Tigerstedt, E. N., Interpreting Plato, 1977, Prefacio, Capítulos 1 y 2. Traducción en español de Eduardo Alemán.

Para Harold Cherniss

Prefacio

El presente estudio es una continuación y, de cierta forma, la conclusión de dos estudios anteriores, Plato’s Idea of Poetical Inspiration y The Decline and Fall of the Neoplatonic Interpretation of Plato. Estaba listo para ser impreso en 1973, pero por razones ajenas a la voluntad del autor, no es hasta ahora que ha sido posible su publicación. Durante este tiempo, varios estudios sobre Platón han aparecido, los cuales son importantes para la materia que aquí se trata, pero solo he podido tener unos pocos en consideración. Espero darles tratamiento por separado en un artículo académico.

Le estoy muy agradecido a mi previa universidad por incluir este libro dentro de sus publicaciones y la Fundación Magnus Bergvall por el otorgamiento de una subvención sustancial. Mi amigo y sucesor, el profesor Inge Jonsson, me ha brindado una ayuda muy útil.

Mi estudio está dedicado a un gran erudito de los estudios platónicos como una modesta muestra de gratitud por todo lo que he aprendido de él, sobre todo cuando me he atrevido a diferir de él, y especialmente por el amable estímulo que ha brindado a mis estudios sobre Platón durante los últimos años.

Samos, en abril de 1976

E. N. Tigerstedt

Interpretando a Platón 1

“Poco antes de fallecer, Platón soñó que se había transformado en un cisne que volaba de árbol en árbol, causándole, por lo tanto, un esfuerzo extraordinario a los arqueros que querían cazarle. El Socrático Simias interpretó el significado del sueño como presagio de que Platón eludiría todos los esfuerzos de sus intérpretes puesto que los arqueros son similares a los intérpretes que tratan de buscar los mensajes ocultos de los antiguos. Pero esquivo es Platón tanto como Homero, porque sus escritos deben ser comprendidos en muchos sentidos, ambos física y éticamente, también teológica y literalmente.”

Olympiodorus, Vita Flatonis. 2

“Quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur.” 3

Viejo dicho escolástico.

  1. El presente estudio es el resultado de uno anterior, La idea de inspiración poética de Platón (Societas Scientiarum Fennica. Commentationes Humanarum Litterarum, 44:2, 1969). No es un estudio de la erudición platónica y no pretende ninguna exhaustividad bibliográfica. Los eruditos citados y discutidos son elegidos como representantes de actitudes y opiniones compartidas por muchos otros. Una historia de la erudición platónica es, de hecho, un desideratum. La única obra que, hasta cierto punto, puede considerarse como tal, Heinrich von Stein, Sieben Bucher zur Geschichte des Platonismus (I-III, Göttingen, 1862-75; cito de la reimpresión de Frankfurt, 1965), aunque en muchos aspectos una obra notable, que vale la pena leer, que ahora está bastante desactualizada y muy incompleta. En cuanto a estudios anteriores, aún debe utilizarse J. A. Fabricius, Bibliotheca Graeca, véase la cuarta edición, de Gottlieb Christoph Harles, III (Hamburgo, 1794), págs. 141 y sigs. La erudición del siglo XIX está registrada de manera muy completa en Eduard Zeller, Oie Philosophie der Griechen in ihrer geschichtlichen Entwicklung, II: i (uso la sexta edición, Hildesheim, 1960, una reimpresión de la quinta edición, Leipzig, 1922; el texto es el de la cuarta edición, 1888). Se pueden encontrar estudios posteriores en la revisión de Karl Praechter de Grundriss der Geschichte der Philosophie de Ueberweg, I, Die Philosophie des Altertums, 12ª ed. (Leipzig, 1926), en Johannes Geffcken, Geschichte der griechischen Literatur, II: 1-2 (Heidelberg, 1934), y en Hans Leisegang, Platondeutung der Gegenwart (Leipzig, 1929), cf. también su artículo sobre Platón, RE, XX: 2 (1950). Se cita literatura más reciente en Albin Lesky, Geschichte der griechischen Literatur (3ª ed. Berna, 1971), y especialmente en la exhaustiva monografía de Paul Friedländer, Platon, I-II (3ª ed., Berlín, 1964), III (2ª ed. , Berlín 1960). Hay dos buenos estudios sobre la erudición moderna: el de Harold Cherniss, “Plato 1950-1957” (Lustrum, 4-5, 1959-60), que es muy completo, y el de E. M. Manasse, Bücher über Plato, I-III ( Philosophischer Rundschau, Sonderheft, 1-2, 7, 1957-76), que se limita a obras en alemán, inglés y francés. L’année Philologique (a partir de 1914) es, por supuesto, indispensable, pero el lector debe tener en cuenta que no siempre es completa.

