacía reconocerían, e incluso contribuirían a equipar sus naves (cf. HERÓDOTO, 171, 2). En época histórica vivían en el suroeste de Asia Menor. Sobre ellos, cf., asimismo, ESTRABÓN, XIV 2, 27-28.
En estos capítulos de la Arqueología, el tema del mar, de la importancia de su dominio y de su relación con el progreso, es un leitmotiv, tal como demuestran las continuas referencias al uso y al control de las rutas marinas (cf. I 2, 2; 3, 5; 4, 7; 8, 2-3; 9, 3-4; 10, 4; 13, 1-6; 14, 1-3; 15, 1) y al tema de la piratería (cf. I 7; 8, 1-3; 10, 4; 11, 1-2; 13, 5). La valoración tucidídea de la piratería no es negativa; va unida al desarrollo de la navegación y al progreso de las comunidades, procura medios de subsistencia a los más débiles y poder, autoridad y gloria a los más poderosos, que con está actividad se aseguran el apoyo y la obediencia de los primeros. Este juicio positivo coincide perfectamente con la visión de PLATÓN (Leyes VII 823b) y de ARISTÓTELES (Política I 3, 4, 1256a), para los cuales la piratería es un modus vivendi tan natural como la agricultura, la pesca o la caza. Cf. en este sentido infra, I 11, 1, donde Tucídides, al hablar de la actividad de los griegos en Troya, dice que «a causa de la dificultad de aprovisionamiento, se dedicaron a cultivar las tierras del Quersoneso y a la piratería». La piratería, igual que la práctica del bandidaje en tierra (cf. infra, I 5, 3), está en muchos aspectos relacionada con la guerra y con la actividad comercial. Su desarrollo y sus modalidades van cambiando según las épocas, pero difícilmente desaparece. Coexiste peor, sin embargo, con la existencia de una talasocracia. Así, por ejemplo, campó menos a sus anchas durante el período de la hegemonía marítima de Atenas, que impuso su ley y se preocupó de combatirla (cf. PLUTARCO, Cimón 8, 3-5; Pericles 19, 1), pero en otras épocas de la historia de Grecia experimentó un notable auge e incluso fue reglamentada y en cierto modo institucionalizada como guerra de corso; así ocurrió en muchos Estados de la época helenística. Es, pues, un fenómeno ligado al progreso, que perduró en el Mediterráneo. Sobre este tema, cf. H. A. ORMEROD, Piracy in the Ancient World, Londres, 1924; G. BIRAGHI, «La pirateria greca in Tucidide», Acme 5 (1952), 471-477; Y. GARLAN, «Signification historique de la piraterie grecque», Dialogues d’histoire ancienne 4 (1978), 1-16.
Cf. HOMERO, Odisea III 71-74; IX 252-255; Himno a Apolo 452-455.
Habitantes de la Lócride Ozolia o Hesperia, en la parte occidental de la costa norte del golfo de Corinto, entre la Fócide y la Etolia. Se distinguen de los locros opuntios, que habitaban la Lócride Opuntia u Oriental, territorio que se extendía frente a Eubea, al norte de Beocia. Cf. infra, I 103, 3; 108, 3.
Habitantes de Etolia, territorio situado al norte de la Lócride Ozolia y del golfo Calidonio, su salida al mar.
Población de Acarnania, región al oeste de Etolia, bañada por el mar Jonio. El río Aqueloo la separa de Etolia.
El quitón era el vestido normal en Grecia, usado tanto por los hombres como por las mujeres. El de estas solía ser largo hasta los pies, mientras que era más corto el de aquellos. Sus características particulares dependían de una serie de factores como la edad, el sexo, los gustos y las modas, etc. Sin embargo, en líneas generales, había que distinguir entre dos tipos: el jónico y el dórico. El quitón jónico era una fina túnica de lino, con mangas (por lo que se le llamaba cheirodōtós chitṓn) y cosida por ambos lados, de modo que no fueran necesarias las fíbulas, mientras que el vestido dórico era de lana, no tenía mangas y solo iba cerrado por un costado; por el otro estaba abierto (de ahí la denominación de schistós chitṓn y el que Íbico llamara a las espartanas phainomêrídas por enseñar las piernas por ese lado) y se abrochaba con fíbulas. La evolución del vestido masculino a la que se refiere Tucídides en este pasaje no coincide, sin embargo, con el cambio de la moda femenina al que hace referencia Heródoto en V 87-88, donde el historiador nos da una explicación anecdótica (la muerte del único superviviente ateniense de una expedición contra Egina a manos de las mujeres atenienses, que, a punzadas de fíbula, hicieron pagar a aquel la muerte de sus maridos) para justificar el paso del vestido dórico, con fíbulas, al jónico, evitando así la utilización de las fíbulas. La moda del quitón de lino sin aquel «peligroso cierre» procedía de Jonia, y los jonios, se cree, la habrían recibido de los carios (cf. HERÓDOTO, I 146, 2; V 88); en enterramientos arcaicos atribuidos a carios, según se ha observado (cf. R. LONG, «Greeks, Carians and the Purification of Delos», American Journal of Archaeology 62 [1958], 303), no aparecen fíbulas. Según este pasaje de Tucídides, por el contrario, la evolución no fue del modelo dórico al jónico, tal como explica Heródoto, sino viceversa. Y las representaciones que nos ofrecen la escultura y la cerámica permiten pensar que en Atenas, durante la época arcaica, se usaba el vestido jónico, y que, después de las Guerras Médicas, se fue imponiendo el modelo dórico, posiblemente como reacción contra el lujo y refinamiento orientales.
Se refiere a la moda de recoger los cabellos en la coronilla o encima de la nuca, que podemos observar en las figuras de los vasos del período comprendido entre mediados del s. VI y el 470 a. C., aproximadamente. Las «cigarras» (téttiges) serían unos adornos o pasadores para sujetar el pelo. Se han identificado con unas espirales que se insertaban en los cabellos. Sobre este uso, cf. ARISTÓFANES, Caballeros 1321-34, Nubes 984-986. Es probable que el nombre se debiera a su forma, aunque faltan testimonios seguros al respecto. Cf., asimismo, ATENEO, XII 512b-c.
Todas estas modas lujosas que compartieron los jonios y los atenienses no debieron de iniciarse en Atenas y pasar luego a Jonia, sino que debió de ocurrir al revés.
El término «lacedemonios» era la denominación oficial de los espartanos y se refería tanto a los espartiatas, los ciudadanos de pleno derecho, como a los periecos (cf. infra, n. 563 y 809).
Metríāi esthêti se refiere a la sencillez del modo de vestir dorio, pero también nos hace pensar en el largo del vestido. El dorio era más corto que el jonio.
Cf. PLATÓN, República V 452c. Platón dice que los cretenses fueron los primeros en usar los gimnasios (dando a esta palabra su sentido etimológico, es decir, refiriéndola a los lugares en que los hombres se ejercitaban desnudos), y que luego les siguieron los lacedemonios. Según otras fuentes, sin embargo, la costumbre de la desnudez en los ejercicios atléticos fue introducida por un personaje concreto: por el lacedemonio Acanto, según DIONISIO DE HALICARNASO (VII 72, 3), y por el megareo Orsipo, según PAUSANIAS (I 44, 1) y el escolio a este pasaje de Tucídides. Esta supresión del diázōma se habría producido en la XV Olimpíada, en el 720 a. C.
Juegos panhelénicos que se celebraban cada cuatro años en Olimpia, en la Élide. La lista de los vencedores de las Olimpíadas se iniciaba en el 776 a. C., y la referencia a los años olímpicos constituía un sistema cronológico.
El diázōma es una especie de taparrabo.
En el pasaje citado de Platón se recuerda, refiriéndose al hecho de dejarse ver desnudos, que «no ha mucho les parecía a los griegos vergonzoso y ridículo lo que ahora se lo parece a la mayoría de los bárbaros». Cf. también a este respecto HERÓDOTO, 10, 3.
Tal es el caso de Corinto (cf. infra, I 13, 5), Epidamno (I 24, 1-2; 26, 5) y Potidea (I 56, 2; IV 120, 3), entre otros.
Puede pensarse en ciudades como Argos, Micenas, Cnoso y en la misma Atenas.
Cf. supra 4, n. 33.
Respecto a los fenicios en el Egeo, cf. HERÓDOTO, I 1, sobre el mítico rapto de Ío por los fenicios; II 44, 4, donde se habla de la colonización de Tasos por navegantes fenicios; II 54 y 56, sobre la intervención en la fundación del oráculo de Dodona de una mujer consagrada, raptada por los fenicios en Tebas de Egipto y vendida en Grecia; III 107, acerca de la exportación de incienso a Grecia por los fenicios; y IV 147, 4-5, sobre los fenicios en la isla de Tera.
Literalmente «esta guerra», que se refiere naturalmente a la que es objeto de la Historia de Tucídides; cf. infra, 97, 1; II 47, 1, etc.
En el 426 a. C.; cf. III 104, 1-2. Esta afirmación de Tucídides ha sido confirmada por el hallazgo en Renea (cf. infra, I 13, 6, n. 103) de un depósito de material funerario correspondiente en general al período que va del siglo VIII al V a. C.
El problema relativo a las tumbas carias es complejo. Lo cierto es que quienes efectuaron la purificación de que habla Tucídides se encontraron con tumbas muy diferentes a las suyas, que no podían identificar. Probablemente se trata en general de enterramientos griegos de época arcaica. De todas formas, con apreciaciones como esta se demuestra el interés de Tucídides por los datos arqueológicos. Cf. R. M. COOK, Annual of the British School at Athens 50 (1955), 266-270.
Cf. supra 4, nota 33. En cuanto a la importancia de la proximidad al mar y del amurallamiento, de lo que se habla a continuación, recuérdese que son precisamente dos elementos a evitar en la ciudad ideal de PLATÓN (Leyes 704d-707d; 778d; cf. D. PLÁCIDO SUÁREZ, «Platón y la Guerra del Peloponeso», Gerión 3 [1985], 43-62).
Sobre la comunidad de intereses entre débiles y poderosos, cf. supra, I 5, 1, n. 34. Es una idea que encontramos en diversos pasajes. El imperio puede resultar útil a los súbditos y a los dominadores. La unión hace la fuerza. Cf. en particular, en el discurso de Eufemo, VI 87, 3-4.
Padre «humano» de Helena (hija, en realidad, de Zeus y de Leda), que, siguiendo el consejo de Ulises, hizo jurar a los pretendientes de su hija que aceptarían la elección de esta y que ayudarían, en caso de necesidad, al elegido. Este fue el juramento invocado por Menelao para que todos los caudillos griegos emprendieran la expedición contra Troya. Cf. ISÓCRATES, X 40; APOLODORO, III 10, 9, y PAUSANIAS, III 20, 9. Tucídides racionaliza el mito.
Probable alusión a Helánico (s. V a. C), que escribió un libro titulado Argoliká, en el que recogía tradiciones peloponesias. Cf. infra, I 97, 2. Algunos fragmentos conservados se referirían a Atreo y Euristeo; cf. F. JACOBY, FGrHist 4, F 155 y 157.
El mítico Pélope, hijo de Tántalo, era originario de Asia Menor, y emigró a Europa, expulsado por Ilo. Llegó a Grecia, que era un país pobre, cargado de tesoros, e introdujo el lujo oriental. Después de vencer a Enómao, se casó con su hija Hipodamía, y de este matrimonio nacieron muchos hijos, entre los que se contaban Atreo y Tiestes. Fue rey de Pisa y de la Élide, y extendió su poder por gran parte del Peloponeso, tierra a la que dio nombre (cf. supra, n. 14).
Euristeo era hijo de Esténelo y nieto de Perseo. Su madre era Nicipe, hija de Pélope. Reinó en Micenas debido a una astucia de Hera, que logró que Euristeo naciera antes que Heracles, otro perseida, a quien Zeus destinaba al trono. Impuso los «trabajos» a Heracles, que se había puesto al servicio de Euristeo por mandato del oráculo. Siempre temeroso de Heracles, procuraba mantenerlo alejado y, tras la muerte del héroe, persiguió a sus descendientes, los Heráclidas, que se refugiaron en el Ática. Finalmente marchó contra los atenienses y fue vencido y muerto por Hilo, que iba al frente de los Heráclidas. Sus dominios pasaron entonces a manos de un pelópida, Atreo, hermano de Nicipe, la madre de Euristeo. Cf. HERÓDOTO, IX 27, 2; DIODORO, IV 57-58; PAUSANIAS, 44, 10; APOLODORO, II 8, 1.
La famosa ciudad de la Argólide que ha dado nombre al mundo micénico y que tuvo un papel capital en la Grecia de los siglos XVI-XII a. C. Con posterioridad fue una ciudad débil que acabó incorporada a Argos (hacia el 468; cf. DIODORO, XI 65, 1-5).
Crisipo era hijo de Pélope y de la ninfa Axíoque; era hermanastro, por tanto, de Atreo. En una de las versiones que existen sobre su muerte, fue muerto por Atreo a instigación de Hipodamía.
Con Atreo, al que pasaron los dominios de Euristeo, los Pelópidas sustituyeron en la hegemonía a los Perseidas. Tomando en consideración una tradición según la cual los Perseidas tendrían su sede en Tirinto y los Pelópidas en Micenas, se podría pensar aquí en una fase en que la segunda se impusiera sobre la primera.
Cf. Ilíada II 576-580 y 609-614: cien naves de Agamenón y sesenta proporcionadas a los arcadios.
Tucídides da poco crédito a Homero; piensa que su poesía embellece los hechos y aumenta su importancia. Cf. infra, I 10, 3; II 41, 4, y VI 2, 1. A pesar de ello, lo utiliza para la reconstrucción de la historia más antigua (cf. supra, I 5, 2, nota 35).
Cf. Ilíada II 100-109: el cetro había sido obra de Hefesto para el Crónida Zeus, quien lo entregó a Hermes, y de este pasó a Agamenón a través de Pélope, Atreo y Tiestes.
Cf. Ilíada II 108. En Homero «Argos» puede referirse tanto a la ciudad de este nombre como a la Argólide o a Grecia en general, especialmente al Peloponeso o a los territorios continentales del reino de Agamenón, como en este caso.
Tucídides insiste en la importancia del dominio del mar como base de poderío, de influencia política y de expansión económica. Cf., por ejemplo, supra, I 3, 5; 4; 7, 1; infra 13, 1; 143, 4; II 62, 2; 65, 7; 89, 10. Es uno de los principios básicos del historiador.
Esparta constituye un buen ejemplo para el razonamiento de Tucídides de que la potencia de una ciudad no está en relación directa con la magnificencia de sus edificios.
No se refiere a las regiones, ya que estas eran seis: Laconia, Mesenia, Élide, Acaya, Argólide y Arcadia. Aun uniendo Mesenia a Laconia, a la que estaba sometida, no podría referirse a las regiones, puesto que entonces se trataría de una quinta parte. Seguramente, Tucídides se refiere a que Laconia y Mesenia suponían los dos quintos del territorio peloponesio, aunque la extensión de las dos regiones era en realidad inferior a las dos quintas partes.
Es una afirmación exagerada, puesto que Argos, la segunda potencia del Peloponeso, se mantenía aparte y no intervino hasta la segunda fase de la guerra, después de la Paz de Nicias, y entonces se alineó al lado de Atenas hasta el 404. Esta afirmación ha sido utilizada en relación con el problema de la composición de la Historia de Tucídides. F. W. ULLRICH, Beiträge zur Erklärung des Thukydides, Hamburgo, 1846, pág. 124 ss.: considerando que la hegemonía de Esparta, después de la derrota de Atenas en el 404, se extendería, más que al Peloponeso, a toda Grecia, concluyó que este pasaje habría sido compuesto con anterioridad al 404. Por el contrario, W. H. FORBES, Thucydides I, Oxford, 1895, defendió la tesis de que fue escrito no después del 421, sino con posterioridad al 404, argumentando que Argos fue aliada de Atenas entre el 420 y el 404.
Cf. supra, I 5, 1. Esparta no era una ciudad-estado con la estructura urbana de otras ciudades griegas contemporáneas. Era en realidad una agrupación de ōbaí, aldeas (Limnas, Cinosura, Mesoa, Pitana y Amiclas) que habían llegado a la unidad mediante un proceso de sinecismo. Cf. PAUSANIAS, III 2, 6; 16, 9; 19, 6; POLIBIO, V 19, 1-2; W. G. FORREST, A History of Sparta 950-192 B. C., Londres, 1968, págs. 24-34.
También HERÓDOTO (VII 20, 2) consideraba que la expedición contra Troya había sido inferior a la expedición de Jerjes.
Cf. supra, I 9, 3, nota 65.
Cf. Ilíada II 510.
Cf. Ilíada II 719.
Se trata del libro II de la Ilíada, que constituye una relación de los pueblos que participaron en la Guerra de Troya y de las fuerzas con que contaban.
Cf. Ilíada II 719-720.
Según el cálculo de Tucídides, se alcanza un total de 102.000 hombres, partiendo de una media de 85 hombres por barco (dado que las naves beocias, que eran las más grandes, llevaban 120 hombres y las de Filoctetes, las más pequeñas, 50) y de un número de 1. 200 naves. Era una cifra considerable, tratándose de una expedición por mar y comparándola incluso con expediciones atenienses de las que nos habla luego Tucídides (cf., por ejemplo, infra 116, 1-2; 117, 2; II 56, 1-2; 58, 1-3, etc.). Es cierto, de todos modos, que se trataba de una expedición panhelénica, lo que reducía la significación de aquel número.
En la antigua Grecia, las guerras no solían ser de larga duración y en su mayor parte enfrentaban a pueblos vecinos por cuestiones de fronteras. En estos casos el problema del abastecimiento de las tropas tenía menos importancia; los mismos soldados llevaban sus víveres. Sin embargo, cuando se emprendían expediciones más largas y lejos de la propia ciudad, los soldados solo llevaban provisiones para un período corto y tenían que preocuparse luego del abastecimiento, que podía ser facilitado por los aliados o podían conseguirlo mediante compra, estableciendo un mercado, por ejemplo, como en Potidea, o por medio del saqueo de territorios enemigos (cf. infra, 62, 1; IV 6, 1; 80, 1; 83, 5; V 47, 6; etc.). Tanto en esta cuestión del aprovisionamiento como en otros detalles que siguen, el relato de Tucídides respecto al desembarco griego en Troya presenta notables analogías con operaciones y desembarcos que tuvieron lugar en la misma Guerra del Peloponeso: ocupación o desembarco de un territorio asegurándose el terreno mediante una victoria inicial, después de lo cual viene el establecimiento de un campamento y su fortificación o el bloqueo de la ciudad objeto del ataque, si ello es posible (cf. infra, III 6, 1-2; VI 23, 2; 66, 2, etc.). Se trata, pues, en cierto modo, de otra proyección del presente sobre el pasado.
(Dêlon dè: tò gàr éryma tôi stratopédōi ouk àn eteichísanto). Ha sido objeto de polémica el conflicto entre estas diez palabras de Tucídides relativas a la construcción de una fortificación tras el desembarco, en el primer año, y los pasajes de la Ilíada (VII 336-343; 436-463), donde se describe la construcción de una fortificación en el décimo año y no se hace referencia a una fortificación construida en el primero, de la que tampoco parece estar enterada la tradición épica, aunque algunos testimonios parecen sugerir su existencia (HERÓDOTO, II 118; PROCLO, resumen de los Cantos Ciprios; cf. sobre el tema y los problemas que puede plantear la interpretación de este pasaje: E. DOLIN, «Thucydides on the Trojan War: a Critique of the text of I 11. 1», Harvard Studies in Classical Philology 87 [1983], 119-149). Tucídides se refiere a una fortificación (éryma) construida rápidamente tras el desembarco, tal como era usual, según hemos dicho, en su época; en un día se levantó la de VI 66 y en dos y medio la de IV 90, 2. Cf. E. WATSON WILLIAMS, «Eryma; Thucydides I, 11», Eranos 60 (1962), 101-104; O. TSAGARAKIS, «The Achaean Wall and the Homeric Question», Hermes 97 (1969), 129-135.
Sobre lo primero no habla la Ilíada. Posiblemente lo hacían los Cantos Ciprios. Respecto a la piratería, cf. Ilíada I 366 ss., IX 328 ss. y XX 91 ss. Lo notable es que la agricultura y la piratería están en el mismo plano. Cf. supra, I 5, 1, n. 34.
Los logógrafos (cf. infra, I 21, 1) habían establecido las fechas de los principales acontecimientos de la historia antigua, incluso de los sucesos míticos (cf. HERÓDOTO, II 142 ss.). Tucídides puede haber tomado estas fechas de Helánico (cf. supra, I 9 nota 58), que había escrito sobre los sucesos posteriores a la caída de Troya. Esta fue tomada, según Eratóstenes (s. III a. C), en el 1184 a. C., pero según los modernos descubrimientos arqueológicos la caída se produjo hacia el 1250 a. C., fecha con la que están de acuerdo los cálculos de HERÓDOTO (II 145, 4).
La ciudad de Arne estaba situada en Tesalia central. Los tesalios, según HERÓDOTO, VII 176, 4, procedían de Tesprotia, región del Epiro.
De Cadmo, mítico fundador de Cadmea, acrópolis de Tebas. Había salido de Tiro en busca de su hermana Europa, raptada por Zeus. En cumplimiento de una orden del oráculo de Delfos fundó la ciudadela cadmea en el sitio que luego se llamó Tebas. Cf. HERÓDOTO, V 57 ss.; ESTRABÓN, IX 2, 3; PAUSANIAS, IX 5, 1-2. Sobre la migración beocia, cf. D. W. PRAKKEN, «The Boeotian Migration», American Journal of Philology 64 (1943), 417-423.
Cf. Ilíada II 494-510.
Después de vencer a Euristeo (cf. supra, I 9 y n. 60), los Heráclidas conducidos por Hilo se establecieron en el Peloponeso. Pero, al cabo de un año, sobrevino una peste, que el oráculo atribuyó a la cólera divina, provocada por el hecho de que los Heráclidas habían regresado al Peloponeso antes del tiempo fijado por el destino. Entonces los Heráclidas, obedientes al oráculo, abandonaron el Peloponeso y volvieron al Ática, donde se pusieron a esperar que llegara el momento de regresar al Peloponeso. Una vez que llegó el momento indicado por el oráculo (a «la tercera cosecha»), Hilo, al frente de los suyos, avanzó por el istmo de Corinto, pero le salió al encuentro Équemo, rey de Tegea. Entre los dos jefes se acordó un combate singular. Si vencía Équemo, los Heráclidas renunciarían a todo intento de entrar en el Peloponeso durante cien años (o cincuenta según otros). Hilo fue vencido y muerto, y los Heráclidas se retiraron. Su nieto Aristómaco fue de nuevo a consultar el oráculo que le prometió la victoria si atacaba «por el camino estrecho». Entendió que se refería al istmo y fue por allí. Encontró la muerte y los Heráclidas fueron vencidos otra vez. Finalmente, Témeno, hijo de Aristómaco, logró que el oráculo le ayudara a dar una interpretación correcta a sus respuestas. Por «tercera cosecha» debía entenderse «tercera generación», y el «camino estrecho» se refería a los «estrechos» entre la costa de Grecia continental y la del Peloponeso. Prepararon una flota, pero un desafortunado incidente fue causa de un nuevo fracaso. Al fin, sin embargo, con la ayuda de Óxilo, rey de la Élide, el tuerto montado en su caballo, que era el guía «de tres ojos» al que se había referido el oráculo, lograron apoderarse del Peloponeso, después de vencer a Tisámeno, el hijo de Orestes. La tradición ha solido identificar este retorno de los Heráclidas con la invasión doria (siglo XII a. C.). La emigración doria y su entrada en el Peloponeso sería el regreso de los descendientes de Heracles a la tierra de su antecesor. Este movimiento de los dorios ha sido diversamente valorado e interpretado por la historiografía moderna. Unos insisten en el carácter destructivo e innovador de la llamada invasión de los dorios y de los movimientos de pueblos que acabaron con la civilización micénica y pusieron las bases para el desarrollo de un mundo nuevo, el de los siglos X-IX a. C. Otros, por el contrario, creen que debe reducirse la dimensión y el alcance de este acontecimiento, que no significaría una ruptura entre dos períodos y dos culturas. Posiblemente ambas tendencias interpretativas tienen parte de razón. Es cierto que la invasión doria fue un movimiento violento y que supuso una transformación e innovaciones importantes, pero tampoco deben olvidarse los elementos de continuidad, las afinidades étnicas y los fenómenos de aculturación entre los invasores y las poblaciones anteriores.
Cf. supra, I 2, 6 y nota 18. Algunas islas, sin embargo, fueron colonizadas por dorios. Tal era el caso de Melos, Tera y Rodas.
HERÓDOTO (cf. III 136 y 138) y TUCÍDIDES (cf. VI 44, 2; VII 33, 4 y VIII 91, 2) llamaban Italia al extremo sur de Italia actual (la Calabria y Lucania de hoy, incluyendo Tarento).
Sobre la colonización de Sicilia, cf. infra, VI 3-5.
Colonias como Corcira (cf. infra, I 24, 2; 25, 2-3), Léucade (cf. infra, I 30, 2) y Ampracia (cf. infra, II 80, 3).
Cf. infra, I 13, 3 nota 94; 14, nota 107.
Nada más sabemos sobre este personaje que impulsó las construcciones navales. Cf., asimismo, DIONISIO DE HALICARNASO, Tucídides 19; PLINIO, Historia natural VII 207.
En este pasaje y en otros semejantes se ha discutido sobre si Tucídides se refiere a la Guerra del Peloponeso en su totalidad (hasta el 404) o solo al final de la guerra arquidámica (421). De ello depende, naturalmente, la determinación de las fechas en cuestión. Nosotros nos inclinamos por la primera hipótesis, con lo que el viaje de Aminocles a Samos se habría realizado hacia el 704 a. C., fecha en que, según este testimonio, y si se considera, de acuerdo con el contexto, que las naves construidas para los samios eran realmente trirremes, lo que no queda del todo claro, podría haberse iniciado la construcción de este nuevo modelo en Grecia. Esta fecha, sin embargo, considerada excesivamente alta, tiene un valor aproximado. Sobre ella se ha venido discutiendo y modernamente investigadores sobre la marina en la Antigüedad apoyan una fecha cercana a la de Tucídides para las primeras trirremes; el cálculo de nuestro historiador, teniendo en cuenta una posible diferencia en el cómputo de las generaciones, podría rebajarse unos 50 años, pero en el siglo VII a. C. debió de darse el paso de la birreme a la trirreme, cuyo uso se propagaría lentamente a partir del 650 a. C. más o menos (cf. J. S. MORRISON, R. T. WILLIAMS, Greek Oared Ships 900-322 B. C., Cambridge, 1968, págs. 158-159; L. CASSON, Ships and Seamanship in the Ancient World, Princeton, 1971 [reed. 1986], pág. 81; A. B. LLOYD, «Were Necho’s triremes Phoenician?», Journal of Hellenic Studies 95 [1975], 45-61; J. S. MORRISON, «The first triremes», The Mariner’s Mirror 65 [1979], 53-63; J. S. MORRISON-J. F. COATES, The Athenian Trireme, The history and reconstruction of an ancient Greek warship, Cambridge, 1986, págs. 36-45); otros, sin embargo, expresan sus reservas al respecto (cf. J. A. DAVISON, «The first Greek Triremes», The Classical Quarterly 41 [1947], 18-24; C. G. STARR, «Thucydides on sea power», Mnemosyne, s. 4, 31 [1978], 343-350). Así, aceptando el testimonio de Tucídides, se puede defender la hipótesis de una invención en Corinto, en una fecha no muy lejana a la calculada a partir de ese pasaje, y de una difusión a partir de la segunda mitad del siglo VII a. C., durante el reinado de Cipselo o el de Periandro. Es posible, pues, pensar en un origen corintio, admitiendo la anterioridad de las trirremes griegas respecto a las fenicias, tema sobre el que se ha mantenido una importante controversia que ha opuesto a dos investigadores como A. B. LLOYD y L. BASCH (cf. A. B. LLOYD, art. cit., Journal of Hellenic Studies 95 [1975], 45-61; L. BASCH, «Trières grecques, phéniciennes et égyptiennes», Journal of Hellenic Studies 97 [1977], 1-10; A. B. LLOYD, «M. Basch on triremes: some observations», Journal of Hellenic Studies 100 [1980], 195-198; L. BASCH, «M. Le Professeur Lloyd et les trières: quelques remarques», Journal of Hellenic Studies 100 [1980], 198-199). Lloyd afirma que la trirreme griega es anterior a la fenicia sobre la que influyó, mientras que Basch insiste en la anterioridad de la trirreme fenicia, que habría servido de modelo a la egipcia. Una posición intermedia es la que ofrecen E. VAN’T DACK, H. HAUBEN («L’apport égyptien à l’armée 95navale lagide», en Das ptolemäische Ägypten", Maguncia, 1978, pág. 68, n. 79), quienes afirman que la trirreme fue una invención griega, pero que Necao no las construyó en su forma original, ya que sus ingenieros eran fenicios. El obstáculo que supone la ausencia de representaciones de trirremes en la cerámica de la época se salvaría con la consideración de que la trirreme todavía no había sustituido al pentecóntero como principal barco de guerra, hecho que se fue produciendo posteriormente hasta llegar al siglo V, en que la trirreme se convirtió en la nave fundamental de las armadas griegas. Cf. infra 14, 1, nota 107. Corcira, que al parecer estaba habitada por un pueblo ilírico, fue colonizada por los corintios en el siglo VIII (el año 733 a. C. es la fecha tradicional). Corinto, muy interesada en las islas por su situación estratégica en la ruta comercial entre Grecia e Italia, fundó la capital y los puertos más importantes. Pero la colonia prosperó y surgieron las diferencias. Tenemos escasa información respecto a esta batalla del siglo VII a. C. entre Corcira, la actual Corfú, y su metrópoli Corinto. Constatamos aquí su enemistad, enemistad que se manifestó de forma violenta a raíz del asunto de Epidamno en los años que precedieron a la Guerra del Peloponeso (cf. infra, I 24-56), a pesar de sus relaciones coloniales, y que venía de antiguo (cf. infra, I 38, 1; HERÓDOTO, III 48-53).
Es decir, hacia el 664 a. C., si calculamos también en este caso a partir del 404. Es frecuente, como se ve, el uso de la Guerra del Peloponeso como punto de referencia cronológico. Cf. infra, I 18, 1-3; 118, 1-2.
Cf. HOMERO, Ilíada II 570, donde aparece el mismo adjetivo (aphneiós) utilizado por Tucídides, y PÍNDARO, Olímpicas 13, 4. Era proverbial la opulencia de Corinto; su lujo y su riqueza derivaban de su extraordinaria actividad comercial favorecida por su situación estratégica en el istmo; desde antiguo cobró elevados derechos de tránsito por el paso de mercancías y en época romana se seguía celebrando el lujo corintio y el refinamiento y cotización de sus prostitutas: non licet omnibus adire Corinthum.
Corinto, como Minos (cf. supra, 4, n. 28 y 33) y como cualquier talasocracia, combatía la piratería.
Ciro el Grande, hijo de Cambises y de Mandane, hija del rey de los medos Astiages, de la familia de los Aqueménidas, rey de Anyan desde el 559, derrotó a Astiages y acabó con la supremacía meda en el año 550; fue el iniciador del poderío persa y su reinado (hasta el 530, o hasta el 529 a. C., según CTESIAS, F. JACOBY, FGrHist 688, F 8, y JUSTINO, 8) se caracterizó por una política expansiva; entre sus conquistas estuvo la de Lidia, con la sumisión de Creso y la toma de Sardes (546 a. C), que puso en contacto las ciudades griegas de la costa asiática como el Imperio persa.
Hijo de Ciro y de Casandane, reinó desde el 530, tras sofocar algunos intentos de rebelión a la muerte de su padre, hasta el 522 a. C. (cf. A. T. OLMSTEAD, A History of the Persian Empire, Chicago, 1948, págs. 86 ss.). Se caracterizó, según la tradición, por su carácter violento.
Cf. infra, I 16; HERÓDOTO, I 161-169. El relato de Heródoto no dice nada de un control temporal del mar por los jonios en una guerra que acabó con la sumisión de estos al dominio persa. Se puede pensar, sin embargo, en un cierto dominio inicial del mar a partir de comentarios de Heródoto sobre la potencia naval de algunas ciudades jonias (cf. HERÓDOTO, I 17, 3; 27; 151, 3).
Policrates, hijo de Éaces, perteneciente a una de las más importantes familias de Samos, enriquecido mediante la fabricación de objetos de bronce, derrocó el régimen oligárquico de los grandes terratenientes con el apoyo del partido popular (cf. C. MOSSÉ, La tyrannie dans la Grèce Antique, París, 1969, págs. 15-20). Gobernó Samos entre el 540 y el 522 a. C., año en que el sátrapa persa Oretes le dio una muerte infame. Cf. HERÓDOTO, III 39-47; 54-57 y 120-125. Policrates se preocupó por el dominio del mar y contaba con una gran escuadra, de cien pentecónteros, según HERÓDOTO, III 39.
