Libro I

Tácito. Anales. Libros I-VI. Edición de José Luis Moralejo, Biblioteca Clásica Gredos, vol. 19, Gredos, 1979.

Sinopsis

Año 14 d. C. (final; caps. 1-54)

Año 15 d. C. (caps. 55-81)

1. Prefacio

1. La ciudad de Roma estuvo al principio bajo el poder de reyes; la libertad y el consulado los estableció Lucio Bruto1. Las dictaduras se adoptaban con carácter temporal; tampoco la autoridad de los decémviros2 duró más de dos años, ni mucho tiempo la potestad consular de los tribunos militares3. No fue larga la dominación de Cinna, como no lo fue la de Sila4 ; el poder de Pompeyo y de Craso pasó pronto a manos de César5, y las armas de Lépido y de Antonio a las de Augusto6, el cual recibió bajo su imperio, con el nombre de príncipe, el mundo agotado por las discordias civiles. [2] Pues bien, las fortunas y adversidades del viejo pueblo romano han sido historiadas por escritores ilustres, y tampoco a los tiempos de Augusto les faltaron notables ingenios que los narraran, hasta que al crecer la adulación se fueron echando atrás. Así, la historia de Tiberio y de Gayo7 y la de Claudio y Nerón se escribió falseada por el miedo mientras estaban ellos en el poder; tras su muerte, amañada por los odios recientes. [3] De ahí mi designio de tratar brevemente y sólo de los postreros momentos de Augusto, y luego el principado de Tiberio y lo demás sin encono ni parcialidad8, para los que no tengo causas próximas.

Notas de José Luis Moralejo

1. Según la tradición, ello tuvo lugar en el año 509 a. C. con la expulsión del último rey, Tarquinio el Soberbio. Tácito uti­liza aquí, como en varios otros lugares, libertas con un sentido prácticamente equivalente a «república».

2. Los nombrados para redactar las XII Tablas en los años 451-449 a. C.

3. Nombrados en varias ocasiones entre los años 444 y 367 a. C.

4. Cinna fue cónsul en los años 87-84; la dictadura de Sila tuvo lugar entre 82 y 79.

5. Primer triunvirato, del año 60; dictadura de Cesar del 49 al 44.

6. Segundo triunvirato, del afio 43; principado de Augusto desde el 27.

7. Primer nombre, y el más habitual en Tácito, del futuro emperador Calígula.

8. Es la famosa declaración de principios de Tácito: sine ira et studio.

2-5. Historia sumaria del advenimiento del Principado. Muerte de Augusto y entronización de Tiberio

2. Después de que, muertos violentamente Bruto y Casio, no existía ya un ejército republicano9, que Pompeyo fue aplastado junto a Sicilia10 , y que, eliminado Lépido y muerto Antonio11, no le quedaba ya tampoco al partido juliano otro jefe que César12, abandonó éste el título de triúmviro presentándose como cónsul, «satisfecho con el poder tribunicio para la defensa del pueblo»13. Tras seducir al ejército con recompensas, al pueblo con repartos de trigo, a todos con las delicias de la paz, se fue elevando paulatinamente; empezó a tomar para sí las prerrogativas del senado, de las magistraturas, de las leyes, sin que nadie se le opusiera, dado que los más decididos habían caído en las guerras o en las proscripciones, los que restaban de los nobles se veían enaltecidos con riquezas y honores en la misma medida en que se mostraban dispuestos a servirle, y encumbrados con la nueva situación preferían la seguridad presente al problemático pasado. [2] Tampoco las provincias ponían mala cara a aquel estado de cosas, toda vez que desconfiaban del gobierno del senado y el pueblo a causa de las rencillas entre los poderosos y la codicia de los magistrados, sin que de mucho les valiera el apoyo de unas leyes obstaculizadas por la violencia, las intrigas y, en fin, por el dinero.

3. Por lo demás, Augusto, buscando apoyos para su dominio, enalteció a Claudio Marcelo14, hijo de su hermana y apenas un muchacho, con el pontificado y la edilidad curul, y a Marco Agripa15, de origen humilde pero buen soldado y compañero de su victoria, con el consulado dos años seguidos, haciéndolo su yerno tras la muerte de Marcelo; a Tiberio Nerón y Claudio Druso16, sus hijastros, los distinguió con el título de imperator17, y eso cuando aún conservaba entera a su familia. [2] Pues a Gayo y Lucio, hijos de Agripa, los había hecho entrar en la familia de los Césares; su nombramiento como Príncipes de la Juventud cuando aún no habían dejado la pretexta infantil y su designación para el consulado, los había deseado ardientemente, si bien fingió no quererlos. [3] Una vez que Agripa partió de esta vida, que a Lucio, cuando marchaba a los ejércitos de Hispania, y a Gayo, que volvía de Armenia gravemente herido, se los arrebató una muerte fatalmente prematura o tal vez una maniobra de su madrastra Livia18 , y que, muerto Druso ya tiempo atrás, le quedaba de sus hijastros sólo Nerón19 , todo se concentró en él: lo hizo hijo, colega en el imperio, consorte en la potestad tribunicia20 , y fue presentado ostentosamente ante todos los ejércitos, ya no —como antes— con las oscuras artes de su madre, sino con abierta recomendación. [4] En efecto, Livia se había impuesto de tal manera al ya decrépito Augusto, que éste relegó a la isla de Planasia21 a su único nieto, Póstumo Agripa, muchacho carente, desde luego, de cualquier clase de aptitudes y de una fortaleza física que le producía un orgullo estúpido, pero inocente de cualquier infamia. [5] En cambio, a Germánico22, hijo de Druso, lo puso al frente de ocho legiones junto al Rhin, y ordenó a Tiberio que lo adoptara por hijo, aunque tenía Tiberio un hijo ya crecido23, con el fin de proporcionarse un apoyo más. [6] No quedaba por aquel tiempo guerra alguna, a no ser contra los germanos, motivada más por lavar la infamia del ejército perdido con Quintilio Varo24 que por afán de extender el imperio o de una compensación que valiera la pena. [7] En el interior estaban las cosas tranquilas, las magistraturas conservaban sus nombres; los más jóvenes habían nacido con posterioridad a la victoria de Accio, e incluso los más de los viejos en medio de las guerras civiles: ¿cuántos quedaban que hubieran visto la república? 4. Así pues, transformado el estado de arriba abajo, nada quedaba ya de la vieja integridad: todos, abandonando el espíritu de igualdad, estaban pendientes de las órdenes del príncipe, sin temor alguno por el presente mientras Augusto, en el vigor de la edad, fue capaz de sostenerse a sí, a su casa y a la paz. [2] Cuando su edad ya avanzada se vio fatigada además por las dolencias corporales, y se divisaban el final y nuevas esperanzas, sólo unos pocos hablaban —para nada— de los bienes de la libertad; los más temían una guerra, otros la deseaban. [3] Una parte, con mucho la más numerosa, esparcía los más variados rumores sobre los nuevos amos que se venían encima: Agripa era de condición feroz, exasperada por la postergación, y ni por su edad ni por su experiencia práctica estaba a la altura de tan grave cargo; Tiberio Nerón había madurado con los años y probado su valor en la guerra, pero tenía la vieja soberbia ingénita en la familia Claudia, y muchos indicios de crueldad, aunque procuraba reprimirlos, le salían al exterior. [4] Además —advertían— se había educado desde la primera infancia en una casa de reyes; se lo había colmado, cuando aún era un muchacho, de consulados y triunfos; y ni siquiera en los años pasados en el exilio de Rodas25 con apariencia de retiro había alimentado en su interior más que odio y simulación y secretas concupiscencias. [5] Estaba además su madre, con la falta de propio dominio, característica de las mujeres: habría que prestar servidumbre a una hembra y, encima, a dos muchachos que oprimirían al estado para algún día desgarrarlo26.

5. En medio de tales y parecidas cábalas se iba agravando el estado de salud de Augusto, y algunos sospechaban un crimen de su esposa. De hecho se había esparcido el rumor de que pocos meses antes, sin saberlo más que algunos elegidos y acompañado solamente por Fabio Máximo27, Augusto se había hecho llevar a Planasia a visitar a Agripa, y que allí había habido por ambas partes muchas lágrimas y señales de cariño, de donde parecía surgir la esperanza de que el muchacho fuera devuelto al hogar de su abuelo. [2] Se decía que Máximo se lo había revelado a su esposa Marcia, y ésta a Livia, y que ello había llegado a oídos del César; que muerto Máximo no mucho después, sin que apareciera claro si de muerte provocada, se había oído en su funeral los gemidos de Marcia acusándose de ser la causa de la perdición de su marido. [3] Comoquiera que fuera de ese asunto, Tiberio fue llamado por carta urgente de su madre cuando apenas había entrado en el Ilírico28 ; no se sabe con certeza si cuando encontró a Augusto en la ciudad de Nola29 se hallaba éste todavía con vida o había ya exhalado su espíritu. [4] En efecto, Livia había colocado severas guardias en torno a la casa y por los caminos, y se publicaban de vez en cuando comunicados optimistas; hasta que, tras haberse proveído a lo que la ocasión exigía, un mismo anuncio dio cuenta del fallecimiento de Augusto y de que Tiberio se había hecho cargo del poder30.

Notas de José Luis Moralejo

9. Tras la batalla de Filipos, del año 42 a. C.

10. En batalla naval, entre Milas y Náuloco, en el 36 a. C. ; Sexto Pompeyo era hijo del rival de César; véase SUETONIO, Augusto 16, 1.

11. Lépido quedó pronto al margen del triunvirato ; Antonio se suicidó en el año 30 en Alejandría, sitiada por Augusto tras la batalla de Accio.

12. Se refiere, naturalmente, al que luego será Augusto, hijo adoptivo de su tío-abuelo Julio César.

13. Tácito reproduce probablemente, y no sin ironía, pala­bras literates de Augusto; véase nota 41.

14. Marcelo, hijo de Octavia, hermana de Augusto, nació en 43 y murió en 23 a. C. Estuvo casado con Julia, hija del príncipe, y fue el primero de los frustrados sucesores de Augusto.

15. Marco Vipsanio Agripa, íntimo colaborador militar de Augusto y segundo marido de su única hija Julia, de la que tuvo a Gayo, Ludo, Agripina, Julia y Póstumo Agripa; murió en el 12 a. C.

16. Recuérdese que Tiberio y Druso eran hijos de la esposa de Augusto, Livia, con su primer marido, Tiberio Claudio Nerón; habían nacido en 42 y 38 a. C.

17. Preferirnos no traducir este título, que no corresponde, todavía, al de «emperador», sino al máximo grado militar, que era ostentado simultáneamente por mas de una persona como recompensa a méritos guerreros; véase III 74.

18. Gayo murió en el año 2, y Lucio en el 4 d. C. A sus nietos los había adoptado Augusto como hijos pensando en la suce­sión; de ahí la alusión a Livia como « madrastra», que más bien preferiría que el poder, como de hecho ocurrió, llegara a manos de su propio hijo Tiberio.

19. Druso murió en el 9 a. C. El Nerón que aquí se nombra es, naturalmente, Tiberio, cuyo nombre antes de ser adoptado por Augusto en el 4 d. C. era Tiberio Claudio Nerón.

20. Potestad que, por su especialísima importancia, retuvo Augusto durante casi todo su principado; véase nota 41.

21. Frente a la costa de Etruria, al SO. de la de Elba.

22. Nacido en 15 a. C.

23. Druso el joven, al que había tenido de su matrimonio con Vipsania.

24. En la célebre derrota del bosque de Teutoburgo, en 9 d. C. Véase nota 124.

25. Tiberio residió en la isla desde el 6 a. C. al 2. d. C. Pu­dieron moverlo al retiro tanto la amargura por los escándalos de su esposa Julia, como la situación incómoda en que podia colocarlo el problema sucesorio; allí vivió rodeado de filósofos y adivinos.

26. Comentarios que corrían sobre Druso y Germánico, pese a la popularidad del segundo.

27. Cónsul del año 11 a. C.

28. Provincia situada en el territorio que corresponde, aproximadamente, a la actual Yugoslavia. Tiberio marchaba a hacerse cargo de los ejércitos del Danubio.

29. Ciudad de Campania, a unos 20 kilómetros al NE. de Nápoles.

30. Murió Augusto en Nola, el 19 de agosto del año 14 d. C.

6-15. Acontecimientos subsiguientes a la sucesión

6. La primera hazaña del nuevo principado fue el asesinato de Póstumo Agripa31. A pesar de que lo cogió desprevenido e inerme, a duras penas logró acabar con él un centurión de ánimo decidido. Ninguna referencia al asunto hizo Tiberio en el senado, simulando ejecutar instrucciones de su padre, según las cuales habría ordenado al tribuno encargado de custodiar a Agripa que no dudara en darle muerte tan pronto él hubiera cumplido su último día. [2] Cierto que Augusto se había quejado muchas veces y con saña de la conducta del muchacho, llegando a hacer sancionar su exilio por el senado; pero su dureza no llegó nunca hasta el asesinato de uno de los suyos, y no era creíble que hubiera provocado el de su nieto por la seguridad de su hijastro; más verosímil era que Tiberio y Livia —aquél por miedo, ésta por odios de madrastra— hubieran apresurado el asesinato del muchacho sospechoso y odiado. [3] Al centurión que, según es costumbre en el ejército, le fue a dar cuenta de que estaba hecho lo que había ordenado, le respondió que él no había dado tal orden, y que habría que dar cuenta del hecho ante el senado. Cuando lo supo Salustio Crispo32, que estaba en el secreto —él había enviado al tribuno la orden escrita—, temiendo verse bajo una acusación igualmente peligrosa ya mintiera, ya declarara la verdad, advirtió a Livia que no debían divulgarse los secretos de la casa, los consejos de los amigos ni los servicios de los soldados, ni Tiberio quebrantar la fuerza del principado remitiendo todo al senado, por ser la condición del imperio el que no haya otras cuentas que las que se dan a uno solo.

7. Pero en Roma cónsules, senadores, caballeros, corrieron a convertirse en siervos. Cuanto más ilustres, con tanta más falsía, apresuramiento y estudiada expresión —que no parecieran alegres por la muerte del príncipe ni demasiado tristes por el advenimiento de un sucesor—, mezclaban lágrimas y alegría, lamentos y adulación. [2] Los cónsules Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo fueron los primeros en prestar juramento de fidelidad a Tiberio César, y ante ellos Seyo Estrabón y Gayo Turranio: aquél, prefecto de las cohortes pretorias; éste, prefecto del suministro de grano; luego, el senado, el ejército y el pueblo. [3] Pues Tiberio ponía por delante en todo a los cónsules, como si se tratara de la antigua república y no estuviera decidido a ejercer el imperio. Incluso al edicto por el que convocaba a los senadores a la curia no le puso otro encabezamiento que el de la potestad tribunicia recibida en tiempos de Augusto. [4] Las palabras del edicto eran pocas y de tenor más que modesto: quería consultar al senado sobre los honores a tributar a su padre; no quería separarse de su cuerpo, y ése era el único cometido oficial que tomaba para sí. [5] Ahora bien, muerto Augusto, había dado santo y seña a las cohortes pretorianas en calidad de imperator33 ; tenía guardias, armas y todo lo demás que es propio de una corte; los sollados lo escoltaban al Foro, los soldados lo escoltaban a la curia. Las cartas que envió a los ejércitos daban por sentado que se había convertido en príncipe; en ninguna parte, a no ser en el senado, se expresaba de manera vacilante. [6] La causa principal era el miedo, no fuera que Germánico, en cuyas manos estaban tantas legiones e incalculables fuerzas aliadas auxiliares, y que gozaba de asombroso favor entre el pueblo, prefiriera tener el imperio a esperarlo. [7] En interés de su propio prestigio procuraba parecer elegido y llamado por la república más que sinuosamente impuesto por las intrigas de una esposa y la adopción de un viejo. Más tarde se vio también que había aparentado este aire de duda para conocer las voluntades de los hombres influyentes; pues convirtiendo en acusaciones las palabras y las miradas las iba guardando dentro de sí.