  2. La llamada Vita Platonis de Olympiodorus constituye en realidad la introducción a su comentario sobre Alcibíades Maior, véase la edición de L. G. Westerink (Amsterdam, 1956), p. 6. 

  3. Lo que se recibe es recibido según el modo de ser del recipiente. Nota del traductor.

Capítulo 1: El problema

Simias el Tebano debió haber sido un hombre muy anciano cuando brindó su interpretación del último sueño de Platón. 1 Anteriormente, más de cincuenta años atrás, había estado presente en la muerte de Sócrates, con quién había discutido sobre la inmortalidad del alma, si confiamos en el Fedón. Lo que ahora decía acerca del Discípulo, él pudo igualmente haber dicho del Maestro: ambos nos enfrentan como un acertijo irritante y provocador, que debemos resolver o ignorar bajo nuestro propio riesgo.

En cuanto a Sócrates la existencia del acertijo es fácil de explicar: no dejó escrito alguno, por lo que dependemos de los comentarios contradictorios de sus discípulos. Pero Platón dejó una ouvre escrita bastante sustancial que debería prevenir cualquier duda acerca del alcance y el significado de su filosofía. Como todos sabemos, este no es el caso. Por supuesto, esto se puede decir hasta cierto punto de todos los grandes pensadores. Los intérpretes de, por ejemplo, Aristóteles, Kant o Hegel no siempre están de acuerdo. Pero las controversias en torno a Platón son mucho más radicales y fundamentales. Lo que algunos eruditos consideran una imagen fiel de Platón como hombre y su filosofía, para otros es una caricatura escandalosa o una pura invención. La disputa entre las diversas escuelas de intérpretes platónicos no se limita al juicio y la evaluación, sino que concierne a la esencia misma del platonismo.

¿Fue Platón un dogmático o un escéptico, un interrogador no sistemático o un rígido constructor de sistemas, un místico ferviente o un dialéctico frío, un noble enaltecedor de la libertad del espíritu humano o un heraldo siniestro del estado totalitario? ¿Los pensamientos propios de Platón que se encuentran en sus escritos, están abiertos a todo lector imparcial y cuidadoso, o están escondidos detrás de la obra escrita, una doctrina secreta, que debe extraerse dolorosamente de pistas suyas y de otros autores?

Así, la batalla entre los intérpretes continúa y no da señales de ceder. Al contrario, por el momento asola con más furia que nunca. Ningún estudioso que de alguna manera, por muy limitada que sea, se ocupe de Platón y el platonismo puede evitar tomar una decisión sobre el fastidioso problema de interpretar a Platón. No puede simplemente dejarlo en manos de los “expertos”, es decir, los filólogos y filósofos, porque estos están profundamente en desacuerdo. Además, la posición central de Platón en la civilización europea hace difícil para un historiador evadir el problema. Es mejor afrontarlo de frente y tratar de analizarlo. Incluso si se siente incapaz de presentar una solución final (y el desacuerdo de tantos eruditos eminentes durante un período tan largo debería inspirarle desconfianza), puede obtener una visión más profunda de la verdadera naturaleza del problema y reunir las razones de su insolubilidad.