Isla separada de Delos por un canal. Era la necrópolis de Delos y los hallazgos de las excavaciones allí realizadas se hallan en gran parte en el Museo Arqueológico de la vecina isla de Míconos. Tucídides vuelve a hablar de ella en III 104, 2. Cf. supra nota 53.
En la isla de Delos, en las Cícladas, estaba uno de los más importantes santuarios de Apolo (cf. infra, III 104, 3-6). Centro religioso de los jonios, fue elegida como sede de la Liga ático-delia.
Massalía, hoy Marsella, fue fundada hacia el 600 a. C., según una buena parte de las fuentes antiguas (cf. TIMEO, F. JACOBY, FGrHist 566, F 71; ARISTÓTELES, fr. 549 Rose; JUSTINO, XLIII 3, 4, etc.), cronología alta con la que están de acuerdo los hallazgos arqueológicos y que es admitida por la mayor parte de los historiadores modernos. Existe, sin embargo, otra tradición antigua que conecta la fundación de esta colonia con la emigración de los foceos que huyeron de su ciudad asediada por los persas poco después de la toma de Sardes en 546-545 a. C., tradición que comporta importante rebajamiento en la cronología (cf. ISÓCRATES, Discursos I, VI 84, pág. 347; Intr., trad. y notas de J. M. GUZMÁN HERMIDA, Madrid, BCG, 1979; TIMÁGENES, F. JACOBY, FGrHist 88, F 2; PAUSANIAS, X 8, 6 etc.). Steup piensa que Tucídides participa de esta tradición (J. STEUP, Thukydides 1, 5. ªed, Berlín, 1919). Este pasaje de Tucídides, sin embargo, es un caso aparte, que ha sido diversamente interpretado. Cf. nota siguiente. Acerca de Massalía, cf. M. CLAVEL-LEVEQUE, Marseille grecque, Marsella, 1977; sobre la colonización focea, cf. I Focei dall’Anatolia all’Oceano, Nápoles, 1984.
Phōkaês te Massalían oikízontes Karchēdoníous eníkōn naumachoûntes. Es este un texto problemático. Se ha discutido si esta victoria naval de los foceos sobre los cartagineses tiene que ver con la de Alalia o si se trata de otra batalla anterior o posterior o si, en fin, el pasaje sería una referencia general a un dominio del mar manifestado en una serie de victorias. Todo estriba en la interpretación que demos a estas pocas palabras. ¿Cuál es la relación entre los dos acontecimientos, la fundación de Marsella (Massalían oikízontes) y la victoria naval sobre los cartagineses (Karchēdoníous eníkōn naumachoûntes)? ¿Es estricta la simultaneidad que, según la interpretación más general y ortodoxa, expresa el participio de presente oikízontes en relación con la acción expresada por eníkōn?, ¿o hay una cierta laxitud en ello con un sentido general que encubra una anterioridad real incluso? ¿En qué época sitúa Tucídides los hechos?, ¿de qué batalla se trata? Estas y otras cuestiones relativas al valor exacto de los verbos y al contexto histórico y cronológico son las que han hecho correr mucha tinta respecto a este pasaje. Todo ello, por supuesto, aceptando el texto tal como ha sido transmitido por los manuscritos y sin recurrir a otras «soluciones», como la de ver una interpolación en el Massalían oikízontes o la de proponer la corrección del texto. Si entendemos «los foceos, cuando estaban fundando Marsella, vencieron a los cartagineses en una batalla naval» y situamos a Tucídides en la tradición que fechaba la fundación de Marsella hacia el 600 a. C., hemos de pensar en una victoria masaliota por aquellas fechas, tal como hacía A. SCHULTEN (Fontes Hispaniae Antiquae III, Barcelona, 1935, pág. 4) basándose en este pasaje y relacionando esta victoria con los hechos narrados por JUSTINO, XLIII 5, 2; pero un enfrentamiento entre cartagineses y griegos coincidiendo con la fundación de Marsella se considera improbable. Si no se admite, pues, esta posibilidad, debemos pensar que Tucídides se refería a un enfrentamiento naval de época posterior y hemos de tratar de resolver el problema de la relación temporal entre los dos hechos. HERÓDOTO, I 166-167, nos cuenta que los foceos, después de huir de Focea a causa del ataque persa, se
Phōkaês te Massalían oikízontes Karchēdoníous eníkōn naumachoûntes. Es este un texto problemático. Se ha discutido si esta victoria naval de los foceos sobre los cartagineses tiene que ver con la de Alalia o si se trata de otra batalla anterior o posterior o si, en fin, el pasaje sería una referencia general a un dominio del mar manifestado en una serie de victorias. Todo estriba en la interpretación que demos a estas pocas palabras. ¿Cuál es la relación entre los dos acontecimientos, la fundación de Marsella (Massalían oikízontes) y la victoria naval sobre los cartagineses (Karchēdoníous eníkōn naumachoûntes)? ¿Es estricta la simultaneidad que, según la interpretación más general y ortodoxa, expresa el participio de presente oikízontes en relación con la acción expresada por eníkōn?, ¿o hay una cierta laxitud en ello con un sentido general que encubra una anterioridad real incluso? ¿En qué época sitúa Tucídides los hechos?, ¿de qué batalla se trata? Estas y otras cuestiones relativas al valor exacto de los verbos y al contexto histórico y cronológico son las que han hecho correr mucha tinta respecto a este pasaje. Todo ello, por supuesto, aceptando el texto tal como ha sido transmitido por los manuscritos y sin recurrir a otras «soluciones», como la de ver una interpolación en el Massalían oikízontes o la de proponer la corrección del texto. Si entendemos «los foceos, cuando estaban fundando Marsella, vencieron a los cartagineses en una batalla naval» y situamos a Tucídides en la tradición que fechaba la fundación de Marsella hacia el 600 a. C., hemos de pensar en una victoria masaliota por aquellas fechas, tal como hacía A. SCHULTEN (Fontes Hispaniae Antiquae III, Barcelona, 1935, pág. 4) basándose en este pasaje y relacionando esta victoria con los hechos narrados por JUSTINO, XLIII 5, 2; pero un enfrentamiento entre cartagineses y griegos coincidiendo con la fundación de Marsella se considera improbable. Si no se admite, pues, esta posibilidad, debemos pensar que Tucídides se refería a un enfrentamiento naval de época posterior y hemos de tratar de resolver el problema de la relación temporal entre los dos hechos. HERÓDOTO, I 166-167, nos cuenta que los foceos, después de huir de Focea a causa del ataque persa, se refugiaron en Alalia, colonia de reciente fundación en la costa oriental de Córcega. Allí, el choque de intereses con los etruscos y cartagineses los llevó a la batalla naval de Alalia, que tuvo lugar hacia el 540 a. C.; vencieron los foceos, pero fue una victoria pírrica (o «cadmea» como la llama Heródoto en alusión al combate fratricida entre Polinices y Eteocles, descendientes de Cadmo, fatal para ambos), pues sufrieron graves pérdidas y, según el relato de Heródoto, abandonaron Alalia dirigiéndose al sur de Italia, a Regio, de donde partieron después para establecerse en Hiélē (Elea o Velia, ya ocupada con anterioridad), a pesar de lo cual Alalia no supuso un corte del comercio griego, como ha demostrado la arqueología.
La trirreme (triḗrēs) era el barco de guerra por excelencia; fue un navío que alcanzó gran difusión en el siglo V a. C. y constituyó un instrumento esencial del poderío ateniense. Las noticias sobre sus orígenes son inseguras, lo que ha dado lugar a conjeturas (cf. supra, nota 94). Las relaciones y diferencias entre la trirreme griega iniciada en Corinto y la trirreme fenicia también son, como vimos, objeto de polémica. De acuerdo con la cronología de Tucídides, el análisis de A. B. LLOYD da la precedencia a la griega. Para Lucien Basch, sin embargo, la invención sería fenicia y, según un texto de CLEMENTE DE ALEJANDRÍA (Stromateis I 16, 76), debería situarse en Sidón en la primera mitad del siglo VII a. C. La trirreme que se generalizó en Grecia llevaba tres hileras de remeros en cada banda a distinto nivel. El tema de la colocación de los remeros también ha sido objeto de debate. Según J. S. MORRISON (op. cit., págs. 170-176; 269-289), estaban dispuestos en tres hileras a distinto nivel; J. TAILLARDAT («La trière athénienne et la guerre sur mer», en J. P. VERNANT, Problèmes de la guerre et Grèce ancienne, París-La Haya, 1968, págs. 183-205) apoya esta tesis en contra de la teoría que rechazaba tal superposición, teoría que aún mantiene CH. G. STARR en el artículo «Trireme» de Oxford Classical Dictionary, 2. ªed, 1970, pág. 1095.
Tà Mēdiká, las «Guerras Médicas», término con el que Tucídides se refiere al conflicto entre griegos y persas, comprendiendo las expediciones de Darío y de Jerjes (490-479 a. C.). El uso de términos como Mêdoi, tà Mēdiká, etc., para referirse a los persas es, sin duda, una pervivencia de la denominación dada por los griegos al imperio asiático antes del cambio de supremacía. Sobre el valor en Tucídides de las expresiones tà Mēdiká, tò Mēdikón y ho Mēdikòs pólemos, cf. N. G. L. HAMMOND, «Tò Mēdikón and tà Mēdiká», The Classical Review 71 (1957), 100-101.
Darío reinó desde el 522 hasta el 486 a. C.
Hijo de Darío, reinó entre el 486 y el 465 a. C.
Uno de los grandes atenienses del siglo V, muy admirado por Tucídides. Cf. infra, I 74, 1; 90, 3-93, 8; 135, 2-138, 6. Es esta la primera mención de Temístocles en la Historia de Tucídides.
Sobre el enfrentamiento entre Atenas y Egina a finales del s. VI a. C., cf. HERÓDOTO, V 82-89; VI 49-50 y 85-93. Temístocles había hecho construir la flota que venció a los persas en Salamina para luchar contra Egina (cf. HERÓDOTO, VII 144). Cf. N. G. L. HAMMOND, «The war between Athens and Aegina, c. 505-481 B. C. », Historia 4 (1955), 406 ss; A. ANDREWES, «Athens and Aegina 510-480», Annual of the British School of Athens 37 (1936/37), ss.; L. H. JEFFERY, «The campaign between Athens and Aegine (VI, 87-93)», American Journal of Philology 83 (1962), 44 ss.
Cf. supra, I 10, 4; 13, 2. Según PLUTARCO, Cimón 12, 2, fue Cimón quien, con ocasión de la batalla de Eurimedonte, unió el puente de proa al de popa para posibilitar un aumento del número de combatientes y dar más capacidad ofensiva a las trirremes.
Guerras entre vecinos, resultado del individualismo y de la pasión autonómica de las póleis griegas sin pensar en alianzas ni en empresas comunes de mayor alcance.
La guerra lelantina, en la que se enfrentaron Calcis y Eretria, ciudades de la costa occidental de Eubea, por el dominio de la llanura de Leíanlo. Fue algo más que una guerra entre ciudades vecinas, pues diversas ciudades se alinearon a su lado dando lugar a un enfrentamiento entre dos ligas por el control del comercio entre Asia Menor y la Magna Grecia. Probablemente se inició como un conflicto entre vecinos durante el siglo VIII a. C. y luego se generalizó en el siglo VII. Acabó con la victoria de Calcis hacia el 570 a. C. (cf. HERÓDOTO, V 99; ESTRABÓN, X 1, 12; 3, 6; PLUTARCO, Diálogo sobre el amor 17, 760e-761b; C. BERARD, Eretria III, Berna, 1970, págs. 68 ss.).
Cf. HERÓDOTO, 141-171.
En el 546 a. C., Creso, hijo de Aliates, de la familia de los Mérmnadas, fue el último rey de Lidia. Cf. supra, I 13, 6, nota 99; HERÓDOTO, I 46-86.
El río Halis, el actual Kisil-Irmak, recorre el centro de Asia Menor formando un amplio meandro y desemboca en el mar Negro. En tiempo de Creso señalaba la frontera entre Lidia y Persia (cf. HERÓDOTO, I 6, 1; 72, 2-3). Luego, Ciro construyó una serie de fortalezas a lo largo de su curso para controlar la zona (cf. JENOFONTE, Ciropedia VII 6, 1). Sobre el sometimiento de las ciudades griegas de Asia Menor en tiempos de Ciro, cf. HERÓDOTO, I 161-169.
Persia era una potencia terrestre; en el mar utilizó siempre las flotas de países sometidos, en particular la de los fenicios. Cf. infra, I 100, 1; 110, 4; etc.
En el 494 y 493 a. C., después de la batalla naval de Lade. Cf. HERÓDOTO, VI 14 ss.; VI 31-32.
En este breve inciso alude, como en I 18, 1, al caso aparte de los tiranos de Sicilia, Gelón, Hierón y Terón, posteriores a los de Grecia y con un proyecto de Estado territorial que significaba una superación de la ciudad-estado; cf. supra, I 15, 2, n. 114.
En el 510 a. C. acabó la tiranía de Hipias, expulsado de Atenas por la intervención de los Alcmeónidas (cf. n. 140) y con la ayuda del rey espartano Cleómenes (cf. infra, VI 59, 4; HERÓDOTO, V 62-65; ARISTÓTELES, Constitución de los atenienses 19, 4). La colaboración de Esparta se debió probablemente, más que a su odio a las tiranías, a su deseo de extender la confederación peloponesia al norte del istmo incluyendo a Atenas entre sus aliados; debía de preocuparles, asimismo, la política proargiva de los Pisistrátidas, que suponía un peligro para su preeminencia en el Peloponeso (cf. J. A. O. LARSEN, «Sparta and the Ionian Revolt. A study of Spartan foreign policy and the genesis of the Peloponnesian League», Classical Philology 27 [1932], 136 ss.).
Como en I 17, se contempla como caso aparte el de los tiranos de Sicilia.
Cf. supra, I 12, 3 n. 87.
Sobre la eunomía espartana, cf. infra, VIII 24, 4; HERÓDOTO, I 65-66.
Cf. supra, n. 94.
Según este pasaje de Tucídides, la eunomía de Esparta no tendría su origen a fines del VII o a comienzos del VI a. C., sino que se originaría hacia los años 830-810. La idea de Tucídides parece apuntar a que la Constitución espartana se mantenía desde hacía cuatro siglos a pesar de un largo período de luchas civiles. Ello no está en desacuerdo con un mejoramiento de las leyes hacia el 600. Tucídides no dice nada sobre la oscura figura del legislador; sobre Licurgo, cf. HERÓDOTO, I 65-66; PLUTARCO, Licurgo; PAUSANIAS, III 16, 6.
En el 490 a. C. Famosa batalla en que los plateos lucharon al lado de los atenienses (cf. HERÓDOTO, VI 108 ss). Tucídides se refiere a esta acción destacándola del conjunto de las Guerras Médicas en diversos pasajes (cf. infra, I 73, 4; II 34, 5; VI 59, 4). 129 Cf. supra, n. 108.
Alusión a la expedición de Jerjes del 480.
Si la expedición de Darío fue rechazada por tierra, en Maratón, la victoria contra Jerjes se consiguió fundamentalmente en el mar, en Salamina, gracias a la flota de Temístocles. Ambas victorias son hitos importantísimos en la historia de Grecia, y en este caso se prestigia la vocación marinera de Atenas, base de su política imperialista del siglo V a. C.
El rey por antonomasia es el de Persia.
Los atenienses estaban al frente de la Liga de Delos, que fue fundada en el 477 a. C. (cf. infra, I 96). Esta liga prosiguió la guerra contra los persas hasta la Paz de Calias (449 a. C). Comprendía la mayor parte de la costa de Asia Menor, la mayoría de las islas del Egeo y gran parte de la costa norte del Egeo. Esparta dirigía la Liga del Peloponeso, ya existente en la segunda mitad del siglo VI, a la que estaban vinculados la mayoría de los Estados peloponesios y algunos de Grecia central (cf. infra, la Pentecontecia I 89-118). Si antes de las Guerras Médicas Esparta era la primera potencia de Grecia, después de ellas, tras las victorias navales, Atenas aumentó enormemente su prestigio; las restantes póleis se fueron alineando en uno u otro bando y el mundo griego se fue dividiendo en dos grandes bloques, división que en el 431 llevó a la Guerra del Peloponeso.
Cf. HERÓDOTO, I 56, 1-2. Según Heródoto, ya eran los más poderosos en tiempos de Creso (546 a. C). Apreciación seguramente exagerada en el caso de Atenas.
Homaichmía, alianza militar frente a una situación de emergencia, no una verdadera symmachía.
Los enfrentamientos entre Atenas y Esparta fueron frecuentes entre el 460-459 a. C. y la paz de treinta años del 445. Cf. infra, I 103-115.
Deseosos de recuperar su independencia. Cf. infra, I 98, 4; 100, 2-101, 3.
Quíos y Lesbos conservaban una situación de cierto privilegio dentro de la Liga (cf. infra, III 3, 1; VI 85, 2; VII 57, 4-5); eran autónomas por cuanto poseían una marina propia y contribuían con sus recursos militares en lugar de pagar un tributo. En otros aspectos, como el jurídico, estaban subordinadas a Atenas, hecho que explica el valor originario del término autónomo: «el que posee su propia parte», sin referencia al aspecto jurídico, es decir, relacionado con némō «distribuir», no con nómos, «ley». Cf. E. J. BICKERMAN, «Autonomia. Sur un passage de Thucydide (I 144, 2)», Revue Internationale des Droits de l’Antiquité 5 (1958), 313-344.
Cf. infra, I 96, n. 530.
En este asunto Tucídides está de acuerdo con HERÓDOTO (V 55, 62 ss.; VI 123; cf., asimismo, ARISTÓTELES, Constitución de los atenienses 18, 1; 19, 1), contrariamente a la opinión del escoliasta que ve una acusación a Heródoto. En realidad, la crítica de Tucídides sale al paso de un error que circulaba por Atenas, error que contaba con el apoyo de altas esferas y que había sido acogido por Helánico (cf. F. JACOBY, Atthis. The Local Chronicles of Ancient Athens, Oxford, 1949, págs. 158-159; sobre Helánico, cf. supra, n. 58). Se creía que Hiparco era el hijo mayor de Pisístrato y, como tal, su sucesor, cuando en realidad lo era Hipias. El error se encuentra en otros textos (cf. D. L. PAGE, Poetae Melici Graeci, Oxford, 1962, fr. 893, 895-896; PLATÓN, Hiparco 228b, y Marmor Parium A 45). Según este error, Harmodio y Aristogitón, al matar a Hiparco (en el 514 a. C), habrían liberado a Atenas de la tiranía, lo que no era cierto, puesto que Hipias siguió en su puesto (hasta el 510 a. C). Esta exaltación de Harmodio y Aristogitón, sin duda, era fomentada por los adversarios de los Alcmeónidas, cuyos partidarios afirmaban que eran estos los verdaderos liberadores de Atenas con su intervención en el derrocamiento de la tiranía (cf. A. J. PODLECKI, «The political signifiance of the Tyrannicide-cult», Historia 15 [1966], 129 ss., y C. W. FORNARA, «The cult of Harmodius and Aristogeiton», Philologus 114 (1970), 155 ss. Cf. el análisis del pasaje en K. VON FRITZ, Die griechische Geschichtsschreibung, Berlín, 1967, Anmerkungen, págs. 269-273, n. 51).
Harmodio y Aristogitón pertenecían a los Gefireos, clan establecido en el norte del Ática y procedente, al parecer, de Eubea (cf. K. J. Davies, Athenian Propertied Families 600-300 B. C., Oxford, 1972, págs. 472-479).
Templo en honor de las hijas del héroe ático Leo, sacrificadas para devolver la abundancia a Atenas. Su ubicación es problemática. Estaba en la zona del Cerámico o, concretamente, en el extremo noroeste dei Ágora. Cf. J. TRAVLOS, Pictorial Dictionary of Ancient Athens, Nueva York, 1971, 3, 5, 578; R. E. WYCHERLY, The Stones of Athens, Princeton, N. J., 1978, págs. 63, 98. Sobre el Leocorio, cf., asimismo, DEMÓSTENES, 54, 7-8.
Las Panateneas eran una fiesta anual en honor de Atenea que se celebraban con especial solemnidad cada cuatro años (las Grandes Panateneas). Éstas tenían lugar en el tercer año de las Olimpíadas, durante el mes de hecatombeón (julio-agosto). La culminación de las fiestas era la procesión que partía del Cerámico y se dirigía a la Acrópolis a través del Ágora. Se llevaba a Atenea un peplo nuevo que nueve meses antes de la fiesta habían comenzado a tejer las doncellas seleccionadas por el arconte rey. El cortejo fue perpetuado por Fidias en ei célebre friso del Partenón.
Tucídides se referirá de nuevo a este episodio en VI 53, 3-59, 4.
Estos dos errores se encuentran en Heródoto, aunque la alusión de Tucídides es más general. En Heródoto, VI 57, 5 se entiende que los reyes espartanos disponen de dos votos cada uno; afirma que, si ellos no asisten a las sesiones del Consejo de Ancianos, los miembros de este consejo más estrechamente emparentados con ellos disponen de dos votos además de un tercero a título personal (cf. A. W. Gomme, op. cit., 1, págs. 137-38). En IX 53, 2, Heródoto se refiere a la presencia de la compañía de Pitana en la batalla de Platea. Pitana era una de las aldeas (ōbaí) que formaron Esparta (cf. supra, I 10, 2, n. 72), y seguramente las divisiones del ejército no estaban basadas en ellas (sobre la organización del ejército espartano, cf. infra, V 67, 1). Para un análisis sobre diversos puntos y aspectos de la crítica de Heródoto efectuada por Tucídides, cf. S. Cagnazzi, «Tre note tucididee», Studi Italiani di Filología Classica 49 (1977), 197-208, que se refiere, asimismo, a los pasajes en que Heródoto parece servir de fuente a Tucídides. Herodiano, historiador influenciado por Tucídides (cf. Herodiano, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, trad., introd. y notas por J. J. Torres Esbarranch, Madrid, B. C. G. 80, 1985, págs. 12, 32-33, 51, 60, 118 n. 95, etc.), cuenta que Caracalla creó una «cohorte laconia de Pitaña». Parece que el Emperador seguía más a Heródoto (cf. HERODIANO, op. cit., IV 8, 3, pág. 226, n. 331).
Los prosistas, por oposición a los poetas; se refiere sobre todo a Heródoto y a otros historiadores y cronistas anteriores y contemporáneos. El término logographos, que originariamente sólo significaría «escritor de obras en prosa», adquirió un valor negativo de «narrador de historias poco fiables« (cf. Aristóteles, Retórica II II, 7 [1388b]; Polibio, VII 7, 1-8), y más tarde se utilizó también para denominar a los que escribían discursos por encargo. En el caso de Tucídides, a pesar de ser él mismo un «escritor de obras en prosa», es claro que se sitúa frente a los logógrafos, con indudable propósito de hacer una historia nueva (cf. supra, n. 5), con lo que el término ya parece tener una cierta connotación negativa relativa al modo de hacer la historia, aunque algunos comentaristas como Gomme (cf. op. cit., pág. 139) no lo juzgan necesario, considerando que el matiz negativo no está en el término mismo sino en todo caso en el contexto.
En las lecturas públicas que hacían los logógrafos y los poetas. El mismo Heródoto presentó su obra en estas lecturas, que exigían una obra más agradable y atractiva que rigurosa y profunda. Con Tucídides se pasa de una historiografía de tono básicamente oral a otra marcada por el carácter escrito de la transmisión. Sobre el tránsito de Heródoto a Tucídides, cf. D. PLÁCIDO, «De Heródoto a Tucídides», Gerión 4 (1986), 17-46.
Cf. infra, I 22, 4.
Cf. supra, II.
La Historia de Tucídides está compuesta de discursos (lógoi) y hechos (érga). Por un lado el relato exacto de los acontecimientos, ordenados cronológicamente según su principio de la estación del buen tiempo y la del mal tiempo de cada año. Estos hechos son presentados de una forma objetiva, con escasos comentarios por parte del historiador (aunque se trata de una objetividad sometida a discusión: piénsese, por ejemplo, en la persuasión subliminal de la que habla W. P. Wallace (Phoenix 18 (1964), 251), o en la tesis relativa al desacuerdo entre la verdad de Tucídides y la realidad histórica de D. Kaoan, The Outbreak of the Peloponnesian War, Ithaca - Londres, 1969, especialmente págs, 345-374), o en su visión de Cleón (cf. A. G. Woodhead, «Thucydides portrait of Cleon», Mnemosyne s. 4. 13 (1960), 289-317), o en la habilidad tucidídea para la relación y repetición de palabras y motivos o topoi, que serían una guía para el lector, en sus paralelismos de esquemas, situaciones y personajes (cf. V. HUNTER, Thucydides the artful reporter, Toronto, 1973; «The composition of Thucydides’ History: a new answer to the problem», Historia 26 (f977), 269-294; la precisión y el amor a la verdad de Tucídides han sido, sin embargo, tradicionalmente reconocidas, a pesar de las humanas limitaciones). Para dar a entender los móviles de los hechos están los discursos.
Ahí radica un aspecto importantísimo de la originalidad de Tucídides respecto a Heródoto y a sus predecesores. Tucídides hará historia rigurosamente contemporánea.
En el relato de los acontecimientos, la precisión es primordial; no cabe el parecer o la interpretación, como era posible en los discursos, en los que el historiador atendía a la idea general de las palabras verdaderamente pronunciadas. El afán de exactitud, al que se refiere en este pasaje en el que se trasluce su deseo de oponerse a los logógrafos y a Heródoto, es constante en la exposición de los hechos. Tucídides observa los hechos y deja que éstos hablen por sí mismos y si merece el nombre de historiador es porque parte de los hechos que ha investigado personalmente con rigor y porque ¡as ideas generales que pone ante nosotros proceden de los hechos (cf. H. D. F. KITTO, Poiesis. Structure and Thought, Berkeley-Los Ángeles, 1966, págs. 285 ss.). Hay, no obstante, junto a la exactitud y a la eficacia expositiva, la elección de la materia, que depende, lógicamente, de la concepción del historiador. «Tucídides —decía Hobbes, que se sirvió de nuestro historiador en su apología de la monarquía inglesa— construye sus narraciones sobre la base de una elección determinada de la materia, las expone según un preciso juicio y se expresa de una manera tan perspicua y eficaz que, como dice Plutarco, convierte a quien lo escucha en un espectador» (Th. H obbes, ed. W. MOLESWORTH, The English Works VIII, Londres, 11 vols., 1839-45 (reed. fot. Aalen, 1961), pág. VIII). En la Historia de Tucídides, en suma, la objetividad está unida paradójicamente a la intervención del autor. Lo expresó certeramente J. DE ROMILLY (Histoire et raison chez Thucydide, París, 1956, págs. 12-13).
Cf. supra 21, 1. El elemento mítico o fabuloso era frecuente en otros historiadores como Heródoto.
Hallamos aquí la idea de la repetición o paralelismo de los procesos históricos, la concepción cíclica de la historia que explica ia aspiración de Tucídides de que su Historia sea una enseñanza útil para el futuro, una adquisición para siempre. Pensemos, a este respecto, en las palabras de A. J. TOYNBEE: «La guerra de 1914 me encontró explicando a Tucídides a los estudiantes de Balliol que se preparaban para seguir las Litterae Humaniores; y en ese momento mí entendimiento se iluminó de súbito. La experiencia por que estábamos pasando en nuestro mundo actual ya había sido vivida por Tucídides en el suyo. Ahora, en una nueva lectura, lo comprendía en otra forma, percibía el verdadero significado de sus palabras, los sentimientos latentes en sus frases, que sólo ahora me conmovían, al hallarme a mi vez en esa crisis histórica que le indujo a escribir su obra. Tucídides, tal se veía, había pisado antes ese mismo terreno. Él y la generación a que pertenecía habían estado antes que yo, antes que mi propia generación, en el estadio de la experiencia histórica al que, respectivamente, habíamos arribado; en realidad su presente había sido mi futuro. Pero esto convertía en absurda la notación cronológica que calificaba a mi mundo como «moderno» y como «antiguo» al de Tucídides. Pese a lo que pudiera sostener la cronología, el mundo de Tucídides y el mío propio acababan de probar que eran filosóficamente contemporáneos» (cf. J. A; TOYNBEE, Civilization on trial = La civilización puesta a prueba [trad. M. C. ], Buenos Aires, 1949, pág. 15). La Guerra del Peloponeso ha sido llamada la «primera guerra europea o mundial de Occidente» y muchos autores han insistido ciertamente en esta contemporaneidad de Tucídides, sobre todo a raíz de las dos guerras europeas y de la llamada «guerra fría» entre los dos bloques encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética, y han pensado en la similitud general de dichos enfrentamientos y en paralelismos concretos como el del sometimiento de Melos por los atenienses y las intervenciones de las grandes potencias contemporáneas en Hungría y Vietnam (cf. J. BERENGUER AMENÓS, «Atenas, una democracia imperialista: Melos, 416 a. C. Hungría 1956 - Vietnam 1966», Destino 1503, 28 de mayo de 1966, 40-41). Entre las muchas publicaciones en este sentido, merece la pena citar algunas: A. THIBAUDET, La campagne avec Thucydide, Ginebra, 1922; W. DEONNA, «L’éternel présent», Revue des Études Grecques 35 (1922), 71 ss.; L. E. LORD, Thucydides and the World War, Cambridge Mass., 1945; A. G. WOODHEAD, Thucydides on the nature of Power, Cambridge Mass., 1970. Por otra parte, esta correspondencia entre pasado y futuro ya habría sido puesta de relieve por el mismo Tucídides en la estructura de su Historia, según la tesis defendida por Hunter R. Rawlings III, en el sentido de que Tucídides habría pretendido dividir la Guerra del Peloponeso en dos conflictos paralelos de diez años, de forma que ciertas partes de la primera mitad (libros I-IV) encontrarían sus paralelos o correspondencias en la segunda mitad (libros V-VIII). Cf. H. R. RAWLINGS III, The Structure of Thucydides History, Princeton, N. J., 1981. En cuanto a los paralelismos, cf., asimismo, los trabajos de Virginia Hunter con sus correspondencias entre la guerra arquidámica y la campaña de Sicilia.
Se ha situado a Tucídides al principio de una corriente de pensadores realistas con una idea del poder como móvil básico de la naturaleza humana, idea de la fuerza en la que se fundamentan sus concepciones sobre el comportamiento del hombre y de los Estados. En esta corriente se hallan pensadores como Maquiavelo, Hobbes y Nietzsche, respecto a los cuales se han señalado con frecuencia coincidencias con Tucídides. Decía, por ejemplo, Maquiavelo: «Perché gli uomini in sostanza sono sempre gli stessi ed hanno le medessime passioni: cosi quando le eircunstanze sono identiche, le medessime ragioni portano i medessimi efetti, e quindi gli stessi fatti debbono suggerire le stesse rególe di condotta» (palabras citadas por P. SHOREY, «On the implicit Ethics and Psychology of Thucydides», Transactions of the American Philological Society 24 (1983), n. 51). Y sobre cómo profundiza Tucídides en la naturaleza humana, cuyo conocimiento le lleva a creer en la similitud de los procesos históricos, ha dicho P. SHOREY: «ha estudiado la naturaleza humana a la luz reveladora de la guerra, la peste y la revolución, y, por más arropadas que estén las figuras que halla en su vida cotidiana, su penetrante imaginación descubre al hombre desnudo que se oculta en el fondo» (art. cit., 66, y trad. de J. Alsina, op. cit., pág. 278).
Es una «adquisición para siempre», «una posesión para la eternidad», (ktêma es aieí), no una «pieza de concurso» (agṓnisma) para deleite momentáneo. Alusión a los concursos en los que Heródoto había leído su obra. Este deseo de permanencia se reñeja en el estilo: «Tanto Tucídides como Tácito —decía Nietzsche— han pensado, al confeccionar sus obras, en la inmortalidad: si no lo supiésemos por otros medios lo adivinaríamos por su estilo. El uno creía dar dureza a sus ideas reduciéndolas por ebullición, y el otro, poniendo sal en ellas; y ninguno de los dos, según parece, se equivocó» (cf. F. NIETZSCHE, El viajero y su sombra, Barcelona [s. a. ], págs. 94-95 n. 144). Hobbes, cuya primera publicación fue la Peloponnesian Warre, la traducción de la Historia de Tucídides, consideraba a nuestro Historiador el punto culminante de la Antigüedad en cuanto a la narración de la verdad que debía ser puesta delante de los hombres como testimonio permanente para el futuro, como «posesión para la eternidad» (cf. Th. HOBBES, op. cit. VIII, pág. XXI).
La magnitud o importancia de los acontecimientos era para Tucídides una categoría fundamental del conocimiento histórico. Cf. supra, I 1, 2; n. 11.
La «guerra contra los medos»: tò Mēdikón. Tucídides se refiere probablemente, tal como anotaba el escoliasta, a Artemisio y Salamina (480 a. C.) y a las Termopilas (480 a. C.) y Platea (479 a. C.). Piensa que el enfrentamiento contra los persas en la Segunda Guerra Médica se decidió en Europa y por ello no alude a la batalla de Mícale (a fines del otoño del 479 a. C.), cuyo escenario ya fue el Asia Menor. Esta «guerra contra los medos» se refiere sólo a la expedición de Jerjes. Cf. infra, I 90, 1; 97, 1; HERÓDOTO, VII 61-100.