8. El primer día de senado no permitió que se tratara más que de las últimas disposiciones referentes a Augusto, cuyo testamento, que fue presentado por las vírgenes vestales, señalaba a Tiberio y Livia como herederos. Livia era introducida por adopción en la familia Julia y tomaba el nombre de Augusta; como segundos herederos había inscrito a sus nietos y biznietos, y en tercer grado a los notables del estado; la mayoría de ellos, personas a quienes odiaba, haciéndolo por jactancia y afán de gloria ante la posteridad. [2] Sus legados no iban más allá de lo normal entre ciudadanos, a no ser que donó al pueblo y a la plebe 43.500.000 sestercios34, a los soldados de las cohortes pretorianas mil a cada uno, < quinientos a los soldados urbanos >35, a los legionarios y a las cohortes de ciudadanos romanos trescientos por cabeza. [3] Luego se trató de los honores; buscando los más insignes propusieron, Galo Asinio, que el cortejo pasara bajo un arco triunfal, y Lucio Arruncio que se exhibieran a la cabeza los títulos de las leyes por él promulgadas y los nombres de los pueblos por él vencidos. [4] Proponía además Mesala Valerio que se renovara anualmente el juramento a nombre de Tiberio; y preguntado por Tiberio si había exteriorizado tal iniciativa por mandato suyo, respondió que lo había dicho espontáneamente, y que en las cosas que se refieren a la república no había de usar sino de su propio parecer, aun exponiéndose a molestar: ¡era ya lo último que quedaba por ver en materia de adulación! [5] Claman a coro los padres36 que el cuerpo debe ser llevado a la pira a hombros de senadores. Accedió37 el César con una modestia no exenta de arrogancia, y por medio de un edicto advirtió al pueblo para que —al igual que antaño había perturbado el funeral del Divino Julio por exceso de celo— no pretendiera quemar también a Augusto en el Foro, en lugar de en el Campo de Marte, lugar señalado para su sepultura38. [6] El día del funeral estaban los soldados como en pie de guerra, con gran risa de quienes habían visto ellos mismos o sabido por sus padres del día aquel de la servidumbre todavía fresca y de la libertad en vano buscada, cuando la muerte del dictador César les parecía a unos el hecho más lamentable, a otros el más hermoso: «ahora —se decía— un príncipe anciano, de largo reinado, incluso tras haberse asegurado las fortunas de sus herederos a costa de la república, necesita protección militar para que sea tranquila su sepultura».

9. Con tal motivo mucho se habló del propio Augusto, prestando los más su admiración a verdaderas banalidades: que el mismo día había sido antaño el primero en que había ejercido el imperio y ahora el último de su vida39 ; que había terminado su vida en Nola, en la misma casa y habitación en que su padre Octavio. [2] Se celebraba incluso el número de sus consulados, con el que había igualado a Valerio Corvo y a Gayo Mario juntos40, su potestad tribunicia, prolongada sin interrupción por treinta y siete años41, el título de imperator conseguido veintiuna veces, y otros honores multiplicados o nuevos. En cambio, entre la [3] gente sensata su vida era objeto de juicios contrapuestos, que ya la enaltecían, ya la censuraban. Decían los unos que la piedad para con su padre y la crisis de la república, en la que no había entonces lugar para las leyes, eran las que lo habían arrastrado a la guerra civil, la cual no puede preverse ni realizarse con arreglo a la moral. [4] Muchas concesiones había hecho a Antonio con tal de castigar a los que habían matado a su padre42, y muchas también a Lépido. Después de que éste se hubiera hundido por su falta de energía y aquél acabara perdido por sus excesos, no quedaba para la patria en discordia otro remedio que el gobierno de un solo hombre. [5] Sin embargo, no había consolidado el estado con una monarquía ni con una dictadura, sino con el simple título de príncipe43; su imperio estaba resguardado por el mar Océano o por remotos ríos44 ; las legiones, las provincias, las flotas, todo estaba estrechamente unido; el derecho reinaba entre los ciudadanos, la sumisión entre los aliados; la propia Ciudad45 había sido magníficamente embellecida; en bien pocos casos se había empleado la fuerza, y ello por garantizar a los demás la paz.

10. Se decía en contra que la piedad para con su padre y las circunstancias por que pasaba la república las había tomado como pretexto; que, por lo demás, era la ambición de dominar lo que le había llevado a ganarse con dádivas a los veteranos; siendo un muchacho y un simple particular se había organizado un ejército, había corrompido a las legiones de un cónsul46, había simulado adhesión al partido de Pompeyo. [2] Que más tarde, tras haber usurpado por un decreto de los senadores los haces y la jurisdicción del pretor, una vez muertos Hircio y Pansa47 —ya los hubieran eliminado los enemigos, ya a Pansa un veneno vertido en su herida y a Hircio sus propios soldados y César48 como maquinador del dolo—, se había apoderado de las tropas de ambos; que el consulado se lo había arrancado por la fuerza al senado, y que las armas que había tomado contra Antonio las había vuelto contra la república; las proscripciones de ciudadanos y los repartos de tierras no habían sido aprobados ni por quienes las habían llevado a término. [3] Cierto que el final de Casio y de los Brutos había sido un tributo a las enemistades paternas, aunque sea lícito subordinar los odios privados a los intereses públicos; pero a Pompeyo lo había engañado con una apariencia de paz, a Lépido con una amistad simulada; más tarde Antonio, ganado por los pactos de Tarento y de Brindis y por el matrimonio con su hermana, había pagado con la muerte las consecuencias de una alianza desleal49. [4] No había duda de que tras todo esto había llegado la paz, pero una paz sangrienta: los desastres de Lolio y Varo50, los asesinatos en Roma de los Varrones, los Egnacios, los Julos51. [5] No se mostraban más moderados al hablar de su vida privada: le había quitado la esposa a Nerón, y en un verdadero escarnio había consultado a los pontífices si podía casarse según los ritos aquella mujer que había concebido y estaba a la espera de dar a luz52; los excesos de ***53 y de Vedio Polión; por último Livia, dura madre para la república, dura madrastra para la casa de los Césares. [6] No había dejado honores para los dioses, pues se hacía venerar en templos y en imágenes divinas por flámenes y sacerdotes54. [7] Ni siquiera a Tiberio lo había adoptado como sucesor por afecto o por cuidado de la república; antes bien, dado que había calado en su arrogancia y crueldad, se había buscado la gloria con la peor de las comparaciones. La verdad es que unos años antes Augusto, cuando solicitaba de los senadores la potestad tribunicia para Tiberio por segunda vez, aunque envueltos en términos laudatorios, le había lanzado algunos reproches en torno a su carácter, maneras y costumbres, aparentando excusarlo. [8] Por lo demás, terminado el sepelio según el rito tradicional, se le decretan un templo y cultos divinos.

11. Luego las preces se dirigieron a Tiberio. Empezó él a divagar sobre la magnitud del imperio y sobre su propia modestia: sólo la mente del divino Augusto —decía— estaba a la altura de tan inmensa mole; él, a quien aquél había llamado a participar de sus trabajos, sabía por experiencia cuán ardua era, cuán sujeta a la fortuna la carga de gobernarlo todo. Por ello, en un estado que se apoyaba sobre tantos ilustres varones, no debían concentrarlo todo en uno solo; entre varios y aunando esfuerzos llevarían a término con mayor [2] facilidad las tareas de la república. En tal discurso había más de dignidad que de sinceridad; las palabras de Tiberio, incluso en cosas que no trataba de ocultar, ya por naturaleza, ya por costumbre, eran siempre vagas y oscuras, y en aquella ocasión, dado que se esforzaba por esconder celosamente sus pensamientos, quedaban envueltas en incertidumbre y ambigüedad aún mayores. [3] Pero los senadores, que no tenían miedo sino de que pareciera que entendían, se deshacían en quejas, en lágrimas, en ruegos; tendían sus manos a los dioses, a la efigie de Augusto, a las rodillas de Tiberio, cuando él ordenó traer y leer un cierto memorial. [4] Se contenían en el mismo el inventario de los recursos públicos, el número de ciudadanos y de aliados que estaban sobre las armas, la relación de flotas, de reinos y de provincias, los impuestos y rentas, los gastos necesarios y los donativos. Todo ello lo había escrito Augusto de su propia mano, y había añadido el consejo de mantener el imperio dentro de sus límites, sin que se viera claro si por temor o por envidia55.

12. Cuando en tal situación el senado se rebajaba a las más humildes súplicas, dijo de pronto Tiberio que, si bien se consideraba incapaz de gobernar todo el estado, se le adjudicara alguna parte del mismo, cuya tutela tomaría a su cargo. [2] Le dijo entonces Asinio Galo56: «Quiero preguntarte, César, qué parte de la república deseas que se te encomiende. » Desconcertado por esta interpelación imprevista se quedó callado por un momento; luego, cobrando ánimo, le respondió que no le parecía en absoluto decoroso para su dignidad el escoger o evitar cosa alguna de algo que preferiría declinar en su totalidad. [3] De nuevo Galo, que por la expresión de Tiberio se había dado cuenta de que lo había herido, le dijo que no lo había interrogado para dividir cosas que no podían separarse, sino para convencerlo con su propia confesión de que uno solo era el cuerpo de la república, y de que debía ser regido por un solo espíritu. Añadió una loa de Augusto, y recordó a Tiberio sus propias victorias y las grandes cosas que vistiendo la toga había hecho a lo largo de tantos años57. [4] Mas ni aun así calmó su resentimiento, que se había ganado ya tiempo atrás por parecerle que al tomar en matrimonio a Vipsania, la hija de Marco Agripa que fuera antaño esposa de Tiberio58, abrigaba proyectos por encima de los de un simple ciudadano, y que conservaba el ánimo arrogante de su padre, Polión Asinio59.

13. A continuación Lucio Arruncio, con un discurso no muy diferente del de Galo, lo ofendió de manera similar, aunque no tenía Tiberio ningún viejo resentimiento contra Arruncio; pero lo predisponían contra él su riqueza, su decisión, su extraordinaria categoría y una pareja popularidad. [2] De hecho Augusto en una de sus últimas conversaciones, tratando de quiénes, pudiendo hacerse con el primer lugar, lo declinarían aun teniendo capacidad para desempeñarlo, de quiénes aspiraban a él sin dar la talla, y de quiénes tenían capacidad para el mismo y además lo ambicionaban, había dicho que Marco Lépido60 era capaz pero que no tenía interés, Asinio Galo lo ambicionaba pero no estaba a la altura, Lucio Arruncio no era indigno y, si se le daba la ocasión, lo intentaría. [3] Hay acuerdo acerca de los dos primeros, en cambio algunos han puesto a Gneo Pisón61 en lugar de Arruncio; pues bien, todos ellos, salvo Lépido, se vieron más tarde perdidos por acusaciones urdidas por Tiberio62. [4] También Quinto Haterio y Mamerco Escauro63 lastimaron su ánimo suspicaz; Haterio porque dijo: «¿Hasta cuándo permitirás, César, que la república esté sin cabeza?»; Escauro por haber expresado su esperanza en que no serían vanas las preces del senado habida cuenta que no había interpuesto el veto de su potestad tribunicia a la moción de los cónsules. Contra Haterio reaccionó inmediatamente; a Escauro, contra quien nutría un odio más implacable, lo dejó por el momento sin respuesta. [5] Al fin, abrumado por el unánime clamor, se fue plegando a los ruegos individuales, pero sin declarar abiertamente que aceptaba el imperio, sino dejando simplemente de decir que no y de hacerse rogar. Consta que habiendo entrado Haterio en el Palacio64 para suplicarle perdón y como se postrara a las rodillas de Tiberio, a quien halló paseando, estuvo a punto de ser muerto por los soldados cuando Tiberio cayó ya por casualidad, ya por haberse abrazado Haterio a sus piernas. Mas el peligro que corría un hombre de tanta talla no lo calmó hasta que Haterio suplicó a Augusta y se vio protegido por sus insistentes preces.

14. Grande fue también la adulación de los senadores para con Augusta: los unos proponían que se la llamara Parens Patriae, los otros Mater Patriae65; los más, que se añadiera al nombre del César el apelativo de «hijo de Julia». [2] Él repitió una y otra vez que se debía poner un límite a los honores de las mujeres, y que había de usar de la misma templanza en los que le atribuyeran a él mismo; por lo demás, inquieto por la envidia y tomando el encumbramiento de una mujer como una mengua para él, ni siquiera permitió que se le adjudicara un lictor66, y prohibió erigir un altar por su adopción y otras cosas por el estilo. [3] En cambio, pidió para Germánico César el imperio proconsular67, y envió legados para comunicárselo y para, al mismo tiempo, consolar su tristeza por el fallecimiento de Augusto. La razón por la que no solicitó lo mismo para Druso fue que era cónsul designado y estaba presente. [4] Nombró doce candidatos a la pretura, número establecido por Augusto; y cuando el senado le pidió que los aumentara, se obligó con juramento a no sobrepasarlo jamás.

15. Entonces por vez primera se trasladaron las elecciones del Campo de Marte al senado; pues hasta ese día, aunque las más trascendentes se hacían según el arbitrio del príncipe, todavía algunas se desarrollaban conforme a los intereses de las tribus. El pueblo no se quejó de que se le arrebatara su derecho sino con insignificantes rumores, y el senado, que así se libraba de tener que hacer donativos y ruegos humillantes, lo ejerció a gusto. Tiberio se limitó a recomendar no más de cuatro candidatos, que debían ser designados sin posibilidad de fracaso ni juego electoral. [2] Entre las solicitudes presentadas por los tribunos de la plebe estaba la de organizar a sus propias expensas unos juegos que en memoria de Augusto se añadieron a los fastos y se llamaron Augustales. Sin embargo se votó a tal fin un presupuesto salido del erario, y que los tribunos usaran en el circo de vestidura triunfal; no se les permitía ir en carro. [3] Luego, la celebración anual se transfirió al pretor al que correspondiera la jurisdicción entre ciudadanos y extranjeros.

Notas de José Luis Moralejo

31. Es bastante habitual en Tácito la inversión de los elementos componentes de los nombres propios; así tenemos aquí Póstumo Agripa frente al normal Agripa Póstumo de los capítulos 3, 4, etc.

32. Caballero romano, sobrino, luego hijo adoptivo, del historiador Salustio.

33. Es decir, de general en jefe; véase IV 74, 4.

34. El legado «al pueblo» iba en realidad dirigido al tesoro público y era de 40 millones de sestercios; «a la plebe», es decir, a las tribus, fue a parar el resto de la cantidad global; véase SUETONIO , Augusto 101.

35. El texto suplido —urbanis quingenos — se debe a Sauppe, con base en SUETONIO, Augusto 101.

36. La de patres (conscripti) es denominación tradicional de los senadores.

37. El verbo remisit podría también traducirse por «declinó», aunque sea el sentido que hemos puesto en el texto el que parece más apoyado por otros traductores y los testimonios complementarios; puede verse al respecto la nota correspondiente de la edición de WUILLEUMIER.

38. Se trata del mausoleo familiar, conservado todavía, construido por Augusto en el extremo N. del Campo de Marte, entre el Tíber y la Vía Flaminia.

39. Se trata del 19 de agosto de los años 43 a. C. y 14 d. C. 40. Valerio Corvo había sido cónsul siete veces en el transcurso del siglo IV a. C. ; Gayo Mario, el dictador, seis veces entre 107 y 86 a. C.

41. Véase III 56; Augusto retuvo una potestad propia de tribuno de la plebe, magistratura de excepcional importancia en el juego político romano, desde el año 23 hasta su muerte, si bien la compartió con sus presuntos sucesores. Esta magistratura le daba derecho a convocar al senado y a interponer un veto a sus resoluciones en nombre de la plebe.

42. Julio César, su padre adoptivo.

43. Véase cap. 1; el título de princeps era constitucionalmente atípico, y suponía una ambigüedad que Augusto parece haber mantenido deliberadamente mientras ejercía de hecho un supremo poder apoyado en su título de imperator y en su potestad tribunicia.

44. En el momento de la muerte de Augusto eran límite oriental del imperio, en territorio europeo, el Rin y el Danubio; en el asiático lo era el Éufrates.

45. Tácito recurre, para referirse a Roma, a la habitual antonomasia de llamarla la Urbs. 46 Se refiere a Antonio y al año 44 a. C.

46. Se refiere a Antonio y al año 44 a. C.

47. Cónsules del año 43, dramáticamente caídos en el transcurso de las guerras civiles desarrolladas durante su magistratura.

48. Se refiere, naturalmente, a Augusto, entonces todavía César Octaviano.

49. Los pactos de Brindis (40 a. C. ) y de Tarento (37 a. C. ) supusieron sucesivas treguas en la lucha final por el poder único. Antonio desposó a Octavia, hermana de Augusto, a la que abandonó luego para unirse a Cleopatra.

50. En los años 16 a. C. y 9 d. C. , ambos en lucha contra los germanos.

51. Se trata de plurales «estilísticos» de un tipo también corriente en castellano: se transfiere la pluralidad de un conjunto a cada uno de sus miembros. Varrón y Egnacio perdieron la vida tras una conspiración contra Augusto en el año 23 a. C. En cuanto a Julo Antonio, hijo de Marco Antonio, fue castigado con la muerte en el 2 a. C. como amante de Julia, hija única de Augusto.

52. Sobre la tortuosa historia del matrimonio del que luego sería Augusto con Livia, véase V 1; tuvo lugar en el año 38 a. C.

53. Lugar fragmentario o corrompido en que se lee un que tedii que no da sentido alguno; parece que el texto incomprensible oculta un nombre propio.

54. Los flamines eran sacerdotes de Júpiter, Marte y Quirino. Del culto de Augusto se encargaban los seuiri Augustales.

55. SUETONIO (Augusto 101) proporciona información detallada sobre este memorial.

56. Cónsul del año 8 a. C.

57. La expresión in toga corresponde a las acciones notables en la vida política y civil de Roma, por contraposición a sus hechos militares.