La gran dificultad de interpretar a Platón no reside tanto en comprender lo que dice. Sin duda, hay pasajes difíciles en sus obras, y hay todo un diálogo, el Parménides, que desde la antigüedad clásica ha inquietado a los lectores. Pero en términos generales, incluso para los filósofos profanos, Platón es mucho más fácil de entender que muchos otros grandes pensadores, por ejemplo, Aristóteles, Kant o Hegel. Rara vez resulta difícil entender lo que dice Platón. Pero a menudo es difícil estar seguro de lo que realmente propone.

La dificultad se debe, en primer lugar, al hecho incómodo de ese proton skandalon de la interpretación platónica, de que (salvo en sus Cartas, que por el momento pueden omitirse) Platón nunca habla en su propio nombre, sino siempre a través de otras personas, en diálogos. Y estos diálogos no son tratamientos sistemáticos de temas especiales o partes de la filosofía, sino verdaderas discusiones entre dos o varias personas, que no están dirigidas a ningún lector. Por el contrario, el lector se convierte, por así decirlo, en un oyente silencioso de debates en los que no participa. 2

Este carácter de los Diálogos se desprende del hecho de que, salvo seis excepciones, llevan el nombre de un participante en el debate en cuestión. 3 Posteriormente, algún editor –o editores– proporcionó a los Diálogos dos subtítulos, para indicar su tema y carácter. 4 Así, Gorgias obtuvo el subtítulo “Sobre la retórica, refutativa”. El Diálogo aborda sin duda esta cuestión, pero también aborda muchas otras cosas. Y no es más “refutativo” que muchos otros Diálogos.

En cuanto a las seis excepciones, confirman la regla. La primera, la Apología ocupa un lugar propio, porque simplemente no es un diálogo. De los demás, el Banquete contiene discursos sobre el amor, pero además contiene mucho más. La República y las Leyes tratan de las materias prometidas en sus títulos, pero también de muchas cosas que ni siquiera en un sentido amplio pueden decirse que pertenecen a la política. El Sofista y el Estadista parecen constituir una categoría especial. Porque al comienzo de cada diálogo se afirma que su objetivo es encontrar una definición del Sofista o del Estadista respectivamente, y al final llegamos finalmente a tal definición. Pero antes de eso, la discusión ha abordado muchos asuntos que poco o nada tienen que ver con el tema principal.

De hecho, si no hemos leído previamente un diálogo platónico, o al menos un resumen detallado del mismo, nunca podremos saber qué puede contener. Seguramente ésta es una manera extraña de hacer que algo tan difícil como la filosofía sea aún más difícil.

¿Cómo procedemos entonces si queremos establecer lo que Platón pensaba sobre una cuestión determinada? Bueno, primero leemos atentamente las obras de Platón, anotando todo lo que Sócrates o cualquier otra persona a quien consideremos un “portavoz” de Platón: el ateniense en las Leyes, el extranjero eleático en el Sofista y el Estadista, el Timeo de Lócrida en el Timeo, et alii—todos tienen algo que decir sobre nuestro tema.5 Luego tratamos de combinar estas diversas expresiones, llenando vacíos a través de extrapolaciones, aclarando oscuridades, corrigiendo ambigüedades y, lo más importante de todo, neutralizando contradicciones hasta que obtengamos un cuerpo de doctrina sistemático y lógicamente coherente que, con un suspiro de alivio, podemos presentar al mundo del aprendizaje como “la idea de Platón acerca de…”

Pero si estamos dotados de poderes normales de observación y autocrítica, difícilmente podemos dejar de notar que Platón se muestra extrañamente refractario a nuestros esfuerzos. Hay en él oscuridades y ambigüedades que parecen bastante deliberadas, como si Platón no hubiera querido que tuviéramos certeza de su verdadero significado. Éstas son lagunas que sólo pueden llenarse atribuyendo a Platón pensamientos que no sabemos si los abrigó o no. Lo peor de todo es que hay contradicciones que no pueden resolverse si nos atenemos a las propias palabras de Platón.