Tal fue el caso de Colofón (cf. infra, III 34) y de Micaleso (cf. infra, VII 29-30).
Como lo fueron, por ejemplo, Platea (cf. infra, III 68, 3) y Tirea (cf. infra, IV 57).
Como Solio (cf. infra, II 30), Potidea (cf. infra, II 70), Anactorio (cf. infra, IV 49), Escione (cf. infra, V 32, I) y Melos (cf. infra, V 114-116).
Cf. infra, II 8; III 87, 4; 89, 1-5; IV 52, 1; V 45, 4 y 50, 5; VIII 6, 5; 41, 2. En las creencias populares había una conexión entre la guerra y estas catástrofes naturales que agravaban los efectos de aquélla.
La Historia de Tucídides hace mención de dos: el del 3 de agosto del 431 a. C. (cf. II 28) y el del 21 de marzo del 424 (cf. IV 52, 1). Ha llamado la atención que Tucídides no mencionara aquí los eclipses de luna, uno de los cuales —el del 413 descrito en VII 50, 4— fue importante para las tropas atenienses en Sicilia.
La peste que afectó principalmente a Atenas. Cf. infra, II 47-54, y III 87.
La revuelta de Eubea tuvo lugar en el 446 a. C.; fue inmediatamente sofocada por los atenienses, que en el invierno del 446-445 concluyeron un tratado de paz con Esparta, tratado aí que se alude con frecuencia a lo largo del libro I (cf. infra, I 35, 1; 36, 1; 40, 2; etc.). Sobre la conclusión de este tratado (spondaí), cf. infra, I 115, 1.
Nótese el mismo espíritu que inspira la descripción médica de la peste en II 48, 3.
Tucídides distingue aquí entre «la causa más verdadera» (tḗn mén alēthestátēn próphasin), es decir, la causa profunda, y «las razones declaradas» (hai d’es tò phaneròn legómenai aitíai), los motivos inmediatos (aitíai en este caso) frente a la verdadera causa (expresada aquí con el término próphasis): el motivo psicológico profundo, que no era otro que el temor que inspiraba a los lacedemonios el poderío de Atenas. Por un lado, las cuestiones de Corcira y Potidea (cf. infra, I 24-66), con la breve referencia al decreto contra Mégara (cf. infra, I 67, 4); por el otro, el extraordinario crecimiento del poder de Atenas (cf. infra, I 89-117). El término próphasis, sin embargo, utilizado en este pasaje para referirse a la «causa profunda», tiene con mayor frecuencia el valor de «pretexto» (opuesto a menudo a aitíai, «causa»), sentido con el que suele emplearlo Tucídides a partir del libro III (cf. P. HUART, Le vocabulaire de l’analyse psychologique dans l’oeuvre de Thucydide, París, 1968, pág. 259; sobre el doble valor de próphasis, cf. K. WEIDAUER, op. cit., pág. 14).
La idea del temor inspirado por la expansión de Atenas no era nueva (cf. nota anterior) y estaba presente en discursos y comentarios. Sin embargo, la próphasis no se sacaba a relucir en las embajadas (cf. infra, I 126, 1-2; 139, 1-3), en las que se esgrimían las aitíai; la causa más verdadera era la menos aparente en las declaraciones, y también debía aparecer menos que las aitíai en los comentarios populares. Atenas, además, no confesaría que su propia expansión fuera la causa de la guerra.
Luego la romana Dyrrachium y hoy Durrës, puerto de Albania central cercano a Tirana (en italiano, Durazzo). En tiempos de Roma y Bizancio también fue un enclave muy importante; además de su importancia en las comunicaciones marítimas, salía de allí la via Egnatia, que, a través de Iliria, se dirigía a Tesalónica y a Bizancio. Cf. ESTRABÓN, VII 7, 4.
El Adriático. Obsérvese, por otra parte, la descripción desde el punto de vista del navegante: polis en dexiái espléonti es ton lónion kólpon, una característica del estilo de las periḗgēsis o guías geográficas.
Cf. HECATEO (F, Jacoby, FGrHist 1, F 99 y 101); ESTRABÓN, VII 7, 8.
En el 626 o 625 a. C.
Cuando una colonia fundaba a su vez otra colonia, la fundación era presidida, conforme al derecho sagrado, por un fundador (oikistḗs) de la metrópoli. La ciudad fundadora —en este caso Corcira— solicitaba a su metrópoli —aquí Corinto— la intervención de un miembro de su aristocracia (aquí «del linaje de los Heráclidas»). De ahí que tanto Corcira como Corinto se consideraran con derecho sobre Epidamno. El oikistḗs era responsable de la colonia (apoikía) en su fase de fundación, y una vez constituida la nueva polis solía ser honrado en la ciudad que había fundado e incluso era venerado después de su muerte (cf. infra, V 11, 1).
Las referencias cronológicas sobre los hechos anteriores a la Guerra del Peloponeso son a veces imprecisas. Los acontecimientos a los que aquí se alude ocurrieron, según DIODORO SÍCULO, XII 30, 2, hacia el 439-438 a. C., pero actualmente se piensa que esta fecha es inexacta y se sitúa el enfrentamiento entre demócratas y oligarcas de Epidamno en el 435. Así, el conflicto de Corcira se desarrollaría entre el 435 (batalla de Leucimna) y el 433 (batalla de las islas de Síbota).
Sobre este templo, cf. infra, III 75, 5; 79, 1; 81, 2; DIODORO, XIII 48, 6. Sus restos han sido hallados en recientes excavaciones. Cf. P. G. KALLIGAS, «Tò en Kerkýrāi hieròn tês Akraías Hēras», Archaiologikòn Deltíon XXIV (1969), 51-58.
Apolo, que se manifestaba por medio del oráculo de Delfos (cf. infra, I 25, 2, n. 178).
Cf. supra, I 24, 2.
El santuario de Delfos había jugado un importante papel en la colonización griega de los siglos VIII y VII a. C.; con sus directrices, había orientado el movimiento colonizador. En el siglo V, aún era el centro de las cuestiones coloniales, donde se dirimían los asuntos que afectaban a las colonias y las diferencias entre una colonia y su metrópoli (cf. DIODORO, XII 35, 3); seguía, asimismo, presidiendo las fundaciones que se produjeron durante este siglo (cf. infra, III 92, 5). Sobre este tema, cf., asimismo, infra VI 3, 1; HERÓDOTO, IV 150-164; V 42-48; VI 34-37; ESTRABÓN, VI 1, 6; 2, 4; 3, 2; M, LOMBARDO «Le concezioni degli antichi sul ruolo degli oracoli nella coíonizzazione greca», Ricerche sulla coíonizzazione greca (Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa, 1972), pág. 63 ss; H. W. PARKEE, D. E. WORMELL, The Delphic Oracle I, Oxford, 1956, págs. 49-81. En este caso, los epidamnios del partido democrático, tras la negativa de los corcireos a prestarles ayuda, recurrieron a Corinto, la metrópoli de su metrópoli; pero antes de dar este paso, acudieron a Delfos para preguntar si podían considerar a Corinto como ciudad fundadora y solicitar de este modo su ayuda, puesto que según el «derecho colonial» eran culpables las colonias que recurrían a una ciudad que no fuera su metrópoli para solucionar sus problemas internos. Los epidamnios preguntarían al dios si, al ser su oikistḗs un corintio, podían romper los lazos con Corcira, su metrópoli, para establecerlos con Corinto. Con la respuesta afirmativa se despejaban los escrúpulos religiosos facilitando la intervención de Corinto, ya muy interesada en la empresa.
Obsérvese paralelismo de esta petición con la efectuada antes a los corcireos. Cf. supra, I 24, 6.
Corinto encontraba aquí una ocasión para intervenir en los asuntos de Corcira e imponer su autoridad como Atenas hacía en sus cleruquías. Si llegaba a dominar Corcira, podría controlar además la ruta del Adriático. Sobre la antigua y permanente enemistad entre Corinto y Corcira, cf. supra, I 13, 4; infra, I 38; HERÓDOTO, III 49. Junto a las causas políticas y económicas, Tucídides observa las de tipo psicológico, como hace en este caso al aludir al hecho de que los corintios se sentían postergados por los corcireos. A los motivos políticos y económicos se unía la profunda hostilidad de Corinto contra una colonia que se había hecho más poderosa. Así, Corinto, cuyo gobierno era oligárquico, se decidió a intervenir en favor de un gobierno democrático.
Los géra, los presentes que las colonias ofrecían como homenaje a las metrópolis.
Probablemente las comunes a Corinto y a sus colonias, celebradas en la metrópoli; no las panhelénicas.
El significado exacto de la expresión griega es discutido; comportaría probablemente un privilegio de los corintios en los ritos sagrados, privilegio que no les era reconocido por los corcireos.
Que los corintios (complemento sobreentendido del comparativo dynatṓieroi); no por encima de todas las ciudades griegas, entre las que se encontraba Atenas, cuya superioridad en el mar será reconocida en seguida por los corintios (cf. infra, I 33, 1).
Según HOMERO (cf. Odisea VI-VIII y XIII), los feacios, que acogieron a Ulises antes de su regreso a Ítaca, habitaban la isla de Esqueria, isla que los antiguos identificaron con Corcira, la actual Corfú. Cf. infra, III 70, 4, donde se habla de la existencia en Corcira de un recinto sagrado consagrado a Alcínoo.
Cf. Odisea VII 34-36. Las naves de los feacios —decía Homero— eran «tan ligeras como las alas o el pensamiento».
De Ampracia o Ambracia, (actual Arta), ciudad del Epiro meridional, cercana al golfo de su nombre; era una colonia de Corinto. Cf. infra, II 80, 3.
De Léucade (la actual Lefkda), isla situada frente a la costa de Acarnania, también colonizada por Corinto. Cf. infra, I 30, 2; III 94, 2.
Luego Aulona, la actual Vlorë (Vlona, ital. Valona), puerto de Albania. Situada al sur de Epidamno y al norte de Corcira. Importante base naval, utilizada por los submarinos alemanes en la Segunda Guerra Mundial.
Según otras fuentes fue fundada por Corinto y Corcira en común. Cf. ESTRABÓN, VII 5, 8; Ps. ESCIMNO, 439-400; y PAUSANIAS, V 22, 4, basándose los tres probablemente en Éforo.
Este segundo contingente debía de ser de quince naves, puesto que después totalizan cuarenta (cf. infra, 26, 4 y 29, 4). Éstas y las ochenta de la batalla (cf. infra, 29, 4) dan el total de ciento veinte de I 25, 4.
Los aristócratas expulsados (cf. supra, 24, 5).
Lo que hacía el asedio más fácil para un enemigo como los corcireos, que dominaban el mar; no necesitaban así muchas tropas para bloquear la ciudad por tierra.
Igualdad de derechos con los ciudadanos de Epidamno y con los colonos recién enviados (cf. supra, 26, 1-2).
La dracma constituía la unidad monetaria de plata de los sistemas monetarios griegos. Tenía múltiplos y subdivisiones: una mina equivalía a cien dracmas y un talento a seis mil, mientras que un óbolo era una sexta parte de la dracma (cf. infra, I 96, 2, n. 531; II 13, 5, n. 95). La dracma corintia (2,90 gr) correspondía a dos tercios de la euboicoática (4,36 gr); era el resultado de la transformación de un antiguo didracma en un tridracma sin cambiar de peso.
De Mégara, ciudad situada al noreste de Corinto, en el golfo Sarónico. Su territorio estaba muy bien situado por el hecho de dar a dos mares, el golfo Sarónico y el de Corinto, con sus puertos de Nisea y Pegas.
La isla de Cefalenia o Cefalonia está situada al sur de Léucade (cf. supra, 26, 1, n. 188). Pale era colonia de Corinto (cf. infra, II 30, 2, n. 241).
De Epidauro, situada al este de Argos, en el golfo Sarónico.
Hermíone, en la costa sur de la península que separa el golfo Sarónico y el de Argos.
De Trecén, situada al noreste de Hermíone.
Sobre los leucadios y los ampraciotas, cf. supra, 26, 1, n. 187 y 188.
De Fliunte, al sur de Sición y al suroeste de Corinto.
De la Elide, al noroeste del Peloponeso. Los corcireos incendiaron luego su puerto (cf. infra, I 30, 2) como represalia por la ayuda prestada a los corintios.
Número pequeño frente a las ciento veinte de Corcira (cf. supra, I 25, 4, e infra, I 29, 4). En este pasaje, sumando las de los aliados, se cuenta un total de sesenta y ocho naves y algunas más sin determinar; luego vemos que zarpa una escuadra de setenta y cinco barcos (cf. infra, I 29, 1).
Corinto prepara tres mil hoplitas y luego (cf. infra, I 29, I) envía dos mil. En cuanto a los hoplitas, puede recordarse que en el siglo v a. C. constituían la fuerza principal de un ejército; combatían protegidos con yelmo, coraza y canilleras, blandiendo la lanza y empuñando el escudo; también utilizaban la espada. La táctica del combate hoplítico se basaba en la cohesión y en el apoyo mutuo y no en iniciativas personales. No eran soldados profesionales, sino los mismos ciudadanos, que debían procurarse sus propias armas y ejercitarse periódicamente para estar preparados cuando fuera necesario. La obligación de adquirir ias armas (panoplia) destinaba a este servicio a los ciudadanos de mayores posibilidades económicas; los otros servían, cuando era necesario, como soldados armados a la ligera (psiloí) o como marineros o combatientes de la flota (epibátai). No son raras las corrupciones del texto en lo relativo a cantidades. Cf. infra n. 211.
Sición, situada al noroeste de Corinto, formaba parte de la Liga del Peloponeso. Corcira sin duda buscaba el apoyo de Esparta y de Sición ante los corintios y a Esparta le interesaba evitar el enfrentamiento entre Corcira, neutral pero amiga y poseedora de la segunda flota de Grecia, y Corinto, ciudad miembro de la Liga.
Lo que, dado el reciente pronunciamiento del oráculo en favor de los corintios (cf. supra, 25, 1), suponía un riesgo para Corcira.
Diplomática alusión a los atenienses.
El recurso al arbitraje (dikē) para evitar un conflicto armado, muy frecuente entre los griegos dada su fragmentación política, era raramente efectivo cuando los adversarios se creían en situación de conseguir la victoria.
Se recurría al heraldo (kêryx) para declarar la guerra y para cualquier contacto con el enemigo mientras se mantenía el estado de guerra. Cf. infra n. 307 y 941.
Pasaje de numerales discutidos y diversamente corregidos. El texto de Tucídides dice «setenta y cinco naves y dos mil hoplitas». Si en 27, 2 se han sumado 68 naves, sin contar las solicitadas a los eleos, éstos debieron de contribuir con 7 barcos. Hay, sin embargo, un pasaje de DIODORO (XII 31, 2) que da un total de 70, con lo que las de los eleos serían sólo 2. En cuanto al número de hoplitas, se ha señalado una discrepancia entre este pasaje y I 27, 2, donde sólo los corintios preparan unas fuerzas de 3.000 hoplitas; no se explica aquí por qué razón enviaron sólo 2.000. Se han, propuesto, pues, diversas correcciones: 75 naves y 3.000 hoplitas (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 163-164; J. DE ROMILLY, op. cit., I, págs. 19-20, que considera suficiente la cifra de 3.000 en relación con el número de naves); 70 naves y 5.000 hoplitas (H. VAN HERWERDEN, Studia Thucydidea, Utrecht, 1869, págs. 8-9) o 70 naves y 7.000 hoplitas (B. HEMMERDINGER, «Thucydides, I, 29, 1», Revue des Études Grecques 71 (1958), 423), basándose estos dos últimos en Diodoro y en consideraciones paleográficas.
Todos estos personajes sólo aparecen en este pasaje.
En la boca del Golfo de Ampracia, en la costa meridional. Accio es un promontorio que domina la entrada del Golfo y Anactorio está situada al sureste, a pocos kilómetros, cerca de la actual Vonitsa. Era una colonia corintia, en cuya fundación también habían participado probablemente los corcireos (cf. infra, I 55, 1). Su situación era estratégica para el control del Golfo de Ampracia. Cf. ESTRABÓN, X 2, 7-8.
Kai tàs állas episkeuásantes. El verbo episkeuázo no tiene aquí el significado de «reparar» naves viejas, sino el de «poner a punto»; se trata de un uso técnico para indicar una «revisión» habitual. En caso contrario, la flota corcirea (a la que se califica como una de las mejores flotas de Grecia: Cf. supra, I 25, 4; infra 133, I; 36, 3) sería un conjunto de barcos vetustos (cf. J. GLUCKER, «Thucydides I 29, 3, Gregory of Corinth and the ars interpretandi», Mnemosyne s. 4. 23 (1970), 127 - 149).
Los extranjeros a los que se alude eran los ampraciotas y los leucadios de I 26, 1. Así acabó la batalla de Leucimna.
El trofeo (tropaîon), señal de victoria dedicada a Zeus, era levantado en el lugar donde el enemigo había sido vencido. El vencedor quedaba dueño del campo de batalla y el enemigo reconocía oficialmente la derrota al pedir la entrega de cadáveres bajo pacto. Los que se habían hecho con la victoria levantaban el trofeo, generalmente, y según la antigua costumbre, de material perecedero: una columna de madera o un simple tronco donde colgaban algunas armas capturadas al enemigo y ponían una inscripción en una tabla conmemorativa. También existió el tipo tumuliforme (cf. JENOFONTE, Anábasis IV 7, 25-26), y luego pasaron a ser de tipo más monumental y con materiales más duraderos. A veces la victoria quedaba indecisa y ambos contendientes se consideraban con derecho a levantarlo (cf. infra, I 54, 1-2; 105, 5-6; II. 92, 4-5, etc.). En las batallas navales, el trofeo consistía en una nave capturada que se sacaba a tierra en un lugar próximo a la batalla (cf. infra, II 92, 4-5). Los trofeos se consideraban inviolables (cf. JENOFONTE, Helénicas IV 5-10).
Probablemente el actual cabo Lefkimo, en la parte meridional de la costa oriental de Corcira. Cf. infra, I 47, 2.
Sea por consideraciones de tipo colonial o por razones de oportunidad, los corintios, a pesar de todo, tuvieron un trato preferente. Cf. supra 29, S.
Kyllénen tò Eleiõn epíneion. Estaba situado en la Élide noroccidental, pero no se ha localizado con seguridad. Desde E. CURTIUS, Peloponnesos II, Gotha, 1852, págs. 33-34, se ha situado cerca del promontorio de Kunupeli, en la costa septentrional, cerca del cabo Araxo y de la frontera con Acaya; pero podría estar más al sur, en la zona de Glarentza, donde se encuentra la actual Kilini, a unos veinte Km. al oeste de la ciudad de Elide. Cf. J. SERVAIS, «Recherches sur le port de Cyllène», Bulletin de Correspondance Hellénique 85 (1961), 123-161. Este Ēleíōn epíneion, puerto y arsenal de los eleos, era con frecuencia la base de la flota peloponesia cuando operaba al oeste y noroeste del Peloponeso (cf. II 84, 5; III 69, 1; VI 88, 9).
Literalmente «a la vuelta del verano» (periónti tôi thérei). El verano del 434 a. C.
Cf. supra, I 29, 3, n. 213.
La costa entre Accio y el cabo Quimerio (probablemente el actual Varlaam) está formada por un arenal y por playas entre zonas rocosas; los fondeaderos son inadecuados para una gran flota hasta llegar a la bahía de Fanari, uno de los lugares en que se sitúa el puerto de Quimerio. Este topónimo tenía que ver probablemente con una zona de la Tesprotia (cf. nota siguiente) situada al sur de Síbota (cf. infra, I 50, 3, n. 299) y se daba a un promontorio y a un puerto (cf. infra, I 46, 3-4). Para la identificación del puerto se ha pensado en la bahía de Fanari, donde desemboca el río Gourlá (el Aqueronte) y que tiene al sur la pequeña babia de Kerentza, y también en la de Hagios Iōannēs, situada al norte de Fanari y unos 6 Km. al este de Parga, un puerto más amplio que el de Fanari (cf. el Glykỳs Limēn de ESTRABÓN, VII 7, 5, y PAUSANIAS, VIII 7, 2). Pero, según N. G. L. . HAMMOND («Naval Operations in the South Channel of Corcyra 435-433 B C», Journal of Hellenic Studies 65 (1945), 26-37), que estudió sobre el terreno la descripción de Tucídides, el puerto de Quimerio no debe localizarse al sur del cabo Varlaam, sino al norte, donde está el actual Vemocastro, en la bahía del Paramythia, ubicación preferible a la de la bahía de Arila, situada algo más al norte. Cf. el reciente trabajo de J. WILSON: Athens and Corcyra. Strategy and Tactics in the Peloponnesian War, Bristol, 1987.
La Tesprotia, región costera del Epiro meridional, entre el río Tiamis (of. infra, I 46, 4) y el Golfo de Ampracia.
La llegada del invierno solía poner fin a las operaciones militares, o al menos las reducía sensiblemente, Cf. infra lI 47, 1; 92, 7-93, 1; etc. Cf., sin embargo, II 69, 1, n. 464.
Los preparativos de los corintios se iniciaron en el 435, después de la batalla de Leucimna, y duraron hasta la primavera del 433.
No pertenecían ni a la Liga del Peloponeso ni a la Confederación ático-delia. Cf. infra, I 35, 2; 40, 2.
En los discursos de embajadores como el presente existe la duda de si reflejan el discurso de un solo embajador o son el resumen de versas intervenciones. Seguramente son el reflejo general de la posición de los planteamientos de los estados que intervenían en el debate. Cf. supra, I 22, 1-2, n. 150.
Literalmente «a los vecinos», hoi pélas, expresión con la que normalmente se hace referencia a otros pueblos en general, no precisamente a Estados con territorios limítrofes. Esta identificación de «los otros» con «los vecinos» refleja probablemente el limitado horizonte de las poleis griegas de la época arcaica.
Retraimiento, inactividad o política de neutralidad o de no intervención (apragmosýnē), fruto de la prudencia (sōphrosýnē) de que ha hablado antes. La política de neutralidad era objeto con frecuencia de juicios negativos (cf. infra, VI 80, 1-2; HERÓDOTO, VIII 73, 3).
La gratitud de Corcira no resultó muy efectiva durante la guerra, si bien es cierto que las revueltas del 427 y 425 la debilitaron de forma considerable. En el 431 enviaron cincuenta naves en apoyo de la flota ateniense que atacaba las costas peloponesias (cf. infra, II 21, 1); en el 426 participaron en las operaciones contra Léucade (cf. infra, III 94, L), pero enseguida se retiraron (II 95, 2); finalmente, Corcira sirvió de base para la expedición contra Sicilia (cf. infra, VI 30, 1; 42, 1-3).
Junto a las ventajas de orden más bien moral de ayudar a un pueblo víctima de la injusticia y granjearse una gratitud imperecedera, ventajas que no dejaban de ser problemáticas para Atenas (puesto que tenía que intervenir, contra lo habitual, entre una colonia y su metrópoli), aparece al fin la razón realmente ventajosa: Corcira tenía la segunda flota de Grecia. Cf. supra, I 25, 4.
Aretḗ con el valor de aretês dóxa, fama de virtud, la buena reputación surgida de la magnanimidad hacia otros pueblos, en este caso hacia los corcireos. Cf. infra, I 69; III 56, 7.
Dado que la guerra es inevitable, a Atenas le interesa la amistad de Corcira, por su magnífica situación y por su flota. Cf. infra, I 36, 1-3.
Aquí los embajadores corcireos indican la verdadera causa de la guerra tal como la veía Tucídides (cf. supra, | 23, 6, n. 167). Posiblemente exageran en su afirmación de que los lacedemonios la deseaban, pero aciertan en la causa esencial: el miedo de Esparta, al que se sumó la intervención de Corinto.
Con esta serie de coordinadas se insiste en la importancia de la actuación de Corinto como instigadora de la guerra.
La cuestión se plantea entre Atenas y Corinto, en ver quién se anticipa en conseguir a Corcira. Los corintios, por temor a que Corcira se una a Atenas, intentarán debilitarla destruyéndola o se reforzarán ellos mismos sometiéndola. Los atenienses, si quieren contar con dos grandes flotas en la inevitable guerra contra Esparta, deben adelantarse a los corintios e impedirles la consecución de su doble objetivo. Para la construcción, cf. SÓFOCLES, Electra 1320-21, y ANDÓCIDES, I 20.
Cf. supra 28, 2.
El tratado del 446-445 a. C. (Cf. supra, n. 165, e infra, I 115, 1). A esta invocación del tratado por parte de los corcireos replican luego los corintios (cf. infra, I 40, 2).
Los miembros de la Confederación ático-delia (salvo Quíos y Lesbos) sometidos a Atenas. Cf. supra, I 19, e infra, I 124, 3. La alianza estaba al alcance de los corcireos, según el artículo invocado en 35, 2.
Cf. supra 33, 1.
Condición para la symmachía o tratado de alianza.
Idea imprecisa y diversamente interpretada. ¿Se refiere a que Corcira se separa de Corinto o a que están solos y sus fuerzas no están unidas a las de Atenas ante el enfrentamiento que se avecina? Creemos preferible mantener la indefinición del texto (hikanoì toùs metastántas blápsai) en la traducción.
Cf. supra, I 35, 1, n. 238. En este pasaje se apunta más a lo práctico que al punto de vista jurídico, al que se ha referido I 35.
Cf. supra, I 33, 3.
No se efectuaba la travesía directa por alta mar, sino que lo habitual era seguir la ruta de cabotaje (paráplous): desde el noroeste de Grecia, el Epiro y Corcira, se pasaba -atravesando el Adriático por su parte más estrecha, el canal de Otranto, a 40° de latitud norte al sur de Italia y se seguía costeando hasta Regio para pasar luego a Sicilia. (Cf. infra VI 30; 42-44).
Cf. infra, II 7, 2. Esparta confiaba en esta ayuda.
Cf. supra, I 32, 4.
Tratados o convenios para la aplicación de la justicia a los ciudadanos de otros Estados, de reciprocidad jurídica.
Cf. supra, I 32, 5, n. 229.
Cf. infra, I 77, 1, n. 435.
Cf. supra, I 25, 4.
Afirmación falsa, ya que Epidamno había sido colonizada por los corcireos y sólo el oikistḗs y algunos colonos eran corintios (cf. supra, I 24, 2). Como se ha visto, Epidamno solicitó ayuda a Corcira como metrópoli, y sólo después de la negativa de los corcireos se puso en manos de los corintios (cf. supra, I 24, 6-25, 2).
Recriminación a los corcireos, que tenían que haber ofrecido el arbitraje antes de poner sitio a Epidamno. No era infrecuente, sin embargo, recurrir a una solución negociada desde una posición de fuerza; estaba incluso bien visto por constituir una prueba de moderación.
Los corintios, que censuran el aislamiento de Corcira, insisten en el principio de reciprocidad, en el que basa sus pretensiones ante Atenas. Cf. infra, I 40, 4-5; 41, 1-2.
La política exterior de Corcira, como colonia de Corinto, debía coincidir con la de su metrópoli. Si se aliaba a Atenas, se desligaba de Corinto. Esta norma del derecho colonial era, sin embargo, frecuentemente olvidada en la práctica.
Literalmente «un armisticio» (anokōchḗ), es decir, el pacto más elemental que podía realizarse; una tregua como las que se concertaban con ocasión de una fiesta.
Samos se sublevó en el 440 a. C. y fue sometida de nuevo en el 439. Tucídides se refiere a esta rebelión en I 115-117, pero no habla sobre la intervención de los corintios ante los confederados peloponesios en favor de Atenas. El caso de Samos respecto a Atenas no era exactamente comparable al de Corcira respecto a Corinto, tal como observa A. W. GOMME, A Historical Commentary on Thucydides I, Oxford, 1945, págs. 174-175, porque Samos estaba inscrita en la Liga ática, mientras que Corcira era una ágraphos pólis.
Literalmente «naves largas». Cf. supra, n. 107.
Sobre la guerra entre Atenas y Egina, cf. supra, I 14, 3, n. 112. Acerca de las veinte naves que Corinto proporcionó a Atenas, cf. HERÓDOTO, VI 89. Las relaciones entre Atenas y Corinto eran entonces buenas debido a varias razones, sobre todo porque Corinto temía una alianza entre Atenas y Esparta que le restara influencia dentro de la Liga peloponesia, y porque prefería apoyar a Atenas en su guerra contra Egina, dado que esta isla era una importante rival comercial de Corinto. Sin embargo, la posición de Corinto cambió cuando Atenas, siguiendo los consejos de Temístocles, se decidió a dar mayor importancia a su flota, y hacia el 458 a. C. el enfrentamiento ya fue manifiesto. Cf. infra, I 105 ss. Desde entonces el encono de Corinto respecto a Atenas fue en aumento.
Respecto a la expresión tà Mēdiká de este pasaje algunos comentaristas (W. H. FORBES, Thucydides I, Oxford, 1985, y A. W. GOMME, op. cit. 1, pág. 175) piensan que puede referirse sólo a la expedición de 480-479, excluyendo Maratón. A ello se opone N. G. L. . HAMMOND, art. cit., The Classical Review 71 (1957), 101-102, según el cual Tucídides probablemente no cambia el significado de tà Mēdiká en los diversos pasajes en que aparece referido a las hostilidades entre griegos y persas (cf. supra, I 14, 2, n. 108; infra, I 73, 2-4; 97, 2), donde se aplica a las Guerras Médicas en conjunto. Otra cosa es tò Medikón, que se refiere sólo a la expedición de Jerjes (cf. supra, I 23, 1, n. 158), del mismo modo que en otros pasajes se individualiza la acción de Maratón (cf. supra, n. 128), y la expresión ho Mēdikǒn pólemos (cf. infra, I 95, 7; III 10, 2), referida a la segunda Guerra Médica hasta que Esparta se retira (480-478 a. C.).
Cf. HERÓDOTO, VI 92. Heródoto nos habla de esta victoria naval ateniense (VI 92, 1) y, al mismo tiempo, de otra victoria por tierra sobre un contingente argivo (VI 92, 3), pero luego dice (VI 93) que, inmediatamente después, la derrota egineta se transformó en victoria, lo que, analizado el pasaje herodoteo, resulta difícilmente explicable (cf. W. W. How, J. WELLs, A commentary on Herodotus with introduction and appendixes II, 2. " ed., Oxford, 1928, págs. 101-102). Por ello se ha pensado que en el texto de Heródoto hay una confusión con otro episodio de la guerra que Atenas venía manteniendo con Egina (cf. supra, n. 112). Pero es indudable que la victoria naval cuya importancia subrayan aquí los corintios en su discurso debió de ser episódica y que se impuso luego la supremacía naval egineta, lo que obligó a Atenas a un programa de construcción de doscientas naves, que acabó utilizando para enfrentarse a la invasión persa (of. supra, I 14, 3, y HERÓDOTO, VII 144, 1), motivo que impuso la reconciliación entre Atenas y Egina.
Tà oikeîa, que GOMME (cf. op. cit., I, pág. 175) interpreta como «lazos de parentesco».
Alusión a las diferencias entre Atenas y Corinto a propósito de Mégara. Su origen era antiguo. Hacia el 459 a. C. Mégara, en guerra con Corinto por una cuestión de fronteras, abandonó la Liga del Peloponeso y se hizo aliada de Atenas. Según Tucídides (cf. infra, I 103, 4), ésta fue la causa principal del odio de Corinto contra Atenas. Pero éste y otros episodios (cf. infra, I 10S; 106; 114) eran lejanos y anteriores a los gestos de buena voluntad, con ocasión de la sublevación de Samos, a los que se refieren los corintios en su discurso (cf. supra, I 40, 5; 41, 2). Reciente (433/-32 a. C.), en cambio, era la prohibición a todos los barcos de Mégara, perteneciente ahora a la Confederación del Peloponeso, de entrar en los puertos de la Liga ática, con lo que la identificación de Mégara con la posición de Corinto fue absoluta (cf. infra, I 67, 4; 139, 1-2, m. 892; 140, 4 y 144, 2). Sobre la interpretación de este pasaje, cf. CH. TUPLIN, «Thucydides I 42. 2 and the Megarian decree», The Classical Quarterly 73 (1979), 301-307. Se discute sobre si constituye una referencia concreta al decreto megareo y a la situación que lo motivó o si se refiere a las antiguas diferencias entre Atenas y Corinto por la cuestión de Mégara. Gran parte de la discusión gira en torno al valor del próteron, sobre si se refiere a un pasado remoto o a un pasado próximo ligado al presente.
Cf. supra, I 40, 5.
En lugar de una alianza plena (symmachía), que implicaba «tener los mismos amigos y enemigos», es decir, una alianza ofensiva y defensiva a la vez, estipularon una epimachía, una alianza defensiva.
Cf. supra, I 27, 2.
Cf. supra, I 36, 2, n. 245. Era éste un argumento de gran peso.
Sobre esta expedición, . PLUTARCO, Pericles 29: Sobre los gastos de esta expedición y de las veinte naves enviadas a continuación (cf. infra, I 50, 5-51, S), conservamos un documento epigráfico del año 433 a. C. Cf. R. MEIGGS, D. LEWIS, *A selection of Greek historical inscriptions to the end of the fifth century b. C. *, Oxford, 1969, 61.