58. Tiberio, cuyo matrimonio con Vipsania —madre de su hijo Druso— parece haber sido muy feliz, fue obligado por Augusto a repudiarla en 12 a. C. para casarse con su hija Julia al quedar ésta viuda de Agripa. Suetonio pinta con gran poder emotivo el sentimiento de Tiberio ante esta imposición, y cómo siguió, tras la separación, firme en su amor (cf. SUET . , Tiberio 7).

59. Gayo Asinio Polión, cónsul en el 40 a. C. ; su larga vida (76 a. C. a 4 d. C. ) cubre toda la época de crisis de la república y consolidación del principado, en cuyos orígenes desempeñó numerosos cargos a pesar de sus antecedentes republicanos. Fue orador notable y poeta, protector y amigo de Virgilio, que le dedica la famosa Égloga IV, aparte otras numerosas alusiones. Se le tiene por fundador de la primera biblioteca pública de Roma. 60. Emilio Lépido, cónsul en 6 d. C.

61. Gneo Calpurnio Pisón, cónsul en 7 a. C. Se lo tuvo por causante de la muerte de Germánico en el 19 d. C. , lo que le acarreó la suya en el 20. Véase, especialmente, III 7 y sigs.

62. Como hace notar WUILLEUMIER , esta imputación a Tiberio sólo parece justificada en el caso de Asinio Galo. 63. Cónsules en 5 a. C. y 21 d. C. , respectivamente.

64. Palatium, de donde «palacio» como nombre común, era la denominación de la colina romana también llamada mons Palatinus. En él se hallaba la casa de Livia, que se convirtió más tarde en la de Augusto y de sus sucesores los Césares, quienes ampliaron el palacio hasta ocupar la práctica totalidad de la colina.

65. El texto reza: alii parentem, alii matrem patriae apellandam. Algunos intérpretes —como WUILLEUMIER — no creen que el genitivo patriae se refiera también a parentem, de manera que éste título vendría a ser para ellos simplemente «madre», o «madre del emperador». Nosotros creemos, al contrario, que el genitivo depende de ambos acusativos, y que la discusión de los senadores es sobre si llamarla parens —literalmente «la que pare»— o mater, término de significación más restringida, aunque en ambos casos «de la patria». Nuestra interpretación nos parece confirmada por SUETONIO (Tiberio 50, 3), quien dice que el príncipe no toleró que llamaran a su madre «parentem patriae». Hemos preferido no traducir las denominaciones por no existir un término adecuado para parens a no ser el de «madre», que reclama para sí el inmediato mater y con mayor derecho.

66. Funcionarios portadores de los fasces, adscritos a la compañía y servicio de magistrados y sacerdotes superiores.

16-30. Motín de las legiones de Panonia

16. Tal era el estado de cosas en Roma, cuando estalló una sedición en las legiones de Panonia68, no por una causa nueva, sino más bien porque el cambio de príncipe parecía ofrecer licencia para perturbaciones y esperanza de recompensas tras una guerra civil. [2] Estaban reunidas tres legiones en los campamentos de verano al mando de Junio Bleso69 , quien, al enterarse del final de Augusto y del advenimiento de Tiberio, ya por duelo, ya por alegría, había interrumpido los ejercicios habituales. A partir de ahí empezaron los soldados a darse a la licencia, a la discordia, a prestar oídos a las palabras de los peores; luego a buscar la comodidad y el ocio, a rehuir la disciplina y el esfuerzo. [3] Había en el campamento un tal Percennio, antaño jefe de una claque de teatro y luego soldado raso, hombre de lengua procaz y ducho en la agitación por las mañas propias de la escena. Este sujeto fue moviendo poco a poco, en coloquios nocturnos, aquellos ánimos inexpertos e inquietos por el porvenir de la milicia después de Augusto y, al atardecer y cuando los buenos se habían retirado, reunía a la peor gente.

17. Al fin, dispuestos ya también los demás artífices de la sedición, les preguntaba en tono de arenga por qué obedecían a unos pocos centuriones y aún menos tribunos70 a la manera de siervos. ¿Cuándo se atreverían a exigir un remedio si no abordaban al príncipe nuevo y todavía vacilante con ruegos o con las armas? [2] Bastante habían pecado de cobardía por tantos años tolerando servir por treinta o cuarenta71 hasta acabar viejos y, en la mayoría de los casos, con el cuerpo mutilado por las heridas. [3] Además —decía—, tampoco los licenciados quedaban libres de la milicia, sino que acampados al pie de un estandarte soportaban, con otro nombre, las mismas fatigas72. Y si alguno lograba salir de tantos peligros de muerte, todavía se lo arrastraba a tierras remotas, donde con la etiqueta de campos recibía pantanos encharcados y montes incultos73. [4] Y desde luego, la milicia misma era bien penosa y sin fruto: se valoraban cuerpo y alma en diez ases por día; de ahí tenía que salir el vestuario, las armas, las tiendas; de ahí el pago para prevenir la crueldad de los centuriones y obtener la rebaja de servicios74. Pero, ¡por Hércules!, los golpes y heridas, la dureza del invierno, las fatigas del verano, las atrocidades de la guerra o la esterilidad de la paz eran algo sempiterno. [5] No había, pues, otra solución que la de que se entrara en la milicia bajo condiciones establecidas: que ganaran un denario por día, que a los dieciséis años de servicio recibieran el licenciamiento definitivo, y no se los retuviera por más tiempo bajo los estandartes75, antes bien, que en el mismo campamento se les pagara el premio en dinero. [6] ¿Acaso las cohortes pretorianas76, que ganaban dos denarios por día, que a los dieciséis años eran devueltas a sus hogares, corrían más peligros? No pretendía —alegaba— denigrar a las guarniciones urbanas; pero él, entre pueblos salvajes, veía desde las tiendas al enemigo.

18. Reaccionaba con gritos la masa, y exhibiendo motivos diversos de excitación; mostraban los unos irritados las marcas de los golpes, los otros sus canas, la mayoría su vestuario destrozado y su cuerpo desnudo. [2] Al fin llegaron a tal grado de furor que pretendieron juntar en una sola las tres legiones. Los disuade el espíritu de cuerpo, pues cada cual exigía aquel honor para su legión, por lo cual cambian de plan y colocan juntas las tres águilas y los estandartes de las cohortes77 ; al tiempo amontonan terrones y levantan un tribunal78 , para que el emplazamiento resulte más visible. [3] Mientras se daban prisa en estos quehaceres, llegó Bleso y comenzó a increparlos y a retenerlos individualmente gritando: «Mejor será que os ensangrentéis las manos con mi muerte; será más leve la infamia de matar a vuestro legado que la de desertar de vuestro emperador. Mantendré salvando la vida la lealtad de las legiones, o degollado apresuraré vuestro arrepentimiento. »

19. Mas no por ello dejaban de amontonar terrones79, y ya les llegaban a la altura del pecho cuando al fin, vencidos por la obstinación de Bleso, desistieron de su empresa. [2] Bleso, hablando con gran habilidad, les dijo que las aspiraciones de los soldados no habían de presentarse al César por medio de sediciones y motines; ni los antiguos a los generales de antaño ni ellos mismos al divino Augusto habían formulado unas peticiones tan inusitadas; además, de manera poco oportuna recargaban las preocupaciones de un príncipe que estaba empezando; [3] si a pesar de todo pretendían intentar en la paz lo que ni siquiera los vencedores de las guerras civiles habían reclamado, ¿por qué contra el hábito de la subordinación, contra el sagrado derecho de la disciplina se aprestaban a usar de la fuerza? Debían elegir delegados y darles instrucciones en su presencia. [4] Por aclamación decidieron que el hijo de Bleso, que era tribuno, desempeñara aquella legación, y que pidiera para los soldados el licenciamiento a partir de los dieciséis años de servicio; las demás reivindicaciones se las encargarían cuando se hubiera logrado la primera. [5] Con la partida del joven se produjo un poco de calma; pero los soldados se llenaban de soberbia por el hecho de que el hijo del legado convertido en portavoz de la causa común mostrara bien a las claras que por la coacción habían arrancado lo que por la sumisión no habían conseguido.

20. Entretanto, unos manípulos80 que habían sido enviados antes de comenzar la sedición a Nauporto, por razón de los caminos, puentes y otras necesidades, una vez que se enteraron del motín ocurrido en el campamento, arrancan los estandartes, saquean los pueblos vecinos, y el propio Nauporto, que tenía carta de municipalidad81 ; a los centuriones que tratan de contenerlos los vejan con risas e insultos y, al cabo, también con golpes, con especial encono contra el prefecto de campamento82, Aufidieno Rufo, al que sacan de su vehículo, lo cargan de bagajes y lo hacen marchar a la cabeza de la formación preguntándole en son de escarnio si soportaba a gusto tan enormes pesos, tan largas caminatas. [2] Y es que Rufo, largo tiempo soldado raso, luego centurión, más tarde prefecto de campamento, trataba de restablecer la vieja y dura vida militar, fanático del trabajo y la fatiga, y más intolerante cuanto que él los había soportado.

21. Con la llegada de esta gente se renueva la sedición, y vagando de un lado para otro se dedicaban a saquear los alrededores. Bleso ordena que a unos pocos, los más cargados de botín, para escarmiento de los demás los azoten y los encierren en el calabozo; pues entonces todavía obedecían al legado los centuriones y los mejores de los soldados; [2] pero ellos se resistían por la fuerza a los que los llevaban presos, se agarraban a las rodillas de los circunstantes, gritaban ya el nombre de cada cual, ya el de la centuria a la que cada uno pertenecía como soldado, el de la cohorte, el de la legión, repitiendo a voces que eso mismo les esperaba a todos. Al tiempo, acumulan insultos contra el legado, invocan al cielo y a los dioses, no omiten ningún medio con el que pudieran provocar el odio, la compasión, el miedo y la ira. [3] Todos se deciden a socorrerlos, y violentando el calabozo sueltan sus cadenas y permiten ya mezclarse con ellos a los desertores e incluso a los condenados a muerte.

22. Se recrudece entonces la violencia, se multiplican los caudillos de la sedición. Un tal Vibuleno, soldado raso, levantado en hombros de los circunstantes ante el tribunal de Bleso, dice a los amotinados, pendientes de lo que él tramaba: «Ciertamente vosotros habéis devuelto la luz y el aliento a estos desgraciados inocentes; ¿pero quién devuelve a mi hermano la vida, y quién me devuelve el hermano a mí? A él, que os había sido enviado a vosotros por el ejército de Germania para tratar de comunes intereses, lo ha hecho degollar la noche pasada por medio de sus gladiadores, a quienes tiene y arma para matar soldados. Responde, Bleso, ¿dónde has arrojado el cadáver? [2] Ni siquiera los enemigos llevan su odio hasta negar la sepultura. Una vez que con besos y con lágrimas haya satisfecho mi dolor, manda asesinarme también a mí, con tal de que éstos sepulten a los que hayamos sido muertos no por crimen alguno, sino porque nos ocupábamos del bien de las legiones. »

23. Daba fuego a sus palabras con su llanto, y golpeándose pecho y rostro con las manos. Luego, apartando a aquellos en cuyos hombros se sostenía, y postrándose rostro en tierra ante los pies de cada uno, suscitó tanta consternación e ira, que una parte de los soldados encadenó a los gladiadores que estaban al servicio de Bleso, parte al resto de sus esclavos, y otros se dispersaron a la búsqueda del cadáver. [2] Y si no llega a ser porque pronto se vio que no aparecía cuerpo alguno, y que los esclavos puestos en la tortura negaron el asesinato, y se supo que nunca había tenido un hermano, poco les faltó para acabar con el legado. [3] Sin embargo, a los tribunos y al prefecto de campamento los persiguieron, y saquearon sus bagajes mientras huían. Además, fue muerto el centurión Lucilio, al cual habían puesto de mote —una gracia típicamente militar— «Daca otra», porque, tras quebrar su vara de vid83 en las espaldas de un soldado, pedía en voz alta otra, y luego otra. [4] Los demás se escondieron para protegerse; los soldados retuvieron solamente a Clemente Julio, a quien consideraban por lo dispuesto de su carácter como idóneo para transmitir sus reclamaciones. [5] Incluso dos legiones, la VIII y la XV, estaban a punto de acometerse con las armas, pues aquélla pretendía que se diera muerte a un centurión apellidado Sírpico, mientras que los de la XV lo protegían; pero intervinieron los soldados de la IX con ruegos e incluso con amenazas para el caso de que los desoyeran.

24. La noticia de estos sucesos empujó a Tiberio, aunque era de carácter enigmático y especialmente dado a ocultar los hechos más lamentables, a enviar allá a su hijo Druso con los principales del estado y dos cohortes pretorias, sin instrucciones concretas a no ser las de tomar decisiones a la vista de las circunstancias. Las cohortes, formadas con soldados escogidos, eran de una confianza por encima de lo habitual. [2] Se les añadió gran parte de la caballería pretoriana y un fuerte grupo de germanos que tenían por entonces a su cargo la custodia del emperador; al mismo tiempo Elio Sejano84, prefecto del pretorio nombrado colega de su padre Estrabón y hombre de gran confianza de Tiberio, actuaría como guía del joven y haría ver a los demás los peligros y las recompensas. [3] Cuando Druso se acercaba, salieron a recibirlo las legiones como por espíritu de subordinación, pero sin la alegría habitual y sin galas en sus enseñas; antes bien, mostraban un aspecto de sucio desarreglo y una expresión que fingía tristeza, aunque más cerca estaban de la rebeldía.

25. Una vez que hubo atravesado la empalizada, ponen guardias en las puertas y ordenan que pelotones armados ocupen ciertos puntos del campamento; los demás, en una formación enorme, rodean el tribunal. Estaba en pie Druso reclamando silencio con las manos. [2] Ellos, cuantas veces dirigían sus ojos a la multitud, se ponían a alborotar con gritos feroces; pero cuando volvían su mirada hacia el César se echaban a temblar; un murmullo incierto, un clamor atroz, y de repente la calma; por movimientos contrarios de sus ánimos ya se llenaban de temor, ya lo producían. [3] Al fin, cuando se interrumpe el tumulto, lee la carta de su padre, en la que estaba escrito que él tenía especialísimo cuidado de aquellas legiones de valor sin par con las que había soportado tantas guerras; que tan pronto como su ánimo se viera aliviado del duelo, trataría en el senado de sus reclamaciones; que entretanto les había enviado a su hijo para que sin vacilación les concediera lo que se les pudiera dar en el momento; lo demás debía reservarse al senado, a quien no era justo dejar al margen ni de la benevolencia ni de la severidad.

26. Respondió la asamblea que había dado al centurión Clemente el encargo de hablar en su nombre. Empezó él a tratar del licénciamiento a los dieciséis años, de las recompensas del final del servicio, de que el estipendio fuera un denario por día, de que no se retuviera a los veteranos bajo los estandartes. Como Druso replicara con el juicio del senado y de su padre, fue interrumpido por los gritos: [2] ¿A qué había venido si no era para aumentar los estipendios de los soldados ni para aliviar sus fatigas, en fin, sin licencia alguna para favorecerles? Por Hércules, decían, que para dar golpes y para matar se daba autorización a todos.Tiberio acostumbraba antaño a frustrar las aspiraciones de las legiones invocando el nombre de Augusto; Druso había echado mano de las mismas artes. ¿Acaso nunca iban a comparecer ante ellos sinosimples hijos de familia? [3] Era realmente algo sin precedentes el que el emperador remitiera al senado solamente las cuestiones relativas al interés del ejército. Según eso habría que consultar al senado también cuando se decidían ejecuciones o guerras. ¿Es que las recompensas dependían de los señores y los castigos no tenían control?

27. Al fin abandonan el tribunal, y cuando se topaban con alguno de los soldados pretorianos o de los amigos del César, les tendían el puño, buscando discordia y pretexto para una lucha armada, especialmente irritados contra Gneo Léntulo, puesto que se creía que él, que estaba por delante de los otros en edad y gloria militar, era quien daba fuerzas a Druso y era el primero en repudiar aquellos desafueros en el ejército. [2] Y no mucho después, cuando separándose del César se dirigía de nuevo al campamento de invierno en previsión del peligro que amenazaba, lo rodean preguntándole adonde iba, si junto al emperador o al senado, para también allí oponerse a los intereses de las legiones; al mismo tiempo se lanzan sobre él y le arrojan piedras. Y cuando estaba ya cubierto de sangre por las pedradas y seguro de su final, acudió corriendo la tropa que había venido con Druso y lo protegió.