Hace más de cien años, un erudito alemán, Heinrich von Stein, dio una descripción vívida y aún válida de la impresión desconcertante y contradictoria que un primer contacto con Platón puede causar en un lector no preparado. 6 Un lector así no puede dejar de sentirse decepcionado y molesto cuando se enfrenta a un filósofo al que ha oído ser tan elogiado… o tan fuertemente vilipendiado, como debemos añadir hoy. Una desilusión que, sin embargo, al no poder contentarse consigo misma, deja al lector asombrado y trastornado. Porque este siente que Platón podría haber evitado fácilmente las ambigüedades, oscuridades, lagunas y contradicciones que lo desconciertan, si tan sólo hubiera elegido hacerlo. Sin embargo, parece no prestar atención a nuestro legítimo reclamo de claridad y coherencia, sino que más bien obtiene un placer malicioso al eludirlo.

Incluso fijar el pensamiento de Platón en una obra individual ya es bastante difícil, porque muchos de los Diálogos no llegan a ninguna conclusión obvia. Pero resulta aún más difícil encontrar un denominador común en varias, por no decir todas, de sus obras. Si intentamos combinar las declaraciones sobre un determinado tema en un Diálogo con aquellas sobre el mismo tema en otros Diálogos, con demasiada frecuencia nos enfrentamos a lo que, al menos a primera vista, parecen contradicciones directas. Por supuesto, las contradicciones en un filósofo no son un fenómeno poco común. Pero en Platón son tan flagrantes que sugieren que no le importaba contradecirse en puntos fundamentales, 7 a menos que creamos que no era consciente de sus contradicciones, 8 proposición que, por varias razones, parece difícil de aceptar. Y si realmente intentamos formarnos una visión global de la filosofía de Platón en su conjunto, entonces las dificultades amenazan con escapar nuestro control, y bien puede sucedernos lo que le ocurrió al gran Eduard Zeller.

El dilema de Zeller

El nombre de Eduard Zeller debe ser siempre mencionado con respeto y gratitud por todo aquel que estudie la filosofía griega. 9 Fue el último erudito capaz de examinar personalmente todo el campo de esta filosofía, desde Tales y Anaximandro hasta Proclo y Olimpiodoro. Parece haber leído todo lo que se conserva sobre estos pensadores y la mayor parte de lo que se ha escrito sobre ellos a lo largo de los siglos. Resumió su aprendizaje en una obra monumental que aún sigue siendo indispensable, Die Philosophie der Griechen in ihrer geschichtlichen Entwicklung. 10 Pero Zeller no sólo era inmensamente erudito, sino que también tenía una mente clara y crítica, un sólido sentido común y, por último, pero no menos importante, un estilo lúcido. Es un placer intelectual leer sobre estos antiguos pensadores en Zeller, donde aparecen mucho más claramente que en sus propias obras.

Sin embargo, Zeller no sólo fue filólogo e historiador, sino también filósofo. En su juventud había sido partidario de Hegel, aunque posteriormente cambió de opinión y se unió al distinguido grupo de ex hegelianos, cuyo miembro más destacado era un tal doctor en filosofía Karl Marx. Pero, como fue el caso de Marx, Hegel nunca perdió por completo el control sobre su antiguo discípulo. Así, Zeller mantuvo la convicción hegeliana de que la filosofía debe ser sistemática o dejar de ser filosofía. Todo filósofo digno de ese nombre tiene un sistema.

Por eso, Zeller considera natural que también Platón tuviera un sistema, aunque, con un suspiro, habla del “mit seiner Darstelungsweise verknüpften Mangel an vollständiger systematischer Durchsichtigkeit” de Platón. 11 Como Platón se olvidó de exponer su filosofía de una manera verdaderamente sistemática, Zeller debe compensar esta negligencia. Tampoco le resulta imposible hacerlo, siempre que “uns in den internaln Quellpunkt des platonischen Systems zu versetzen, und um diesen die Elemente desselben in dem internalen Verhältniss, dass sie im Geiste ihres Urhebers hatten, anschliessen zu lassen”. 12 La exposición de este supuesto sistema tiene un fuerte sabor hegeliano. Comenzando con “el fundamento propedéutico” del platonismo, Zeller ofrece posteriormente un estudio sistemático de la dialéctica, la física y la ética de Platón.