Lacedemonio era hijo de Cimón, el famoso general y hombre de Estado. Cimón era próxeno de Esparta en Atenas y su política era filoespartana; admiraba la vida y el régimen político de Esparta. De ahí el nombre de su hijo primogénito. Sus otros dos hijos se llamaban Eolo y Tésalo. Sobre Cimón, cf. infra, n. 537. La elección de Lacedemonio, de tendencia filoespartana, para esta misión, ha motivado diversas hipótesis. Según PLUTARCO (Pericles 29, 1-3), estaría en ello la mano de Pericles, que pretendería desacreditar a un destacado miembro de la oposición aristocrática poniéndole al frente de una escuadra muy pequeña cuyo éxito era problemático. Pero tal vez la elección fue debida al propósito de no aumentar la tensión en aquella situación prebélica. 270 Diótimo estuvo al frente de una embajada enviada a Susa hacia el 424-23 para negociar un tratado de amistad con Darío II (cf. ESTRABÓN, I 3, 1). También desempeñó una misión en Italia y Sicilia (cf. Timeo, en F. GrHist 566 F 98). En VIII 15-17, encontramos a su hijo Estrombíquides, que fue estratego en el 412 a. C.
Proteas aparece de nuevo como estratego en el 431 a. C. Cf. infra, II 23, 2, donde le encontramos al frente de una flota enviada contra el Peloponeso.
Proteas aparece de nuevo como estratego en el 431 a. C. Cf. infra, II 23, 2, donde le encontramos al frente de una flota enviada contra el Peloponeso.
Encontramos de nuevo a Jenóclides, al frente de una guarnición corintia enviada a Ampracia, en III 114, 4.
Cf. supra, I 30, 3, nn. 222 y 223.
Zona de la Tesprótide o Tesprotia que correspondía aproximadamente al valle del Aqueronte.
Situada en el interior. Cf. ESTRABÓN, VII 7, 5: hypérkeitai dè toútou kólpou Kíchyros, hē próteron Ephýra, pólis Thesprōtôn, es decir, que en el interior sobre la bahía (el Glykýs Limḗn o «Puerto Dulce»; cf. supra, n. 222; por aquella zona está actualmente Glyki) estaba Kíchyros, Cíquiro, nombre que antes se daba a Éfira, ciudad de los tesprotos.
El río Aqueronte (el actual Gourlá) está bordeado de zonas pantanosas; es en parte subterráneo y atraviesa una garganta sombría, por lo que se le consideraba una entrada al mundo de los muertos. Cf. HERÓDOTO, V. 92; PAUSANIAS, I 17, 5.
El actual Kalamás.
Región costera frente a Corcira, al norte de Tesprotia.
En esta descripción geográfica se ha distinguido entre el puerto de Quimerio (cf. supra, I 30, 3, n. 222) y el promontorio del mismo nombre, que se ha identificado con el cabo Trophalē o, más probablemente, con el Varlaam. Lo detallado de la misma, prueba del interés de Tucídides por los campos de batalla, sugiere la autopsia (hipótesis puesta en duda a causa de algunas imprecisiones en el relato) o una especial información sobre el lugar. L. PEARSON, «Thucydides and the geographical tradition», The Classical Quarterly 33 (1939), 48-54, observa la similitud de estilo entre este tipo de descripciones en Tucídides, en las que se dan algunos detalles irrelevantes, y descripciones parecidas de las antiguas periēgḗseis, y llega a la conclusión de que Tucídides se ha inspirado en alguna de estas guías. Respecto a este pasaje, dice Lionel Pearson: «This is perhaps the most perfect example of the style to be found in Thucydides. Not only are the two rivers mentioned which enter the sea here, but the course of Acheron is described and the fact that it gives its name to the límnē is recorded; and, what is even more irrelevant, he tells us that the Thyamis forms a boundary between Thesprotia and Cestrine, So perfect, indeed, is the example that it is easy to believe Thucydides looked ‘up some Periegesis (perhaps even Hecateus’) to find out something about Cheimerium, about which he knew nothing, and copied down the description word for word» (art. cit., 52). A. W. GOMME (op. cit., pág. 180), sin embargo, objeta que, si esto fuera así, hubiera descrito la zona de Síbota, relacionada también con las operaciones de este relato, con el mismo detalle, lo que en realidad no hizo (sobre la distinción entre las islas y el puerto de Síbota, cf. infra, I 54). Es probable que Tucídides se informara de gentes que conocían el lugar (tal vez tuvo un informador corintio, como piensa Gomme, por el mayor detalle de la zona de Quimerio), y que con los datos geográficos recibidos y con las noticias que recogió sobre aquellas operaciones navales compusiera su relato de los hechos procurando encuadrarlos lo más exactamente posible en su marco geográfico; el desconocimiento directo explicaría las imprecisiones (cf. infra, I 49, 5, n. 294). En cuanto a la similitud estilística observada por Pearson, Tucídides, que además tenia bastantes conocimientos geográficos y era buen viajero, debía de conocer bien el estilo de las periēgḗseis y pudo muy bien adaptarse a él en descripciones semejantes.
Personajes de los que no tenemos más noticia que ésta.
Islas pequeñas situadas en el canal entre el sur de Corcira y la Tesprotia, muy cerca de la costa continental (cf. infra, I 54, 1). Actualmente conservan en su conjunto el nombre antiguo, y separadamente la occidental recibe el nombre de Mavron Oros o el de Síbota, y la oriental el de Hagios Nikólaos; están deshabitadas y por su extremo sur están casi unidas formando entre ellas una bahía, que podía servir de refugio para una flota; hay otro fondeadero al este de Hagios Nikólaos, y en el continente, al sudeste de las islas, está Puerto Mourtzo, con el que se puede identificar el puerto de Síbota, que también aparece en este relato (cf. infra, I 50, 3; 52, 1; 54, 1-2). La batalla naval que se narrará a continuación tuvo lugar entre las islas de Síbota y Leucimna, promontorio de Corcira.
Cf. supra, I 45, 2-4.
Cf. supra, I, 30, 1.
La isla de Zacinto, al sur de Cefalenia, aparece en II 7, 3; 9, 4, al comienzo de la guerra, entre los aliados de Atenas. Aquí vemos que presta su ayuda a Corcira, a pesar de la política aislacionista de ésta (cf. supra, I 31, 2).
Cf. supra, I 11, 1, n. 80.
Las naves atenienses estaban situadas en el flanco derecho, a continuación del ala derecha de los corcireos, precisamente el ala que protegía Corcira, lo que era en realidad la misión de los navíos atenienses. Estaban allí como una fuerza de reserva para un eventual apoyo. Las naves corcireas se distribuyeron en tres divisiones constituyendo ellas solas el centro y las dos alas de la escuadra. Frente al ala derecha corcirea y a los navíos atenienses se situaron los corintios con las naves más marineras.
La distribución por el lado corintio, con la separación de aliados y corintios, lleva a pensar en una formación desequilibrada: 39 barcos en el ala derecha, 21 en el centro, y 90 en la izquierda (cf. supra, 46, 1; infra, I 49, 6). Parece improbable y, puesto que dice que los corintios ocupaban el ala izquierda «con las naves más marineras», puede fácilmente pensarse que el resto de las naves corintias estaban en el centro con los otros aliados en una disposición más equilibrada.
No se conoce la naturaleza exacta de estas señales (sēmeîa), respecto a las cuales Tucídides utiliza normalmente el verbo aírein, «alzar» (cf. infra, I 63, 2; IV 42, 4, etc.), y, en un caso (cf. infra, I 63, 2), el verbo kataspâsthai, «bajar». Podían emplearse para indicar el comienzo del combate, como aquí ocurre, o para comunicaciones preestablecidas o avisos respecto a una actuación (of. infra, I 63, 2; III 22, 8; IV 111, l-2, etc.). De noche las señales se transmitían mediante fuegos (cf. infra, II 94, I; III 22, 7-8, etc.).
Describe aquí un antiguo procedimiento de combate naval, en el que los puentes de las naves estaban cubiertos de combatientes (epibátai). Cuando se producía el choque de las flotas, tenía lugar una especie de batalla de tierra en el mar. En el curso de la Guerra del Peloponeso, los atenienses desarrollaron las tácticas navales; las trirremes se aligeraron de combatientes para ganar velocidad; además de la tripulación, sólo llevaban diez hombres a bordo, y el éxito en los combates se basaba en la rapidez y el acierto de las maniobras.
Los toxótai, con arco y flechas.
Los akontistaí, tiradores de dardos.
Alusión a la maniobra de ruptura de la línea enemiga (diékplous), muy utilizada por los atenienses durante la Guerra del Peloponeso (cf. infra, II 83, 5; 89, 8; VII 36, 4; 70, 4). Las naves en una rápida maniobra atravesaban la línea enemiga, causando daños en los remos de los barcos con los que se cruzaban y provocando el desorden, y luego que habían pasado la línea efectuaban inmediatamente una conversión (anastrophḗ) y atacaban al enemigo por la espalda, acometiéndole con los espolones de las naves (embolaí) por los flancos y por la popa (cf. infra, II 89, 8).
Cf. supra, I 45, 3.
Por lo que se ha dicho hasta aquí tendríamos que suponer que se refiere al campamento corintio de Quimerio (cf. supra, 46, 3-5), pero de Síbota a Quimerio la distancia es mayor, por lo que resulta difícil pensar que este desembarco fuera realmente en Quimerio. El campamento atacado, teniendo en cuenta el relato, y las distancias, sería un puesto avanzado que los corintios habrían establecido en Síbota del continente (cf. infra, I 50, 3; 52, 1; A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 185, 194-195). Podemos suponer que la noche antes de la batalla la flota de Corcira estaba fondeada en la bahía entre las dos islas Síbota; por la mañana debieron zarpar y salir de la bahía por el norte de Mavron Oros, y estarían navegando al oeste de esta isla cuando vieron por el sur a la flota corintia que había salido de Quimerio. Los corintios habrían establecido, de acuerdo con las fuerzas de tierra de sus aliados bárbaros, un campamento avanzado en Síbota del continente (en Puerto Mourtzo probablemente o tal vez en Arila). La flota corintia se impuso en la batalla y obligaron a la escuadra de Corcira a retirarse hacia tierra (cf. infra, I 50, 3), probablemente a Leucimna, en Corcira. Sólo el ala izquierda de los corcireos resultó victoriosa y persiguió a sus oponentes hasta la costa del continente, produciéndose el saqueo del campamento sobre el que se discute, que dado el tiempo que pudieron emplear aquellas veinte naves para llegar, saquear y volver para reunirse con el grueso de su flota en Leucimna, no podía tratarse de Quimerio, como parece pensar Tucídides al aludir a las tiendas y al botín, sino de una base avanzada de carácter más provisional, de un segundo campamento. En cuanto al campamento de Quimerio, ya hemos visto que han surgido diversas teorías respecto a su ubicación. Por una parte, la descripción tucidídea ha sugerido una localización al sur del cabo Varlaam, pero por otra la narración de la batalla nos lleva a pensar en un lugar al norte de Varlaam, a menor distancia del río Tíamis, más cerca de Síbota y enfrente de Corcira.
De hecho, por este lado (cf. supra, I 48, 4) no había fuerzas propiamente corintias. Habla, pues, de forma general.
Este encuentro fue, en efecto, la primera violación del tratado de treinta años. Cf. infra, I 55, 2.
Según el texto, sería a los megareos, ampraciotas y otros aliados, a los que tomaban por corcireos. En tal caso, el viento y la corriente habrían desplazado a los náufragos del ala derecha hacia la izquierda; de no ser así, difícilmente hubieran topado con ellos las naves corintias que perseguían a los barcos que huían hacia Corcira. La narración de la batalla no resulta inverosímil y es posible que se basara en el relato de los estrategos atenienses.
Probablemente hasta la misma Corcira, donde estaban sus fuerzas de tierra (en Leucimna, cf. supra, I 47, 2), no a la base naval que los corcireos habían establecido en una de las Síbota (cf. supra, I 47, 1).
Presumiblemente, delante de las islas del mismo nombre. Cf. supra, n. 281.
Las diez que tenían en reserva, que no habían entrado en combate, Cf. supra, I 25, 4, y 47, 1.
Himno de guerra cantado por los soldados antes de la batalla o después de ella, en acción de gracias. Originariamente era un himno religioso de carácter apolíneo; a pesar de que estaba animado por un espíritu de alegría, dominaba la majestad y la medida, oponiéndose al carácter dionisíaco del ditirambo.
La maniobra consistía en remar hacia atrás sin cambiar la posición de la flota para evitar que el enemigo pudiera atacar por los flancos o por detrás; así se podrían retirar con seguridad y reaccionar en seguida ante un ataque. Sólo viraron (cf. infra, I 51, 2) cuando también se retiraron los corcireos.
Cf. supra, I 45.
Según una inscripción (cf. R. MEIGGS, D. LEWIS, op. cit. 61 [= Inscriptiones Graecae 12 295]), los estrategos al mando de estas naves eran tres y no dos. Sus nombres eran Glaucón, Metágenes y Dracóntides o Draconte (Drakonti. . .). Hay discrepancia, por tanto, entre el texto tucidideo y el epigráfico. La única coincidencia es la de Glaucón; pero en Tucídides no aparece Metágenes, y Andócides está en lugar de Dracóntides. Se han propuesto algunas soluciones. El caso de Andócides por Dracóntides podría deberse a que los padres de ambos se llamaran Leógoras. La explicación de que en Tucídides sólo aparezcan dos nombres se ha buscado en una posible sustitución de última hora de dos de los tres estrategos designados por Andócides, hijo de Leógoras, estratego en el 446 y 440 a. C., que sería el abuelo del orador; este Andócides era filoespartano, contrario al régimen de Pericles, y había sido uno de los autores del tratado de paz de treinta años (cf. PSEUDO-PLUTARCO, Vidas de los diez oradores 834b): habría sido enviado por las mismas razones que Lacedemonio con la primera expedición (cf. supra, n. 269). Pero podría tratarse simplemente de una sustitución errónea por Dracóntides y, en el caso de Metágenes, de una omisión de un copista o de un olvido del historiador. En cuanto a Glaucón, era hijo de un Leagro que murió en Drabesco (cf. infra, I 100, 3) y fue estratego en la guerra contra Samos (cf. supra, I 40, 5, n. 257; infra, I 116, 1). Para un estudio del pasaje y del problema, cf. F. P. Rizzo, «ll racconto. della spedizione ateniense a Corcira in Ellanico e Tucidide», Rivista di Filologia e d’Istruzione Classica 94 (1966), 271-289. 305. Cf. supra, n. 281; I 50, 3; infra, I 54, 1-2. Aunque por el contexto está claro que se refiere al puerto de Síbota en el continente, donde habían establecido su base avanzada los corintios, la expresión de Tucídides (epì tòn en toîs Sybótois liména) hubiera podido referirse al fondeadero de las islas, donde los corintios pasaron posiblemente la noche después de la batalla.
Kelḗtion. Embarcación pequeña a remos.
El caduceo, vara con dos serpientes que se enfrentaban enroscadas a sus lados, era el distintivo de los heraldos en tiempo de guerra (cf. supra, I 29, 1, n. 210; infra, I 146). Ahora el envío de hombres con el caduceo por parte de los corintios hubiera significado su reconocimiento de que estaban en guerra con Atenas, y por el momento no les interesaba considerar que el tratado había sido violado. Sin duda, !os generales corintios debieron de recibir instrucciones semejantes a las de los estrategos atenienses.
Al ir sin el caduceo, no iban como heraldos y no eran inviolables.
Cf. supra, I 50, 3; 52, 1.
Cada parte pudo recoger libremente a sus muertos, lo que significaba que no había vencedores ni vencidos. De ahí que los dos bandos levantaran un trofeo.
Cf. supra, n. 216.
La del continente.
Cf. supra, I 29, 3 y n. 213.
Los remeros de las naves que habían capturado. Por la proporción de esclavos entre los prisioneros podemos pensar que la mayor parte de los remeros de la flota de Corcira eran esclavos, lo que no era así en Atenas y en otras ciudades.
Lo que llevaron a cabo. Cf. infra, III 70 ss.
La batalla en sí fue favorable a los corintios: habían puesto en fuga a la flota enemiga y habían procedido libremente a las operaciones que significaban la victoria, tales como la recogida de los propios muertos y la recuperación de los barcos averiados (cf. supra, I 50, 1-3). Pero, tras quedar dueños del campo de batalla, cuando se iniciaba una segunda batalla, se habían retirado (cf. supra, 50, 5-51, 2), y los corcireos pudieron también recoger sus cadáveres sin mediar pacto; así se explica la reivindicación de la victoria por ambas partes (cf. supra, I 54, 1). Lo esencial, sin embargo, fue que Corcira consiguió su propósito: mantuvo el control de Epidamno e impidió la intervención corintia en su colonia. Corcira, por tanto, ganó la guerra.
La batalla de Síbota tuvo lugar hacia fines de verano del 433 a. C. y los hechos de Potidea que Tucídides narra a continuación se iniciaron inmediatamente, a partir del invierno y de la primavera del 432. Sobre ello, cf. A. W. GOMME, op. cit. I, págs. 196-199; para la cronología, págs. 222-224, y W. E. THOMPSON, «The Chronology of 432/1», Hermes 96 (1968), 216-232. Enseguida (hacia enero del 432, según Gomme) Atenas ordenó a Potidea la demolición de sus murallas, e inmediatas fueron, asimismo, las intrigas y el envío de embajadores potideatas a Ate- nas y a Esparta.
De Potidea, ciudad situada en el istmo que unía la península de Palene al resto de Calcidica, en un sitio estratégico para el control de la zona. Había sido fundada por Evágoras, hijo del tirano Periandro (cf. NICOLAO DE DAMASCO, en F. JACOBY, FGrHist 90 F 60).
Cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. MCGREGOR, The Athenian tribute lists I, Cambridge Mass. Princeton, N. J., 1939-1953, págs. 386-387, donde se ve que, además de las medidas a que se refiere Tucídides, existía a partir de esta época (434-433) un aumento en el tributo, de seis a quince talentos.
Palene es la más occidental de las tres penínsulas de Calcídica. Al estar Potidea en un istmo, si se demolia la muralla que miraba a Palene, la ciudad quedaba indefensa ante un ataque desde el mar, lo que facilitaba el control por parte de la flota ateniense. Podía defenderse, en cambio, contra los ataques procedentes del norte.
Seguramente eran unos inspectores de las colonias enviados anualmente para conservar los lazos con ellas, aunque, como en este caso, pertenecieran al Imperio ateniense.
Perdicas II (cf. el capítulo siguiente) era hijo de Alejandro I, amigo de los griegos en su enfrentamiento contra Persia (cf. HERÓDOTO, V 17 ss.; VII 173-174; VIII 34; 121; 136 ss; IX 1; 4; 8; 44 ss.; B. VIRGILIO, «L’attegiamiento filoateniese e antipersiano della Macedonia con Aminta I e Alessandro 1 Filelleno», en Commento storico al quinto libro delle «Storie», di Erodoto, Pisa, 1975). Alejandro, hijo de Amintas, reinó unos cuarenta y cuatro años (del 498 al 454 a. C.) y contribuyó en gran manera a la expansión de Macedonia. El número de años del reinado de Perdicas, en cambio, es más discutido debido a los problemas que, al parecer, tuvo con otros pretendientes al trono. Sin duda, en la época a que se refiere este pasaje de Tucídides (432 a. C.) ya llevaba algunos años en el trono, y en el 414 (cf. infra, 9) todavía reinaba; en el 410, sin embargo, ya era rey su hijo Arquelao (cf. infra, II 100, 2; DIODORO, XIII 49, 1). Durante la Guerra del Peloponeso, y en los años que la precedieron, Perdicas se acercó a Atenas o a Esparta según las conveniencias del momento, pero más bien fue hostil a Atenas (cf. infra, II: 80, 7, n. 534). En II 99, dentro de la narración de la expedición de Sitalces contra Perdicas (cf. infra, II 95-101), Tucídides presenta un rápido resumen sobre la expansión de Macedonia durante los predecesores de Perdicas.
Las ciudades griegas de la costa tracia entre el golfo Termaico y el río Hebro (cf. infra, II 96, 4); era uno de los distritos de la liga ático-delia (cf. infra, II 9, 4).
Perdicas estaba ya en una situación de guerra, mientras que los corintios todavía no lo estaban; sólo se habian evidenciado sus diferen- cias.
Filipo tenía su reino (arkhḗ) en Macedonia oriental (cf. infra, II 100, 3), pero su dominio estaba subordinado al de Perdicas.
Primo de Perdicas y de Filipo y rey de Elimia, un territorio semiindependiente de Macedonia meridional (cf. infra, II 99, 2).
Con el nombre de «calcideos» Tucídides se refiere a Olinto (ciudad situada a unos 11 Km. al noroeste de Potidea) y a los pueblos vecinos, que debieron de formar (cf. infra, I 58, 2) un Estado o una Confederación con Olinto como capital. De todas formas, sus características en esta época no son claras. (Cf. A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 203 - 208.) Su nombre se debe a Calcis de Eubea, que había colonizado gran parte de Calcídica.
Estado federal, cuyos límites no son bien conocidos, al oeste de los calcideos. Su ciudad más importante era Espartolo, cuyo emplazamiento no es conocido con seguridad. Era un pueblo originario de la Botia, al oeste del golfo Termaico (cf. infra, II 99, 3) y debía de tener una organización política semejante a la de los calcideos. Una inscripción relativa a un tratado con Atenas nos indica que tenían una asamblea (boulḗ) común, unos jefes militares comunes y magistrados en cada ciudad (cf. M. N. TOD, A selection of Greek historical inscriptions, Oxford, 1948, I 68).
Este personaje, que no vuelve a aparecer en la Historia de Tucídides, no ha sido identificado con seguridad. Era un nombre bastante común en Atenas (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, pág. 208). Podría ser el Arquéstrato, hijo de Licomedes, que aparece en la línea 11 de la discutida inscripción I G I3 48 (cf. L. PICCIRILLI, «A proposito di I G I3 48 bis e di Archestrato figlio di Licomede», Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 70 (1987), 167-170), pero no es seguro (cf. D. PEPPAS-DELMOUSOU, «Χαλκὴ ἐπιγραφή τοῦ Μουσείου Ἀκροπόλεως», Ἀρχαιολογικὴ Ἐφημερίς 1971 [1972], 137–45).
Los manuscritos dicen: «y otros diez estrategos»; pero se suele pensar en una corrupción del texto, dado que no se tiene noticia de ninguna expedición que fuese dirigida por once estrategos. Sólo había diez. La mayoría de los editores han pensado en una confusión en la cifra, lo que no tiene nada de extraño (aquí se trataría de una entre Δ = 10 (sistema ático) y Δ = 4 (sistema milesio)). Algunos, sin embargo, para conservar la cifra «diez», han supuesto que entrarían en la cuenta comandantes asimilados a los estrategos sin que realmente lo fueran. Para Steup el mismo carácter inhabitual de la expresión le hace pensar en su autenticidad. Pero generalmente se sustituye el «diez» por el «cuatro».
Promesa que no se cumplió.
Las negociaciones a las que aquí se alude tuvieron lugar en el invierno del 433-432. La sublevación tuvo lugar probablemente no mucho tiempo después del pago del tributo, que se efectuaba en primavera; Potidea pagó este phóros del 433-432, pero ya no pagó el del 432-431 (cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. McGREGOR, op. cit., I, 386). Según Gomme, la revuelta estallaría a mediados de abril del 433-432; algo más tarde, hacia el 1 de junio, en la cronología de Thompson. Por las mismas fechas, aproximadamente, zarparía la expedición de Arquéstrato, que llegó a Tracia cuando Potidea ya se había sublevado.
La extensión de la revuelta puede deducirse de la comparación de las listas de tributos del 433-432 y las del 432-431; entre estas últimas faltan ciudades de calcideos y botieos que eran tributarias el año anterior. Además de las principales sublevadas, Potidea, Espartoto y Olinto, la revuelta se extendió a ciudades como Meciberna, Escapsa, Asera, Piloro, Gale, Singo, etc. Se ha observado que en ellas se había elevado el tributo en los años que precedieron a la revuelta (cf. supra, n. 319) y que a las que permanecieron fieles se les redujo después.
Precaución usual para privar al enemigo de puntos de apoyo y de recursos. Lo mismo habían hecho los atenienses ante el invasor persa cuando se refugiaron en sus barcos antes de la batalla de Salamina.
Las ciudades de la costa eran pequeñas y probablemente no tenían murallas, mientras que Olinto estaba a 2, 5 Km. del mar, distancia suficiente para no verse sorprendida por un ataque desde el mar.
Lago con terrenos pantanosos a unos 32 km al norte de Olinto y separado de la plaza por una cadena montañosa que aislaba la comarca. Conserva actualmente el nombre, el Volvi. La Migdonia era un distrito de Macedonia meridional; naturalmente debía ser devuelta por los calcideos en el momento en que les fuera posible volver a sus tierras.
Esta concentración en Olinto es el primer caso de sinecismo (synoikismós) que aparece en la Historia de Tucídides. El sinecismo era la fusión o concentración de diversas entidades políticas antes independientes o al menos parcialmente autónomas. Resultado del sinecismo era la creación de un estado único y unitario, y comportaba, en el plano demográfico-urbanístico, la concentración de la población en un centro urbano, para lo que se procedía a una fundación al efecto o se potenciaba un centro preexistente. Para Tucídides, el sinecismo constituía un acto de unificación política (cf. infra, II 15, 2), acompañado o no del traslado de la población a una ciudad única. En este caso las excavaciones realizadas en Olinto han demostrado que el núcleo urbano primitivo fue ampliado notablemente; diversas ciudades se unieron en el «Estado de los Calcideos», identificado normalmente con Olinto. Cf. M. MOGGI, «Lo stato dei Calcidesi alla luce del sinecismo di Olinto», Critica Storica 11 (1974), 1-11; «Synoikizein in Trucidide», Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa s. 3, 5 (1975), 915-924; TUCIDIDE, La Guerra del Peloponeso, a cargo de M. MOGGI, Milán, 1984, págs. 146-147. Nótese, por otra parte, que Tucídides utiliza aquí el verbo anoikízein para precisar que se trataba de un movimiento de concentración que tuvo lugar desde las ciudades costeras hacia el interior.
En I 57, 3 aparece el propio Derdas. Aquí se nos habla de sus hermanos. Es posible colegir que Derdas había muerto.
Se refiere a la alta (ánōthen) Macedonia, es decir, al territorio montañoso situado al oeste y al sur de Pela y Berea, especialmente a la cuenca del río Haliacmón. Era la patria de los macedonios.
La guerra no había sido declarada y Corinto no quería implicarse oficialmente; de ahí que la expedición fuera de «voluntarios».
La infantería ligera, los psiloí, reunía a tropas con armamento diverso: los lanzadores de jabalinas (akontistaí), los arqueros (toxótai), los honderos (sphendonêtai), los peltastas (peltastaí), algo más armados con escudo (péltê), jabalina y espada. Con frecuencia eran mercenarios. Se movían más libremente que los hoplitas o infantería pesada, el cuerpo principal de combatientes que cargaba sobre el enemigo en formación cerrada (cf. supra, n. 205).
Sobre la muerte de este Aristeo, cf. infra, II 67, 1-4.
Según el escolio, Adimanto era el almirante de las naves corintias en la batalla de Salamina. Cf. HERÓDOTO, VIII 5; 59-64; 94.
Aceptando la corrección de Ullrich, que lee epiparióntas en lugar del epiparóntas que dan los manuscritos, en cuyo caso no significaría que las tropas de Aristeo «estaban en camino», sino que ya «habían llegado». La corrección, que se apoya en razones de lógica, ha recibido la aprobación de muchos editores y fue defendida por Gomme. En caso de no admitirla, tal como hace W. E. THOMPSON (art. cit., 223) debe- mos cambiar el orden de las expediciones de Aristeo y de Calias en la cronología. La expedición de Calias sería enviada, según Gomme, hacia el 20 de mayo y a fines del mismo mes llegaría Aristeo a Tracia. Estos hechos ocurrieron algo más tarde y en orden inverso según la cronología de Thompson: Aristeo llegó hacia el 15 de julio y Calias se hizo a la mar en agosto.
Cf. R. MEIGGS, D. LEWIS, op. cit. 58, 63 y 64; Probablemente es el proponente de estos decretos, un decreto financiero del 434-433 a: C. y la renovación de las alianzas con Regio y Leontinos en el 433 a. C.
Los estrategos (strategoí), como es sabido (cf. supra, n. 330), eran diez, elegidos anualmente. Dirigían las operaciones en el campo de batalla, se encargaban de la administración militar y naval y de todos los asuntos que tenian relación con ella, podían convocar la Asamblea. Su cargo, en suma, no era sólo militar, sino que tenía una gran impor- tancia política.
Cf. supra, I 57, 6. A medida que se agrava el conflicto, Atenas envía nuevos contingentes a Potidea. Antes había enviado mil hoplitas (57, 6); ahora envía dos mil (60, 1); y luego enviará otros mil seiscientos (cf. infra, 64, 2).
En la parte sur de la actual Salónica, al fondo del golfo Termaieo, que separa la Calcídica de la peninsula griega. Su posición era estratégicamente muy importante, ya que estaba en el camino por el que Perdicas podía enviar ayuda a los calcideos. Fue devuelta a Perdicas en el 431 a. C. (cf. infra, II 29, 6).
En la costa occidental del golfo Termaico, al sur de la desembocadura del río Haliacmón. Tanto Terme como Pidna eran ciudades griegas, aunque sometidas a la autoridad de Perdicas.
Tanto Atenas como Perdicas estaban interesados en ello. Los atenienses, para combatir a los calcideos sublevados, y Perdicas, para afrontar a sus adversarios internos.
Es éste un conocido pasaje que ha dado lugar a diversas hipótesis y correcciones debido a los problemas textuales y a las dificultades geográficas que conlleva. En primer lugar debe tenerse en cuenta la ingeniosa corrección de Pluygers, adoptada por la mayoría de los editores, que sustituía el incómodo eistrépsantes de los manuscritos por epi Strépsan, «contra Estrepsa». Esta corrección, sin problemas paleográficos, daba al texto un sentido preciso y satisfactorio: estaba de acuerdo con el camino tomado por unas tropas que habían partido de Pidna y se dirigían a Potidea, dado que, si bien existen dificultades para una localización exacta de Estrepsa, se sabe que existía una plaza de este nombre en la costa del golfo Termaico, cerca de Terme, al sur de esta ciudad o, más probablemente, al oeste o al noroeste de la misma (cf. ESQUINES, Il 27). Estrepsa pertenecía a la Liga ático-delia y se había sublevado con Potidea y las demás ciudades, tal como se demuestra en B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. MCGREGOR, ATL 1 412. Era natural que, al estar en el camino hacia Potidea, sufriera el ataque de Calias. Otra cuestión es la planteada por «Berea» (Béroian), puesto que esta ciudad estaba situada en el interior de Macedonia, al oeste del río Haliacmón, y caía fuera de la ruta normal, al menos en apariencia, entre Pidna, situada en la costa occidental del golfo Termaico, y la región al este del mismo, donde se hallaba Potidea; lo directo, parece, es cruzar el golfo por mar o marchar por tierra a lo largo de la costa del golfo. Debido a ello, se arbitraron algunas soluciones posibles. Tal vez el desvío hacia el territorio de Berea tendría relación con el hecho de que los delegados que habían tratado el acuerdo con Perdicas volvieran de alli. O podría pensarse en la hipotética existencia de otra Berea en la época postclásica, en la parte oriental del golfo Termaico, que motivaría la co- rrección del manuscrito de Tucídides (cf. sobre ello J. A. ALEXANDER, «Thucydides and the expedition of Callias against Potidaea, 432 B. C. », American Journal of Philology 83 (1962), 265-287, concretamente págs: 284-285). O habría que corregir el texto sustituyendo «Berea» por «Ter- me» u otra ciudad situada en el camino hacía Estrepsa; y, entre estas correcciones, resulta sugestiva la de sustituir «Berea» (Béroian) por «Brea» (Bréan), colonia ateniense que no ha sido exactamente localizada, pero que estaba, al parecer, en Bisaltia o en Calcídica (corrección de BERGCK, Philologus 22 (1865), 536-539, apoyada por A. G. WOODHEAD, «The site of Brea: Thucydides 1. 61. 4», The Classical Quarterly 46 (1952), 57-66; cf., asimismo, J. A. ALEXANDER, art. cit.; D. ASHERI, «Note of the site of Brea: Theopompus, F 145», American Journal of Philology 90 (1969), 337-340; corrección aceptada por G. DONINI, Tucidide, Le Storie I, Turín, 1982, págs. 81 y 169). La solución, sin embargo, puede ser otra ya que se ha demostrado que el camino más seguro de Pidna a Terme pasaba por Berea, a fin de evitar la zona pantanosa de la llanura costera y de encontrar mejores pasos para cruzar el río Haliamón y otros ríos de la región. Es probable, pues, que el camino seguido fuera realmente éste, a pesar de su apariencia de desvío hacia el interior, y que, en consecuencia, no haya que corregir el texto (cf. CH. EDSON, «Strepsa [Thucydides 1 61, 4]», Classical Philology 50 (1955), 169-190).