28. Aquella noche amenazadora y a punto de estallar en crimen vino a ser apaciguada por el azar. En efecto, de repente, en el cielo sereno se vio menguar la luna. El soldado, que ignoraba la causa, lo tomó como un presagio concerniente al momento, igualando el eclipse del astro a sus fatigas, y suponiendo que la marcha de sus asuntos llegaría a buen final si la diosa recuperaba su brillo y claridad. [2] Así, pues, hacen resonar el bronce y el clamor de tubas y cuernos; según la luna se volviera más clara o más oscura se alegraban o se estristecían; y cuando surgieron unas nubes que la ocultaban a la vista y la creyeron hundida en las tinieblas, con la propensión a la superstición que tienen tales mentes una vez que están impresionadas, se lamentaban de que se les anunciaba una fatiga sin fin, y de que los dioses estaban disgustados por lo que habían hecho. [3] Pensando el César85 que había que aprovecharse de tal cambio y manejar sabiamente lo que la fortuna había brindado, manda recorrer las tiendas; se hace venir al centurión Clemente y a cuantos los hacían aceptos a la masa sus buenas cualidades. [4] Éstos se mezclan a las guardias nocturnas, a los centinelas, a las guardias de puertas; les ofrecen esperanzas, procuran infundirles miedo: «¿Hasta cuándo tendremos sitiado al hijo del emperador? ¿Cuándo terminará la lucha? ¿Es que vamos a prestar juramento a Percennio y a Vibuleno? ¿Es que Percennio y Vibuleno van a repartir estipendios a los soldados, tierras a los licenciados? En fin, ¿van a hacerse con el imperio del pueblo romano en lugar de los Nerones y los Drusos? [5] ¿Por qué, antes bien, ya. que fuimos los últimos en la culpa, no somos los primeros en el arrepentimiento? Las reclamaciones comunitarias marchan despacio, en cambio la gracia particular tan pronto se gana, en seguida se recibe. » [6] Sembrando tales ideas, lograron impresionarlos y crear recelos entre ellos, con lo que quebrantaron la unidad entre bisoños y veteranos, entre legión y legión. Empezó entonces a volver poco a poco la inclinación a la disciplina, abandonan las puertas, los estandartes que al principio de la sedición habían reunido en un solo lugar los devuelven a sus emplazamientos.

29. Druso, convocada la asamblea al amanecer, aunque no era buen orador, con su ingénita dignidad les reprochó su anterior conducta, alabándoles la presente. Les dice que no se deja amilanar por el miedo ni por las amenazas; que si los ve inclinados a la subordinación, si se lo piden en tono de súplica, escribirá a su padre para que escuche benévolo los ruegos de las legiones. [2] A petición de ellos, son enviados a Tiberio de nuevo el mismo Bleso y Lucio Aponio, caballero romano de la cohorte de Druso, y Justo Catonio, centurión de la primera cohorte. [3] Hubo luego contraste de opiniones, dado que unos estimaban conveniente esperar el regreso de los comisionados, y entretanto calmar a la tropa tratándola con suavidad; otros, en cambio, que había que aplicar remedios más enérgicos: «todo es poco para la masa; aterroriza si no se le causa terror; una vez que se le mete miedo, se la puede despreciar»; añadían que mientras se encontraban dominados por la superstición era el momento de hacerles sentir también miedo del mando, quitando de en medio a los autores de la sedición. [4] Druso era de natural dispuesto a las actitudes más duras: hace llamar y matar a Vibuleno y Percennio. Cuentan los más que fueron enterrados en la tienda del general; otros, que sus cuerpos fueron arrojados fuera del recinto para que sirvieran de ejemplo.

30. Entonces se emprendió la búsqueda de los principales perturbadores, y parte de ellos, que andaban dispersos fuera del campamento, fueron muertos por los centuriones o por los soldados de las cohortes pretorias, mientras que a otros los entregaron los propios manípulos como garantía de su lealtad. [2] Había aumentado las cuitas de los soldados la prematura llegada del mal tiempo, con lluvias continuas y tan recias que no podían salir de las tiendas, ni reunirse unos con otros, y apenas tener cuidado de los estandartes, que eran arrebatados por el vendaval y las aguas. [3] Permanecía además en ellos el miedo de la ira celestial: no en vano menguaban los astros y se precipitaban las tempestades como respuesta a su impiedad; no había otro remedio para sus males —pensaban— que el abandonar aquel campamento maldito y profanado, y que purificado por medio de un sacrificio expiatorio volviera cada cual a su acuartelamiento de invierno. [4] Partió primero la legión VIII, luego la XV; los de la IX clamaban una y otra vez que había que esperar la respuesta de Tiberio; luego, abandonados por la marcha de los otros, decidieron afrontar por las buenas la necesidad que se les imponía. [5] Y así Druso, sin esperar el regreso de los comisionados, puesto que la situación se había calmado bastante, volvió a la Ciudad.

Notas de José Luis Moralejo

67. Se trata de un poder a ejercer fuera de Roma con las mismas atribuciones que un cónsul, y generalmente destinado al desempeño de un mando militar en campaña.

68. Provincia limitada al N. y E. por el Danubio, y al O. y S. por los Alpes; su territorio venía a corresponder a la mitad occidental de la actual Hungría.

69. Cónsul en el 10 d. C. Su fortuna política se vio favorecida por la privanza de su sobrino Sejano con Tiberio.

70. Centuriones y tribunos —unos 60 y 6, respectivamente, para los aproximadamente 5. 500 hombres de cada legión— correspondían, más o menos, a las actuales categorías de oficiales y jefes. Al mando de la legión había un legatus.

71. Estos tiempos de servicio en filas, desmesurados para una mentalidad moderna, están acreditados por la documentación complementaria. Se había llegado prácticamente al tipo del soldado profesional, aunque no fuera voluntario. Augusto fijó en dieciséis años el tiempo de permanencia en filas, aunque de hecho la limitación no parece haber sido cumplida.

72. Efectivamente, los veteranos eran retenidos en los campamentos en alojamientos aparte y para servicios especiales, hasta el momento en que se tuviera a bien darles la verdadera licencia, lo que oficialmente ocurría a los cuatro años de concluir el servicio activo de dieciséis.

73. Se trata de los reglamentarios repartos de tierras a los soldados veteranos.

74. Todos estos gastos corrían, en efecto, a cargo de los soldados. Además, parece que era normal el tráfico de favores por parte de los mandos.

75. Tal era el lugar donde acampaban los veteranos en el campamento.

76. Las de la guarnición de Roma.

77. Las águilas eran las enseñas de las legiones. Las cohortes no es seguro que tuvieran una enseña de conjunto para cada una de ellas, sino que parece que utilizaban como tal la de su primer manípulo o pelotón (cf. M. MARÍN Y PEÑA, Instituciones Militares Romanas, Madrid, 1956, págs. 377 y sig. ).

78. El tribunal era un arengario, generalmente construido por amontonamiento de terrones de césped, situado en el foro del campamento.

79. Para erigir el tribunal.

80. El manípulo era una unidad intermedia compuesta de dos centurias.

81. Estatuto jurídico que la equiparaba a la mayoría de las ciudades de Italia. Nauporto corresponde a Oberleibach, en Carniola (Yugoslavia).

82. Mando creado por Augusto con la finalidad de velar por el mantenimiento de la disciplina.

83. La vara de vid era atributo del centurión, que con ella castigaba la indisciplina de los soldados. El mote que éstos habían puesto al centurión era, en latín, el de Cedo alteram.

84. Primera mención del que será más tarde privado de Tiberio. Compartía con su padre la prefectura del pretorio, jefatura de la guarnición de Roma.

85. Se refiere a Druso, que siendo hijo de Tiberio hereda tal apellido cuando su padre es adoptado por César Augusto.

31-52. Motín de las legiones de Germania

31. Casi por los mismos días y por las mismas causas se amotinaron las legiones de Germania; por ser más, tanto más violenta fue la revuelta y también porque había grandes esperanzas de que Germánico César, no queriendo soportar el imperio de otro, se entregara a las legiones, las cuales todo lo arrastrarían con su fuerza. [2] Había dos ejércitos en la ribera del Rhin; el llamado superior estaba al mando del legado Gayo Silio, y el inferior a cargo de Aulo Cécina. El mando supremo estaba en manos de Germánico, ocupado entonces en hacer el censo de las Galias. [3] Pero mientras que los que estaban a las órdenes de Silio, indecisos aún, seguían con atención la fortuna de la sedición ajena, los soldados del ejército inferior se dejaron llevar por la furia, habiéndose iniciado el movimiento en la XXI y en la V, que arrastró también a las legiones I y XX, pues estaban acampadas en un mismo lugar, en los confines de los ubios86 , entregadas al ocio o a tareas leves. [4] Así, pues, conocido el final de Augusto, una multitud urbana, procedente de la leva recientemente hecha en Roma, acostumbrada al relajamiento, que no soportaba las fatigas, empezó a meter en los espíritus sencillos de los otros ideas como la de que había llegado el momento de reclamar los veteranos un pronto licénciamiento, los jóvenes estipendios más generosos, todos un límite a sus miserias, así como de vengarse de las crueldades de los centuriones. [5] Esto no lo decía uno solo, como Percennio en las legiones de Panonia, ni a los oídos inquietos de unos soldados que veían tras de sí a ejércitos más poderosos, sino que muchas eran las caras y voces de la sedición: en sus manos estaba el poder de Roma, decían; con sus victorias se engrandecía el estado, y los generales tomaban de ellos sus sobrenombres87.

32. Y el legado no les salía al paso; es que la locura de los más lo había privado de su firmeza. De repente, fuera de sí acometen espada en mano a los centuriones, desde siempre objeto del odio de los soldados e inicio de sus atrocidades. Tras echarlos a tierra los azotan con vergajos, sesenta golpes a cada uno, para igualar el número de los centuriones; luego, cubiertos de contusiones y desgarros, muertos ya parte de ellos, los arrojan al pie de la empalizada o a las aguas del Rhin. [2] Como Septimio se hubiera refugiado en el tribunal y postrado a los pies de Cécina, lo reclamaron hasta que les fue entregado para darle muerte. Casio Quérea, que más adelante había de ganarse un lugar en la memoria de la posteridad por haber dado muerte a Gayo César88, entonces un muchacho pero de ánimo muy decidido, se abrió camino espada en mano entre los hombres armados que le cerraban el paso. [3] Desde aquel momento ni el tribuno ni el prefecto de campamento conservaron su autoridad: las guardias de noche, los puestos de centinela y cualquier otro cometido que el momento exigiera, ellos mismos se los distribuían. Para quienes eran capaces de observar los ánimos de los soldados con una mayor profundidad, el principal indicio de que se trataba de un movimiento importante e implacable era que ni andaban desacordados ni se enardecían por instigación de unos pocos, sino todos a una, y todos a una también guardaban silencio, con tal cohesión y firmeza, que se creería que tenían un mando.

33. Entretanto le llegó a Germánico, que, como dijimos, andaba por la Galia haciéndose cargo del censo, la noticia de la muerte de Augusto. Tenía a su nieta Agripina por esposa, y varios hijos de su matrimonio89 ; él era hijo de Druso, el hermano de Tiberio, y nieto de Augusta, pero vivía inquieto por los ocultos resentimientos de su tío y abuela contra él, cuyas causasresultaban aún más enérgicas por injustas. [2] Y es que permanecía vivo en el pueblo romano un gran recuerdo de Druso, y se pensaba que, si hubiera llegado a obtener el poder, hubiera restablecido la libertad; de ahí el mismo favor y esperanza con relación a Germánico. En efecto, era un joven de talante liberal, de una admirable bondad, tan diversa del modo de hablar y de mirar de Tiberio, arrogante y sombrío. [3] Se añadían luego los resentimientos propios de mujeres: Livia alimentaba contra Agripina enconos de madrastra, y también Agripina tenía un carácter más bien excitable, aunque era virtuosa, y por amor a su marido procuraba llevar a buena parte su natural indómito.

34. Ahora bien, Germánico, precisamente por estar más cerca de la suprema esperanza, tanto más esforzadamente apoyaba a Tiberio; y así le prestó juramentó de fidelidad, e hizo que lo prestaran sus allegados y las ciudades belgas. Luego, al enterarse del motín de las legiones, partió al instante y las encontró fuera del campamento; los soldados miraban al suelo como arrepentidos. [2] Una vez que penetró en el recinto, empezaron a oírse quejas confusas. Algunos, tomando su mano como si fueran a besarla, metían sus dedos en sus bocas para que tocara sus encías sin dientes; otros le mostraban sus miembros encorvados por la vejez. [3] Manda a la asamblea que le rodeaba que forme por manípulos, pues aparecía desordenada: así oirían mejor su respuesta; también que pongan al frente los estandartes, pues al menos por ese medio podría distinguir las cohortes; le obedecieron sin darse prisa. [4] Entonces comenzó a hablar con palabras de veneración a Augusto, para pasar luego a las victorias y triunfos de Tiberio, extendiéndose en especiales alabanzas acerca de las más hermosas que había obtenido en Germania con aquellas legiones. Luego exalta el consenso de Italia, la lealtad de las Galias; en ningún lugar se habían producido perturbaciones o discordias. Esto lo escucharon en silencio o con leves murmullos.

35. Cuando tocó el tema de la sedición, preguntándoles dónde estaba la subordinación militar, dónde el honor de la vieja disciplina, adonde habían echado a los tribunos, adonde a los centuriones, todos desnudan sus cuerpos, le echan en cara las cicatrices de las heridas, las marcas de los golpes; luego, con griterío entremezclado, protestan del tráfico de los rebajes, de las angustias del estipendio, de la dureza de los trabajos, enumerándolos por sus nombres propios: empalizadas, fosos, acopio de pienso, de materiales, de leña; y eso si no se les exigen otros por necesidad o para evitar el ocio en los campamentos. [2] Se levantaba un clamor especialmente feroz de entre los veteranos que, haciendo valer sus treinta o más años de servicio, pedían remedio para sus fatigas, y no morir en los mismos trabajos, sino un término a tan esforzada milicia y un descanso sin miseria. [3] Los hubo incluso que reclamaron el dinero legado por el divino Augusto, con palabras de buen augurio para Germánico; le dieron además claras señales de que si quería el imperio los tenía a su disposición. [4] Pero entonces, como si se viera contaminado por un crimen, bajó inmediatamente del tribunal. Como tratara de marcharse, intentaron cerrarle el paso con las armas, amenazándole si no volvía; mas él, repitiendo a voces que moriría antes de faltar a la fe jurada, arrancó de su costado la espada y ya la dirigía contra su pecho, si no fuera que los que estaban a su lado le sujetaron por fuerza la diestra. [5] La parte que se amontonaba al fondo de la asamblea e incluso algunos acercándose a él, lo que ya resultaba increíble, lo animaban a clavarse la espada; incluso un soldado llamado Calusidio le ofreció la suya desenvainándola y añadiendo que estaba más afilada. Eso les pareció feroz y desaforado incluso a aquellos locos, y al fin se produjo un respiro que permitió a los amigos llevarse al César a su tienda.

36. Allí se deliberó sobre las medidas a tomar, pues se anunciaba que se aprestaban comisionados para arrastrar al ejército superior a la misma causa; que la ciudad de los ubios90 estaba condenada al exterminio, y que una vez que las tropas se hubieran hartado de saqueo, habrían de lanzarse a devastar las Galias. [2] Aumentaba los temores el enemigo, enterado de la sedición romana, y que si se desguarnecía la ribera estaba presto a invadirla. Ahora bien, si se armaban las fuerzas auxiliares y aliadas contra la rebeldía de las legiones, se desencadenaría una guerra civil. La severidad resultaba peligrosa, la condescendencia criminal: ya se le concediera al soldado nada o todo, la república estaba en peligro. [3] Así, pues, tras dar vueltas a unas razones con otras, pareció conveniente redactar una carta a nombre del príncipe: se les concedía el licénciamiento a los veinte años de servicio; se rebajaba a los que ya hubieran cumplido dieciséis, y se les retenía bajo el estandarte, con la única obligación de colaborar ante ataques enemigos; los legados que habían reclamado se les pagarían doblados.

37. Percatóse la tropa de que era un recurso para salir del paso, y exigió su cumplimiento inmediato. Los tribunos se apresuraron a conceder los licenciamientos; los repartos de dinero se diferían para el momento en que cada cual estuviera en su cuartel de invierno. Pero los de la V y los de la XXI no quisieron marcharse hasta que en el mismo campamento de verano se les pagó con dinero reunido de las dietas de viaje de los amigos del César y del César mismo. [2] A las legiones I y XX se las llevó de nuevo el legado Cécina a la ciudad de los ubios: un cortejo vergonzoso en el que se transportaban en medio de los estandartes y las águilas los caudales arrebatados al general en jefe. [3] Germánico, marchando al ejército superior, tomó juramento a las legiones II, XII y XVI, que lo prestaron sin vacilar. Los de la XIV dudaron un poco; se les ofreció dinero y el licénciamiento aun sin exigirlo ellos.