Sin embargo, Zeller era demasiado erudito, demasiado agudo y demasiado concienzudo para ser capaz de ocultar –ya sea a sí mismo o a sus lectores– las dificultades de su tarea. Menos aún porque no creía en la existencia de ninguna doctrina secreta y no escrita que constituyera la unidad oculta detrás de la variedad de los Diálogos. Zeller tampoco consideraba el diálogo como una mera forma exterior. 13 Aunque persistió en su creencia en la unidad del pensamiento de Platón, admitió de mala gana que Platón a menudo se contradice a sí mismo. En su exposición del “sistema” de Platón, Zeller se queja varias veces exasperadamente de sus “lagunas”. 14 Y los mitos platónicos encuentran su fuerte desaprobación. Porque son “mehr ein Zeichen der Schwäche als der Stärke: sie zeigen die Punkten an wo es sich herausstellt, dass er (Plato) noch nicht ganz Philosoph sein kann, weil noch zu viel von Dichter in ihm ist”. 15 Si la filosofía es pensamiento sistemático y racional, entonces Platón no es un verdadero filósofo: esa parece ser la conclusión inevitable de uno de los principales eruditos platónicos del siglo pasado.

La solución de Grote

¿Pero no prueba la conclusión misma que Zeller partió de una suposición errónea? ¿Existe realmente algún problema de interpretación platónica? ¿No es simplemente una invención nuestra? Evidentemente, ésta era la opinión de George Grote cuando, en su gran libro, todavía eminentemente legible, Plato and the other Companions of Socrates, 16 se negó rotundamente a imponer cualquier tipo de unidad a las diversas declaraciones de Platón y se limitó a expresarlas fielmente tal como aparecen en cada Diálogo. 17 Declaró que era “difícilmente posible resolver todas las diversas manifestaciones de la mente platónica en una unidad superior. Platón era escéptico, dogmático, místico religioso e inquisidor, matemático, filósofo, poeta (tanto erótico como satírico), retórico, artista, todo en conjunto, uno, o al menos, todos sucesivamente a lo largo de los cincuenta años de su vida filosófica”. 18 En cuanto a las inconsistencias en Platón, Grote las reconoció claramente “como hechos de su carácter filosófico”, en contraste con aquellos eruditos que “o las obligan a armonizarse mediante una exégesis sutil, o descartan una de ellas como espuria”. 19 Y se confesó sarcásticamente incapaz de adivinar ningún tipo de sabiduría oculta, ningún arcano –ya sea celestia o terrestria– “más allá de lo que revela el texto”. 20

En el ámbito a menudo confuso de la erudición platónica, un sentido común tan sólido es, en verdad, refrescante. Si Grote tiene razón, no hay ningún problema del que preocuparse, si nos abstenemos de preguntarnos cómo un ser humano puede albergar opiniones y actitudes tan diversas y diferentes. Y es difícil no sorprenderse. Incluso Grote admitió que, en su vejez, Platón abandonó “su amor por la dialéctica y el gusto por enunciar las dificultades, incluso cuando no podía aclararlas”. Como muestran las Leyes, Platón se volvió “ultradogmático” y desarrolló “una ortodoxia estricta y obligatoria”. 21 Así, la senilidad convertía a un camaleón filosófico en dogmático.

Aparte de la cuestión de si la caracterización que hace Grote del Platón de las Leyes es pertinente, parece obvio que su negativa a mirar debajo de la superficie, a buscar alguna unidad en Platón, lo ha llevado a un callejón sin salida. 22 El suyo es un consejo desesperado, que no funciona y que es refutado silenciosamente por la existencia misma de su propio libro. No se pueden escribir tres grandes volúmenes sobre un camaleón. Y la repentina transformación de Platón en un dogmático rígido no es convincente. La obra de Grote siempre seguirá siendo un antídoto saludable y necesario contra los interminables intentos de sistematización y armonización que pasan por alto o explican contradicciones, ambigüedades o lagunas obvias en Platón. Pero no puede convencernos de que la interpretación de Platón no constituye ningún problema, porque esa tesis es refutada por los mismos intentos de probarla, de los cuales el más radical y, en cierto sentido, el más exitoso es la eliminación de los textos desagradables.