Este Pausanias no había aparecido hasta ahora y no lo volve- mos a encontrar en el resto de la Historia; es desconocido, pero el escoliasta nos dice que era hijo o hermano de Derdas, que tampoco aparece en este pasaje (cf. supra, I 59, 2, n. 338).
Pequeña plaza situada en la costa oriental del golfo Termaico, al noroeste de Potidea; no ha sido localizada exactamente. Cf. B. D MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. McGREGOR, ATL I, 478; 539-41; CH. EDSON, art. cit. 184 y 190.
Los campamentos griegos no tenían forma determinada, como los de los romanos, ni estaban fortificados. Se contentaban con la vigilancia de las avanzadas.
De Potidea, naturalmente. La finalidad era que el ejército no se dispersara en busca de víveres, evitando así que estuviera lejos en un momento de necesidad (cf. infra, VI 100, 1; VII 39, 2-40, 3).
Cf. supra, I 57.
Personaje desconocido que sólo aparece en este pasaje.
Los botieos. Cf. supra, I 57, 5.
Táctica no muy frecuente en la historia militar griega, que aquí fue fácilmente contrarrestada.
La caballería macedonia, como se ve, se encontraba en los dos bandos: la de Perdicas con los potideatas y calcideos, y la de Filipo y Pausanias con los atenienses (c. supra, I 61, 4; 62, 3; infra. 63, 2).
Esta fue la batalla en la que se distinguió Alcibíades y Sócrates le salvó la vida. Cf. PLATÓN, Cármides 153a-c; Banquete 220d-e. Respecto a la cronología, cf. infra, I 87, 6, n. 473. Sobre la táctica empleada por Aristeo, cf. G. SHRIMPTON, «Strategy and tactics in the preliminaries to the siege of Potidea», Symbolae Osloenses 59 (1984), 7-12.
Debido a las medidas tomadas por Calias, que había apostado junto a Olinto a la caballería macedonia y a un pequeño contingente de aliados (cf. supra, I 62, 4).
Este rompeolas (chelḗ, «pinza, pinza de cangrejo o pezuña de buey») se refería, según el escoliasta, a las piedras que se habían acumulado en el mar delante de la muralla para resguardarla de sus embates (kaleîtai oi émprosthen toû pròs thálassan teíchous probeblēménōi líthoi dià tḗn tôn kymátōn bían, mḕ tò teîchos pláptoito; eírētai dè parà tò eoikénai chelêi boós); pero es probable que también sirviera de muelle para protección de las naves. Probablemente el nombre tenía que ver con su forma, dos curvas, como pinzas de cangrejo, formando una especie de puerto. Un estadio ático equivale a unos 180 m aproximadamente (177,6 m). Aquí la distancia de sesenta estadios (10, 656 Km.) se ajusta, en efecto, a los 11 Km. que separan Olinto de Potidea. El emplazamiento de Olinto está en dos colinas que se extienden unos 1. 200 m de sur a norte; su anchura en la parte superior es de 100 a 200 m y está a la orilla izquierda de un río y a 2,5 km del mar. La colina sur se eleva de 16 a 25 m sobre su base y se encuentra a 59 m sobre el nivel del mar; la norte está a 65 m por encima del nivel del mar y, sobre el llano de la parte norte, se eleva 8 m. Desde la parte meridional puede verse, mirando hacia el sur, todo el golfo de Torone (el actual Kólpos Kassándras) con la costa occidental de Sitonia y la oriental de Palene con el istmo y Potidea. En cambio hacia el suroeste y oeste la vista desde Olinto está obstaculizada por un barranco que se extiende en dirección norte-sur, cuya elevación y longitud son mayores que los del emplazamiento de Olinto. Es decir, la afirmación de Tucídides es cierta, pero omite un detalle topográfico importante; debido a la elevación situada al oeste de Olinto, las tropas atenienses en su avance desde Gigono (cf. 61, 5) no podían ser vistas desde Olinto.
Un estadio ático equivale a unos 180 m aproximadamente (177,6 m). Aquí la distancia de sesenta estadios (10, 656 Km.) se ajusta, en efecto, a los 11 Km. que separan Olinto de Potidea.
El emplazamiento de Olinto está en dos colinas que se extienden unos 1. 200 m de sur a norte; su anchura en la parte superior es de 100 a 200 m y está a la orilla izquierda de un río y a 2,5 km del mar. La colina sur se eleva de 16 a 25 m sobre su base y se encuentra a 59 m sobre el nivel del mar; la norte está a 65 m por encima del nivel del mar y, sobre el llano de la parte norte, se eleva 8 m. Desde la parte meridional puede verse, mirando hacia el sur, todo el golfo de Torone (el actual Kólpos Kassándras) con la costa occidental de Sitonia y la oriental de Palene con el istmo y Potidea. En cambio hacia el suroeste y oeste la vista desde Olinto está obstaculizada por un barranco que se extiende en dirección norte-sur, cuya elevación y longitud son mayores que los del emplazamiento de Olinto. Es decir, la afirmación de Tucídides es cierta, pero omite un detalle topográfico importante; debido a la elevación situada al oeste de Olinto, las tropas atenienses en su avance desde Gigono (cf. 61, 5) no podían ser vistas desde Olinto mismo; es probable, pues, que los calcideos y la caballería de Perdicas se situaran en esta elevación, en el territorio de Olinto (en Olynthoi ménein; cf. 62, 3), o bien que Calias se les anticipara ocupando la posi- ción (cf. 62, 4 y n. 362) para vigilar los movimientos desde Olinto (cf. A. W. GOMME, op. cit. I, pág. 220). 366. Se duda en este caso sobre si se trata de la señal habitual en el inicio de una batalla o de una señal previamente convenida para que acudieran las tropas de Olinto (cf. supra, 62, 3); el hecho de que en seguida fueran bajadas, visto el rápido éxito ateniense que desbarataba el plan, sugiere lo segundo. Es, con todo, una fórmula corriente (cf. supra, I 49, 1, n. 288; infra, IV 42, 4; VIII 95, 4), donde las señales son también divisadas a sesenta estadios.
Sobre las dos caballerías, los 600 jinetes macedonios del lado de los atenienses y los 200 de Perdicas del lado de los potideatas, cf. supra, I 61, 4; 62, 3.
Tucídides no habla de las bajas que se produjeron entre los aliados de Atenas. Del monumento funerario que se levantó en el Cerámico en honor de estos ciento cincuenta soldados atenienses se conserva una inscripción en el Museo Británico (cf. Inscriptiones Graecae 12, Berlín, 1913, 945: M. N. TOD, op. cit. I. 59; H. T. WADE-GERY, Journal of Hellenic Studies 33 (1933), 77-78).
Era una práctica normal en los asedios que los sitiadores levantaran una fortificación frente a la ciudad asediada para bloquearla y para protegerse contra posibles salidas de las tropas sitiadas; incluso podía ser doble si se pensaba en la posibilidad de que la ciudad asediada recibiera ayudas del exterior. Cf. infra, II 78, 1-2.
Cf. supra, I 56, 2; 57, 6: Potidea era una ciudad perfectamente fortificada, razón por la que los atenienses habían ordenado la demolición de su muralla por la parte sur. Aquí el ateíchiston se refiere a la fortificación de los sitiadores, que no completaban el bloqueo por miedo a dividir sus fuerzas; luego lo hará Formión.
Ilustre personaje ateniense de gran talento como militar y marino. Había sido uno de los estrategos que participaron en el asedio de Samos del 440-439 a. C. (cf. supra, I 117, 2). En el libro II veremos que su intervención será importante: expedición de Acarnania (cf. infra, II 68, 7-8); victorias navales de Patras y Naupacto (cf. infra, II 83, 1-84, 5, 90, 1-92, б).
Ciudad situada en la costa oriental de Palene (cf. HERÓDOTO, VII 123), probablemente en el emplazamiento de la actual Afitos, a unos 12 Km. al sur de Potidea. El camino entre Afitis y Potidea no ofrece dificultades; sólo hay unas colinas de escasa altura.
El mantenimiento de un asedio ante una ciudad bien fortificada era una empresa difícil que suponía un importante esfuerzo económico para los sitiadores. En la ciudad asediada, un número no muy elevado de defensores era suficiente (cf. infra, II 6, 4; 78, 3-4); una población excesiva dificultaba la resistencia y muchas veces los asedios terminaban por hambre, como ocurrió luego en este caso de Potidea (cf. infra, II 70).
Sermilia, cuyo nombre pervive en la actual Ormilia, ha sido identificada con un antiguo emplazamiento situado en una colina en la orilla occidental del río Miliada, cerca de la costa, sobre el Golfo de Torone (actualmente de Casandra) a medio camino entre Palene y Sitonia, a unos 12 km al sudeste de Meciberna, entre ésta y Galepso (cf. HERÓDOTO, VII 122). Formaba parte del Estado calcideo (cf. supra, I 57, 5, n. 327). Es probable que el partido favorable a Atenas dominara en la ciudad, lo que explicaría el ataque de Aristeo. Seguramente debió de existir un enfrentamiento interno respecto a la participación en la revuelta, ya que Sermila no aparece en las listas de tributos del 432-431 (cf. B. D. MERRIT, H. T. WADE-GERY, M. F. McGREGOR, op. cit., I 400), prueba de que inicialmente debió de participar en la sublevación, si no hay otra razón para su ausencia en la lista de pagadores. Luego el partido filoateniense debió de imponer de nuevo una posición favorable a Atenas.
Los 3.000 atenienses que estaban en Potidea desde el principio serían suficientes para mantener el bloqueo en los dos lados, y Formión, con sus 1. 600 hombres, podía dedicarse a combatir al resto de ciudades sublevadas.
Se refiere al territorio del estado o confederación de los calcideos (cf. supra, I 57, 5, n. 327; 58, 2, n. 337) que tenía su centro en Olinto, no a toda la península.
Cf. supra, I 57, 5, n. 328.
Para el fin del asedio de Potidea, iniciado en los capítulos anteriores, cf. infra, II 58 y 70.
Algunos interpretan que idíāi se refiere a que los corintios actuaron separadamente, sin el acuerdo oficial de los aliados de la Liga del Peloponeso. Otros (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 224-225), en cambio, interpretan «privadamente, no oficialmente, no dēmosíāi». Es decir, Corinto todavía no estaría en guerra oficialmente con Atenas (en una situación similar a la de después de la batalla de Síbota; cf. supra, I 53, 1). Si las tropas corintias hubieran sido enviadas oficialmente por la ciudad para ayudar a sus aliados calcideos, esto hubiera significado ciertamente la guerra, al menos entre Atenas y Corinto. El principal argumento en favor de esta interpretación es que las tropas de Aristeo eran «voluntarios del mismo Corinto y mercenarios del resto del Peloponeso» (cf. supra, I 60, 1). Se trataría, pues, de «voluntarios», sin que la intervención de Corinto fuera «oficial». A eso se pone la objeción de algunas frases de I 60, 1-2 (los corintios envían la expedición y ponen al frente a un corintio prestigioso), que se interpretan como signo de un carácter oficial.
No se trata de una convocatoria formal de todos los aliados de la Liga del Peloponeso, lo que constituía un privilegio de Esparta (cf. infra, I 87, 4). Aquí Corinto tomó la iniciativa de convocar a los aliados más próximos a ellos, o más interesados en una actuación contra Atenas, a una reunión en Esparta para plantear la situación. Luego (cf. infra, 3) los lacedemonios citan a los demás aliados que quieran formular alguna queja contra Atenas para que la expongan en su asamblea ordinaria (la apélla). Esparta quiere primero informarse y asegurarse. Finalmente (cf. infra, I 119), convocarán un verdadero congreso de todos los aliados de la Liga del Peloponeso.
Egina, sometida por los atenienses (hacia el 457-456 a. C.; cf. infra, I 108, 4), había sido forzada a formar parte de la Liga de Delos como miembro tributario.
El tratado de paz de treinta años (cf. infra, I 115, 1), al que normalmente se alude en pasajes referidos a esta época, o el tratado por el que Egina se convertía en un miembro de la Liga de Delos (cf. nota precedente). Si se trata del primero, debía de contener alguna cláusula especial relativa a Egina de la que no tenemos noticia, Sería posible, sin embargo, que se refiriera al tratado bilateral entre Atenas y Egina que puso fin a la guerra que sostenían. La autonomía de Egina, como otras, era una independencia limitada por las condiciones impuestas por Atenas. Normalmente, el término «autonomía» indica una independencia limitada por las obligaciones derivadas de la pertenencia a una alianza o por las condiciones impuestas en un tratado (cf. infra, I 144, 2, n. 936), aunque en algún caso pueda referirse a una independencia completa (cf. infra, I 113, 4).
Cf. supra, I 42, 2, n. 263; infra, I 139, 1-2; 140, 4; 144, 2.
Apistotérous es toùs állous ḗn ti légōmen. De este pasaje se dan dos interpretaciones: «más incrédulos respecto a los de fuera cuando formulamos alguna acusación» o «más incrédulos cuando formulamos alguna acusación contra terceros». Nos inclinamos por la primera, entre otras razones, por considerar que apistotérous es toùs állous está en correspondencia con tò pistòn tês kath’ hymâs autoùs politeías kaì homilías, «la buena fe que preside vuestras relaciones interiores, tanto públicas como privadas».
Cf. infra, I 69, 3.
Probablemente referido a los aliados súbditos de Atenas en general (cf. supra, I 19) y no a los eginetas en particular.
Contra otros estados y especialmente contra Mégara y los estados griegos del noroeste, amenazados por la alianza ateniense con Corcira; tal vez también se alude a Egina, y podría pensarse, asimismo, en Potidea, a pesar de que no era aliada de los peloponesios; estaba unida, sin embargo, a los corintios por lazos coloniales.
Cf. infra, I 90-92.
Cf. infra, I 107, 1; 108, 3; II 13, 6-7, donde se da su longitud. Los Muros Largos unían Atenas con su puerto principal, el Pireo, y otro muro la unía con el Falero, su segundo puerto. La construcción del Muro Largo del Norte y del Muro del Falero debió de realizarse entre los años 459 y 456 a. C., y la del Muro Largo del Sur, que se levantaba entre los dos anteriores, paralelo y a unos 170 m del otro Muro Largo, se realizó hacia el 445 a. C. (cf. ANDÓCIDES, III 7; ESQUINES, II 174). Este sistema de muros que unían las murallas de la ciudad a sus puertos hacía a Atenas inexpugnable; sus recursos estaban asegurados debido a su dominio del mar. Fueron un presupuesto básico en la estrategia de Pericles para la Guerra del Peloponeso. El espacio comprendido entre los muros acogió además a la población, que al estallar la guerra se trasladó del campo a la ciudad (cf. infra, II 17, 3).
Tanto por capitanear a los griegos en su lucha contra Persia (cf. supra, I 18, 2) como por su contribución al derrocamiento de las tiranías (supra, I 18, 1). Sobre su fama de libertadores de Grecia, cf. también infra, II 8, 4.
Pasaje de sentido general que constituye una clara alusión a los atenienses, que se deciden y actúan, en oposición a los espartanos, a quienes cuesta tomar una determinación.
Acerca de las indecisiones, aplazamientos y contemporizaciones de Esparta, cf., además de este pasaje (69, 2, 4), infra, I 70, 4; 71, 1; 84, 1.
Posible alusión a lo que significa para Atenas la alianza de Corcira, con la unión de sus dos flotas.
Se refiere a la expedición de Jerjes en el 480 a. C. En diversas ocasiones se utiliza el término «el Medo» para referirse al rey de Persia.
Probable alusión al error persa de Salamina; su flota cayó en la trampa al penetrar en el estrecho entre la isla de Salamina y el Ática; de nada le sirvió su superioridad numérica al ser atacada por los dos flancos y rodeada por la flota griega en un espacio reducido donde no podía maniobrar. Cf. infra, I 74, 1.
Los miembros de la Liga del Peloponeso.
Así, en el caso de la batalla de Coronea (447 a. C.). Esparta podía replicar que su política de esperar a los errores del enemigo no daba mal resultado.
Alusión a casos como el de Tasos (cf. infra, I 101, 1-3), el de Eubea (I, 114) y el de Potidea (cf. supra, I 58, 1; infra, I 71, 4).
Un ejemplo de precisión y distinción de sinónimos a la manera de Pródico. Tucídides suele valerse de este procedimiento con oportunidad y eficacia. Aquí el término aitíai tiene el sentido de «reconvención», de «reproche amistoso», y se opone a échthra, «enemistad», y a katēgoría, la «acusación» que proviene de la enemistad o sentimiento de hostilidad y se dirige contra enemigos culpables.
Neōteropoioí: El espiritu amante de novedades se traducía, en las relaciones interestatales, en una política de intervención y agresiva (cf. infra, VI 18, 6-7; 87, 3).
De forma muy diferente los ve Cleón (cf. infra, III 38, 4-7). Cf., asimismo, sobre el binomio proyecto, palabra - acción, acerca de la acción frente a los discursos y a las votaciones, DEMÓSTENES, III 15.
Existía la idea de que cada pueblo tenía su propia idiosincrasia, que explicaba su destino particular. Atenas se caracterizaba por su espíritu emprendedor y por su afán imperialista, por su polypragmosýnē; se mantenía constantemente en acción, en una acción que, como en la tragedia, determinaría finalmente su propia ruina. Esparta, su oponente, era la potencia tradicional, enemiga de aventuras y novedades, lenta y reacia a ponerse en movimiento, pero difícil de detener una vez que se había decidido a actuar.
Se debe a Croiset la observación de que uno de los dos héroes de las Aves de Aristófanes se llama precisamente Evélpides (Euelpídēs), «el esperanzado».
Pericles expone la misma idea de forma más amplia y precisa en el discurso fúnebre. Cf. infra, II 37, 1-2; 40, 2, y. 41, 1.
Es ésta una visión del espíritu emprendedor de los atenienses visto por sus enemigos; conviene compararla y contrastarla con la de Pericles en el discurso fúnebre (cf. I 38-39). Dos visiones distintas de la actividad ateniense.
La fiesta de la satisfacción del deber cumplido.
Véase asimismo, acerca de la mentalidad ateniense, el último discurso de Pericles (cf. I 60; 62-63) y el de Alcíbiades cuando exhorta a los atenienses a la expedición a Sicilia (cf. infra, VI 16-18). Curiosamente, un siglo más tarde, como observa A. W. GOMME (cf. op. cit., I, pág. 232), Demóstenes dirá las mismas cosas de Filipo, en contraposición a los atenienses, que las que aquí dicen los corintios respecto a los atenienses en contraste con los lacedemonios (cf. DEMÓSTENES, I 14-15; II 23; IV 5-7; 42).
Un pasaje ilustrativo de la fe en el progreso.
Cf. EURÍPIDES, Suplicantes 324-325; el discurso de Pericles (cf. infra, II 63, 3) y el de Alcibíades (cf. infra, VI 18, 7).
Sobre el tema de la estabilidad de costumbres y de leyes y sobre la oportunidad de cambiar de leyes, cf. infra, III 37, 3; VI 18, 7; ARISTÓTELES, Política II 8, 1268b-1269a, 26 ss.
Cf. supra, I 58, 1.
Probable alusión a una alianza con Argos, como observa el escoliasta. Corinto, descontenta con Esparta, se alió efectivamente con Argos después de la paz de Nicias del 421 a. C. (cf. infra, V 27-31).
Cf. infra, I 123, 2.
En algunos casos, Pelopónnesos es más que un término geográfico, Cf. T. Wick, «The meaning of Pelopónnesos in Tucydides», Classical Philology 73 (1978), 45-47.
Se refiere a las Guerras Médicas y al importante papel que en ellas tuvo Atenas (cf. infra, I 73-75).
HERÓDOTO, VI 108, 1, nos dice que los plateas combatieron al Scale document up nses con todos sus efectivos. En este pasaje de Tucídides, sin embargo, los atenienses se atribuyen todo el mérito de la victoria, igual que lo hacían en HERÓDOTO, IX 27, 5. Pero lo más sorprendente es que los mismos plateos en su propia apología (cf. infra, III 54, 3-4) olvidan su intervención.
La decisión de los atenienses de embarcar en las naves y combatir a los persas por mar es recordada frecuentemente y con orgullo como símbolo de la vocación marinera de Atenas. Cf. supra, I. 18, 2; infra, I 74, 1-2; 4; 91, 5; 93, 6. Fue un episodio crucial en la historia de Atenas y de Grecia.
También Heródoto considera decisiva la victoria de Salamina. Cf. HERÓDOTO, VII 139, donde encontramos la misma idea y argumentos semejantes respecto al papel decisivo de los atenienses.
Una parte del ejército persa quedó en Grecia a las órdenes de Mardonio y fue vencida en la batalla de Platea. Cf. HERÓDOTO, VIII: 113-114; IX 58 ss.
HERÓDOTO, VIII 48, da un número total de 378 naves (que asciende a 380 en VIII 82), excluyendo los pentecónteros, cuyo número no se precisa; las naves atenienses, según el mismo HERÓDOTO (VIII 61, 2), eran 200 (180 en VIII 44), es decir, «poco menos de las dos terceras partes» en un cálculo un tanto forzado. El número 400 que nos dan los manuscritos de Tucídides es, pues, la cifra de Heródoto redondeada. Algunos, sin embargo, prefieren efectuar una corrección y dan el total de 300, total tradicional según otras fuentes (cf. ESQUILO, Persas 338; DEMÓSTENES, XVIII 238). Es el total, asimismo, que dan los recentiores del manuscrito G, y con él las doscientas naves atenienses constituían efectivamente los dos tercios. Sin embargo, estas cantidades pueden ser un tanto convencionales (cf. ISÓCRATES, IV 107, donde se dice que, en tiempos del Imperio, Atenas tenía dos veces más barcos que todo el resto de Grecia). La corrección del numeral es probablemente innecesaria. Sobre la cuestión, cf. C. R. RUBINCAM, «Thucydides 1. 74. I and the use of es with numerals», Classical Philology 74 (1979), 327-337.
Cf. supra, I 14, 3.
Cf. HERÓDOTO, VIII 124, 2-3. Después de recibir otros honores, al partir de Esparta fue acompañado, hasta la frontera de Tegea, por una escolta de 300 hombres. Cf. también PLUTARCO, Temístocles 17, 3.
Cf. supra, n. 416.
Cf. HERÓDOTO, VII 131-132; 138; 148-152.
Cf. infra, I 95, 7; 96, 1.
Cf. infra, I 95, 1-4.
A una posible reacción de los persas, en una primera fase, y luego a los súbditos-aliados (cf. infra, 75, 4) y a todo lo que supusiese un peligro para la seguridad de Atenas (cf. infra, II 63, 1-2). La contradicción entre principios y valores democráticos e imperialismo debía de ser sentida en Atenas de forma semejante a la que se haya podido sentir modernamente en alguna gran potencia. Pero frente a la contradicción y a cualquier reproche o sentimiento de culpabilidad surgía una justificación: Atenas no era responsable; no habían adquirido la hegemonía por la fuerza, sino que les había sido ofrecida, y una vez que ya estaban en aquella situación hegemónica, el temor, el honor y el interés les había llevado al imperio. Pero, a pesar de ello, respetaban la justicia (cf. infra, I 76, 3) en mayor medida de lo que su situación de poder les obligaba y su moderación era mayor que la que otros mostrarían en su lugar (cf. infra, I 76, 4, 77, 2). Aun reconociendo el derecho del más fuerte (cf. infra, V 89), recurrían a la justicia más que a la fuerza. Existía, por otra parte, ligado al espíritu emprendedor de los atenienses, un sentimiento de orgullo y un afán por extender sus ideales, que conectaba con una política expansionista, política que sustentaba los programas de la democracia, ya que los recursos dependían del desarrollo del imperio. La mayor parte del dêmos ateniense conciliaba así el imperialismo con los valores democráticos; la tolerancia y la libertad (cf. infra, II 37), con sus valores de isonomía, isēgoría y koinonía, esenciales en la vida interna de Atenas, eran conjugados con el ejercicio de autoridad sobre otros estados en aras de una libertad superior.
Alusión a tentativas como la de Naxos, obligada por Cimón a mantenerse dentro de la Liga de Delos (cf. infra, I 98, 4, n. 544), la de Tasos (cf. infra, I 101, 1-3) y la de Eubea (cf. infra, I 114, 1-3).
Los progresos de la confederación marítima ateniense suscitaron la desconfianza de Esparta hasta el punto de despedir a Cimón, que, con 4.000 hoplitas, había acudido a ayudar a Esparta contra los insurrectos mesenios (primavera del 462 a. C.).
Cf. supra, I 19.
Estableciendo oligarquías.
Estas tres categorías, fear, profit y honour, aparecen de nuevo en el Leviathan (cf. I 13) de Hobbes, traductor de Tucídides (cf. supra, nn. 152 y 156). Sobre las influencias de Tucídides en Hobbes, cf. A. BERSANO, «Per le fonti di Hobbes», Rivista di Filosofia e Scienze affini 10 (1908), 7 ss.; R. SCHLATTER, «Thomas Hobbes and Thucydides», Journal of the History of Ideas 6 (1945), 357-361.
Después de justificar el desarrollo de su imperio por diversas razones históricas, los atenienses fundamentan su actuación en un principio general, el derecho natural del más fuerte a actuar según su voluntad. Aquí, en este discurso de autodefensa, aparece, pues, la primera manifestación sin ambages del imperialismo ateniense, que más adelante tendrá su exposición culminante en el famoso Diálogo de los Melios (cf. infra, V 85-113). Los débiles están destinados a someterse a la ley de los más fuertes, y quien tiene la fuerza a su disposición debe emplearla en su propio interés. Pero de la constatación del principio del derecho del más fuerte se pasa al análisis y elogio de la moderación ateniense, moderación que, paradójicamente, será la causa del descontento suscitado por el imperio. Y se finaliza con una advertencia a Esparta: si la hegemonía pasa a sus manos, con ella irá el descontento y la hostilidad del resto de Grecia. Para otra justificación del imperialismo, cf. supra, I 8, 3, п. 56.
Se ha discutido mucho sobre los acuerdos internacionales (sýmbola o symbolaí) que regulaban estos procesos (symbólaiai díkai, symbolimaîai, díkai, díkai apò symbolôn), procesos civiles por cuestiones surgidas entre ciudadanos de diversas ciudades que de común acuerdo habían regulado sus relaciones. Estos convenios garantizaban y reglamentaban la aplicación de la justicia a los ciudadanos de un estado que se encontraban en otro (cf. supra, I 37, 3, n. 248). Se referían sobre todo a relaciones comerciales. Cf. G. E. M. DE STE. CROIX, «Notes on jurisdiction in the Athenian empire», The Classical Quarterly 55 (1961), 94-112; 268-280.
Y, por tanto, imparciales. Los atenienses recuerdan que administraban su imperio con la isonomía, no con la fuerza. Cf. D. MACDOWELL, The Law in Classical Athens, Ithaca, 1978, págs. 224-228. Algunos decretos, sin embargo, muestran cómo Atenas fue reduciendo la autonomía de sus aliados (cf. R. MEIGGS, D. LEWIS, A Selection of Greek Historical Inscriptions, Londres, 1975, 31, 40 y 46; T. J. GALPIN, «The democratic roots of athenian imperialism in the fifth century b. C. », The Classical Journal 79 (1983-1984), 100-109).
Pasaje muy discutido y diversamente interpretado. El sentido general y el matiz de cada palabra en particular han sido objeto de controversia. La discusión se ha centrado sobre todo en los conceptos expresados en griego por los participios elassoúmenoi y poiḗsantes tàs kríseis, sobre sus relaciones entre sí y respecto a la oración principal (sentido concesivo, causal. . .), y sobre el valor de las symbólaiai díkai. Classen y Stahl lo interpretan en el sentido de que los embajadores atenienses afirman que están en desventaja en sus litigios con los aliados autónomos, mientras que en los pleitos con los aliados súbditos las condiciones son de igualdad al someterse a leyes comunes. Según Steup, en el primer caso habría una referencia a los procesos que tenían lugar en las ciudades aladas y en el segundo se trataría de los celebrados en Atenas. Gomme está de acuerdo con ello, pero distingue dos momentos: en el primero los atenienses habrían aceptado que los pleitos entre atenienses y aliados se pudiesen celebrar en las ciudades aliadas, pero posteriormente, considerándose tratados injustamente, habrían trasladado la sede de aquellos procesos a Atenas, donde, sin embargo, en su afán de moderación, habrían determinado que las leyes fueran comunes para ellos y para los súbditos. Para esta interpretación ha de darse al elassoúmenoi un sentido de anterioridad respecto al poiḗsantes. Con esta relación temporal no está de acuerdo Maddalena, que también se opone al matiz de «injusticia o inferioridad» que a veces se da al elassoúmenoi; sería algo contra natura que el fuerte aceptara «sufrir injusticia» o «estar en condiciones de inferioridad». El sentido del elessoúmenoi para Maddalena es el de «hacer uso de la fuerza en menor grado de lo que se podría», «comportarse con moderación». En esta línea y de acuerdo con el contexto, en el que los atenienses hacen gala de su moderación (cf. supra, n. 428 y 434), entendemos el pasaje; los atenienses, que se amoldan en los procesos dependientes de acuerdo con sus aliados, renunciando a la situación de superioridad que les da su fuerza, que se someten a leyes comunes incluso en Atenas, que actúan con moderación, en suma, tienen fama de litigiosos o picapleitos. Es decir, por un comportamiento positivo, que merecería el elogio y la buena fama, y a pesar de esta misma moderación, se han granjeado el reproche y la mala fama de litigiosos, lo que no les ocurre a otros estados imperialistas con menos miramientos. 438. Se alude especialmente a los griegos de Asia, que, sin embargo, habían intentado recuperar su libertad. Cf. HERÓDOTO, V 28 ss.; 98 ss.; VI 1 ss.
Alusión al comportamiento tiránico de Pausanias (cf. infra, I 95; 128, 3-130). Se insiste aquí en una idea ya apuntada en 76, 1 y 4.
Sobre la política de aislamiento espartana, cf. infra, I 95, 1-7; 130, 1-2; 111 32, 2; 93, 3; V 52, 1; VIII 78; 83, 1-84, 5. Una excepción fue la de la actuación de Brásidas en Tracia, elogiada por TUCÍDIDES en IV 81, 2-3. Esta politica aislacionista está en muchos momentos en contradicción con su imagen de libertadores de Grecia.
Arquidamo II sucedió a su abuelo Leotíquidas, desterrado de Esparta hacia el 476 a. C. (cf. HERÓDOTO, VI 71-72) y muerto en el 469. Su muerte se sitúa hacia el 427 a. C., entre el verano del 428 (cf. infra, III 1, 1) y el del 426 (cf. infra, III 89, 1). Ha dado nombre a la primera fase de la Guerra del Peloponeso, desde su estallido en el 431 a. C. hasta la Paz de Nicias del 421 a. C. Cf. D. KAGAN, The Archidamian War, Londres, 1974.
Esta alusión a su experiencia y a su edad induce a pensar que en la fecha de este discurso (432 a. C.) Arquidamo era ya un anciano, que podía haber combatido en las Guerras Médicas. Sobre la alusión a su auditorio de edad avanzada, testigo de las guerras contra Persia, en el discurso de los atenienses, cf. supra, I 72, 1; 73, 2.
El escoliasta recuerda aquí el conocido dicho de Píndaro glykỳs apeírōi pólemos (fr. 110). Cf. infra, II 8, 1. La guerra, ciertamente, atrae al inexperto, pero la inexperiencia también puede provocar espanto ante la perspectiva de la guerra (cf. infra, I 81, 6).
Con la denominación de peloponesios se refiere a los miembros de la Liga del Peloponeso, mientras que los vecinos eran los estados cercanos no aliados, como era el caso de Argos. Cf. supra, n. 71.
Argumento realista de Arquidamo: Esparta no tenía rival por tierra frente a fuerzas que combatían con sus mismas armas, pero no estaba preparada para enfrentarse a una potencia marítima de unos recursos económicos superiores a los suyos.
Cercanos, en cambio, en comparación con los persas. Cf. supra, I 69, 5.
Los recursos financieros de Atenas dependían básicamente de tres depósitos: el tesoro público, que se nutría de las rentas de los dominios públicos, de las minas de plata de Laurio y de las de oro de Tracia, de tasas, multas y gastos judiciales, de una parte del botín de guerra, etc.; el tesoro de Atenea, cuyos fondos procedían de los donativos y ofrendas de los fieles y de los intereses de los préstamos que negociaba; y el tesoro federal, creado tras la constitución de la Liga de Delos (478/77 a. C.), en el que se depositaban las contribuciones de los aliados, tesoro que, como es sabido, estuvo en Delos hasta el 454/53 a. C., año en que fue trasiadado a Atenas, trasvasándose desde entonces al tesoro de Atenea como primicia la sexagésima parte de los tributos, a razón de una mina por talento. Frente a esta riqueza pública ateniense, constituía un fuerte contraste la economía de Esparta, que no recibia tributo de sus aliados.
Arquidamo ha puesto el dedo en la llaga; la flota y los recursos financieros eran los dos puntales de la superioridad ateniense y los principales motivos de preocupación para sus adversarios. Cf. infra, I 121, 3-5; 141, 3-7.