38. En tierra de los caucos91 iniciaron una sedición los veteranos de las legiones amotinadas que estaban encargadas de la guarnición, y se los reprimió un poco con la ejecución sumaria de dos soldados. Había dado la orden Manió Ennio, prefecto de campamento, más atento a dar un buen ejemplo que al derecho que tenía. [2] Después, al crecer el motín, se dio a la fuga, pero fue apresado, y buscó en la audacia la protección que su escondrijo no le brindara: no era a un prefecto a quien ellos violentaban —les dijo—, sino a su general Germánico, a su emperador Tiberio, Tras atemorizar a los que le hacían frente, arrebató el estandarte, se dirigió hacia la ribera del río, y clamando repetidamente que si alguno se salía de la formación sería tenido por desertor, los llevó de nuevo al campamento de invierno, agitados pero sin que se atrevieran a nada.

39. Entretanto los comisionados del senado se reúnen con Germánico que ya había regresado al Altar de los Ubios92. Invernaban allí dos legiones, la I y la XX, y los veteranos recién licenciados que se encontraban ahora bajo el estandarte. [2] Alterados por el miedo y la mala conciencia, les asalta el temor de que hubieran venido con orden del senado de anular las concesiones que habían arrancado por medio de la sedición. [3] Y según es costumbre del vulgo el buscar un culpable aunque la imputación sea falsa, empiezan a acusar a Munacio Planeo, que había sido cónsul y era jefe de la delegación, de ser el inspirador del decreto senatorial; a media noche se ponen a reclamar el estandarte colocado en el pabellón de Germánico, y amontonándose ante la entrada, rompen la puerta, y levantando al César del lecho lo obligan a entregar el estandarte con amenazas de muerte93. [4] Luego, merodeando por las calles se toparon con los legados, que al oír el escándalo acudían junto a Germánico. Los cubren de insultos, se aprestan a darles muerte, especialmente a Planeo, a quien su dignidad le había impedido huir; y no tuvo en tal peligro otro refugio que el campamento de la legión I. Allí, abrazándose a los estandartes y al águila, trataba de protegerse bajo su religioso asilo, y si el portador del águila Calpurnio no hubiera rechazado el último ataque, hubiera ocurrido algo raro incluso entre enemigos: que un legado del pueblo romano, en un campamento romano, manchara con su sangre los altares de los dioses. [5] Al fin, con el alba, una vez que se podían discernir jefe y soldados y acciones, entrando Germánico en el campamento ordena que lleven ante él a Planeo y le da acogida en su tribunal. [6] Entonces, increpando aquella furia fatal y diciendo que resurgía no la ira de los soldados, sino la de los dioses, les declara a qué habían venido los legados; deplora con elocuencia la violación de su derecho de tales, y el grave e inmerecido ultraje sufrido por Planeo, y al mismo tiempo el gran deshonor en que había incurrido la legión; y dejando a la asamblea más atónita que tranquilizada, hace marchar a los legados protegidos por caballería auxiliar.

40. En aquella situación de alarma todos reprochaban a Germánico que no marchara al ejército superior, donde había disciplina y refuerzos contra los rebeldes: bastante y demasiado se había pecado ya con el licénciamiento y el dinero y las medidas blandas. [2] Y si él no valoraba su vida —decían—, ¿por qué tenía a su hijo pequeño, por qué a su esposa encinta entre aquellos dementes y violadores de todo derecho humano? Que al menos los restituyera a su abuelo y al estado. [3] Dudó durante mucho tiempo, pues su mujer se negaba a marchar, protestando que era descendiente del divino Augusto y que ante los peligros no se mostraría una degenerada. Al final, abrazando con gran llanto su seno y al hijo común logró convencerla de que partiera. [4] Allá marchaba el triste cortejo de mujeres: la esposa del general convertida en fugitiva, llevando en brazos a su hijo pequeño; en torno a ella las esposas de los amigos, a quienes se obligaba a seguir el mismo camino; y no era menor la tristeza de los que se quedaban.

41. No era aquélla la imagen de un César en la cima de su éxito y en su propio campamento, antes bien la de una ciudad conquistada; los gemidos y los llantos atrajeron incluso los oídos y miradas de los soldados. Van saliendo de las tiendas: ¿qué era aquel estrépito lamentable?, ¿qué triste acontecimiento había sucedido? Unas mujeres ilustres, sin un centurión para guardarlas, sin un soldado, sin nada propio de la esposa de un general, sin la habitual escolta, se marchaban a tierra de los tréviros94 para confiarse a una fe extranjera. [2] Empezaron entonces a sentir vergüenza y lástima, a recordar a su padre Agripa, a su abuelo Augusto, a su suegro Druso; la insigne fecundidad de la propia Agripina, su castidad resplandeciente; luego, aquel niño nacido en el campamento, criado en la camaradería de las legiones, a quien habían dado el nombre militar de Calígula95 porque casi siempre se le ponía ese calzado para hacerlo simpático a la tropa. [3] Pero nada influyó tanto en su cambio de ánimo como su envidia contra los tréviros. Le suplican, se plantan ante ella, le piden que vuelva, que se quede, rodeando unos a Agripina y volviendo los más al lado de Germánico. Y él, con su dolor y su ira todavía reciente, habló así a los que le rodeaban:

42. «No me son mi esposa o mi hijo más queridos que mi padre y que la república; pero a aquél, ciertamente, lo defenderá su majestad, y al imperio romano los demás ejércitos. A mi mujer y a mis hijos, a quienes de buena gana expondría a la muerte por vuestra gloria, trato ahora de alejarlos de vuestra locura, de manera que, sea cual sea ese crimen con que se me amenaza, quede expiado con mi sola sangre, y no os hagan más culpables la muerte de un biznieto de Augusto y el asesinato de la nuera de Tiberio. [2] ¿Pues qué no habéis osado y violado a lo largo de estos días? ¿Qué nombre daré a esta asamblea? ¿He de llamar soldados a quienes habéis puesto sitio con armas y trincheras al hijo de vuestro emperador? ¿He de llamar ciudadanos a quienes así habéis pisoteado la autoridad senatorial? Habéis incluso quebrantado el derecho debido a un enemigo, el carácter sagrado de una legación y las leyes de gentes. [3] El divino Julio apaciguó una sedición del ejército con una sola palabra, llamando «ciudadanos»96 a quienes hacían caso omiso del juramento a él prestado; el divino Augusto con su mirada y su presencia hizo temblar a las legiones en Accio97. Nosotros, aun no siendo los mismos, de ellos venimos, y si soldados nacidos en Hispania o en Siria nos faltaran al respeto, sería algo asombroso e indigno. Vosotros, legiones primera y vigésima, una la que recibió sus enseñas de Tiberio, la otra su compañera de tantas batallas, la que tantas recompensas recibió: [4] ¡buen agradecimiento mostráis a vuestro jefe! ¿He de llevarle yo esta noticia a mi padre98, que de las otras provincias no las recibe sino faustas? Que sus reclutas, que sus veteranos no están saciados con el licenciamiento ni con los dineros. Que sólo aquí se mata a los centuriones, se expulsa a los tribunos, se encierra a los legados; que se han manchado de sangre campamentos y ríos, y que yo arrastro mi vida en precario entre enemigos. »

43. «¿Por qué, pues, el primer día de asamblea apartasteis aquel hierro que me disponía a hundir en mi pecho, oh amigos imprudentes? Más y mejor me quería aquel que me ofrecía su espada. Al menos hubiera caído sin llegar a ser cómplice de tantos crímenes de mi ejército; hubierais elegido un jefe que sin duda dejaría impune mi muerte, pero que al menos hubiera vengado la de Varo y sus tres legiones99. [2] No permitan los dioses a los belgas —que son los primeros en ofrecerse— alcanzar esa honra y esa gloria de haber socorrido al nombre romano, sometiendo a los pueblos de Germania. Que tu espíritu, divino Augusto, acogido en el cielo, que tu imagen, padre Druso, que tu memoria, en compañía de estos soldados que fueron vuestros, y a quienes ya está volviendo el sentido del honor y de la gloria, laven esta mancha y que vuelvan las iras civiles100 en perdición de los enemigos. Y vosotros, en quienes veo ahora otros rostros, otros corazones, si devolvéis al senado sus legados, a vuestro emperador vuestra subordinación, a mí mi esposa y mi hijo, separaos también de los perturbadores y dejadlos aparte: ésa será la garantía de vuestro arrepentimiento, el vínculo de vuestra lealtad. »

44. Respondieron a su discurso confesando que sus reproches eran justos, y suplicándole que castigara a los culpables, perdonara a los extraviados y los guiara contra el enemigo; que hiciera volver a su esposa, que retornara aquel niño criado por las legiones, y no fuera entregado como un rehén a los galos. El regreso de Agripina lo excusó por la inminencia de su parto y del invierno; vendría su hijo, y el resto sería cometido de ellos mismos. [2] Transformados, se disuelven y a los más sediciosos los traen encadenados ante el legado de la primera legión Gayo Cetronio, que juzgó e impuso penas a cada uno del modo siguiente. Estaban formadas en asamblea las legiones con las espadas desenvainadas; un tribuno mostraba al reo desde el estrado; si clamaban a voces que era culpable, se daba con él en tierra y se lo degollaba. [3] Y los soldados se alegraban con las ejecuciones, como si se absolvieran a sí mismos; el César no interfería, con lo que, al no haber dado él orden alguna, la crueldad del hecho y el odio de él derivado caería sobre ellos mismos. [4] Siguiendo el ejemplo se envía poco después a los veteranos a Recia101, oficialmente para defender la provincia de la amenaza de los suevos, pero en realidad para apartarlos del campamento todavía marcado por la ferocidad a causa no menos de la aspereza del remedio que del recuerdo del crimen. Trató luego de los centuriones; cada uno, llamado individualmente por el general, declaraba su nombre, cuerpo, patria, años de servicio, qué hechos de armas había realizado y qué recompensas tenía. Si los tribunos y la legión respondían de su competencia y honestidad, conservaban su grado; si unánimemente se les acusaba de codicia o crueldad, se le daba de baja en la milicia.

45. Arreglada así la situación del momento, restaba todavía una tarea no menor a causa de la actitud obstinada de las legiones V y XXI, que invernaban a sesenta millas, en el lugar llamado Vétera102. [2] Habían sido, en efecto, las primeras en iniciar la sedición; habían perpetrado con sus manos los crímenes más atroces, y ni el miedo por el castigo de sus camaradas ni el ejemplo de su arrepentimiento contenían sus iras. Así, pues, el César se dispone a bajar por el Rhin con un ejército, una flota y tropas aliadas, resuelto a imponerse por las armas si se menospreciaba su autoridad.

46. Pero en Roma, sin conocerse todavía el resultado del motín en el Ilírico y ante la noticia del de las legiones de Germania, la Ciudad llena de miedo acusaba a Tiberio de estar burlándose del senado y del pueblo, impotentes e inermes, con vacilaciones fingidas, mientras que los soldados se desmandaban, sin que pudiera someterlos la inmadura autoridad de dos muchachos103. [2] Debía haber ido él mismo, decían, e imponer su majestad imperial a los sediciosos, que cederían tan pronto hubieran visto a un príncipe de tan larga experiencia, y que era al tiempo la cima de la severidad y la munificencia. [3] ¿Acaso no había podido Augusto viajar tantas veces a Germania ya decrépito por la edad? En cambio Tiberio, en la plenitud de la vida, se estaba sentado en el senado enredando con las palabras de los senadores. Ya se había dedicado bastante atención al sometimiento de la Ciudad; era el momento de aplicar calmantes a los ánimos de los soldados para que se avinieran a tolerar la paz.

47. Frente a tales comentarios, permaneció fijo e inquebrantable en Tiberio el designio de no abandonar la capital del estado ni exponerse a sí mismo y a la república al azar. Cierto que eran muchas y diversas sus angustias: más fuerte era el ejército de Germania, más cercano estaba el de Panonia; aquél estaba apoyado por los recursos de las Galias; éste amenazaba a Italia: ¿a cuál daría preferencia? Y era de temer que los pospuestos lo tomaran a despecho. [2] En cambio, por medio de sus hijos podía visitarlos a un tiempo conservando su majestad, cuyo respeto aumenta con la distancia104. Además a los muchachos les sería permitido remitir ciertos asuntos a su padre, y si plantaban cara a Germánico o a Druso, podría él calmarlos o quebrantarlos; ¿qué recuros le quedaba si llegaban a menospreciar al mismo emperador? [3] Por lo demás, como si estuviera a punto de partir de un momento a otro, eligió acompañantes, dispuso los bagajes, aprestó naves. Luego, echando la culpa ya al invierno, ya a los quehaceres, engañó primero a los prudentes, luego al vulgo, y durante mucho tiempo a las provincias.

48. Pero Germánico, aunque tenía ya concentrado su ejército y preparado el castigo para los sublevados, juzgando que se les debía dar todavía un plazo por si reflexionaban en su propio bien ante el reciente ejemplo, envía por delante una carta a Cécina anunciándole su llegada con un fuerte contingente y que, si no se aprestan ellos mismos a castigar a los malvados, va a llevar a cabo una matanza indiscriminada. [2] Cécina se la lee ocultamente a los aquiliferos y portaestandartes y a cuantos en el campamento se habían mantenido fieles, exhortándolos a que libren a todos de la infamia y a sí mismos de la muerte: «En efecto, en situación de paz hay consideración para causas y méritos; cuando se desencadena la guerra caen juntos inocentes y culpables. » [3] Ellos, tras tentar a los que consideraban más idóneos, cuando ven que la mayor parte de los legionarios acata la subordinación, siguiendo el plan del legado acuerdan un momento para atacar espada en mano a los más indignos y prontos a la sedición. Entonces, a una señal establecida, irrumpen en las tiendas, los degüellan por sorpresa, sin saber nadie más que los que estaban en el plan cuál sería el principio y cuál el término de la matanza.

49. El espectáculo fue muy distinto del de cuantas guerras civiles ha habido. Sin combate, sin partir de un campamento opuesto, sino saliendo de los mismos lechos, aquellos a quienes un mismo día había visto comer juntos, una misma noche juntos descansar, se dividen en bandos, se atacan a mano armada. Al exterior, clamor, heridas, sangre, la causa permanece oculta; el resto lo gobierna el azar. Fueron también muertos algunos de los buenos, una vez que los peores tomaron también las armas al saber a quiénes se atacaba. [2] Y ni legado ni tribuno comparecieron para imponer moderación: se permitió a la turba licencia y venganza hasta la hartura. Cuando luego entró Germánico en el campamento, con lágrimas abundantes dijo que aquello no era remedio, sino desastre, y ordenó quemar los cuerpos. [3] Entonces se apodera de los ánimos todavía feroces el ansia de marchar contra el enemigo para expiar su locura: no había otro remedio —decían— de aplacar a los manes de sus camaradas que recibir en sus pechos impíos heridas honorables. [4] El César se une al ardor de los soldados y tendiendo un puente hace cruzar el río a doce mil de los legionarios, veintiséis cohortes aliadas y ocho escuadrones de caballería, que durante la sedición habían mantenido inalterada su disciplina.

50. No lejos y muy satisfechos andaban los germanos, por haber estado los nuestros inactivos a causa del duelo por la pérdida de Augusto, y luego por los motines. Pero los romanos en marcha rápida cortan el bosque de Cesia105 y la barrera levantada por Tiberio; colocan su campamento en el confín, protegidos al frente y a la espalda por la trinchera, y a los flancos por troncos de árboles. [2] Penetran luego en oscuros sotos, y deliberan sobre si seguir de los dos caminos el más breve y frecuentado o el más difícil e insólito y, por ello, no vigilado por el enemigo. [3] Se elige el camino más largo, pero se acelera la marcha, pues los exploradores habían anunciado que aquella noche era festiva para los germanos y que la celebrarían con solemnes banquetes. Se da orden a Cécina de marchar delante con cohortes ligeras y de eliminar los obstáculos que estorbaran el paso por los bosques; las legiones siguen a corta distancia. [4] Colaboró la noche plagada de estrellas; se llegó a las aldeas de los marsos106 y se las rodeó de posiciones; los germanos estaban todavía tendidos por los lechos y junto a las mesas, sin ningún temor y sin puestos avanzados de guardia; tan desorganizado estaba todo por su incuria. No temían una guerra, pero tampoco era paz aquel lánguido relajamiento de beodos.

51. El César dispuso sus ávidas legiones en cuatro cuñas, para que la devastación fuera más amplia; saquea un territorio de cincuenta millas a sangre y fuego. Ni el sexo ni la edad fueron motivo de compasión; tanto las edificaciones civiles como las sagradas, e incluso el templo más frecuentado entre aquellas gentes, llamado de Tanfana, quedaron arrasadas. [2] Ninguna herida recibieron los soldados, que acabaron con los enemigos medio dormidos, inermes o vagabundos. Excitó esta matanza a los brúcteros, tubantes y usípetes107, que se apostaron en los desfiladeros por los que debía regresar el ejército. Al enterarse el general se preparó para la marcha y para el combate. Iban delante una parte de la caballería y las cohortes auxiliares, luego la legión I, y, dejando en medio los bagajes, la XXI cerraba el costado izquierdo y la V el derecho; la legión XX cubría la retaguardia, y luego iban los restantes aliados. [3] Los enemigos se mantuvieron quietos mientras la columna se alargaba por los desfiladeros; después, hostigando ligeramente los flancos y la vanguardia, atacaron la retaguardia con toda su fuerza. Las cohortes ligeras se desbarataban ante las apretadas bandas de germanos; entonces el César, llegándose a los de la XX, empezó a decirles a voces que aquél era el momento esperado para borrar la mancha de la sedición, que avanzaran, que se dieran prisa en cambiar su culpa en honor. Se encendieron los ánimos, y en una sola acometida arrollan al enemigo, lo empujan hacia campo abierto y lo aplastan. Al mismo tiempo las tropas de vanguardia lograron salir del bosque y fortificaron un campamento. A partir de ahí el camino fue tranquilo, y los soldados, orgullosos del presente y olvidados del pasado, quedan instalados en los cuarteles de invierno.