Notas del capítulo 1

  1. No sabemos casi nada sobre Simmias, véase Zeller, op. cit., II: I, págs. 24 y sigs. Extenso artículo de H. Hobein, RE, IIA: i (1927), cols. 144-155, está lleno de conjeturas vagas. Todas las obras de Simmias se han perdido y muchas de ellas parecen haber sido consideradas espurias. Sería arriesgado dar fe de la historicidad de su aparición en el lecho de muerte tanto de Sócrates como de Platón. Véase además la Introducción de Léon Robin a su edición del Fedón en el Budé-Platón (IV: i, París, 1926, págs. xiiiff.).
  2. Cfr. a continuación págs. 96 y siguientes.
  3. Quizás sobre el modelo del drama, véase Henrik Zilliacus, “Boktiteln i antik litteratur” (Eranos, 36, 1938), p. 10, cf. Ernst Nachmanson, Der griechische Buchtitel (Göteborgs Universitets Årsskrift, 1941:19), págs. 10 y siguientes.—El Fedón lleva el nombre del relator del Diálogo, quien, sin embargo, estuvo presente en las discusiones.
  4. En los manuscritos, los Diálogos suelen tener tres títulos, pues al primero, el platónico, se le añaden dos subtítulos, el primero indica el contenido y el segundo a cuál de las ocho categorías siguientes pertenece el Diálogo: Πειραστικός, ηθικός, λογικός, μαιευτικός, άνατρεπτικός, ένδεικτικός, πολιτικός, φυσικός. En muchas ediciones modernas se omiten los subtítulos. Ambos tipos de subtítulos son mencionados por Diógenes Laercio, quien dice (III 57) que Trasilo—o Trasilo († 36 d.C.)—el editor de Platón, διπλαΐς τε χρήται ταίς έπιγραφαΙς καθ’Ικάστου των βιβλίων, τη μεν άπό του όνόματος, τη άπό του πράγματος. La palabra χρήται no puede interpretarse en el sentido de que Trasilo “inventó” los segundos títulos (obviamente no los terceros), como bien señala Henri Alline, Histoire du texte de Platon (Bibliothèque de l’Écolede Hautes Études, 218, París, I915 ), págs. 55 y siguientes, y A. G. Hoerber, “Thrasylus’ Platonic Canon and the Double Titles” (Phoenix, 2, 1957, págs. 10-20), que no cita a Alline. Ambos afirman que los títulos dobles no sólo estaban en uso mucho antes de Trasilo sino que se remontan a la Antigua Academia, a juzgar por el hecho de que Aristóteles se refiere al Banquete como όι ερωτικοί λόγοι (Política II 4, 1262 b 11) y al Menexeno como επιτάφιος (Retórica III 14, 1415 b 30). Quizás fueron inventados por el propio Platón, en favor de cuya hipótesis Hoerber aduce la ciertamente espuria Ep. XIII 363 A, cf. también Alline, op.cit., pág. 55 η. a. Incluso más allá de esto, el argumento no es concluyente, porque es natural designar el Menexeno como una oración fúnebre y el Banquete como una serie de discursos sobre el Amor, como, de hecho, el propio Platón indica al comienzo mismo del Diálogo (177). ). El epigrama de Calímaco (ΛΡ VII 471) donde se hace referencia al Fedón como τό περί ψυχής pertenece a la época helenística. Como señaló Nachmanson, a quien Hoerber ignora (op. cit., págs. 11 y siguientes), la mayoría de los neoplatónicos (p. ej. Proclo y Olimpiodorus distinguieron entre los antiguos títulos platónicos y los nuevos, véase especialmente Proclo, Commentarii in Platonis Rem publicam, ed. W. Kroll, I (Leigzig, 1899), págs. 8 y siguientes. Sólo dos de los neoplatónicos, Elías y David, parecen haber considerado los títulos dobles como auténticamente platónicos. Parece extremadamente antiplatónico utilizar etiquetas tan obvias (y tan engañosas) como lo son los subtítulos. En su reciente estudio, “The Platonic Corpus” (Phoenix, 24, 1970, pp. 296-308), J. A. Philip también cree que los segundos títulos, que indican el tema, son muy antiguos, pero parece no atribuirlos al propio Platón.