Sobre la escasez de recursos de Esparta, cf. infra, I 141; 3, donde Pericles, al plantear su estrategia, se refiere a las cortas disponibilidades de los peloponesios. El tema aquí suscitado por Arquidamo, las extraordinarias posibilidades de Atenas frente a las limitaciones financieras peloponesias, está presente hasta el final del libro I. Los corintios, que constituían la gran excepción a esta pobreza peloponesia, se opondrán al punto de vista de Arquidamo (cf. infra, I 121-122).
Referido especialmente a las fuerzas hopliticas, en las que Esparta superaba las posibilidades de Atenas. No está en contradicción con lo dicho en 80, 3.
Advertencia de Arquidamo contra la creencia de que los métodos de guerra ordinarios puedan tener éxito frente a Atenas, aunque después (cf. I 82, 3-4) parece que les concede alguna posibilidad. En realidad es una respuesta a la propuesta corintia de una invasión inmediata (cf. supra, I 71, 1-4) y a la idea de una resolución rápida de la guerra (cf. infra, 81, 6; 143, 4). Acerca de la estrategia espartana, cf. P. A. BRUNT, «Spartan Policy and Strategy in the Archidamian War», Phoenix 19 (1965), 255-280; G. L. CAWKELL, «Thucydides Judgement of Periclean Strategy», Yale Classical Studies 24 (1976), 53-69; I. MOXON, «Thucydides Account of Spartan Strategy and Policy in the Archidamian War», Rivista Storica dell’ Antichità 8 (1978), 7-26; TH. KELLY, «Spartan Strategy in the Archidamian War», The American Historical Review 87 (1982), 25-54.
De acuerdo, en efecto, con la estrategia de Pericles, que había previsto renunciar al territorio del Ática, indefendible frente a los hoplitas peloponesios, y sustituirlo, gracias a los Muros Largos y a la flota, por las importaciones y los recursos del imperio.
Ya lo habían demostrado en las Guerras Médicas, renunciando incluso a la ciudad. Cf. supra, I 74, 3-4.
Arquidamo se excusa de su propuesta de recurrir a los bárbaros, ya que aún no se había olvidado la invasión persa y una alianza con Persia podía provocar críticas. Sin embargo, muy pronto empezarán las tentativas de Esparta para obtener el apoyo persa con que contrarrestar los recursos financieros de Atenas. Cf. II 7, 1; 67, 1; IV 50, 1-2. Atenas, naturalmente, no quedará al margen.
Que en el supuesto contrario. Es decir, iniciar la guerra sin los preparativos suficientes puede colocar al Peloponeso en una situación peor que la que los corintios atribuyen a la política de Esparta.
Alusión a los intereses de algunos estados, en especial de Corinto, Mégara y Egina, y también, posiblemente, a las quejas de los comerciantes de estas ciudades. Cf. supra, I 67.
Cf. supra, I 69, 4; 70; 71, 4. Sobre la relación de este capítulo con el discurso de los corintios, cf. L. BODIN, «Thucydide, I 84», Mélanges Desrousseaux, París, 1937, págs. 19-25.
Gracias precisamente a la política que es objeto de críticas, como expone a continuación en respuesta a las acusaciones corintias.
La prudencia en las decisiones (euboulía) y la moderación en la conducta (tò eúkosmon) en contestación al reproche de lentitud (bradytḗs), de dilaciones y vacilaciones (iò bradỳ kaì méllon).
Este sentimiento del honor ligado a la moderación (sōphrosýnē) y al valor (eupsychía) está expresado por dos palabras muy afines: aidṓs, sentimiento del honor, y aíschynē, sentimiento de vergüenza ante el deshonor.
Alusión a la afición ateniense por la oratoria.
Cf. supra, I 69, 5.
En contestación al elogio corintio sobre la superioridad ateniense (cf. infra, I 70).
Cf. supra, I 78, 4.
Esthenelaidas, tal vez el padre de Alcámenes, que aparece en VIII 5, 1.
El mismo sofisma es utilizado por los tebanos en su discurso contra los plateos. Cf. infra, III 67, 2.
Los éphoroi («inspectores») eran cinco magistrados elegidos anualmente por la asamblea. Constituían el órgano más poderoso del estado espartano, únicamente limitado y condicionado por su carácter anual. Sus atribuciones eran muy importantes: controlaban a los dos reyes, velaban por la integridad de la Constitución, tenían todos los poderes judiciales, convocaban y presidían el consejo de ancianos (gerousía) y la asamblea (apélla), controlaban las finanzas, iniciaban las encuestas y dictaban las órdenes de arresto, dirigían la política exterior y se responsabilizaban de la guerra y la paz, decidían los tratados que hacian aprobar por la asamblea, organizaban las expediciones y designaban al rey que debía dirigirlas; este rey durante la campaña era acompañado por dos de ellos, que se mantenían en contacto con los otros tres que habían quedado en Esparta mediante la escítala, el bastón de los mensajes secretos (cf. infra, n. 837).
Cf. supra, I 80, 3.
Como han hecho los atenienses (cf. supra, I 78, 1-3) y Arquidamo (cf. supra, I 85, 1).
Así acaba el conciso y eficaz discurso de Estenelaidas y con él se pone fin al debate. Tras los elaborados razonamientos de corintios y atenienses, y las prudentes y claras consideraciones de Arquidamo, las escasas palabras de Estenelaidas sobre la culpabilidad de Atenas y el deber de Esparta inclinan la balanza.
Cf. PLUTARCO, Licurgo 26, 4, según el cual no se trataba de un confuso griterio de síes y noes, sino de una votación ordenada y tranquila.
Entonces sólo debían de estar allí una parte de ellos, especialmente los que querían exponer sus quejas contra Atenas, convocados por Corinto informalmente (cf. supra, I 67). Ahora se convoca una asamblea de todos los miembros de la Liga (cf. infra, I 119).
Esta decisión pudo tomarse en verano del 432, hacia comienzos de julio, según la cronología de Gomme, que sitúa la batalla de Potidea (cf. supra, I 62-63) no más tarde de mediados de junio, o ser posterior, en el caso de que retrasemos, como nos parece probable, la fecha de la batalla que precedió al asedio de Potidea. Cf. infra 1. 125, 2, n. 779; II 2, 1, n. 9. Según W. E. THOMPSON, art. cit., págs. 220-224, 231-232, la batalla de Potidea ocurrió hacia octubre del 432 y a continuación tuvieron lugar el debate y la asamblea de Esparta.
Cf. supra, I 23, 4, n. 165, e infra, I 114-115.
La verdadera causa de la guerra, según Tucídides (cf. supra, I 23, 6, n. 167). Desde I 24 hasta I 87, Tucídides ha tratado de las aitíai, los motivos inmediatos de la guerra. Ahora va a ocuparse de la verdadera causa, el crecimiento del Imperio ateniense y el recelo que provocaba en Esparta. Lo hará en dos etapas. De I 89 a I 96 se ocupará del paso del liderazgo a Atenas después de las Guerras Médicas, del engrandecimiento de Atenas y las bases de su imperio. Luego, de I 97 a I 118, de la transformación de la hegemonía en imperio. A pesar de que Tucídides quiso dejar bien sentada su interpretación sobre las causas de la guerra, éstas han sido revisadas y sometidas a debate (cf. supra, n. 167; infra, I 139; n. 892). Así, los acontecimientos que precedieron inmediatamente a la ruptura de hostilidades no tuvieron gran peso como causantes de la guerra, según ha argumentado G. E. M. DE STE. CROIX (The Origins of the Peloponnesian War, Londres, 1972), para quien la decisión de Esparta de iniciar la guerra respondería a un programa de agresión contra Atenas que ya podemos encontrar en las décadas anteriores. En este sentido, C. A, POWELL («Athens’ difficulty, Sparta’s opportunity: causation and the Peloponnesian war», L’Antiquité Classique 49 (1980), 87-114) sostiene que la política exterior y militar de Esparta respecto a Atenas fue más calculada e inteligente de lo que normalmente se piensa. Para R. MEIGGS (The Athenian Empire, Oxford, 1972, págs. 203 ss.), sin embargo, sería significativa como causa de que estallara la guerra la expansión del poderío ateniense en los años anteriores. D. KAGAN, asimismo (The Outbreak of the Peloponnesian War, Ithaca-Londres, 1969, pág. 346), subraya la importancia de la crisis inmediata frente a las causas subyacentes, Y R. SEALEY («The causes of the Peloponnesian War», Classical Philology 70 (1975), 89-109) insiste en que las razones por las que Esparta fue a la guerra en el 431 deben buscarse en las acciones de los años que precedieron inmediatamente a la ruptura.
Cf. HERÓDOTO, IX 103-106.
Ciudad del Quersoneso tracio situada en la costa septentrional del Helesponto. Respecto al asedio, cf. HERÓDOTO, IX 114-119.
A comienzos del 478 a. C., probablemente; cf. HERÓDOTO, IX 117.
Athēnaíōn dè tò kolnón: «el pueblo de Atenas», por oposición a los atenienses que actuaban en el Helesponto. La expresión nos hace pensar, además, en que Atenas, en aquellos momentos, sólo era su pueblo, ya que las construcciones de la ciudad habían sido destruidas. Cf. la misma expresión en HERÓDOTO, IX 117.
En otoño del 479 a. C.
Salamina, Egina y Trecén. Cf. HERÓDOTO, VIII 41.
Se piensa que esta afirmación es una corrección a HERÓDOTO (IX 13, 2), según el cual Mardonio destruyó todo lo que quedaba en pie -murallas, edificios privados y santuarios— antes de abandonar Atenas.
Literalmente «que antes no existía», es decir, que no había tal potencia, que la flota no era tan numerosa.
Tebas había sido ocupada por los persas después de la batalla de las Termópilas, en el 480 a. C. Mardonio la había utilizado como base de operaciones antes de la batalla de Platea (479 a. C.).
Al planteamiento de los lacedemonios, falaz e inaceptable para Atenas, se opone la inteligencia y la astucia de Temístocles. Cf. supra, I 14, 3, n. 111; 74, 1; infra, I 138, 3.
Poco tiempo antes, hacia fines del 480, Temístocles había sido honrado en Esparta. Cf. supra, I 74, 1, n. 422. Temístocles y Alcibíades fueron realmente los atenienses más estimados en Esparta.
PLUTARCO (Temístocles 19, 2) se refiere a que Poliarco fue enviado de Egina para denunciar la construcción de la muralla.
Según Teopompo, Temístocles logró corromper a los éforos (cf. TEOPOMPO, en F. JACOBY, FGrHist 115, F 85; PLUTARCO, Temístocles 19, I). Tucídides omite esta noticia, tal vez por su carácter anecdótico o porque empañaba la actuación de Temístocles, personaje al que admira.
Fue el enlace entre el ejército griego de las Termópilas y la flota de Artemisio, que anunció a ésta el heroico final de Leónidas y sus hombres. Cf. HERÓDOTO, VIII 21.
Arístides el Justo (ho legómenos díkaios), ilustre ateniense que desempeñó un importante papel en las Guerras Médicas, tanto en el 490 como en 480-478 a. C. En el 490 participó como estratego en la batalla de Maratón. Adversario político de Temístocles, fue condenado al ostracismo en 483-482 a. C. (cf. ARISTÓTELES, Constitución de los atenienses 22, 7); a pesar de su rivalidad política, colaboró eficazmente con Temístocles; volvió en momentos críticos para su patria, participó en Salamina (cf. HERÓDOTO, VIII 79-81; 95) y dirigió a los hoplitas atenienses en Platea (cf. HERÓDOTO, IX 28). Fue considerado el principal artífice de la fundación de la Liga de Delos en el 478-477 a. C., y fue él quien fijó el tributo impuesto a los aliados (cf. infra, I 96, 2; V 18, 5, ARISTÓTELES, Constitución de los atenienses 23, 4-5). A partir de HERÓDOTO (VII 79), los escritores antiguos insistian en la oposición Aristides-Temístocles con perjuicio generalmente para este último; se trataba probablemente de una contraposición esquemática y artificiosa, de la que no se hace eco Tucídides, que aquí presenta a estos dos grandes atenienses colaborando.
Cf. supra, I 75, 1.
Mejor para Atenas y para la causa de los griegos que se habían enfrentado a Persia.
Cf. supra, I 91, 4; 6. El «interés general», naturalmente, no era visto del mismo modo por Esparta y Atenas, Probablemente hay aquí una cierta ironía.
Estos incidentes motivados por la reconstrucción de las murallas comenzaron a debilitar la amistad entre Atenas y Esparta. Por ello seguramente Tucídides les presta una especial atención.
Probablemente desde el otoño del 479 hasta la primavera del 478 a. C., o sea en menos de un año.
Los modernos descubrimientos arqueológicos han confirmado plenamente la descripción de Tucídides. Cf. A. W. GOMME, op. cit., 1, págs. 260-261. Las prisas en la construcción obligaron a utilizar los materiales más diversos, inscripciones y relieves inclusive.
No existe seguridad respecto a cuál fue esta magistratura. Si se refiere al año en que Temístocles fue arconte (cf. DIONISIO DE HALICARNASO, Antiquitates Romanae VI 34, 1), el inicio de ia fortificación del Pireo debe situarse en el 493-492 a. C. Algunos, sin embargo, consideran excesivo el período de catorce años entre el comienzo de las obras y su reanudación, y piensan en otras magistraturas y en una fecha posterior (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 261-262), dado que HERÓDOTO (VII 143, 1) afirma que Temístocles en el 480 a. C. era importante desde hacia poco. Podemos pensar, con todo, en una fecha como el 493, perfectamente asociable a las primeras actuaciones de un político previsor, caracterizado por la mêtis, como era Temístocles. Según R, THOMSEN (The Origin of Ostracism, Copenhague, 1972), los ostraka demuestran que era un político conocido en el 486 a. C. Sobre la construcción epì tês ekeínou archês hês kat᾽ eniautòn Athēnaíois êrxe, cf. W. W. DICKIE, «Thucydides, I. 93. 3», Historia 22 (1973), 758-759, que analiza otras construcciones semejantes (cf. infra, Il 2, 1; VI 54, 6; etc.), todas las cuales se refieren al arconte epónimo. Cf., asimismo, J. H. SCHREINER, «Thucydides I. 93 and Themistokles during the 490’s», Symbolae Osloenses 44 (1969), 23-41. FORNARA, en cambio, cuestiona la interpretación de este pasaje y no cree que esta magistratura, a la que se asocia el inicio de la fortificación del Pireo, tenga que relacionarse con el arcontado de Temístocles, en el 493-492 (cf. CH, W. FORNARA, «Themistocles archonship», Historia 20 (1971), 257-271).
El Pireo era una península con tres puertos: el principal, llamado Cántaro, al oeste, y los de Zea y Muniquia al este.
Cf. HERÓDOTO, VII 143-144; PLUTARCO, Temístocles 4, 2-4.
Otros traducen tēn arkhēn como «la iniciación de las murallas». Creemos, sin embargo, que la expresión kai tēn arkhēn kynkateskeúazen, entendida en el sentido de que puso las bases, de que «colaboró en el establecimiento del imperio», está más de acuerdo con la idea que la precede.
Según DIODORO, XI 41-43, las obras del Pireo fueron ejecutadas en los años 477 y 476 a. C. Estas palabras han hecho pensar a algunos que el pasaje fue escrito después de la destrucción de las murallas en el 404 a. C. La conclusión, sin embargo, al tratarse de una descripción de una construcción antigua, no parece necesaria (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 264-265); se piensa incluso que, en el supuesto de una composición posterior al 404, la descripción hubiera sido distinta. De todas formas el «todavía hoy» (nŷn éti) hace pensar a menudo en una fecha posterior al 404 (cf. THUCYDIDE, La Guerre du Péloponnèse I, texto establ. y trad. por J. DE ROMILLY, París, 1953, pág. 105).
Expresión para dar a entender la anchura del muro. Cf. HERÓDOTO, I 179, donde se dice que en lo alto del muro de Babilonia, entre las casamatas, se dejó espacio para el paso de una cuadriga. Véase, asimismo, la parodia de ARISTÓFANES, Aves 1122-1167. Sobre la posibilidad de relación entre el pasaje de Tucídides y la parodia de Aristófanes, cf. G. MASTROMARCO, «Le mura di Temistocle e le mura di Nubicuculia», Quaderni di Storia 3 (1977), 41-50.
No es excepcional que una muralla construida con cascotes y mortero tenga una anchura que permita el paso de dos carros, como acaba de decirse; es notable, sin embargo, un ancho como el descrito en un muro de sillares. Los restos actuales de los muros del Pireo, que corresponden a los muros restaurados en 395-391 a. C. o a restauraciones posteriores, tienen la anchura suficiente para dos carros, pero contienen cascotes y mortero.
Las dimensiones de la muralla debían hacer desistir al enemigo de pasar al ataque. Una ciudad bien fortificada podía hacer frente a un asedio con un número reducido de defensores, que incluso podían ser los menos dotados militarmente. Cf. supra, n. 373.
Cf. PLUTARCO, Temístocles 4, 4-5; 19, 4.
En esta idea se basó luego la estrategia de Pericles. Tras la fortificación de Atenas y del Pireo se aseguró su unión mediante los Muros Largos (cf. infra, I 107, 1) y Atenas tuvo abierto el camino del mar, por el que le llegaban los recursos y por el que se dirigía contra sus enemigos.
Después del relato en torno a Temístocles (I 90-93), entra en escena, por parte de Esparta, otro gran personaje, Pausanias, el triunfador de Platea, cuya conducta facilitó la hegemonía de Atenas. Cf. infra, I 95, 1.
Cleómbroto era hermano del rey Leónidas, el héroe de las Termópilas. Al morir Cleómbroto en el año 480 a. C., poco después de su hermano, Pausanias se convirtió en regente de su primo Plistarco, hijo de Leónidas, todavía menor de edad (cf. infra, I 132, 1). Pertenecían a la familia real de los Ágidas. He aquí su cuadro genealógico correspondiente a esta época:
- En el 478 a. C., tras la toma de Sesto. Pausanias había sucedido en el mando a Leotíquidas, perteneciente a la familia de los Euripóntidas (cf. supra, I 89, 2). DIODORO (XI 44, 2) sitúa la expedición en el 477 a. C., pero es probable que sea del año anterior.
- Bajo el mando de Arístides, según DIODORO (XI 44, 2), de Arístides y Cimón, según PLUTARCO (Arístides 23, 1; Cimón 6, 1).
- Isla usada como base por la flota persa; objetivo, pues, importante para los griegos, que dirigieron diversas expediciones contra ella. Cf. infra 104, 2; 112, 1-4.
- De evidente importancia para los griegos después de tomar Sesto. (Cf. supra, I 89, 2.) Atenas se aseguraba el control de los estrechos.
- Cf. infra, I 128, 5.
- Sobre la conducta de Pausanias, cf., asimismo, infra, I 128, 3-130, 2; HERÓDOTO, V 32; VIII 3, 2; DIODORO, XI 44, 3-6.
- Cf. supra, I 89, 2.
- Sobre el parentesco de jonios y atenienses, cf. supra, I 2, 6; 6, 3. Aquí el conjunto de griegos asiáticos se identifican con los jonios e invocan la afinidad étnica.
- Sus hēgemónes. Cf. supra, I 38, 2.
- En el invierno del 478-477 a. C.
- De «medismo» (médismós), término con el que se indica la actitud de los griegos favorables a los persas o dispuestos a aceptar su supremacía. Cf. infra, I 135, 2; III 63, 1, etc.
- Personaje que sólo aparece en este pasaje. La expedición fue enviada probablemente hacia la primavera del 477 a. C.
- Cf. la advertencia ateniense en este sentido, supra, I 77, 6.
- Al principio, Atenas tuvo una posición hegemónica entre aliados autónomos y libres; luego se pasó de la hegemonía (hegèmonía) al imperio (archḗ). Tucidídes lo contará en los capítulos que siguen (cf. infra, I 97, 1-2).
- Se trata de la constitución de la Liga de Delos, en el 477 a. C. (cf. supra, I 18, 2, n, 133). Se determinó qué ciudades debían contribuir con dinero y cuales con naves, y se fijó la cantidad. Entre los estados que originariamente debían contribuir con naves y hombres en lugar del tributo (phóros) debían de estar Samos (cf. infra, I 116, 1; 117, 3), Quíos (cf. infra, VI 85, 2; VII 57, 4), Metimna y las otras ciudades de Lesbos (cf. infra, III 3, 1; VI 85, 2), Tasos (cf. infra, I 101, 3) Y, probablemente, Naxos (cf. infra, I 98, 4). El número de estos estados fue disminuyendo debido a que consideraron más gravosa la participación directa en las obligaciones militares que el pago de un tributo (cf. infra, I 99, 2-3).
- El motivo oficial (próschēma) de la alianza (symmachía) era la venganza contra los persas por los daños causados durante las Guerras Médicas (cf. el mismo motivo en VI 76, 3). Con esta motivación, la hegemonía de Atenas parecía adecuada, dado que se había visto particularmente afectada por las destrucciones y saqueos de los persas. Había además otro motivo, que vemos en el discurso que los mitileneos dirigen a los espartanos y a sus aliados en Olimpia (cf. infra, III 10, 3): la liberación de las ciudades griegas que todavía estaban bajo el dominio persa. H. R. RAWLINGS, «Thucydides on the purpose of the Delian league», Phoenix 31 (1977), 1-8, analiza este pasaje y sugiere que, con su elección de la palabra próschēma (una palabra que frecuentemente se opone a «motivo o intención verdadera», «una pantalla para las verdaderas intenciones que se mantienen ocultas por una razón u otra»), Tucídides juzgaba implícitamente el propósito declarado de la Liga como un simple pretexto para encubrir las verdaderas intenciones de Atenas. A. French, en su artículo «Athenian ambitions and the Delian Alliance», Phoenix 33 (1979), 134-141, expone sus reservas al respecto.
- Literalmente «los tesoreros de los griegos», con la idea de que la Liga, al estar dirigida contra Persia, representara los intereses de toda Grecia. Eran magistrados atenienses, elegidos anualmente entre los ciudadanos atenienses, en número de diez, uno por cada tribu (Cf. JENOFONTE, Helénicas VI 5, 34). Su misión era recaudar, registrar y custodiar los tributos pagados anualmente por los aliados.
- La contribución mediante el phóros era una novedad en una symmachía como era la Liga. La palabra phóras significaba simplemente «pago o contribución», no tenía al principio el sentido molesto que damos a la palabra «tributo», sentido más adecuado al período en que la Liga dejó de ser una alianza de ciudades independientes para pasar a ser un imperio bajo el dominio de Atenas. En relación con estas contribuciones tenemos las llamadas «listas de tributos», de las que poseemos los textos epigráficos a partir del año 454 a. C. (cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. MCGREGOR, The Athenian Tribute Lists I, Cambridge, Mass., 1939; II-IV, Princeton, N. J., 1950-1953); eran los registros redactados por los helenotamías de las cuotas que como primicia (aparchaí), en una sexagésima parte del tributo anual de los aliados, eran depositadas, a partir del traslado del tesoro de Delos a Atenas, en el tesoro de Atenea (cf. supra, n. 447).
- La fijación del tributo, según ARISTÓTELES (Constitución de los atenienses 23, 5), fue realizada por Arístides (cf. supra, n. 494) durante el arcontado de Timóstenes en el 478-477. Esta cantidad que nos da Tucídides para el tributo inicial (cf., asimismo, PLUTARCO, Arístides 24, 4), lo mismo que la cifra que da más adelante (cf. infra, II 13, 3, n. 87) para el tributo del 431 a. C., ha sido objeto de polémica. En este caso la cantidad de 460 talentos parece demasiado elevada en relación a los totales anuales que se obtienen, a partir del año 454 a. C., de las listas de tributos (cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. MCGREGOR, The Alhenian Tribute Lists III, págs. 239 ss.; A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 273-280). Sólo en el período del 454 al 450 se puede pensar en una suma de unos 490 talentos, pero entonces el número de estados contribuyentes era mayor que el de la primera época; se supone que entre el 477 y el 454 la recaudación debió de incrementarse: en el 477 había algunos miembros de la alianza, como Naxos y Tasos, que contribuían con naves y que luego lo hicieron con dinero; además, algunos nuevos estados, como Egina en el 457 (cf. infra, I 108, 4, n. 639), se incorporaron a la alianza. En los años que siguieron, hasta el inicio de la Guerra del Peloponeso, el total del phoros rondaba siempre los cuatrocientos talentos, total que no aumentó hasta que no lo impusieron las necesidades de la guerra (cf. infra, II 13, 3).
- Isla situada en el centro de las Cícladas que ya gozaba de gran prestigio en los antiguos mitos; era el centro religioso de los jonios. Su elección como capital de la Liga se debió probablemente a su posición central y a su prestigio entre los jonios como centro cultural y religioso. (Cf. infra, III 104, 3.) En el 454 a. C., sin embargo, el tesoro fue trasladado a Atenas (Cf. PLUTARCO, Arístides 25, 3; I 12, 1).
- Las sýnodoi de los delegados de los estados aliados. Debían de tener un carácter meramente formal, para enterarse de las decisiones tomadas por Atenas.
- Tucídides empieza intencionadamente donde Heródoto acaba, en la ocupación de Sesto por los griegos (cf. supra, I 89, 2). No deseaba volver a tocar o criticar lo que había sido escrito por su ilustre predecesor.
- Helánico, originario de Mitilene, era un contemporáneo de Tucídides, más viejo que el historiador ateniense y muerto a finales del siglo v a. C. Su actividad se desarrolló en la segunda mitad de este siglo; parece que escribió al modo de los logógrafos, tratando superficialmente los temas y sin estar a la altura de sus grandes contemporáneos, Heródoto y Tucídides. Fue un polígrafo, autor de obras mitográficas, cronógráficas y etnográficas (cf. supra, n. 58). Aquí Tucídides lo recuerda como autor de una Attikḗ syngraphḗ, una historia de Atenas desde sus orígenes hasta su época, una Atthís que es modelo para las crónicas locales de los llamados atidógrafos.
- La finalidad de esta digresión es doble; por una parte subsana el descuido de la historiografia anterior, que, salvo en el caso de Helánico, había olvidado un período entre dos grandes guerras; por otra, muestra una época cuyo conocimiento es fundamental para la comprensión de la guerra objeto de su Historia, y analiza el crecimiento del Imperio de Atenas, lo que constituye la verdadera causa de la Guerra del Peloponeso.
- Cimón (II) era hijo de Milcíades (IV), el vencedor de Maratón, y de Hegesípila, hija de Óloro (I), rey de los tracios, probablemente de los doloncos (cf. HERÓDOTO, VI 34 ss.; W. W. HOW, J. WELLS, A Commentary on Herodotus II Oxford, reed. 1957, pág. 77; O. LUSCHNAT, «Thukydides der Historiken», R. E. PAULY-WISSOWA, suppl. XII, 1970, 1090), o de los sapeos (cf. HERÓDOTO, Historia, V 3, 1, y VI 39, trad. y notas de C. SCHRADER, Madrid, B. C. G. 39, 1981) o de los satras (cf. L. PICCIRILLI, Storie dello storico Tucidide, Génova, 1985, pág. 83; cf. HERÓDOTO, VII 110-111); pertenecía a la aristocrática familia de los Filaidas (cf. PLUTARCO, Cimón 4, 1). Con esta familia estaba relacionado Tucídides, cuya tumba se encontraba entre las de la familia de Cimón. Debido a que los datos transmitidos por la tradición no son muchas veces seguros, se ha especulado largamente respecto a los eslabones de esta familia y al parentesco de nuestro historiador (cf. infra, IV 104, 4; 105, 1, n. 651). El padre de Tucídides, Óloro, llevaba el mismo nombre que el príncipe tracio padre de Hegesípila (I), la mujer de Mitcíades, y también se han formulado hipótesis en torno a una Hegesipila (II), madre de Tucídides. Según una sugestiva teoría, Óloro, padre de Tucídides, habría nacido de una hija de Milcíades y Hegesípila (I) y, en el colmo de las coincidencias, otra hija de esta Hegesípila y hermana de Cimón se habría casado con Tucídides, hijo de Melesias, matrimonio del que habria nacido otra Hegesípila (II), madre del historiador. También se han emitido otras hipótesis, como la de que Óloro (II) descendiera de un segundo matrimonio de Hegesípila (I). Pero, volviendo al tema de Cimón, digamos que se reveló como un gran general con éxitos como los de Eyón, Esciro, Caristo y Eurimedonte. Como hombre de estado, abogó por una política filoespartana (cf. supra, n. 269) y por la continuación de la guerra contra Persia hasta la completa liberación del Egeo y de las ciudades griegas de Asia. Se opuso a la política de otros dos grandes hombres de Estado atenienses, Temístocles y Pericles. En el caso de Temístocles, que defendía una política de consolidación ateniense prescindiendo de las simpatías espartanas, logró su condena al ostracismo hacia el año 471 a. C. Por el contrario, en su enfrentamiento con Efialtes y Pericles y su política democrática y antiespartana, el perdedor fue él y tuvo que marchar al exilio en el 461 (o algo más tarde, según R. K. UNZ, «The chronology of the Pentekontaetia», The Classical Quarterly 36 (1986), 79, n. 48).
- Milcíades (IV) el «Maratonómaco» (cf. nota anterior), importante político y general perteneciente a la familia de los Filaidas que gobernó como tirano el Quersoneso tracio, donde su tío Milciades (III), instigado posiblemente por Pisístrato (cf. H. BERVE, Die Tyrannis bei den Griechen I, Munich, 1967, págs. 66 ss.), se había establecido hacia el año 555 a. C. (sobre el Quersoneso tracio, cf. supra, I 11, 1, y sobre Milcíades (III) y sus sucesores en el Quersoneso, cf. HERÓDOTO, VI 34 - 41). Milcíades (IV) gobernó en el Quersoneso, tras la muerte de Esteságoras, su hermano, que había sucedido a su tío Milcíades (III) (hermano uterino de su padre Cimón I), hasta el 493 a. C., año en que se vio obligado a regresar a Atenas (cf. HERÓDOTO, VI 41). Tres años más tarde venció a los persas en Maratón. En relación a los miembros de los Filaidas a los que se ha aludido en las notas anteriores, he aquí para una mejor comprensión, su hipotético y frágil árbol genealógico:
- Eyón era una plaza situada en la costa tracia, al este de Calcídica, junto a la desembocadura del Estrimón. Respecto a su asedio (476 a. C.), cf., asimismo, HERÓDOTO, VII 107. Fue utilizada por los atenienses como emporio y como base para la fundación de Anfípolis (cf. infra, IV 102, 3-4). Sobre su importancia en la Guerra del Peloponeso, cf. infra, IV 104,5; 106, 3-4, y 107, 1-2, donde Tucídides la defiende frente a Brásidas; y V 6, 1-2, donde sirve de base al ejército de Cleón.
- Sobre la heroica resistencia de los defensores de Eyón, cf. HERÓDOTO, VII 107; ESQUINES, III 183-185; PLUTARCO, Cimón 7, 1-3. Los persas, sin embargo, consiguieron mantenerse tenazmente en Dorisco, en la misma región (cf. HERÓDOTO, VII 106, 2).
- Isla situada al noreste de Eubea, en la ruta hacia el Ponto. Fue conquistada por Cimón en el 475 a. C., cumpliéndose el oráculo que ordenaba el traslado a Atenas de los restos de Teseo; luego fue poblada por colonos atenienses (cf. PLUTARCO, Cimón 8, 3-6; Teseo 36, 1-2; DIODORO, XI 60, 1-2).
- Sobre este pueblo, cf. infra, II 102, 2, y V 51, 1. En el continente habitaban en la Grecia Central, al sudoeste de Tesalia, en las tierras del curso superior del Aqueloo. Colaboraron con los persas cuando tuvo lugar la invasión de Jerjes (cf. HERÓDOTO, VII 132, 1, y 185, 2). Los dólopes de Esciro, según PLUTARCO, Cimón 8, 3-4, eran piratas.
- Los habitantes de Caristo, ciudad situada en el extremo sur de Eubea, Cuando la invasión de Jerjes, Caristo también se alineó al lado de los persas (cf. HERÓDOTO, VIII 66, 2), por lo que fue castigada (cf. HERÓDOTO, VIII 112, 2, y 121, I). La expedición contra Caristo a la que se refiere Tucídides debió de tener lugar hacia el 473 a. C.; fue debida seguramente a su rechazo a formar parte de la Liga de Delos.