52. La noticia de estos sucesos provocó en Tiberio alegría y preocupación: se alegraba del aplastamiento de la sedición, pero el que Germánico se hubiera ganado el favor de los soldados con donativos pecuniarios y adelantándoles el licénciamiento, así como su gloria militar, le producía inquietud. [2] De todos modos dio cuenta al senado de sus hazañas e hizo grandes elogios de su valor, con palabras demasiado amañadas y ampulosas para que pareciera que lo sentía de verdad. [3] Más brevemente alabó a Druso y el final del motín del Ilírico, aunque con un discurso más entusiasta y sincero. [4] Todas las concesiones que Germánico había hecho a los ejércitos las mantuvo, incluso para los de Panonia.

Notas de José Luis Moralejo

85. Se refiere a Druso, que siendo hijo de Tiberio hereda tal apellido cuando su padre es adoptado por César Augusto.

86. Pueblo que habitaba en la región de la actual Colonia.

87. Costumbre tradicional en Roma era la de los cognomina que los generales victoriosos tomaban de sus campañas. Aquí se refiere al de Germánico, atribuido a Druso el mayor y heredado por su hijo.

88. El emperador Caligula, asesinado en el año 41.

89. Nerón, Druso, Caligula y Agripina; más tarde nacieron Drusila y Livíla.

90. La que luego será Colonia.

91. Pueblo costero, entre los ríos Ems y Weser.

92. Santuario fundado por Augusto en Colonia.

93. Con el estandarte le retiraba su obediencia.

94. Pueblo que da nombre a Tréveris (Trier).

95. Calígula es diminutivo de caliga, sandalia típicamente militar.

96. El término que traducimos por «ciudadanos» es el tradicional Quirites; en este caso el tono es claramente despectivo.

97. Teatro de la batalla naval que en el 31 a. C. dio a Augusto la victoria sobre Antonio y el poder absoluto sobre Roma y el mundo romano, situado en la entrada del golfo de Ambracia, en el límite S, del Epiro, extremo NO. de la Grecia actual.

98. Germánico era en realidad sobrino de Tiberio, como hijo de su hermano Druso, pero debe recordarse que cuando Augusto adoptó a Tiberio hizo que éste a su vez adoptara a Germánico.

99. Véase 3, 6.

100. Es decir, que estallaban en violencias intestinas.

101. La Raetia era una provincia limitada por el Danubio al N. , el Rin al O. , los Alpes al S. y al E. por la del Noricum; su territorio coincidía con el de la actual Suiza (Grisones), Baviera y Tirol.

102. Castra Vetera, es decir, Campamento Viejo; estaba situado en las cercanías de la actual Xanten.

103. Druso y Germánico.

104. Se trata de una bien conocida sententia de Tácito: maior e longinquo reuerentia.

105. De localización incierta.

106. Pueblo situado entre el Lippe y el Ruhr.

107. Pueblos situados entre el Lippe y el Ems.

53-54. Otros sucesos del año 14 d. C

53. El mismo año aconteció el óbito de Julia108, recluida tiempo atrás por su padre Augusto, a causa de sus escándalos, en la isla de Pandateria, y luego en la ciudad de Reggio, situada junto al estrecho de Sicilia. Había estado casada con Tiberio en los buenos días de Gayo y Lucio Césares 109, y acabó por desdeñarlo como persona que no estaba a su altura; ésta fue la más profunda razón que llevó a Tiberio a retirarse a Rodas. [2] Una vez que alcanzó el imperio y ella se encontraba proscrita, deshonrada y, tras la muerte de Agripa Póstumo, privada de toda esperanza, la dejó perecer lentamente de hambre y miseria, pensando que su muerte, por lo lejano de su exilio, había de quedar en la oscuridad. [3] Similar motivo de ensañamiento tenía contra Sempronio Graco, de noble familia, agudo ingenio, y una elocuencia a la que daba mal uso, quien había seducido a la misma Julia cuando estaba casada con Marco Agripa. Y no fue ése el término de su pasión, pues una vez que ella fue entregada a Tiberio, aquel adúltero taimado encendía en ella la resistencia y el odio contra su marido. Una carta que dirigió Julia a su padre Augusto con acusaciones contra Tiberio se creía que había sido redactada por Graco. [4] Desterrado, pues, a la isla de Cercina110, en el mar de Africa, resistió catorce años de exilio. [5] Luego, los soldados enviados para matarlo lo encontraron sobre un promontorio de la ribera; algo malo se temía. Al llegar ellos les pidió un poco de tiempo para transmitir su última voluntad a su esposa Aliaría por medio de una carta, y luego ofreció su cuello a los verdugos. Por su firmeza ante la muerte no se mostró indigno del nombre de Sempronio, pero en su vida había sido un degenerado. [6] Cuentan algunos que los soldados no fueron enviados desde Roma, sino por el procónsul de África Lucio Asprenate111, instigado por Tiberio, quien en vano esperaba que la responsabilidad de aquella muerte se atribuyera a Asprenate.

54. Aquel año trajo también nuevos cultos, al instituirse el sacerdocio de los cofrades augustales a la manera en que antaño Tito Tacio había fundado el de los ticios para conservar los ritos sabinos112. Se eligieron a suerte veintiún notables de la ciudad, y se añadió a Tiberio y Druso y a Claudio y Germánico. Los Juegos Augustales, que entonces se celebraron [2] por vez primera, se vieron perturbados por discordias surgidas de la rivalidad entre histriones. Augusto se había mostrado indulgente con tal clase de espectáculos condescendiendo con Mecenas, quien estaba prendado por Batilo113; y en realidad tampoco él sentía aversión por esas actividades, por considerar político el mezclarse a las diversiones del vulgo. Distinta era la actitud de Tiberio; pero tras haberse tratado al pueblo con blandura durante tantos años no osaba todavía aplicarle un régimen más severo.

Notas de José Luis Moralejo

108. Seguimos en el año 14 d. C. Julia era la única hija de Augusto, casada sucesivamente con su primo Marcelo, con Agripa —del que dio descendencia al príncipe— y con Tiberio. Fue relegada por sus escándalos en el año 2 d. C, , y se cree que con ellos pudo tener alguna relación el destierro en que acabó su vida el poeta Ovidio. La isla de Pandateria era la actual Vandotena, en la bahía de Nápoles.

109. Hijos de Julia y Agripa.

110. Actual Qerqenna, en el golfo de Sidra, frente a la costa de Túnez.

111. Lucio Nonio Asprenate, cónsul en 6 d. C.

112. Con el mítico rey Tito Tacio, que compartió con Rómulo el trono de Roma, se integra en la primitiva comunidad latina un núcleo de sabinos, pueblo vecino de estirpe itálica.

113. Gayo Cilnio Mecenas, caballero romano, tal vez el más íntimo de los amigos de Augusto, fue el intermediario entre el príncipe y los grandes escritores del tiempo, a los que protegió, hasta el punto de que su apellido pasó a designar a todos los «mecenas«. Batilo era un actor de pantomimas.

55-72. Campaña de Germánico en Germania

55. Durante el consulado de Druso César y Gayo Norbano114 se concede el triunfo a Germánico, a pesar de la guerra inconclusa. Preparaba la campaña para el verano con todos los recursos disponibles, pero súbitamente la adelantó al inicio de la primavera con un ataque contra los catos115. En efecto, había concebido la esperanza de que el enemigo se dividiera entre Arminio y Segestes, señalados ambos el uno por su perfidia para con nosotros, el segundo por su fidelidad. [2] Arminio andaba siempre revolviendo la Germania; Segestes, como bastantes otras veces, había descubierto a Varo116 los preparativos de la rebelión también en aquel último banquete tras el cual se había presentado batalla, y le había aconsejado que lo prendiera a él y a Arminio y a los demás notables: nada osaría el pueblo privado de sus príncipes, y así tendría también él ocasión de distinguir a culpables e inocentes. [3] Pero Varo sucumbió al hado y a la fuerza de Arminio; Segestes, aunque arrastrado a la guerra por el consenso del pueblo, mantenía su disentimiento, acrecentados sus rencores personales porque Arminio había raptado a su hija, prometida a otro; yerno odiado por un suegro enemigo, lo que entre gentes bien avenidas son vínculos de afecto, entre ellos eran motivos para acumular odio sobre odio.

56. Así pues, Germánico confía a Cécina cuatro legiones, cinco mil auxiliares y contingentes irregulares de germanos que habitaban más acá del Rhin; él se pone al frente de otras tantas legiones y doble número de aliados, y tras erigir un fuerte sobre los restos del puesto establecido por su padre en el monte Tauno117, lanza contra los catos su ejército libre de impedimenta, dejando atrás a Lucio Apronio para disponer los caminos y pasos fluviales. [2] En efecto, cosa rara en aquel clima, la sequía y lo poco caudaloso de los ríos le habían facilitado una marcha sin problemas, pero temía para la vuelta las lluvias y crecidas. [3] Cayó tan de improviso sobre los catos, que cuantas personas no podían valerse a causa de su edad o su sexo quedaron presas o muertas donde fueron halladas. Los jóvenes habían conseguido atravesar a nado el río Eder118, y frustraban los intentos de los romanos de tender un puente; fueron luego rechazados por los disparos de las máquinas y por las flechas, y tras intentar en vano que se les concediera una paz negociada, algunos se pasaron a Germánico y los demás, abandonando sus poblados y aldeas, se dispersaron por los bosques. [4] El César, tras haber incendiado Mattio119 —así se llamaba la capital de aquel pueblo—, y devastado el campo abierto, torció hacia el Rhin, sin que el enemigo osara hostigar la retaguardia del ejército en retirada, lo que es su costumbre cuando ha cedido terreno más por astucia que por miedo. [5] Habían tenido los queruscos120 la idea de ayudar a los catos, pero los disuadió Cécina moviendo su ejército de acá para allá; a los marsos, que se atrevieron a plantarle cara, los echó para atrás en un combate favorable.

57. No mucho después llegaron embajadores de parte de Segestes pidiendo ayuda contra la violencia de su pueblo, por la que se veía asediado; Arminio se había impuesto entre ellos porque aconsejaba la guerra: para los bárbaros, cuanto más dispuesto y audaz es uno, por más de fiar se lo tiene, y mayor es su poder en una situación de revuelta. [2] Había añadido Segestes a la embajada a un hijo suyo llamado Segismundo, pero el joven dudaba por su mala conciencia. Y es que el año de la sublevación de los germanos, investido sacerdote en el Altar de los Ubios, había roto las cintas sacerdotales y escapado junto a los rebeldes. Sin embargo, atraído a la esperanza de la clemencia romana, acató las órdenes de su padre, y recibido amistosamente fue enviado a la ribera gala con una escolta. [3] Germánico juzgó que valía la pena hacer dar la vuelta a la columna, y luchó con los sitiadores, con lo que rescató a Segestes y a un contingente notable de sus allegados y clientes. [4] Estaban en el grupo algunas mujeres nobles, entre ellas la que era a un tiempo esposa de Arminio e hija de Segestes; tenía más el ánimo de su marido que el de su padre, y ni se rebajó a llorar ni pronunció una palabra de súplica, permaneciendo con las manos cruzadas bajo el pliegue de su vestido y mirando a su vientre grávido. [5] Traían también despojos del desastre de Varo, y a la mayoría de los que ahora se entregaban se los había hecho partícipes del botín; luego, el propio Segestes con su aspecto impresionante, impávido por el recuerdo de una alianza leal.

58. Sus palabras fueron de este tenor: «No es éste el primer día de mi segura lealtad para con el pueblo romano. Desde que por el divino Augusto se me concedió la ciudadanía, elegí a mis amigos y enemigos mirando a vuestra conveniencia; y no por odio a mi patria —que los traidores resultan aborrecibles incluso para aquellos a quienes favorecen—, sino porque propugnaba que uno mismo es el interés de romanos y germanos, y defendía la paz y no la guerra. [2] Por ello a Arminio, raptor de mi hija, violador de vuestra alianza, lo denuncié ante Varo, que entonces mandaba vuestro ejército. Me dio largas con su inacción aquel general, y porque yo veía en las leyes escaso apoyo, le rogué con insistencia que nos detuviera a mí, a Arminio y a sus cómplices; ¡testigo es aquella noche, que ojalá hubiera sido para mí la última! [3] A lo que luego siguió le cuadra más el lamento que la justificación; por lo demás, no sólo puse cadenas a Arminio, sino que soporté las que su facción me puso a mí. Y hoy, cuando por primera vez te encuentro, antepongo lo antiguo a lo reciente y la paz a la turbulencia; y no por esperanza de premio, antes bien para absolverme de la acusación de perfidia, y sirviendo al tiempo de adecuado conciliador del pueblo germano, si prefiere el arrepentimiento a la perdición. [4] Pido tu perdón para el juvenil extravío de mi hijo; respecto a mi hija, te confieso que ha sido traída aquí por la necesidad. [5] Decisión tuya será si ha de prevalecer el que haya concebido de Arminio o el que la haya engendrado yo. » El César, con una respuesta llena de clemencia, le garantiza la indemnidad de sus hijos y allegados, y a él una residencia en una provincia antigua. Volvió con el ejército y recibió por moción de Tiberio el título de imperator. [6] La esposa de Arminio dio a luz un retoño varón fue criado en Ravenna, y a su tiempo contaré hasta qué punto paró en juguete del azar121.

59. Al extenderse la noticia de la entrega de Segestes y la benigna acogida que se le tributó, es recibida con esperanza o con dolor según cada cual fuera opuesto o favorable a la guerra. A Arminio, aparte su natural violento, el rapto de su mujer, el fruto del vientre de su esposa sometido a servidumbre, lo traían en un estado de locura, y se movía continuamente entre los queruscos arengando a la lucha contra Segestes y contra el César. [2] No ahorraba injurias: «un padre egregio, un gran general, un ejército tan fuerte, ¡tantas manos para llevarse a una pobre mujer!» [3] Ante él —decía— habían caído tres legiones, otros tantos legados; pues no hacía la guerra a traición ni contra mujeres embarazadas, sino cara a cara y contra hombres armados: todavía podían verse en los bosques sagrados de los germanos las enseñas romanas colgadas como ofrenda a los dioses patrios; [4] que habitara Segestes la ribera sometida, que devolviera a su hijo aquel sacerdocio puramente humano122: los germanos nunca podrían excusar bastante el haber visto entre el Elba y el Rhin las varas, las hachas y la toga. [5] Otras gentes, por no conocer al pueblo romano, desconocían los suplicios, no sabían de tributos; y puesto que se los habían sacudido de encima, y sin conseguir nada había tenido que marcharse aquel Augusto venerado entre los dioses, aquel Tiberio por él escogido, no debían temer a un muchacho inexperto ni a un ejército de sediciosos. [6] Si preferían la patria, sus mayores y sus antiguas cosas a aquellos señores y a nuevas colonias, debían seguir a Arminio, caudillo de la gloria y la libertad, y no a Segestes, que lo era de vergonzosa servidumbre.

60. Estas arengas movieron no sólo a los queruscos, sino también a los pueblos limítrofes, pasándose al partido de Arminio su tío Inguiomero, que desde antiguo gozaba de autoridad ante los romanos, lo que umentó el temor del César. [2] Para no afrontar la guerra concentrando todas sus fuerzas en un solo punto, envía a Cécina a través de la tierra de los brúcteros en dirección al río Ems con cuarenta cohortes romanas, y con la misión de distraer al enemigo; el prefecto Pedón conduce la caballería a los confines de los frisios123. Él personalmente llevó cuatro legiones embarcadas por los lagos, y así se reunieron junto al río dicho la infantería, la caballería y la flota. Los caucos, que ofrecieron tropas auxiliares, fueron acogidos como aliados. [3] A los brúcleros, cuando se dedicaban a quemar sus posesiones, los desbarató Lucio Estertinio, enviado por Germánico con una tropa ligera, y en medio de la matanza y el botín encontró el águila de la legión XIX, perdida con Varo. Marchó luego la columna hasta el confín extremo de los brúcteros, y fue devastado todo el territorio entre el Ems y el Lippe, no lejos del bosque de Teutoburgo124, en el que se decía que estaban insepultos los restos de Varo y sus legiones.