- Naxos, isla del Egeo meridional, fue el primer caso en que se castigó una secesión de la Liga. A partir de entonces, la pérdida de la autonomía de las ciudades pertenecientes a la Liga era un hecho. Cualquier intento de independencia (Tasos, Samos, Lesbos. . .) sería duramente sofocado. La fecha de la sublevación y conquista de Naxos es uno de los problemas más serios de la complicada cronología de la «Pentecontecia» (cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. McGREGOR, The Athenian Tribute Lists (= ATL), Cambridge Mass. - Princeton, N. J., 1939-1953; A. W. GOMME, op. cit., I, Oxford, 1945; P. DEANE, Thucydides’ Dates, 465-431, Ontario, 1972; A. FRENCH, The Athenian Half-Century, Sidney, 1972; J. H. SCHEINER, «Anti-thukydidean studies in the pentekontaetia» y «More anti-thukydidean studies in the pentekontaetia», Symbolae Osloenses 51 (1976), 19-63, y 52 (1977), 19-38; M. P. MILTON, «The date of Thucydides synchronism of the siege of Naxos with Themistokles’ flight», seguido de «Appendix: J. H, Schreiner, SO 51, 1976, 19-63», una crítica a la tesis de Schreiner, Historia 28 (1979), 257-275; R. K. UNz, art. cit., The Classical Quarterly 36 (1986), 68-85). El problema arranca sobre todo de un pasaje posterior de Tucídides (cf. infra, I 137, 2), donde se cuenta que una tempestad llevó a Temístocles, en su huida hacia Persia, a coincidir en Naxos con la flota ateniense que asediaba la isla. Tras evitar, gracias a la ayuda del capitán del barco que lo transportaba, el riesgo de un encuentro con sus compatriotas, Temístocles llega a Efeso, desde donde «después se puso en marcha hacia el interior en compañía de un persa de la costa y dirigió una carta al rey Artajerjes, hijo de Jerjes, que reinaba desde hacía poco» (neōstì basileúonta; cf. infra, I 137, 3); esto debió de ocurrir, pues, en el 464 a. C. (cf. infra, I 104, 1, n. 590). En consecuencia, si se piensa que la estancia de Temístocles en Éfeso no fue muy larga, el asedio de Naxos ha de fecharse partiendo de este supuesto y en relación con la fecha del viaje hacia el interior. Se sitúa, sin embargo, el asedio de Naxos hacia el 468 (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, pág. 408), lo que implica una estancia en Éfeso de tres años, hecho que resulta bastante problemático. Lo razonable sería pensar que un hombre perseguido por Atenas se entretuviera poco en Éfeso (cf. M. P. MILTON, art. cit., 260-261); los hechos, con todo, no están claros, y las distintas cronologías presuponen diversos intervalos —desde no más de un mes a los cinco años entre Naxos y el momento en que Temístocles se dirige a Artajerjes; otras fechas que se barajan para Naxos ocupan, desde luego, un amplio período (ATL: 470; Milton: 466; Deane: 465; Unz; 465). Pero si no se admite una larga permanencia en Éfeso, se ha de rebajar la fecha de Naxos o buscar otra explicación. Cf. infra, I 137, 2, n. 869.
- En contra de los convenios vigentes entre los miembros de la Liga, que eran estados autónomos (cf. supra, I 97, 1). Ahora Atenas empezaba a someter a sus aliados. De todas formas existe diferencia entre el edoulṓthé, que se aplica a Naxos en este pasaje, donde significa que fue privada de su autonomía, y el ēndrapódisan, que antes (98, 1-2) se ha referido a Eyón y a Esciro, donde hubo una auténtica reducción a la esclavitud.
- Lipostrátion, deserción, se refiere probablemente en este caso a abandonos de cierta importancia, tal vez a contingentes que, llamados por sus ciudades, abandonaban a los atenienses en campaña.
- Cf. supra, I 96, 1, n. 527. En gran parte ya lo hicieron cuando : se fundó la Liga o en los primeros tiempos.
- Atenas imponía una dura disciplina a sus aliados, y al sustituir éstos, en su deseo de liberarse de la participación directa en las obligaciones militares, su aportación de naves y hombres por el pago de un tributo, debilitaban todavía más su posición a la vez que reforzaban el poderío militar de los atenienses. Las arcas de los aliados se vaciaban y su preparación militar disminuía, mientras que en Atenas ocurría lo contrario. En estas condiciones cualquier tentativa de defección resultaba inútil, y Atenas no podía dejar de mantener su rigor, entre otros aspectos en la percepción del tributo, en lo que su actitud contrastaba con la de Esparta.
- El río Eurimedonte (el actual Köprü) es un río de Panfilia, región del Asia Menor sudoccidental, al noroeste de Chipre, junto a cuya desembocadura tuvo lugar la famosa batalla. En esta victoria, comparable a Maratón y a Salamina, Cimón demostró su extraordinario talento militar; se anticipó a la flota persa-fenicia y la atacó en su propia base. Gracias a Eurimedonte, se puso fin al dominio persa en aguas de Chipre y Asia Menor, lo que supuso un éxito importantísimo para la joven Liga de Delos. Cf. PLUTARCO, Cimón 12, 1-13, 2; sobre los honores a los atenienses caídos en esta batalla, cf. PAUSANIAS, I 29, 14; X 15, 4-5; A. W. GOMME, op. cit., I, págs. 286-289. La fecha de Eurimedonte se sitúa en torno al 467 (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, pag. 408); según R. K. UNZ (art. cit.), se fecharía en el 466 o a principios del 465 y sería anterior en su cronología a la revuelta de Naxos; ATL la sitúa en el 469; Deane y Milton la colocan en el 465, a continuación de la revuelta de Naxos, en la misma secuencia cronológica que Tucídides.
- Hacia el 465 a. C.; en verano del 465, según ATL y Gomme; ya en el 464, en las cronologías de Deane y de Unz.
- Los habitantes de la isla de Tasos, situada muy cerca de la costa tracia. Este fue el segundo intento de secesión que se produjo entre los aliados de Atenas (cf. supra, n. 544).
- Los tasios poseían minas de metales preciosos, especialmente de oro, tanto en la propia isla como en las tierras de enfrente (cf. HERÓDOTO, VI 46-47). En Tracia, en la ladera oriental del Pangeo, monte famoso en la Antigüedad por su riqueza aurífera, se hallaba Escaptila (Scaptḗhýlē, o Scaptēsýlē, «el bosque excavado» o «el bosque de las minas»). En la misma zona estaban Estrime (cf. HERÓDOTO, VII 108), Galepso (cf. infra, IV 107), y Datón (cf. HERÓDOTO, IX 75, ESTRABÓN, VII 33). En la isla explotaban unas minas en Enira y Cenira, en la costa sudoriental frente a Samotracia, a las que alude Heródoto, minas que no han sido localizadas (cf. HERÓDOTO, Historia VI 47, 2, trad. y notas de C. SCHRADER, Madrid, B. C. G., 1981). Sin duda, las minas del continente debieron de ser más productivas que las insulares, y en este pasaje parece que Tucídides sólo se refiere a las primeras, cuya concesión tenían Tucídides y su familia (cf. infra, IV 105, 1).
- Aún bajo el mando de Cimón. Cf. PLUTARCO, Cimón 14, 2.
- Cf. supra, I 98, 1, n. 539. La expedición tuvo lugar en otoño del 465, según ATL y Gomme; en el primer tercio del 464, según Deane y Unz.
- Sobre la colonización de Nueve Caminos (Ennéa Hodoí) y la fundación de Anfípolis, y sobre la importancia de este lugar, cf. infra, IV 102-108 y V 6-11. Anfípolis estaba situada junto al río Estrimón al oeste del monte Pangeo; el río la unía con el puerto de Eyón (cf. supra, n. 539). Acerca de la importancia económica y estratégica de la zona, cf., asimismo, en relación con la fundación de Mircino (a 7 Km. de donde se emplazaría Anfipolis) por Histieo de Mileto, HERÓDOTO, V 11; 23-24. Los atenienses procuraron asegurarse el control de esta zona, como lo demuestran los hechos del 476-475 a. C. (cf. supra, I 98, 1), los aludidos en este pasaje (465-464 a. C.), que acabaron en el desastre de Drabesco, y, finalmente, la fundación de Anfípolis en el 437 (cf. infra, IV 102, 2-4, donde se alude a intentos anteriores como el aquí narrado y el de Aristágoras de Mileto en el 497 a. C.).
- Pueblo de Tracia que habitaba al norte de Anfípolis y del Pangeo, en el valle del Angites, afluente del Estrimón. Cf. HERÓDOTO, V 11, 2.
- Drabesco (cf. la actual Drama), al norte del monte Pangeo, a unos 16 Km. al noroeste de Crenides (krēnídes, «las Fuentes», la posterior Filipos). Esta expedición, de la que Tucídides vuelve a hablar en IV 102, 2-3, fue mandada por Sófanes, hijo de Eutiquides, y Leagro, hijo de Glaucón (cf. HERÓDOTO, IX 75). Según Heródoto, se combatió en Datón por las minas de oro. El desastre de Drabesco fue sonado y sin duda los caídos fueron muchos, pero de ningún modo los 10.000 colonos, que debieron permanecer en Nueve Caminos mientras un grupo más reducido se internaba en el territorio de los econos. El desastre de esta expedición provocaría el fracaso de toda la empresa. Con esta derrota se ha conectado la lista de caídos, atenienses y aliados, de IG I2, 928, vista por PAUSANIAS (cf. I 29, 4-5). Respecto a su fecha, contamos con el apoyo de un pasaje del mismo Tucídides (cf. infra, IV 102, 2-3), que nos dice que Anfipolis fue fundada veintiocho años después del desastre de Drabesco; y puesto que la fundación de Anfípolis se fecha en el 437-436 (cf. escolio ESQUINES, 2, 34), la fecha de Drabesco se sitúa en el 465-464: a fines de verano-principios de invierno del 465, según ATL y Gomme; en el 464, en las cronologías de Deane y Unz.
- Los otros tracios ayudarían a los edonos. Según Heródoto, sin embargo, fueron derrotados sólo por los edonos; el texto de Tucídides supone una corrección a HERÓDOTO, IX 75 (cf. PERDRIZET, «Skaptēsýlē», Klio X (1910, 13).
- Parece que los tracios toleraban los establecimientos costeros como Eyón, pero se oponían a fundaciones de mayor envergadura y a cualquier intento en el interior.
- Esta respuesta de los lacedemonios a los tasios, que evidencia su intención de intervenir en la política de la Confederación ático-delia, así como la desconfianza que en el capítulo siguiente manifiestan respecto a los atenienses, hacen pensar en lo inevitable de una guerra que ya se estaba gestando.
- El «gran terremoto» al que también se alude en I 128, 1. Debió de ocurrir hacia el 464 a. C., y parece que fue de considerable intensidad (cf. DIODORO, XI 63, 1-7; PLUTARCO, Cimón 16, 4-5).
- Siervos subordinados a los espartiatas, los ciudadanos de pleno derecho. Se suele identificar a los hilotas con los antiguos habitantes de Laconia y Mesenia reducidos a la esclavitud por los conquistadores dorios (cf. supra, I 12, 3; 18, 1), pero también se les considera como un elemento originario de la organización social doria. La palabra heílōtes deriva probablemente de la raíz de heîlon, del verbo hairéo, «coger», lo que está de acuerdo con su condición.
- Los periecos (períoikoi, «los que habitan alrededor»), a diferencia de los hilotas, eran libres, aunque tenían limitaciones jurídico-politicas que les colocaban por debajo de los espartiatas. Probablemente eran descendientes de poblaciones locales sometidas por los dorios. Vivían en comunidades de organización autónoma en Laconia, en torno a los lugares ocupados por los espartistas, en Cinuria, en la isla de Citera, y en Mesenia. Podían tener propiedades y lotes de tierra, pero su principal actividad era el comercio y la industria. Debian pagar una contribución al Estado y servían en el ejército como hoplitas al lado de los espartiatas; podían incluso desempeñar cargos de importancia y responsabilidad, como vemos en VIII 22, 4, donde el perieco Diníadas aparece al mando de una flota peloponesia.
- Municipio de Mesenia, al este del río Pamiso y a escasa distancia del Golfo de Mesenia (cf. ESTRABÓN, VIII 4, 5; PAUSANIAS, IV 31, 1-2).
- Parece que estaba en Laconia, pero su situación exacta es desconocida.
- Monte de posición estratégica en el centro de Mesenia, al oeste del río Pamiso; era una auténtica fortaleza natural. En la primera guerra mesenia (hacia 735. 715 a. C.) ya había sido ocupado y defendido por los mesenios antes de someterse a Esparta. Cf. PAUSANIAS, IV 9, 1-2.
- Mesenia, tradicionalmente sometida a Esparta (cf. nota anterior), no recuperó su autonomía hasta el siglo IV, cuando, con la ayuda de Tebas, se liberó, reconstruyendo incluso la ciudad de Mesene, su capital junto al Itome.
- Probablemente en el 463-462 a. C.
- Cf. infra, I 108, 4.
- En favor de los atenienses, según PLUTARCO, Cimón 14, 2.
- El tratado de alianza panhelénica contra Persia estaba todavía en vigor. Después será denunciado (cf. infra, 4). Además de Atenas, fueron llamados otros aliados, como Egina (cf. infra, II 72, 2; IV 56, 2), Platea (cf. infra, III 54, 5) y Mantinea (cf. JENOFONTE, Helénicas V 2, 3).
- Con 4.000 hoplitas, según ARISTÓFANES, Lisístrata 1143-1144. Cf., asimismo, PLUTARCO, Cimón 16, 8-17, 4; DIODORO, XI 64, 2-3. Esta expedición debió de acudir en el 462-461 a. C., después de que Cimón hubiera regresado de Tasos y tras la conclusión del proceso promovido contra él por Pericles y otros adversarios políticos (cf. PLUTARCO, Cimón 14, 3-15, I). La expedición está en consonancia con la política filoespartana de Cimón (cf. supra, n. 537).
- Son conocidas las insuficiencias que todavía tenía la poliorcética griega. Contingentes importantes fracasaban ante murallas defendidas por fuerzas más débiles debido a la escasa eficacia de las máquinas y los medios de que entonces se disponía (cf. infra, II 6, 4; 78, 3-4; III 24, 2). Por lo general los asedios eran largos y costosos (piénsese, por ejemplo, en el caso de Tasos, I 101, 3, y en el de Potidea, I 64, 3, y II 70, 1), y se concluían por hambre y agotamiento. Los atenienses, sin embargo, gozaban de una merecida fama frente a fortificaciones de menor envergadura, como las empalizadas, como demostraron en los asaltos a los campamentos persas de Platea y Micale (cf. HERÓDOTO, IX 70, 1-2; 102, 2-3). En este caso, el fracaso ateniense podía deberse a las dificultades para expugnar el Itome y a la simpatía con que muchos atenienses verían a los sublevados, lo que les llevaría a actuar con menor interés a pesar de la jefatura de Cimón.
- Alusión a diferencias anteriores que no se habían exteriorizado (cf. supra, I 92; 101, 2).
- Atenas se alió con Argos, enemiga tradicional de Esparta, y con Tesalia, poseedora de importantes fuerzas de caballería. Esta alianza, que debió de concluirse hacia el 462-461 a. C. (en 460, según Unz), supuso el fin de la solidaridad panhelénica que se había establecido con motivo de las Guerras Médicas y un cambio profundo en la política exterior de Atenas y Esparta. En Atenas, la figura de Cimón se vio debilitada por unas reformas de Efialtes en la Constitución y por el desaire espartano en el asunto de Mesenia; frente a su política filoespartana, se impusieron las tesis y el antilaconismo del partido democrático, y Cimón fue condenado al ostracismo. Tras la muerte de Efialtes, que fue asesinado, y la marcha al exilio de Cimón, Pericles se erigió en el primer dirigente de Atenas en el 461 a. C.
- Tanto en los manuscritos de Tucídides como en otras fuentes (cf. DIODORO, XI 64, 4), el asedio duró diez años. Partiendo, pues, de un comienzo en el 464 a. C. (cf. supra, I 101, 2, n. 561), terminó nueve años después, hacia el 455 a. C. Esta cifra de «diez años», sin embargo, ha suscitado polémicas y se han propuesto diversas correcciones; un problema más en la compleja cronología de la «Pentecontecia». Si se piensa que el relato tucidídeo sigue un orden estrictamente cronológico, sin admitir excepciones debidas a razones de composición, se plantea en este caso una dificultad de considerable importancia (cf. A. W. GOMME op. cit., I, págs. 401 ss.); si el asedio duró hasta el «décimo año» y su final se considera, debido a la creencia en un estricto orden cronológico, anterior a los hechos que siguen en el relato de Tucídides, surgen problemas, o respecto a la fecha en que se inició, que tendría que remontarse, o en relación a la cronología de los hechos que siguen. Los datos de la tradición, sin embargo, son confusos y a veces contradictorios (Diodoro, por ejemplo, sitúa el comienzo de la rebelión y el terremoto en el 469-468 [XI 63-64], donde se refiere a una duración de diez años, pero luego [84, 7-8] fecha su final en 456-455, después de los hechos de Egina, Mégara y Tanagra y en relación con la expedición de Tólmides). Las afirmaciones respecto a los «diez años» y a un final coincidente con la expedición de Tólmides parecen, no obstante, suficientemente garantizadas por la tradición, y creemos que aconsejan no efectuar correcciones en el texto de Tucídides con miras a una estricta secuencia cronológica. El texto, sin embargo, ha sido corregido con frecuencia: héktõi por dekátōi -corrección de Steup aceptada por Gomme, con la que el asedio terminaría hacia el 460-459 o 459-458 a. C. -, o debería decir «cuarto año» (&’ = tetártōi se habría leído dekátōi; cf. Thoukydídou Xyngraphḗ, ed. K. W. KRÜGER, 2.ª ed., Berlín, 1958, I, pág. 115; modernamente, G. DONINI, Le Storie di Tucidide I, Turín, 1982, pág. 218. Con ello, la fecha final sería el 462-461 o el 461-460, según se partiera del 465 o del 464). La tradición, sin embargo, como hemos dicho, habla de un asedio de diez años, tal como figura en el texto de Tucídides, asedio cuyo final se relacionaría con la expedición de Tólmides (cf. infra, I 108, 5). Por ello podemos pensar (cf. THUCYDIDE, La Guerre du Péloponnèse I, texto de J. DE ROMILLY, 5.ª ed., París, 1981, pág. 105) que en este caso la composición no obedece a estrictos criterios cronológicos. Tucídides habría introducido en su relato el asunto de Itome en función de las relaciones entre Atenas y Esparta y del momento crucial en la política exterior de las dos potencias; estaría incluido en el relato en el momento y en la medida en que repercutía sobre aquellas relaciones. Luego, tras mostrar cómo se produjo la ruptura por el desaire de Itome, añadiría, a modo de paréntesis, para no dejarlo sin concluir, unas líneas sobre el final de un asunto cuyo desarrollo y solución no estaban ligados a su tema; y a continuación reanudaría la exposición relativa a las nuevas alianzas de Atenas (que había dejado en el acuerdo con los argivos y los tesalios) con la alianza de megareos y atenienses, que, además, iniciaba el enfrentamiento entre Atenas y Corinto. Hay desacuerdo, pues, en las distintas cronologías respecto al final de la revuelta de los hilotas: ATL la sitúa hacia el 461; Gomme, hacia el 460- 459; pero podemos pensar, de acuerdo con los «diez años» que nos da Tucídides, que terminó hacia el 455: Deane, que refuta las correcciones al pasaje, lo fecha en 455-454, y Unz sitúa el final de la rebelión y el establecimiento de los mesenios en Naupacto por Tólmides en la primavera del 454. Sobre la cuestión del dekátõi, cf., asimismo, R. A. McNEAL, «Historical methods and Thucydides I 103, 1», Historia 19 (1970), 49-71, que, analizando el método de composición tucidídeo, defiende el mantenimiento del texto.
- Su situación cambiaba. Como hilotas estaban asignados a una familia espartiata, pero sólo podía disponer de ellos el Estado (cf. supra, n. 562). Tras la rebelión, una vez capturados, su status era otro: pasaban a ser esclavos particulares de quien los apresaba.
- Apolo era, igual que Zeus, un dios profético. Su santuario más conocido era Delfos, donde pronunciaba sus oráculos por medio de su sacerdotisa, la Pitia, nombre derivado, como el epíteto del dios, de la serpiente Pitón, muerta a manos de Apolo cuando se estableció en el lugar. El oráculo de Delfos fue un centro religioso de notable influencia; recibía frecuentes consultas, tanto individuales como colectivas (ante la fundación de una colonia, por ejemplo), y es bien sabido que tenía un papel político importante debido a las directrices dadas a Estados y dirigentes. En torno a centros religiosos como Delfos y Delos se organizaron las anfictionías, confederaciones religioso-políticas, base de ligas políticas, que suponían un intento de llegar a una unidad nacional por medio de la unidad religiosa. Naturalmente estos centros, debido a su prestigio e influencia, estaban sometidos a presiones e intereses. Delfos fue favorable a los dorios y a los partidos y regímenes aristocráticos, por lo que contrarió a los jonios más inclinados a la democracia. Así, en esta Guerra del Peloponeso se mostró favorable a los lacedemonios (cf. infra, I 118 ss.; II 54, 4). Cf., asimismo, infra, nn. 751 y 762. La Pitia también fue impopular en otras ocasiones, como durante las Guerras Médicas y con motivo de la expansión macedónica. Le faltó sentido nacional y se puso del lado del más fuerte. Sobre otros oráculos a los que se alude en la Historia de Tucídides, cf. II 17, 1; 54, 2.
- Puerto de gran importancia estratégica por controlar la entrada del Golfo de Corinto; estaba situado en la costa norte del mismo, en la parte más estrecha de su entrada. En estas aguas tuvieron lugar importantes encuentros navales (cf. infra, II 83-92). Atenas establecía en una posición estratégica a unos enemigos acérrimos de Esparta (cf. infra, II 9, 4; 69, 1; 90, 3; IV 41, 2), que le pagó con la misma moneda al establecer en Tirea a los eginetas expulsados por los atenienses (cf. infra, II 27, 1-2).
- Cf. supra, I 5, 3, n. 36.
- Se sumaror a la alianza con Argos y Tesalia concluida algo antes (cf. supra, n. 575). El tratado con Mégara se sitúa hacia el 460 a. C. Era extraordinariamente importante para Atenas, ya que le facilitaba el control del Golfo de Corinto al poder disponer de Pegas, el puerto megareo en aquel golfo (con lo que se evitaba la circunnavegación del Peloponeso para llegar a Naupacto), y le permitía, asimismo, el control del istmo, con lo que se dificultaba cualquier intento de invasión del Ática por los peloponesios.
- También debían de existir problemas de límites entre Mégara y Atenas (cf. infra, I 139, 2), pero en esta ocasión fueron olvidados.
- Pegas (Pēgaí «Las Fuentes»), puerto de Megáride en el Golfo de Corinto, junto a la actual Alepochōri.
- El puerto principal de Mégara, en el Golfo Sarónico. Su situación exacta es objeto de discusiones; según unos, estaría en Paliokastro, al sur de Mégara, pero para otros sería Hagios Giorgios. La construcción de unos Muros Largos desde la ciudad al puerto, según el modelo ateniense (cf. supra, I 69, 1; 93; infra, I 107, 1; II 13, 7), hacía de Mégara una ciudad prácticamente inexpugnable (cf. supra, n. 573) y la capacitaba para resistir indefinidamente un asedio por tierra que no estableciera a la vez un bloqueo marítimo (cf. A. W. GOMME, op. cit., II, págs. 334-336).
- El control del Golfo de Corinto por parte de Atenas era, naturalmente, un motivo de seria preocupación para Corinto.
- Como rey de los libios era vasallo del rey de Persia, que entonces era Artajerjes; fue el instigador de la sublevación de Egipto, sometido a Persia desde el 525 a. C. en época de Cambises. Sobre la sublevación de Inaro, cf. HERÓDOTO, III 12, 4; 15, 3; VII 7; CTESIAS, F. JACOBY, Die Fragmente der Griechischen Historiker 688, F 32, 40; DIODORO, XI 71; 74; 77. En el año 485 a. C., Jerjes ya había sofocado una revuelta en el Delta (cf. HERÓDOTO, VII 4-7).
- Tucídides utiliza esta expresión de «libios vecinos de Egipto» para distinguirlos del resto de los libios que se extendían por el norte de África hacia el oeste (cf. HERÓDOTO, II 32, 4). En su origen, Libia era precisamente el territorio que limitaba con Egipto por el oeste, pero el alcance del término se fue ampliando. De ahí la precisión.
- Al oeste de la laguna Mareótide, cerca de la franja de tierra entre la laguna y el Mediterráneo donde se fundaría Alejandría.
- Pequeña isla situada al norte de Marea, a algo más de un kilómetro de la franja a la que hace referencia la nota anterior. Era un lugar bien conocido para los navegantes griegos (cf. ESTRABÓN, XVII 1, 6).
- Hijo y sucesor de Jerjes, reinó desde fines de diciembre del 465 hasta el 424 a. C. (cf. infra, IV 50, 3).
- Es probable que la revuelta se desencadenara aprovechando la sucesión en el trono persa, es decir, a partir del 464. Debió de extenderse en los primeros años del reinado de Artajerjes gracias a problemas internos, como la sublevación de Bactriana, y luego se solicitaría la ayuda de Atenas, que envió una expedición hacia el 460-459. Los atenienses, empeñados entonces en su lucha contra Persia, acudieron en seguida en ayuda de Inaro y del saíta Amirteo: una flota de doscientos navíos destinada a Chipre se dirigió a Egipto, donde la guarnición persa quedaría cercada en la ciudadela de Menfis hasta la llegada de refuerzos (cf. infra. 109-110).
- La isla todavía estaba ocupada por los persas y su posesión era de gran importancia desde el punto de vista estratégico. El éxito parcial de una expedición anterior (cf. supra, I 94, 2) debió de resultar precario, por lo que ahora se había preparado esta flota, a la que Pericles, ante la esperanza de un Egipto independiente, hizo cambiar de rumbo. Enseguida se produciría una nueva tentativa (cf. infra, I 112, 2-4).
- Esta cifra de Tucídides es confirmada por DIODORO, XI 74, 3, y por ISÓCRATES, Sobre la Puz 86, mientras que en otros pasajes del mismo DIODORO (XI 71, 5, y XIII 25, 2) se habla de trescientas, número sin duda exagerado, y CTESIAS (F. JACOBY, FGrHist 688, F 14 [36]) habla tan sólo de cuarenta naves enviadas a Egipto. Cf. infra, I 110, 1, n. 655.
- Después de la batalla de Papremis (cf. HERÓDOTO, III 12, 4; DIODORO, XI 74, 1-4), en la que fueron derrotadas las fuerzas persas de Egipto, cuyo jefe Aquémenes, hermano de Jerjes, pereció en el combate.
- La ciudad más importante del Bajo Egipto, situada junto al Nilo, un poco más arriba del punto donde se inicia el delta, cerca del actual El Cairo.
- Este Leukòn Teîchos, «Muro Blanco» (Anbū-heŷ) o «Fortaleza Blanca», era, según el escoliasta, uno de los tres recintos amurallados de Menfis y estaba construido en mármol; de ahí su nombre. Cf. HERÓDOTO, III 14, 1; 91, 3; DIODORO, XI 74, 4; PSEUDO-CALÍSTENES, Vida y hazañas de Alejandro I 34, donde se recuerda su fama de inexpugnable.
- Aquí se distingue entre persas y medos, frente a otros pasajes en que este último término, al que debían de estar acostumbrados los griegos, tiene un carácter general, para designar a la población del Imperio persa, que antes hahia sido meda.
- Tucídides interrumpe aquí el relato de la campaña de Egipto para reemprenderlo luego en 109, 1.
- Ciudad costera situada en el extremo sur de la Argólide.
- Cf. supra, I 27, 2.
- En 458 a. C., de acuerdo con la cronología de Gomme; según R. K. Unz, en verano del 459. Según DIODORO, XI 78, 1, la victoria fue ateniense.
- Isla del Golfo Sarónico, situada entre Egina y Epidauro. Es la actual Angistri.
- Con esta victoria o con la del párrafo siguiente se ha relacionado una inscripción (W. DITTENBERGER, Sylloge Inscriptionum Graecarum, 3.ª ed., Leipzig, 1915-24, 73).
- Tanto esta batalla naval de Egina como la de Cecrifalia se sitúan, de acuerdo con las hipótesis de Gomme, en el 458. Según la cronología propuesta por R. K. Unz (art. cit., 83), la de Cecrifalia, como la de Halias, se fecharía durante el verano del 459, y la de Egina, a fines del período estival.
- La capital de la isla, del mismo nombre.
- Probablemente el mismo Leócrates, que había sido estratego en Platea, unos veinte años antes (en el 479), junto a Mirónides y Aristides (cf. PLUTARCO, Arístides 20, 1).
- Cordillera entre Mégara y Corinto. Su ocupación por los peloponesios constituía una amenaza para Mégara, sobre todo para las comunicaciones con Pegas, su puerto en el Golfo de Corinto.
- No se trata de los más viejos y los más jóvenes entre los que quedaban. Es una expresión habitual para referirse a las tropas de reserva, normalmente destinadas a la vigilancia de las murallas. Eran los hombres entre 50 y 59 años y los jóvenes de 18 y 19.
- Uno de los más famosos generales atenienses, muy admirado en Atenas, como lo demuestra ARISTÓFANES (Lisístrata 801-804; Asambleístas 303-305). Fue estratego en Platea (cf. supra, n. 606) y luego en Enófita (cf. infra, I 108, 2-3; IV 95, 3).
- Pasaje que demuestra la importancia que se daba a la erección el trofeo (cf. supra, I 30, 1, n. 216). Para levantar el trofeo, los corintios se expusieron gravemente, como confirma el capítulo siguiente.
- Como en los casos de Halias, Cecrifalia y Egina, todos estos episodios de Mégara debieron de tener lugar en el 458 a. C., o en el 459, a fines del verano, según la cronología de R. K. UNZ.
- Cf. supra, I 69, 1, n. 389.
- Sobre la construcción de las murallas de Temístocles, cf. supra, I 93, 1-8. Estas murallas fueron completadas con los Muros Largos, que unían Atenas a sus puertos cerrando una zona fortificada entre éstos y la ciudad. Así se garantizaba el acceso al mar, el campo de batalla que Atenas prefería, y el abastecimiento de la ciudad. Sobre el modelo ateniense se construyeron los Muros Largos de Mégara (cf. supra, I 103, 4, n. 584).
- Habitantes de la Fócide, región situada al noroeste de Beocia y al norte del Golfo de Corinto. Por el norte limita con el territorio de los locros opuntios y por el noroeste con la Dóride. Al este tiene la Lócride Ozolia (cf. supra, I 5, 3, n. 36). No deben ser confundidos con los foceos, habitantes de Focea (cf. supra, I 13, 6, n. 106).
- Región montañosa, al noroeste de la Fócide, que era considerada la tierra originaria de los dorios (cf. HERÓDOTO, VIII 31; supra, I 12, 3; 18, I). Cf. infra. II 92, 3. Esta expedición contra la Dóride se sitúa en el 458, de acuerdo con Gomme; según ATL, tuvo lugar en verano del 459 y, para R. K. Unz, a fines del 459 a. C.
- Son tres ciudades de la Dóride. De Citinio se vuelve a hablar en III 95, 1; 102, 1.
- Era hermano de Pausanias (cf. supra, I 94-96, 1; n. 512), que había muerto hacia el 470. Era regente en nombre del hijo de Pausanias.
- Cf. supra, I 94, 1, n. 512.
- Sucedía a Plistarco, que había muerto hacía poco. Fue rey de Esparta desde el 458 hasta el 408 a. C. Cf. infra, I 114, 1-2, donde aparece al frente de una invasión del Ática, con motivo de la cual fue acusado en Esparta de haberse dejado corromper por los atenienses para ordenar la retirada, y enviado temporalmente al exilio (cf. infra, II 21, 1; V 16-17).
- A continuación del ataque de los focenses, en 458-457, según Gomme; antes, en 459-458, según ATL, y a comienzos de la primavera del 458, de acuerdo con la cronología de R. K. Unz.
- El Golfo de Corinto (cf. infra, II 69, 1). El nombre le venía de Crisa, importante ciudad focense en cuyo territorio se encontraba el santuario de Delfos. En la expedición a la que se refiere Tucídides en este pasaje es probable que los lacedemonios atravesaran el golfo para llegar a la Dóride.
- Cf. supra, I 103, 4, n. 583.
- Cf. supra, I 105, 3, n. 607.
- Algunos oligarcas exasperados por las reformas de Efialtes (cf. supra, n. 575), para quienes los Muros Largos significaban el triunfo de los demócratas y de una política dependiente del mar.
- Se refiere, naturalmente, a todas las fuerzas disponibles, ya que importantes contingentes estaban todavía en Egina, donde se mantenía un asedio (cf. supra, I 105, 2, 4), y en Egipto (cf. I 104, 2, y 109, 1). Ya se ha visto que habían tenido que recurrir a las tropas de reserva para defender Mégara (cf. supra, I 105, 4-5).
- Sospechas sin duda fundadas: Tanagra no estaba precisamente en el camino del Peloponeso.
- Cf. supra, I 102, 4. Este tratado fue renovado luego (cf. infra, I 111, 1; II 22, 3), a pesar de la traición de la caballería tesalia en Tanagra.
- Ciudad situada al sudeste de Beocia, cerca de la frontera con el Ática y no lejos del mar. La batalla de Tanagra tuvo lugar hacia junio del 457, según los cálculos de A. W. GOMME; en junio del 458, según ATL, y en primavera del 458, de acuerdo con la cronología de R. K. Unz.