61. Por ello se apoderó del César el deseo de rendir las postreras honras a aquellos soldados y a su general; todos los militares presentes se movían a conmiseración al pensar en los allegados, en los amigos, en fin, en los reveses de la guerra y en la suerte humana. Tras enviar por delante a Cécina con la misión de explorar las partes escondidas de los bosques y de tender puentes y terraplenes sobre el suelo húmedo y poco seguro de los pantanos, penetran en aquellos tristes lugares de aspecto y memoria siniestros. [2] El primer campamento de Varo, por lo amplio de su recinto y las medidas del puesto de mando, denotaba el trabajo de las tres legiones. Luego se veía que los restos ya diezmados del ejército se habían asentado en una fortificación que se hallaba medio derruida, con una trinchera de escasa profundidad. En mitad del llano, huesos blanquecinos, esparcidos o amontonados según hubieran huido o resistido. [3] Al lado yacían trozos de armas y restos de caballos; también había cabezas clavadas en los troncos de los árboles. En los bosques cercanos estaban los altares de los bárbaros, ante los cuales habían sacrificado a los tribunos y a los centuriones de los primeros órdenes. [4] Y los supervivientes de aquel desastre, que habían escapado del combate o del cautiverio, contaban cómo aquí habían caído los legados, allá les habían arrebatado las águilas; donde había recibido Varo su primera herida, dónde había hallado la muerte por un golpe de su desdichada diestra; en qué tribuna había pronunciado Arminio su arenga, cuántos eran los patíbulos para los cautivos, cuáles las fosas, y cómo habían hecho altanero escarnio de enseñas y águilas.

62. Así, el ejército romano que allí había llegado, a los seis años del desastre, daba sepultura a los huesos de las tres legiones; nadie sabía si enterraba restos de extraños o de los suyos, mas procedían como si todos hubieran sido allegados y aun consanguíneos, acrecentada su ira contra el enemigo y a un tiempo tristes y llenos de odio. El César125 colocó el primer terrón para levantar el túmulo, en un gesto de piedad para con los muertos y asociándose al dolor de los presentes. [2] Ello no le pareció bien a Tiberio, ya porque juzgara mal todo cuanto Germánico hacía, ya por creer que la visión de aquellos hombres muertos e insepultos menguaría los ánimos del ejército cara al combate y ante un enemigo tan temible, y que un general en jefe, investido con el augurio126 y los más antiguos ritos, no debía haber puesto su mano sobre objetos fúnebres.

63. Pero Germánico, tras perseguir a Arminio cuando se metió por lugares impracticables, tan pronto como tuvo oportunidad mandó cargar a la caballería y arrebatarle el llano en que el enemigo estaba asentado. Arminio, después de aconsejar a los suyos que se replegaran y se aproximaran a los bosques, les hizo dar vuelta de repente; acto seguido ordenó atacar a los que había dejado ocultos por los sotos. [2] Ante este dispositivo nuevo se desbarató la caballería, y las cohortes auxiliares que allá se enviaron, arrolladas por la masa de los que huían, vinieron a aumentar la confusión; ya estaban a punto de verse empujadas a un pantano conocido por los vencedores y fatal para quienes lo ignoraran, cuando el César hizo avanzar a las legiones desplegadas. Ello produjo terror entre los enemigos y confianza en nuestros soldados, con lo que se llegó a una separación, quedando el combate indeciso. [3] Llevó luego de nuevo el ejército al Ems, y embarcando a las legiones en la flota, las hizo volver como las había llevado. A una parte de la caballería se le mandó alcanzar el Rin siguiendo la ribera del Océano; a Cécina, que llevaba a su propio ejército, se le ordenó que, aunque volviera por caminos conocidos, pasara lo más rápidamente posible los Puentes Largos. [4] Era éste un trecho angosto entre vastos pantanos construido antaño por Lucio Domicio127; los alrededores los formaban ciénagas ya firmes por un barro espeso, ya inseguras por los arroyos que las cruzaban; había en torno bosques de suave pendiente, que entonces llenó Arminio de tropas, tras haberse adelantado por atajos y a marchas forzadas al ejército cargado con bagajes y armamentos. [5] Cécina, que dudaba sobre cómo rehacer los puentes rotos con el paso del tiempo y, al mismo tiempo, rechazar al enemigo, decidió establecer un campamento en el lugar, para que unos soldados se pusieran a la tarea mientras otros entablaban combate.

64. Los bárbaros, en un esfuerzo por romper las defensas y lanzarse sobre los que trabajaban, los hostigan, los rodean, les lanzan ataques repetidos. Se mezcla el clamor de zapadores y combatientes. [2] Y todo a un tiempo se pone en contra de los romanos: era un lugar de pantano profundo, inestable para pisar en él y resbaladizo para la marcha; los soldados iban sobrecargados con sus lórigas, y en medio de las aguas no podían ni lanzar sus venablos. En cambio, los queruscos estaban habituados a combatir en los pantanos, eran de gran estatura, y con sus largas lanzas podían herir también de lejos. [3] Al fin la noche libró de aquel combate desfavorable a las legiones, que ya empezaban a flaquear. Los germanos, infatigables a causa de sus éxitos, ni siquiera entonces se tomaron reposo, y todas las aguas que manaban de las alturas circundantes las dirigieron hacia la parte baja; lo que estaba ya hecho de la obra, sumergido o derruido, duplicó las fatigas de los soldados. [4] Cécina llevaba cuarenta años de servicio, ya obedeciendo ya mandando, y sabía de la fortuna favorable y de la adversa, por lo que no perdió la serenidad. Dando, pues, vueltas a lo que podía ocurrir, no encontró otra salida que contener al enemigo en los bosques, mientras tomaban la delantera los heridos y la parte más pesada de la columna; en efecto, entre los montes y el pantano se extendía una llanura que podía dar cabida a un despliegue ligero. [5] Escoge la legión V para el flanco derecho, la XXI para el izquierdo; los de la I irían en cabeza, y la XX haría frente a los perseguidores.

65. La noche fue intranquila por motivos distintos según los bandos. Los bárbaros, entregados a festivos banquetes, llenaban con alegre canto y salvajes gritos el fondo del valle y los montes que les hacían eco; entre los romanos, débiles fogatas, voces entrecortadas, y los hombres dispersos junto a la empalizada o errantes entre las tiendas, más insomnes que vigilantes. [2] Al general lo aterrorizó un sueño horrible: creyó ver a Quintilio Varo cubierto de sangre saliendo de los pantanos, y oír como si lo llamara, pero él no le obedeció y rechazó la mano que le tendía. [3] Al alumbrar el día, las legiones enviadas a los flancos, ya por miedo ya por rebeldía, abandonaron su puesto, y ocuparon rápidamente el campo más allá de los pantanos. [4] Pero Arminio, aunque tenía vía libre para el ataque, no se lanzó al momento; antes bien, una vez que los bagajes se atascaron en el cieno y en los hoyos, que a su alrededor se desordenaron las filas, que ya las enseñas no conservaban sus puestos, en ese momento en que cada cual sólo mira por sí y tiene oídos tardos para las órdenes, manda cargar a los germanos clamando a voces: «¡Aquí está Varo, y las legiones otra vez encadenadas por el mismo hado!» Al tiempo y acompañado por hombres escogidos corta la columna hiriendo preferentemente a los caballos. [5] Los animales, resbalando en su sangre y en el cieno y sacudiéndose sus jinetes, dispersan a los que se encuentran al paso y pisotean a los caídos. Lo más arduo del combate fue en torno a las águilas, que ni era posible llevar contra la lluvia de armas arrojadizas ni clavar en la tierra cenagosa. [6] Cécina, mientras trataba de sostener la formación, cayó de su caballo cuando éste fue herido, y ya estaba a punto de verse rodeado cuando la primera legión lo defendió. Vino a favorecerles la avidez del enemigo, que persiguiendo el botín descuidaba la matanza; al caer el día las legiones lograron situarse en terreno abierto y sólido. [7] Mas no fue ése el término de las calamidades: había que levantar una empalizada, construir un terraplén, y eso cuando se había perdido en gran parte el instrumental necesario para cavar y voltear los terrones; no había tiendas para la tropa ni medicinas para los heridos; repartiéndose los víveres manchados de cieno o sangre lamentaban aquellas funestas tinieblas y aquel día que esperaban que sería el último para tantos millares de hombres.

66. Ocurrió que un caballo, tras haber roto las riendas, corriendo desbocado y asustado por los gritos arrolló a varios hombres que se encontró a su paso. Produjo ello tanta consternación —pues creyeron que atacaban los germanos—, que todos corrieron a las puertas, y especialmente a la decumana128, que miraba al lado contrario al enemigo y era más segura para la huida. [2] Cécina, que se dio cuenta de que era una falsa alarma, no logró ni con órdenes ni con ruegos, ni siquiera con sus propias manos, parar y contener a los soldados, hasta que al fin, tendiéndose en el umbral de la puerta y acudiendo a la conmiseración, ya que había que pasar sobre el cuerpo del legado, consiguió cerrarles el paso. Entonces los tribunos y los centuriones les hicieron ver lo infundado de su terror.

67. Luego los reúne en el puesto de mando y, tras ordenarles que le escucharan en silencio, los alecciona sobre la circunstancia y necesidad presentes. La única salvación —les decía— estaba en la lucha; pero ésta debía acomodarse a un plan meditado, y era preciso permanecer dentro de la empalizada hasta que el enemigo se acercara más con la esperanza de asaltarla; luego habría que lanzarse fuera por todas partes, y con esa carga llegar hasta el Rhin. [2] Si se daban a la huida, sólo les esperaban más bosques, pantanos más profundos y la saña del enemigo; en cambio, si vencían, tendrían el honor y la gloria. Les recuerda los bienes de la patria y el honor militar. Nada dijo de adversidades. [3] Luego, empezando por los suyos y continuando con los de los legados y tribunos, entrega caballos a los más valientes luchadores sin ninguna discriminación, para que se lanzaran sobre el enemigo y, tras ellos, la infantería.

68. No menos inquietos estaban los germanos por la esperanza, la codicia y la divergencia de pareceres entre los jefes. En efecto, Arminio aconsejaba que los dejaran salir para luego, en terreno húmedo y dificultoso, rodearlos de nuevo. Más violenta era la propuesta de Inguiomero, y también más grata a los bárbaros: rodear arma en mano la empalizada, pues el asalto sería fácil, más los prisioneros, y tendrían el botín intacto. [2] Así, pues, al salir el día empiezan a rellenar las fosas, lanzan cañizos, llegan a escalar lo alto de la empalizada, defendido por escasos soldados, como clavados allí por miedo. [3] Una vez apostados sobre la fortificación, se da la señal a las cohortes al toque simultáneo de cuernos y tubas. Entonces se lanzan con ímpetu y a voces contra las espaldas de los germanos, gritándoles que allí no había bosques ni pantanos, sino dioses iguales en terreno igual. [4] A los enemigos, que esperaban la matanza fácil de unos pocos hombres medio inermes, el sonido de las tubas y el resplandor de las armas les produjeron una confusión tanto mayor cuanto que inesperada, e iban cayendo, tan incautos en la adversidad como ávidos en el éxito. [5] Arminio ileso e Inguiomero gravemente herido abandonaron la lucha; entre la masa se hizo una matanza que duró lo que el odio y el día. Al fin con la noche regresaron las legiones, a quienes afligían más heridas y la misma falta de víveres que la víspera; sin embargo, con la victoria obtuvieron la fuerza, la salud, la abundancia, todo.

69. Entretanto se había divulgado la noticia de que el ejército estaba rodeado, y de que una columna germana se dirigía en son de guerra contra las Galias; y si no fuera porque Agripina impidió que se cortara el puente que cruzaba el Rhin, había quienes por miedo se hubieran atrevido a tal infamia. Pero aquella mujer de ánimo gigante tomó sobre sí por aquellos días las responsabilidades de un general, y prodigó entre los soldados que sufrían de miseria o heridas ropas y remedios. [2] Cuenta Gayo Plinio129, historiador de las guerras de Germania, que a pie firme a la entrada del puente dirigió alabanzas y palabras de gratitud a las legiones que regresaban. [3] Ello hizo profunda impresión en el ánimo de Tiberio: no le parecían naturales aquellos cuidados, ni que buscara ganarse <los ánimos>130 de los soldados contra los extranjeros. [4] Nada les quedaba a los generales —decía— una vez que una mujer revistaba las tropas, se acercaba a las enseñas, intentaba liberalidades; y luego, como queriendo aparentar modestia, llevaba al hijo de un general con atuendo de soldado y permitía que a un César se le llamara Calígula131. Más poder iba ya a tener ante los ejércitos Agripina que los legados y que los propios generales; una mujer había reprimido una sedición ante la cual nada había podido el nombre del príncipe. [5] Estos pensamientos los encendía y reforzaba Sejano, que, conociendo la psicología de Tiberio, sembraba en él odios a largo plazo, que guardaría para sacarlos aumentados a la luz.

70. Germánico, de las legiones que había transportado en las naves, la II y la XIV las entregó a Publio Vitelio132 para que las llevara por tierra, a fin de que la flota, así aligerada, navegara mejor por el mar poco profundo o varara más suavemente en caso de reflujo. [2] Vitelio no tuvo inconvenientes en la primera parte de su marcha, por tierra seca o sólo levemente húmeda a causa de la marea. Luego, al empuje del aquilón, y al mismo tiempo por la acción meteorológica del equinoccio133, que es cuando más se hincha el Océano, su columna se veía azotada y desbaratada. Las tierras se inundaban; mar, ribera y campos tenían un mismo aspecto, y no se podía distinguir la tierra firme de los suelos movedizos, las aguas superficiales de los lugares profundos. [3] Las olas los derriban, los remolinos se los tragan; las caballerías, los bagajes, los cadáveres flotan por medio obstruyéndoles el paso. Los manípulos se mezclan entre sí, con el agua ya hasta el pecho, ya hasta el cuello, y en ocasiones se dispersan o se hunden al perder pie. Ni las voces de mando ni los ánimos que se daban unos a otros podían nada frente a las olas; no había diferencia entre el esforzado y el cobarde, entre el prudente y el insensato, entre la reflexión y el azar: todo se veía arrollado por igual violencia. [4] Al fin Vitelio, tras haber escalado un lugar más alto, reúne allí el ejército. Pernoctaron sin pertrechos, sin fuego, la mayor parte desnudos o con el cuerpo molido, no menos dignos de lástima que si estuvieran cercados por el enemigo; en efecto, al menos en tal caso tendrían el recurso de una muerte honrosa, en cambio así les esperaba un final sin gloria. [5] Con la luz volvió la tierra firme, y se llegó hasta el río hacia donde el César se había dirigido con la flota. Se embarcaron luego las dos legiones, de las que se había dicho que habían quedado anegadas, y no se creyó en su salvación hasta que vieron volver al César con el ejército.

71. Ya Estertinio, enviado a recoger a Segimero, hermano de Segestes que se había entregado, lo había conducido a él y a su hijo a la ciudad de los ubios. Se otorgó gracia sin dificultad a Segimero, y con más reservas a su hijo, pues se decía que había hecho escarnio del cuerpo de Quintilio Varo. [2] Por lo demás, para reparar los daños sufridos por el ejército rivalizaron las Galias, las Hispanias e Italia, ofreciendo, según las disponibilidades de cada una, armas, caballos y oro. Germánico, tras alabar ese interés, tomó solamente las armas y los caballos de guerra y socorrió a los soldados con su propio dinero. [3] Además, para suavizar también con la benevolencia el recuerdo del desastre procuraba visitar a los heridos y ensalzar las hazañas de cada cual; examinando las heridas, a unos con la esperanza, a otros con la gloria, a todos con su palabra y su desvelo se los ganaba para sí y los robustecía cara a la guerra.

Notas de José Luis Moralejo

114. Comienza la historia del año 15 d. C.

115. Pueblo situado entre el Rin y el Weser.

116. En 9 d. C. ; véase nota 124.

117. Cerca de Maguncia.

118. El nombre latino es Adrana.

119. Mattium, donde hoy está Wiesbaden,

120. El pueblo de los Cherusci habitaba entre el Weser y el Elba.

121. Tácito se refiere a una parte perdida de su obra.

122. Se refiere al sacerdocio del Altar de los Ubios conferido a Segismundo, según se narra en 57, 2.

123. Pueblo costero, entre el Rin y el Ems.

124. En el año 9 d. C. el legado Quintilio Varo se vio encerrado con sus tres legiones en el Teutoburgiensis saltus, que se tiende hoy a localizar entre Bielefeld-Iburg y los montes Wiehen, en la zona limitada por los ríos Ems y Lippe, en el actual confín de Westfalia con Baja Sajonia. Los germanos cercaron al ejército romano, que mal podía desenvolverse en un bosque pantanoso, y lo aniquilaron. Varo se quitó la vida. Fue uno de los peores desastres de la historia militar romana, y amargó a Augusto sus últimos años. Como crónica de la batalla y sus antecedentes puede verse VELEYO PATÉCULO, II 117-120.

125. Germánico, entrado en la familia de los Césares al ser adoptado por su tío Tiberio, adoptado a su vez por Augusto.

126. La ceremonia adivinatoria del augurium acompañaba la toma de posesión de los mandos y magistraturas superiores.

127. Cónsul en 16 d. C.

128. Los campamentos romanos tenían, por lo general, las puertas llamadas praetoria, principalis dextra, principalis sinistra y decumana. Esta última recibe su nombre del hecho de encontrarse tras el emplazamiento de los décimos manípulos; las vías que unen las cuatro puertas se cruzan perpendicularmente.

129. Se refiere a Plinio el Viejo (23-79 d. C. ). Escribió una obra en 20 libros, hoy perdida, sobre las guerras de Germania.

130. La inclusión de studia se debe a Heraeus.

131. Véase nota 95.

132. Uno de los amigos íntimos de Germánico que recibieron el encargo de vengar su muerte y presentaron la acusación contra el presunto instigador de la misma, Gneo Pisón; véase especialmente III 10-17.

133. El aquilón es un viento del Norte. Hemos traducido «por la acción meteorológica del equinoccio» la expresión sidere aequinoctii, con la que Tácito presenta metafóricamente al equinoccio de otoño como un astro.

72-81. Acontecimientos interiores del año 15 d. C

72. En este año se concedieron los honores del triunfo a Aulo Cécina, a Lucio Apronio y a Gayo Silio por las hazañas realizadas en compañía de Germánico. Tiberio rechazó el título de Padre de la Patria que el pueblo trató varias veces de imponerle; además, no permitió que se jurara por sus actos, a pesar de que así lo había decidido el senado, argumentando que todas las cosas de los mortales son inciertas, y que él, cuanto más consiguiera, más expuesto estaría al fracaso. [2] Mas no por ello se ganaba crédito de talante liberal, pues había reactualizado la ley de majestad134, la cual tenía entre los antiguos el mismo nombre, pero eran otros los casos que por ella se juzgaban: si alguno había dañado al ejército con una traición, o con una sedición a la plebe o, en fin, a la majestad del pueblo romano con la mala gestión de un cargo público; eran los hechos los que se sometían a juicio, quedando impunes las palabras. [3] Fue Augusto el primero que se escudó en esa ley para perseguir judicialmente los libelos escandalosos, indignado por la desvergüenza de Casio Severo, que había difamado a varones y damas ilustres en escritos procaces. Más tarde Tiberio, cuando el pretor Pompeyo Macro le consultó sobre si debían tramitarse procesos de majestad, le respondió que las leyes había que aplicarlas. [4] También a él le habían irritado unas coplas publicadas por autores inciertos a cuenta de su crueldad y soberbia, y de sus discordias con su madre.

73. Vale la pena contar las acusaciones que se intentaron en los casos de Falanio y Rubrio135, caballeros romanos modestos, para que se sepa con qué principios, por qué estudiadas artes de Tiberio se fue abriendo paso esta grave calamidad; cómo luego se reprimió, para estallar a la postre invadiéndolo todo. [2] A Falanio se le acusaba de que había admitido entre los adoradores de Augusto, que había por todas las casas a manera de colegios, a un cierto Casio, payaso de infame cuerpo, y de que al vender una villa había enajenado también una estatua de Augusto. A Rubrio se le acusaba de haber violado con un perjurio el nombre de Augusto. [3] Cuando todo ello llegó a conocimiento de Tiberio, escribió a los cónsules que si se había decretado la divinización de su padre, no debía ese honor servir para perder a ciudadanos; que el histrión Casio había participado, a menudo entre otros del mismo arte, en las representaciones que su madre consagrara a la memoria de Augusto; por otra parte, no era un sacrilegio el que su efigie, como otras imágenes de dioses, se incluyera en la venta de villas y casas. [4] Por lo que miraba al juramento, se lo debía juzgar como si hubiera engañado a Júpiter: las injurias a los dioses eran cuidado de los dioses.

74. No mucho después denunció de majestad al pretor136 de Bitinia Granio Marcelo su propio cuestor137 Cepión Crispino, con la colaboración de Romano Hispón. Adoptó éste una forma de vida que luego las miserias de los tiempos y las audacias de los hombres pusieron de moda. [2] En efecto, pobre, desconocido, inquieto, tras haber accedido a la crueldad del príncipe con libelos secretos, se dedicaba luego a poner en peligro a los hombres más ilustres; habiendo conseguido el poder ante uno solo, el odio ante todos, dio un ejemplo siguiendo el cual algunos de pobres se hicieron ricos, de hombres despreciables pararon en personajes temibles, buscando la perdición a otros y, a la postre, a sí mismos. [3] Por lo que se refiere a Marcelo, lo acusaba de haber hablado mal de Tiberio, imputación inevitable, dado que el acusador escogía los aspectos más siniestros de la conducta del príncipe y se los echaba encima al reo; en efecto, lo que era verdad se creía también dicho. Añadía Hispón que una estatua de Marcelo estaba colocada más alta que las de los Césares, y que a otra efigie, tras quitarle la cabeza de Augusto, le había puesto la de Tiberio. [4] Ante esto se encendió de tal manera que rompiendo su habitual taciturnidad declaró a voces que en aquella causa también él declararía, públicamente y bajo juramento, para que los demás se vieran en la misma necesidad. [5] Quedaban todavía entonces restos de la libertad moribunda. Y así Gneo Pisón le dijo: «¿En qué lugar, César, quieres declarar? Si eres el primero, tendré una pauta para guiarme; pero si lo haces el último, tengo miedo de disentir de ti sin saberlo. » [6] Estas palabras lo desconcertaron; y precisamente porque se había inflamado sin controlarse, al arrepentirse toleró que se absolviera al reo de las acusaciones de majestad. Respecto a la malversación de fondos, se envió el asunto a los recuperadores138.

75. No saciado con los procesos contra senadores, se sentaba en los juicios —en un extremo del tribunal, para no desplazar al pretor de la silla curul139—, y su presencia valió mucho contra las presiones e intrigas de los poderosos. Pero mientras se favorecía la verdad, se corrompía la libertad. [2] En cierta ocasión el senador Aurelio Pío, quejándose de que la construcción de una vía pública y de una conducción de agua había socavado los cimientos de su casa, invocaba la ayuda del senado. Ante la oposición de los pretores del erario, el César lo socorrió y pagó a Aurelio el precio de la casa, deseoso de gastar su dinero en cosas que le proporcionaran honor; fue ésta una virtud que conservó largo tiempo, mientras se iba despojando de las demás. [3] A Propercio Céler, ex pretor, que pedía ser dispensado del orden140 a causa de su pobreza, le regaló diez millones de sestercios, tras haber constatado que su fortuna familiar era escasa. [4] Cuando otros pretendieron lo mismo ordenó que el senado aprobara las causas, mostrándose desagradable por su afán de severidad incluso en las cosas en que hacía bien. En consecuencia, los demás antepusieron el silencio y la pobreza a la confesión y al beneficio.

76. Aquel mismo año141 el Tíber, engrosado por las continuas lluvias, había inundado las partes bajas de la Ciudad. Al retirarse las aguas arrastraban restos de edificios y cadáveres. Por ello estimó oportuno Asinio Galo consultar los libros sibilinos142. Se negó Tiberio, tan dado a oscurecer los asuntos divinos como los humanos; en cambio se encargó a Ateyo Capitón143 y a Lucio Arruncio de poner remedio para controlar el río. [2] Las provincias de Macedonia y Acaya solicitaron una desgravación; se decidió que por el momento se las liberara del mando proconsular y pasaran a depender del César144. [3] En los juegos de gladiadores que ofreció en nombre propio y en el de su hermano145 Germánico presidió Druso, que se gozó en demasía de ver correr la sangre, aunque fuera sangre vil; ello produjo miedo en el vulgo, y se decía que su padre se lo había reprochado. [4] El porqué Tiberio no participó en el espectáculo era objeto de explicaciones diversas: unos lo achacaban a su fastidio por las masas, otros a lo sombrío de su carácter y al miedo a las comparaciones, porque Augusto había asistido con gesto benévolo. No creo que pretendiera dar a su hijo ocasión para evidenciar su crueldad y provocar contra él la inquina del pueblo, aunque eso también se dijo.

77. Entretanto, la licencia en el teatro, que se había desencadenado en el año anterior, estalló entonces de manera grave, y resultaron muertos no sólo de entre la plebe, sino también soldados y un centurión, y herido un tribuno pretoriano, que intentaron impedir insultos contra los magistrados y la disensión entre el vulgo. [2] Se trató de la sedición en el senado, y hubo propuestas en el sentido de que los pretores tuvieran contra los histriones el derecho de azotarlos. [3] Interpuso su veto el tribuno de la plebe Haterio Agripa, que fue increpado por Asinio Galo en su discurso, mientras guardaba silencio Tiberio, que quería proporcionar al senado aquellos simulacros de libertad. Se impuso, sin embargo, el veto porque antaño el divino Augusto había declarado a los histriones inmunes a los castigos corporales, y para Tiberio sería un sacrilegio infringir sus disposiciones. [4] Se toman numerosos acuerdos sobre sus salarios y contra los excesos de sus seguidores; las más notables fueron que ningún senador entrara en casa de un actor de pantomima, que los caballeros romanos no los acompañaran por la calle, que no hicieran espectáculos a no ser en el teatro, y que se diera a los pretores la potestad de castigar con el exilio la falta de moderación de los espectadores.

78. Se accedió a la solicitud de los hispanos para erigir un templo a Augusto en la colonia de Tarragona, y con ello se dio a todas las provincias un ejemplo146. [2] Aunque el pueblo estaba descontento del impuesto de la centésima de las cosas venales establecido tras las guerras civiles, declaró Tiberio que ése era el sostén del presupuesto de guerra; añadió que sería una carga intolerable para el estado el que los veteranos se licenciaran antes de los veinte años de servicio. Así, los acuerdos en mala hora tomados con motivo de la reciente sedición, y en virtud de los cuales habían arrancado a la fuerza el licenciamiento a los dieciséis años, quedaron abolidos para lo sucesivo.

79. Se trató luego en el senado, por moción de Arruncio y Ateyo, de si convenía desviar los ríos y lagos por los que aumentaba el caudal del Tiber, a fin de controlar sus crecidas. Se escuchó a las legaciones de las colonias y municipios147, entre las cuales la de los florentinos pedía que no se trasvasara el Chiana de su curso natural al Arno, con lo cual se les echaría a ellos encima la calamidad. [2] Los de Interamna148 se expresaron en términos parecidos: se arruinarían los más fecundos campos de Italia si el río Nera —tal como estaba previsto— se estancaba tras haberlo dividido en arroyos. [3] Tampoco callaban los de Reate149, quienes se oponían a que se obstruyera el lago Velino por la parte en que se vacía en el Nera, puesto que inundaría los alrededores: bien había dispuesto las cosas humanas la naturaleza, la cual —decían— había dado a los ríos sus orillas, sus cursos y, al igual que un manantial, también un término; había que considerar además las tradiciones religiosas de los aliados, que habían dedicado a los ríos patrios templos, bosques y aras; aún más, el propio Tíber no querría correr con menor gloria privado de sus afluentes. [4] Se impusieron ya los ruegos de las colonias, ya la dificultad de las obras, ya la superstición, de manera que se adoptó el parecer de Pisón, quien había propuesto no cambiar nada.

80. Se prorroga a Popeo Sabino el gobierno de la Mesia150, añadiéndosele Acaya y Macedonia. También era costumbre de Tiberio esa de mantener los mandos y conservar casi siempre a las mismas personas hasta el final de sus vidas en los mismos ejércitos o jurisdicciones. [2] Se suelen dar varias explicaciones: unos dicen que mantenía sus acuerdos como definitivos por huir de nuevas preocupaciones; otros piensan que lo hacía por envidia de que los disfrutaran muchos; hay quienes estiman que tan agudo como era su ingenio, era indeciso su juicio; en efecto, por una parte no buscaba virtudes eminentes, por otra aborrecía los vicios; de los mejores temía un peligro para sí, de los peores un deshonor para el estado. [3] En tales vacilaciones llegó hasta el extremo de encomendar provincias a algunos a quienes no estaba dispuesto a dejar salir de Roma.

81. De los comicios consulares que hubo por vez primera bajo su principado y en lo sucesivo, no me atrevería a decir nada seguro: tal es la divergencia de juicios que se encuentran no sólo en los historiadores, sino también en los discursos del propio Tiberio. [2] Unas veces, sin citar los nombres de los candidatos, describía el origen, la vida y los servicios militares de cada cual, de modo que entendieran de quiénes se trataba; otras, omitiendo incluso esas indicaciones, tras exhortar a los candidatos para que no perturbaran los comicios con intrigas, les prometía su colaboración para ello. Las más de las veces declaraba que sólo se habían presentado ante él los candidatos cuyos nombres había dado a los cónsules: podían presentarse también otros —añadía—, si confiaban en su popularidad o en sus méritos. Palabras especiosas; en realidad, falsedad y engaño; y cuanto mayor era la apariencia de libertad que las cubría, tanto más pararían en implacable esclavitud.

Notas de José Luis Moralejo

134. La Lex maiestatis, nombre que podría traducirse por Ley de soberanía, había sido arbitrada contra los delitos de alta traición; pero, según deja Tácito bien claro, bajo el principado pasó a manipularse profusamente como medio de protección del poder absoluto de los Césares y, más aún, de satisfacer venganzas meramente personales, habida cuenta de la facilidad con que se admitían las acusaciones. A partir de este capítulo los procesos por majestad aparecen, con triste monotonía.

135. Personajes de los que no hay más noticias. En el manuscrito el primer nombre aparece también en la forma Faianio, si bien, corregido en Falanio por la misma mano.

136. Se trataba, en realidad, de un procónsul, gobernador de una provincia que dependía del senado; el llamarlo praetor supone un arcaísmo. La provincia de Bitinia se halla en el NO. del Asia Menor, y en su costa incluía el lado asiático del Bósforo.

137. El cuestor era un funcionario de carácter fiscal y financiero; los procónsules en la provincia los tenían como colaboradores inmediatos del mismo modo que los cónsules en Roma.

138. Los reciperatores eran un equivalente aproximado de los modernos jurados, generalmente elegidos de entre los caballeros romanos.

139. El adjetivo curulis, que parece derivar de currus, «carro», pasó de designar en origen las magistraturas que tenían derecho a tal atributo, a referirse a cuanto con tales magistraturas se relacionaba.

140. Es decir, del orden senatorial, para pertenecer al cual era preciso acreditar la posesión de un determinado patrimonio.

141. Continúa el año 15 d. C.

142. El estado romano tenía confiado al colegio sacerdotal de los Quindecimuiri la custodia, consulta y exégesis de una vieja colección de oráculos atribuidos a la Sibila de Cumas. La más antigua recopilación, según la versión tradicional, habría sido vendida al rey Tarquinio Prisco por una misteriosa anciana. La consulta de los libros sibilinos era preceptiva en las situaciones de especial gravedad para Roma, aunque sólo el senado podía ordenarla.

143. Famoso juriconsulto, cónsul en el año 5 d. C.

144. Macedonia —al Norte— y Acaya —al Sur— eran las dos provincias en que la Grecia continental estaba estructurada dentro del Imperio Romano. Ambas pertenecían a la categoría de las senatoriales, es decir, de las que por hallarse totalmente pacificadas dependían por entero del poder civil, y estaban por ello bajo el mando de un procónsul o pretor. Por el contrario, aquellas de reciente conquista o que no estaban plenamente sometidas —así como las que por conveniencia se consideraban tales—, quedaban bajo el poder directo del César en cuanto jefe máximo del ejército, y eran administradas por sus legados. Estas provincias parecen haber disfrutado de ventajas fiscales —por de pronto tributaban al fiscus imperial, no al aerarium público—, según se desprende del trato dispensado en esta ocasión a Acaya y Macedonia.

145. Al haber sido adoptado Germánico por Tiberio, venía a ser ante la ley hermano de Druso.

146. Entre las regiones del Occidente romano Hispania abrió camino, efectivamente, en el desarrollo del culto al emperador. Ya con anterioridad había en Tarraco un ara dedicada a Augusto; parece que ahora se trata de un templo erigido por toda la provincia.

147. La diferencia inicial entre municipios y colonias obedecía a la naturaleza de sus habitantes: los primeros estaban constituidos por itálicos que se incorporaban a la vida política romana por la duitas sine suffragio, en tanto que las colonias sólo existían si, literalmente, se había dado una colonización por auténticos ciudadanos romanos. Con el paso del tiempo la diferencia ya no obedecía exactamente a tales criterios, aunque la colonia siguió gozando de un estatuto jurídico superior.

148. Actual Temi.

149. Actual Rieti.

150. La provincia de la Moesia venía a corresponder a la mitad septentrional de la actual Bulgaria, limitada al N. por el Danubio y al S. por los Balcanes.