- Se atribuyó la victoria a los lacedemonios seguramente por la circunstancia de que quedaran dueños del campo de batalla (cf. supra, I 30, 1, n. 216). Los hechos, sin embargo, demuestran que el resultado debió de ser equilibrado. Esparta no intentó la invasión del Ática, como esperaban los elementos filoespartanos (cf. supra, I 107, 4, n. 624), y Atenas tuvo capacidad para reaccionar rápidamente (108, 2-3). La tradición ateniense, además, pretendía que el resultado había sido indeciso (cf. PLATÓN, Menéxeno 242a; DIODORO, XI 80). Sobre esta batalla existen dos documentos epigráficos: cf. R. MEIGGS, D. LEWIS, *A selection of Greek historical inscriptions to the end of the fifth century b. C. *, Oxford, 1969, 35 y 36 (cf. PAUSANIAS, I 29, 7-9; V 10, 4).
- Se refiere probablemente a olivos y vides, lo que obviamente suponía un daño muy serio.
- Sin duda, los atenienses, ante la situación de peligro para su territorio, se habían preocupado de Mégara y del istmo.
- A los sesenta y dos días con el cómputo inclusivo. Debía de ser muy conocido el intervalo entre Tanagra y Enófita (cf. DIODORO, XI 81). Ésta debió de tener lugar en agosto del 457 a. C., de acuerdo con Gomme; según ATL, en agosto del 458, y a principios de verano del 458, en la cronología de R. K. Unz.
- Cf. supra, I 105, 4, n. 609.
- La situación exacta de esta localidad es desconocida, pero se suele pensar que estaba cerca de Tanagra.
- Contaron sin duda con el apoyo de los elementos antitebanos. La victoria ateniense trajo como consecuencia la institución de regímenes democráticos en las diversas ciudades y la expulsión de los principales representantes del partido contrario. Cf. infra, I 113, 1-2; III 62, 5; PLATÓN, Menéxeno 242a-b, donde se dice que Atenas se enfrentó a Esparta por la libertad de los beocios; ARISTÓTELES, Política V 2, 6 (1302b); DIODORO, XI 81, 1-3.
- Como enemiga de Esparta (cf. supra, I 107, 2), Fócide era amiga de Atenas y entonces se convirtió en aliada.
- Cf. supra, I 5, n. 36. Los locros opuntios eran enemigos de los focenses, y probablemente también lo eran de Atenas desde la conquista de Naupacto (cf. supra, I 103, 3), arrebatada a los locros (cf. A. W. GOMME, op. cit., I, pág. 304).
- Probablemente hacia el 457 o el 456. Cf. supra, I 69, 1, n. 389.
- Sobre el inicio del asedio, cf. supra, I 10S, 2. Egina capituló en 457-456, según los cálculos de Gomme; a principios de verano del 458, «tras nueve meses de asedio» (cf. DIODORO, XI 78, 4), según R. K. Unz (cf. supra, I 105, 2, n, 604). Las condiciones que se le impusieron fueron análogas a las de Tasos (cf. supra, I 101, 3) y a las que luego serían impuestas a Samos (cf. infra, I 117, 3): destrucción de las murallas, entrega de barcos y fijación de un tributo de treinta talentos anuales, un tributo muy alto que pagaron los eginetas hasta su expulsión de la isla (cf. infra, II 27, 1). Sobre el tributo, cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. McGREGOR, The Athenian tribute lists I, Cambridge Mass. - Princeton, N. J., 1939-1953, págs. 218-219.
- También fue estratego de una expedición contra Beocia (cf. infra, I 113, 1). Esta circunnavegación del Peloponeso tuvo lugar en 456- 455 a. C. (cf. DIODORO, XI 75). No fue éste el único crucero en torno al Peloponeso; hubo otras razzias navales capitaneadas por Tólmides du- rante esta época.
- Giteo, o Gitío, en el Golfo de Laconia (cf. DIODORO, XI 84, 6; PAUSANIAS, I 27, S).
- Colonia de Corinto en la costa sur de Etolia, en el Golfo de Calidonia, al oeste de Naupacto (cf. supra, I 103, 3) y junto a la desembocadura del Eveno (cf. infra, II 83, 3; ESTRABÓN, X 2, 5, 21). La expresión utilizada por Tucídides podría implicar un control de la colonia por parte de la metrópoli (cf. infra, II 30, 1; IV 49).
- Sobre Sición, cf. supra, I 28, I, n. 206.
- Cf. supra, I 104, 2.
- Según el escoliasta, batallas navales y terrestres, victorias y derrotas.
- Cf. supra, nn. 132 y 590.
- Personaje que en Tucídides sólo aparece en este pasaje y del que no tenemos más noticias.
- Se duda respecto a si esta misión de Megabazo fue anterior o posterior a la expedición lacedemonia y a los hechos de Tanagra (cf. supra, 1 107-108).
- Uno de los comandantes del ejército de Jerjes que en el 480 invadió Grecia (cf. HERÓDOTO, VII 82; 121, 3), HERÓDOTO (III 160, 2) también se refiere a él como comandante de esta expedición a Egipto, expedición que, según DIODORO (XI 74, 6-75, 1), fue de trescientos mil hombres. Tras su regreso de Egipto, mantuvo diferencias con el rey Artajerjes a propósito de Inaro y de los prisioneros griegos. Megabizo había prometido que sus vidas serían respetadas, pero Artajerjes, a instancias de su madre y como venganza de la muerte de Aquémenes (cf. supra, n. 594), los hizo ejecutar (cf. CTESIAS, Persiká 66-72).
- Artífice, con su astucia, de la toma de Babilonia en tiempos de Darío (cf. HERÓDOTO, III 153-160). Su nieto del mismo nombre, hijo de Megabizo (cf. nota anterior), se pasó a Atenas (cf. HERÓDOTO, III 160, 2).
- Cf. supra, n. 649. Diodoro nos habla, además de los 300.000 hombres, de 300 trirremes. CTESIAS (32-34) eleva la cifra, con las fuerzas que ya estaban en Egipto, a 500.000.
- Isla situada en el delta del Nilo, entre las bocas Canóbica y Sebenítica y un canal que las unía (cf. HERÓDOTO, II 41, 4-5; ESTRABÓN, XVII 1, 20; TOLEMEO, IV 5, 49).
- Desde el 460-459, en el que se inició la intervención ateniense (cf. supra, I 104, 1), hasta el 454 a. C., fecha a la que corresponden los hechos con los que acaba este capítulo.
- Importante colonia griega en Libia, en la región que ha recibido el nombre de Cirenaica, al este del actualmente problemático Golfo de Sidra. Fue fundada por Tera en el 631 a. C. en una expedición conducida por Bato (cf. PÍNDARO, Píticas V 39.) conocida por el relato de HERÓDOTO (IV 150-158) y por una inscripción (R. MEIGGS, D. LEWIS, *A selection of greek historical inscriptions to the end of the fifth century b. C. *, cit., 5). Fue gobernada por la familia de los Batiadas durante dos siglos (cf. HERÓDOTO, IV 159-164), en los que Cirene creció notablemente acogiendo a nuevos inmigrantes. En el 525 a. C., se sometió al persa Cambises (cf. HERÓDOTO, IV 165, 2; DIODORO, X 14). Recuperó su independencia tras el fracaso de la expedición de Jerjes a Grecia.
- Las pérdidas sufridas por Atenas en Egipto son objeto de polémica. La discusión se inicia respecto a las fuerzas realmente enviadas al Delta, ya que no hay acuerdo en las fuentes. Unas (Isócrates, Diodoro) hablan de 200 naves (cf. supra, I 104, 2, n. 593), que, a razón de 200 hombres por barco, darían un total de 40.000 hombres (cf. DIODORO, XIII 21, 2), mientras que Ctesias afirma que sólo fueron enviadas 40 trirremes, con lo que los hombres serían unos 8.000 («más de 6.000»). Se puede pensar que Tucídides, en 104, 2, no precisa si todas las 200 naves de Chipre fueron realmente enviadas a Egipto, aunque parezca sugerirlo. Es posible, asimismo, para coincidir con los datos de Ctesias, que, tras establecer el asedio de Menfis, regresara la mayor parte de la flota, quedando sólo el contingente al que Ctesias hace referencia. Estas soluciones satisfacen a quienes consideran que la pérdida de 250 naves (las 200 del principio más las 50 de I 110, 4) es excesiva por cuanto que poco después (cf. infra, I 112, 2) fue enviada a Chipre una flota de doscientas naves. El hecho de que las cincuenta trirremes (de I 110, 4) sean definidas como diádochoi nos induce a pensar que éste sería el número de las naves que permanecerían en Egipto; y si la mayor parte de éstas y de las que iban a relevarlas fueron destruidas, hay que pensar en un total cercano al centenar. En cuanto a las tripulaciones, Diodoro y Clesias hablan de un tratado por el que se les perdonaba la vida, acuerdo que al final se cumplió, aunque no totalmente, dado que Artajerjes, rompiendo la promesa (cf. supra, n. 649), ejecutó a una parte (cf. CTESIAS, 35-7). Isócrates, sin embargo, afirma que se perdieron los doscientos barcos y sus tripulaciones. Cf. H. D. WESTLAKE, «Thucydides and the Athenian Disaster in Egypt», Classical Philology 45 (1950), 209-216; J. M. LIBOUREL, «The Athenian disaster in Egypt», American Journal of Philology 92 (1971), 605-615, que apoya el relato de Tucídides en cuanto a la magnitud del desastre.
- Su territorio era la zona pantanosa del bajo delta. Amirteo resistió tras la derrota de Inaro y los griegos, y debió de mantenerse independiente en el Delta hasta el 449 a. C. (cf. infra, I 112, 3-4), cuando Atenas, a la muerte de Cimón, retiró su flota de Chipre y dejó de prestarle ayuda (cf. PLUTARCO, Cimón 18). HERÓDOTO, II 140, 2; III 15, 3).
- No inmediatamente, sino cinco años después, según Ctesias (cf. F. JACOBY, FGrHist 688, F 14), y debido a la violación por parte de Artajerjes del tratado acordado por Megabizo, que le había prometido la vida. Esta afrenta del Rey (cf. supra, n. 649) motivó al parecer la rebelión de Megabizo en Siria (450 a. C.), hecho que se ha relacionado con la expedición de Cimón a Chipre (cf. capítulo siguiente).
- La boca mendesia, que pasaba por Mendes, era uno de los brazos orientales del delta del Nilo. Cf. HERÓDOTO, II 17; PÍNDARO, fr. 201 (Schroeder).
- Después de los éxitos en el norte, interesaba minar el poder persa por el sur. De ahí el interés de Atenas por Egipto, que, por otra parte, era un suministrador de grano y un importante mercado. La campaña, sin embargo, concluyó en un fracaso, que nos hace pensar en el desastre de la expedición de Sicilia, de la que Tucídides nos ha dejado un admirable relato en los libros VI y VII. En el mismo año del fracaso de la expedición ateniense a Egipto, en el 454, la caja de la Liga que se guardaba en Delos fue trasladada a Atenas; se temía el avance de la flota persa.
- La aspiración de Orestes sería suceder a su padre como tagós (cf. nota siguiente) de los tesalios. Este Orestes tal vez pueda identificarse con el Orestes de Inscriptiones Graecae XI 2, 257.
- HERÓDOTO (V 63, 3, y VII 6, 2) también habla de «reyes de Tesalia», título impropio, ya que en Tesalia, confederación de cuatro distritos gobernados por tetrarcas, el jefe supremo era el tagós.
- Este episodio demuestra el interés de Atenas por Tesalia y por su caballería, a pesar de la desafortunada experiencia de Tanagra (cf. supra, I 107, 7). Si los atenienses hubieran conseguido el objetivo de esta expedición, se hubiera renovado el tratado al que se refiere I 102, 4. Lo conseguirán más tarde (cf. infra, II 22, 3).
- Cf. supra, I 108, 3. Sobre la alianza con Fócide, cf. M. N. TOD, A selection of Greek histórical inscriptions I, Oxford, 1946, 39.
- La ciudad más importante de la Ftiótide, uno de los cuatro distritos en que se dividía Tesalia. Estaba situada en la zona meridional de la llanura tesalia, al sur del río Enipeo, en la ruta que desde Grecia Central se dirigía hacia el norte. Era la patria de Equécrates y Orestes.
- Probablemente hacia el 454 a. C., según las cronologías tradicionales, no exentas tampoco de problemas en estos capítulos (109-112). Sobre ello, cf. el reciente artículo de R. K. Unz al que nos hemos referido, donde se plantean algunos problemas respecto a las secuencias cronológicas de dichos capitulos y se sugieren algunas hipótesis que modifican fechas tradicionalmente aceptadas. Según Unz, el relato tucidideo en estas síntesis no sería estrictamente cronológico, sino que, al presentar algunos temas en forma resumida, se producirían anticipaciones; basándose en ello, defiende la vuelta del exilio de Cimón en el año 454, en conexión con el desastre de Egipto, y anticipa algunas fechas importantes (cf. R. K. UNZ, art. cit., C.Q. 36 (1986), 76-84) como estas expediciones a Tesalia y a Sición, que serían anteriores en tres años al tratado de cinco años y a la expedición de Cimón a Chipre, que a su vez son anticipados por Unz al 454-453.
- Sobre Pegas, cf. supra, I 103, 4; 107, 3. Esta flota era, según Plutarco, 19, 2, de cien trirremes; según DIODORO, XI 85, de cincuenta.
- Este es el primer pasaje en que Tucídides menciona al gran estadista ateniense que estuvo al frente de la política de Atenas durante más de treinta años. Cf. R. SEALEY, «The Entry of Pericles into History», Hermes 84 (1965), 234 ss.
- Jantipo había estado al frente de las tropas atenienses en la batalla de Micale y de las fuerzas que a continuación asediaron y tomaron Sesto (cf. supra, I 89, 2; HERÓDOTO, VI 131; VIII 131; IX 114; 115 ss).
- En Nemea, según PLUTARCO, 19, 2; pero posiblemente se refiere al curso bajo del río Nemea, que señalaba el límite entre los territorios de Corinto y Sición, puesto que Nemea se encontraba en el interior.
- De Acaya, región de la costa norte del Peloponeso que se exten- día por el oeste hasta el territorio de Sición. En el 431, al comienzo de la guerra, los aqueos eran neutrales a excepción de Pelene, que se alineó con los peloponesios. Luego todos se unieron a la Liga del Peloponeso (cf. infra, II 9, 2).
- Ciudad de Acarnania meridional, cercana a la desembocadura del Aqueloo. Cf. supra, I 5, 3, e infra, II 102, 2-6; POLIBIO, IV 65, 2-4.
- En el 451, según la cronología tradicional (cf. A. W. GOMME, op. cit. I, págs. 325-329; ATL: 451; Deane: otoño/invierno del 451); cf., asimismo, supra, n. 665.
- Un pacto de no agresión entre Atenas y la Liga del Peloponeso (cf. PLUTARCO, Cimón 18, 1; Pericles 10, 4). Es probable que en la conclusión de esta tregua influyera el reciente desastre de Egipto. Grecia se dio cuenta del peligro de la flota persa-fenicia.
- En el 451 o en el 450, después de concluir el tratado de paz de cinco años (sobre la fecha, cf. R. MEIGOS, The Athenian Empire, Oxford, 1972, págs. 124-126; cf. supra, nn. 672 y 665). Al frente iba Cimón, que había regresado de su destierro (cf. supra, I 102, 1-4, n. 575). De esta expedición a Chipre nos hablan también DIODORO, XII, 3-4 (que se basa probablemente en Éforo), y PLUTARCO, Cimón 18-19. Sobre las notables diferencias entre los tres relatos, cf. R. MEIGGS, op. cit., págs. 125-128; S. T. PARKER, «The objectives and strategy of Cimon’s expedition to Cyprus», American Journal of Philology 97 (1976), 30-38, artículo en el que se analizan los objetivos y la estrategia de Cimón: 1) control de las aguas chipriotas; 2) captura de los puertos estratégicos; 3) consecución de la ayuda de las ciudades griegas de la isla; 4) derrota de las fuerzas persas y fenicias, así como las razones del fracaso de la expedición.
- Cf. supra, I 110, 2, n. 656.
- La ciudad fenicia más importante de Chipre, situada en la costa sudoriental, donde actualmente está Larnaca. Era la patria de Zenón el Estoico, tal como anota el escoliasta.
- De enfermedad, según la opinión más generalizada, o de resultas de una herida según otros (cf. PLUTARCO, Cimón 19, 1).
- Algunos (Beloch y otros) quieren leer loimoû, «epidemia», en lugar de limoû, «hambre», pero se basan en razones de poco peso (como la de que, al tratarse de los sitiadores, debería decir sitodeía, «desabastecimiento, carestía», en lugar de limós, que sería más adecuado a los sitiados). Según esta hipótesis, lo que habría sobrevenido sería una epidemia, a consecuencia de la cual habría muerto Cimón. Pero cuesta pensar que un ejército afectado por una epidemia pudiera en seguida combatir y vencer, como lo hizo en Salamina. Sin duda el texto es correcto y se trata de una situación de desabastecimiento.
- En el 450 a. C., según la cronología tradicional. Los acontecimientos de Chipre y la Paz de Calias se anticiparían, asimismo, según la tesis de R. K. Unz.
- La ciudad más importante de Chipre, al nordeste de Citio, en la parte central de la costa oriental de la isla. Su población era griega. Junto a la moderna Famagusta, uno de los excelentes puertos de Chipre, como lo es también Larnaca (Citio), excelentes bases para la flota persa. De ahí el interés de Atenas por dominar la isla.
- Está en ms. C, pero lo omiten los restantes manuscritos. Los editores suelen mantenerlo; es más verosímil un error por omisión que por inserción. En PLUTARCO (Cimón 18, 5), sin embargo, sólo leemos «naves fenicias y cilicias».
- Los cilicios eran la población de Cilicia, un territorio situado en la costa sudeste de Asia Menor que es el más cercano a Chipre, situada al sur de sus aguas. También servían en la flota persa.
- A pesar del éxito de Salamina, Atenas abandonó Chipre a los persas, probablemente porque Pericles, muerto Cimón, consideraba el peligro de un ataque espartano y el riesgo de una guerra en dos frentes. Ni Atenas ni Persia habían obtenido victorias decisivas y se había llegado a un cierto equilibrio, por lo que en el 449, según la cronología tradicional, se llegó a la Paz de Calias, un convenio bilateral jurado por ambos contendientes.
- De las doscientas naves enviadas a Chipre, sesenta habían navegado hasta Egipto para ayudar a Amirteo.
- Los focenses, enemigos de Esparta y aliados de Atenas, aprovechando el éxito ateniense de Enófita y considerando su alianza con Atenas (cf, supra, I 108, 3; 111, 1, n. 663) se habían apoderado del santuario de Delfos, que estaba en territorio de los delfios. Aquí se produce la réplica de Esparta y la contrarréplica de Atenas (hacia el 449-448 a. C.).
- Bajo el mando de Pericles, según PLUTARCO, Pericles 21.
- En el 447 a. C.
- Los elementos contrarios a Atenas que habían marchado al exilio cuando Atenas, después de la batalla de Enófita, había apoyado a los grupos políticos favorables a ella en diversas ciudades beocias (cf. supra, I 108, 3).
- Ciudad situada al oeste de Beocia, junto al lago Copais.
- Otra ciudad de Beocia occidental, cercana a la frontera con la Fócide.
- Cf. supra, I 108, 5.
- Sobre la enemistad entre locros y atenienses, cf. supra, I 108, 3, n. 637.
- Eubea se sublevó contra Atenas el año siguiente (cf. infra, I 114, 1). Los exiliados debían ser oligarcas y propietarios de terrenos expropiados, cuando, unos años antes, el mismo Tólmides habia establecido una cleruquía en Eubea (cf. DIODORO, XI 88, 3; PAUSANIAS, 1 27, 5).
- Localidad situada al sudoeste del lago Copais, al sudeste de Queronca.
- Entre éstos se encontraba Tólmides (cf. PLUTARCO, Pericles 18, 3; DIODORO, XII 6, 2; PAUSANIAS, I 29, 14). 696 Excepto Platea, que permaneció aliada a Atenas. Cf. infra, II 2, 1.
- Así acabó el intento ateniense de controlar Beocia, un proyecto ambicioso que fue criticado en la misma Atenas (cf. PLUTARCO, Pericles 18, 1-3). En cuanto al término « autónomos», se ha dicho que en este pasaje se refiere a una independencia completa (cf. A. W. GOMME, op. cit. I, pág. 340); esto es así si se entiende en relación a Atenas, pero no referido a Tebas, que controlaba la federación beocia (cf. infra, I 144, 2, n. 936).
- Tucídides, que en el capítulo anterior nos ha dicho que los exiliados de Eubea ayudaban a los beocios, no nos indica los motivos de la sublevación de Eubea. Puede pensarse en los clerucos establecidos por Tólmides con las expropiaciones que ello comportaba (cf. supra, I 113, 2, n. 693). De todas formas, el dominio ateniense iba provocando descontentos. El levantamiento debió de producirse después de la primavera del 446 a. C., porque este año las ciudades euboicas pagaron regularmente el tributo (cf. A. W. GOMME, op. cit. I, pág. 340).
- Mégara se había unido a Atenas separándose de los lacedemonios (cf. supra, I 103, 4). Ahora cambiaba de nuevo sus alianzas y ponía en un aprieto a las guarniciones atenienses. Atenas debió de enviar tropas para reconquistar Pegas (cf. infra, I 115, 1; IV 21, 3; DIODORO, XII 5, 2). Una inscripción que se relaciona con estos hechos se refiere a una marcha de tropas atenienses desde Pegas hasta el Ática pasando por Beocia (cf. R. MEIGGS, D. LEWES, op. cit. 51).
- Sobre Nisea, cf. supra, I 103, 4, n. 584.
- En la costa, al noroeste de Atenas, y en el camino que conducía hacia Mégara.
- Al este de Eleusis, en una llanura que llega hasta el monte Egaleo (cf. infra, II 19, 2).
- Cf. supra, I 94, 1, n. 512; 107, 2, n. 619.
- A raíz de esta retirada, Plistoanacte fue acusado de haberse dejado sobornar por los atenienses (cf. infra, II 21; PLUTARCO, Pericles 22, 2-3).
- Con 50 trirremes y 5.000 hoplitas, según PLUTARCO, Pericles 23, 3. Cf., asimismo, DIODORO, XII 7.
- Recuperaron el pleno control de Eubea y pactaron una serie de tratados con sus diversas ciudades, acuerdos que reducían sensiblemente su autonomía (cf. R. MEIGOS, D. LEWIS, op. cit. 52; Inscriptiones Graecae I
3, 39 y 40). En el caso de Hestiea establecieron una colonia propia expulsando a sus habitantes, que se refugiaron en Macedonia, según Teopompo (cf. F. JACOBY, FGrHist 115, F 387; cf., asimismo, PLUTARCO, Pericles 23, 4; DIODORO, XII 22, 1-2). - Hestiea, que luego se llamó Oreo (cf. infra, VII 57, 2, y VIII 95, 7), se hallaba en la costa septentrional de Eubea.
- La represión de Eubea y el envio de clerucos fue objeto de muchas alusiones en la escena. Cf. ARISTÓFANES, Nubes 211-213;* Avispas* 715.
- La invasión de Plistoanacte tuvo lugar en el verano del 446; la sumisión de Eubea, en el otoño-comienzos de invierno del 446-445; y a continuación el regreso de Eubea y la conclusión de la paz.
- A este tratado de treinta años se alude repetidamente a lo largo del libro I (cf. 23, 4; 35, 2; 44, 1; 45, 3; 67, 4; 78, 4; 87, 6; 144, 2), y puede fecharse con precisión a partir de TUCÍDIDES, I 87, 6, y II 2, 1, pasajes en que se relaciona la fecha de este tratado con el inicio de las hostilidades. Según ello, la paz se estipuló en el invierno del 446-445, concretamente a comienzos del 445.
- De aquí se deduce que Atenas todavía controlaba los dos puertos megareos; cf. supra, I 114, 1; n. 699.
- Cf. supra, I 27, n. 200.
- Cf. supra, I 111, 3, n. 670.
- La principal preocupación espartana era indudablemente alejar a los atenienses de las bases peloponesias. Respecto a otras cláusulas del tratado, cf. I 35, 3; 44, 1; 67, 2, 4; 78, 4; 144, 2.
- En el 441-440 a. C.
- Mileto estaba situada en la costa de Asia Menor, al sudeste de la isla de Samos. Priene estaba al norte de Mileto, en la costa del Golfo Latmiaco, en la zona limítrofe entre el territorio de Mileto y el ocupado por Samos en el continente enfrente de la isla (cf. ESTRABÓN, XIV 1, 20). Sobre esta guerra de Priene, fechada en el 441 a. C., cf. A. W. GOMME, op. cit. I, págs. 349-350.
- PLUTARCO (Pericles 24, 2; 25, 1) se refiere a las habladurías de Atenas según las cuales Aspasia, mitesia de nacimiento, influyó en Pericles para que se decretara la expedición contra Samos.
- Son frecuentes los casos en que intereses particulares o partidistas prevalecían sobre los sentimientos patrióticos. Cf. supra, I 107, 4; infra, II 2, 4-6; 79, 2; etc.
- Isla del Egeo septentrional que había sido conquistada y colonizada por Atenas cuando Milciades II reinaba en el Quersoneso (a fines del s. VI y comienzos del V a. C.). Cf. supra, I 98, 1; 100, 1; n. 538; HERÓDOTO, VI 136-140.
- Cf. infra, II 13, 6. Las guarniciones (phrouraí) eran un instrumento del Imperio ateniense para controlar las ciudades más problemáticas; eran, en realidad, tropas de ocupación en los territorios de aliados poco seguros.
- No se trata de los más poderosos en el nuevo régimen impuesto por Atenas, sino de los ciudadanos más influyentes en general, de los oligarcas que se habían quedado.
- Sátrapa de Lidia. Cf. infra, III 31, 1; 34, 2.
- Ciudad situada al nordeste de Samos, a unos cien kilómetros de la costa; era la capital de Lidia y centro de una de las satrapías del Imperio persa (cf. infra, I 129, 1, n. 824).
- Árchontes, «magistrados». Se trata aquí seguramente de funcionarios inspectores (epískopoi) que Atenas enviaba, con funciones politicas y militares, para cuidar de sus intereses en el exterior. Habrían sido enviados para vigilar el establecimiento de la nueva Constitución (cf. A. W. Gomme, op. cit. I, págs. 380-384).
- Bizancio pagó el tributo (de 15 talentos) del 441-440 (cf. B. D. MERITT, H. T. WADE-GERY, M. F. McGREGOR, op. cit. I, pág. 250); la sublevación, por tanto, fue posterior a este pago. De esta rebelión no tenemos más noticias que este pasaje y otra referencia de Tucídides en I 117, 3.
- Cf. supra, I 4, n. 33.
- La flota persa-fenicia. Cf. supra, I 100, 1; 110, 4. Se temía su intervención debido a la actitud de Pisutnes.
- Quíos y Lesbos conservaban su propia flota. Cf. supra, I 19; 96, 1, n. 527.
- Según esto, todos los diez estrategos del 441-440 habrian participado en la expedición contra Samos, aunque podemos pensar que no todos irían en la primera expedición de sesenta naves y que algunos estarían al frente de la escuadra de 40 que llegó después (116, 2). De todas formas, aunque posible, es una cifra elevada (cf. supra, I 57, 6, n. 330). Conocemos sus nombres, y entre ellos sabemos que se encontraban Sófocles, el poeta trágico, Andócides, el abuelo del orador, y Glaucón, el estratego de la batalla de las islas de Síbota (cf. supra, I 51, 4; n. 304). Cf. ANDROCIÓN (F. JACOBY, FGrHist 324, F 38); PLUTARCO, Pericles 8, 8; ESTRABÓN, XIV 1, 18. Los cinco mencionados por Tucídides en I 117, 2 ya pertenecen al año siguiente.
- Situada al sudeste de Samos, frente a Mileto (cf. ESTRABÓN, XIV 1, 7).
- No se trata de una «fortificación triple», con tres muros paralelos, que hubiera sido una precaución excesiva, dada la superioridad ateniense. Una «fortificación doble», con dos muros paralelos para proteger al ejército sitiador ante salidas de los sitiados y ante la posible llegada de refuerzos, era corriente (cf. infra, III 21, 1; VI 103, 1), pero un tercer muro era innecesario. Aquí se refiere a una fortificación frente a los tres lados de la ciudad que miraban a tierra. A continuación dice que al mismo tiempo la bloquearon por mar.
- Ciudad costera en la Caria meridional, al nordeste de Rodas.
- Bajo el mando del filósofo Meliso, entonces general de los samios. Cf. PLUTARCO, Pericles 26, 2-4.
- Se refiere a las empalizadas que solían proteger el campamento naval.
- Con lo que los sitiados pudieron abastecerse y prepararse para resistir el asedio.
- No se trata del historiador, según advierte el escoliasta, pero tampoco es Tucídides hijo de Melesias, adversario político de Pericles, que había sido desterrado dos o tres años antes. No podemos, por tanto, identificarlo con seguridad. Tal vez era Tucídides Gargéttios (cf. A. W. GOMME, op. cit. I, pag. 354).
- Personaje muy conocido: fundador de Anfipolis en el 437 a. C. (cf. infra, IV 102, 3; V 11, 1); estratego de nuevo en el 430 (cf. infra, II 58, 1; 95, 3); firmante de la Paz de Nicias y de la alianza subsiguiente con Esparta (cf. infra, V 19, 2; 24, 1); padre de Terámenes (cf. infra, VIII 68, 4 ss.).
- Cf. supra, 1 64, 2, n. 371.
- Poco conocido; fue de nuevo estratego el año siguiente (IG 13, 48, 1. 45).
- A él se debe posiblemente parte del decreto relativo a Calcis (cf. R, MEIGGS, D. LEwIs, op. cit. 52, 1. 40).
- El 439 a. C.
- Atenas realizó un importante esfuerzo en la campaña de Samos. Según las fuentes literarias y epigráficas, habría gastado 1.200 talentos por lo menos. Cf. NEPOTE, Timoteo 1, 2; ISÓCRATES, XV 111; DIODORO, XII 28, 3 (estos dos últimos con una corrección en el texto). Una inscripción (cf. R. MEIGGS, D. LEWIS, op. cit. 55) nos da un total de 1.404 talentos, suma de tres montantes parciales de 128, 368 y 908 talentos, de los que el primero correspondería a lo gastado en la represión de la sublevación de Bizancio, con lo que 1.276 talentos corresponderían a los gastos de Samos. Indudablemente era un esfuerzo muy necesario, ya que si una revuelta como la de Samos hubiera triunfado, el prestigio del Imperio ateniense hubiera sufrido un duro golpe y la existencia de la Liga se habría visto comprometida.
- La sumisión de Bizancio, según las cifras de la inscripción citada en la nota anterior, fue bastante menos costosa que la de Samos. Seguramente no fue necesario el asedio.
- Además de los asuntos de Corcira y Potidea, especialmente analizados por Tucídides (cf. supra, I 24-55; 56-66), hay que pensar en el decreto contra Mégara y en el problema de Egina (cf. supra, I 67, 2-4). Con la sumisión de Samos (439 a. C.), se cierra el relato que desde el capitulo 89 se ha dedicado a la «Pentecontecia» y se vuelve a los pródromos de la guerra que se desarrollaron entre el 435 y el 432 a. C., «no muchos años después» del final de los acontecimientos narrados en el capítulo anterior. Se recoge, pues, el hilo, que se había dejado en el debate de Esparta (cf. supra, I 67-88), antes de iniciar la síntesis de los cincuenta años, período crucial en la historia de Atenas y de Grecia tras el que el mundo griego se ve abocado a la Guerra del Peloponeso.
- El período comprendido entre el 478, tras el fin de la segunda Guerra Médica, y el 431, inicio de la Guerra del Peloponeso. Son cincuenta años contando desde el 480 al 431, con los años del comienzo de ambas guerras inclusive.
- El crecimiento del poder de Atenas va unido naturalmente a la consolidación de su Imperio.
- Probablemente alude a intervenciones, a las que se ha referido en la Pentecontecia, como la expedición en ayuda de la Dóride contra los focenses que les llevó a Beocia y a la batalla de Tanagra (cf. supra, I 107-108, 2), o la invasión del Ática conducida por Plistoanacte (cf. supra, I 114, 2), hechos de escasas consecuencias y sin importancia frente a la activa política expansiva de Atenas.
- Alusión a la guerra contra los hilotas (cf. supra, I 101, 2-103, 1).
- Las cuestiones recientes de Corcira, Potidea y Mégara, unidas a situaciones como la de Egina (cf. supra, I 67, 2; 105, 2-4; infra, 139, I; 140, 3) y a hechos como los de Eubea (cf, supra, 114-115, 1) y Samos (cf. supra, 115, 2-116), constituían provocaciones inquietantes.
- Cf. supra, I 87-88. En el 432 a. C.
- El oráculo de Delfos se inclinaba por los peloponesios. Atenas había apoyado a los focenses contra los delfios (cf. supra, I 112, 5, n. 685) y había perdido su influencia en Grecia Central tras la derrota de Coronea (cf. supra, I 113, 2-4).
- Esparta, que ya ha votado la guerra (cf. supra, I 87, 1-4), convoca ahora una asamblea general de sus aliados, de una manera más formal y con un carácter más completo y decisivo que la primera (cf. supra, I 67, 1-5), para que todos los aliados manifiesten su acuerdo.