— Como dice Nachmanson (p. 10), las citas de sus propios escritos (Politicus 284 В y 286 В) prueban que el propio Platón había acuñado el título del Sofista. La duda de Nachmanson sobre si Platón proporcionó títulos a todos sus diálogos parece infundada, porque para entonces el título del libro era de uso común y la ausencia de un título habría sido muy incómoda, tanto más cuanto que los Diálogos no comienzan con el nombre del autor. , cf. a continuación, pág. 93.
  5. Aristóteles procedió de la misma manera, cf. Zeller, op. cit., II: i, págs. 448 y sigs.
  6. Stein, Sieben Bücher zur Geschichte des Platonismus, I, págs. 5 y siguientes.
  7. Así, el difunto Philip Merlan en su notable artículo póstumo, “Bemerkungen zum neuen Platobild” (AGPh, 51, 1969, pp. 111-126), p. 125: “Es sieht nicht danach aus, als ob Plato je versucht habe, die Dialoge einandern nicht broadsprechen zu lassen, noch danach, als ob ihm je daran gelegen gew esen sei”.
  8. Olof Gigon afirma que Platón no era consciente de sus contradicciones y cambios, sino que veía sus obras escritas como un todo homogéneo, véase Grundprobleme der antiken Philosophie (Berna, 1959), págs. 145 y sigs. Esta visión de Platón se parece alarmantemente a la de Richard Robinson, véase más adelante, págs. 22 y siguientes.
  9. Véase el espléndido elogio de Wilamowitz en Geschichte der Philologie (Leipzig, 1959; reimpresión de la tercera ed., 1927), pág. 67, y el obituario de Hermann Diels en Zeller, Kleine Schriften, III (Berlín, 1911), págs. 465-511.
  10. Primera edición en tres volúmenes (Tübingen, 1844-52), posteriormente ampliada a seis volúmenes. Poco antes, Zeller había expuesto su concepción de una historia de la filosofía griega en los artículos “Die Geschichte der alten Philosophie in den letzt verflossenen 50 Jahren” y “Wie soll man Geschichte der Philosophie schreiben?” (Kleine Schriften, I, págs. 1-99).
  11. Zeller, op. cit., II: i, pág. 586.
  12. L.c.
  13. Op. cit., II: I, págs. 570 y sigs.
  14. Véase, por ejemplo, op. cit., II: i, págs. 626, 707, 758.
  15. Op. cit., II: I, págs. 581 f. Hegel también desaprobaba los mitos platónicos, véase Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie (Sämtliche W erke, Jubiläumsausgabe, 18, 3 ed., Stuttgart, 1959), II, págs. 188 y sigs.
  16. I-III (Londres, 1865).
  17. Op. cit., I, págs. IX y sigs., cf. II, págs. 393 y sigs.
  18. Op. cit., I, págs. 214 y siguientes.
  19. Op. cit., I, p. XI.
  20. Op. cit., I, p. IX.
  21. Op. cit., II, pág. 394.
  22. Cfr. La crítica de Zeller (op. cit., II: i, p. 472).

Capítulo 2: El recurso del bisturí

“Por tanto, si tu mano o tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo y échalo de ti”, podemos leer en la Biblia, 1 y desde la antigüedad clásica los estudiosos de la obra platónica han sido tan solo demasiado diligentes en el seguimiento de esta exhortación. 2 Si el texto platónico aparecía opuesto a sus interpretaciones, era simplemente declarado espurio. Este método de atetizar textos recalcitrantes puede aducir al hecho obvio que el Corpus Platonicum contiene obras que incluso en la antigüedad clásica fueron consideradas no platónicas. Pero los atetizadores modernos fueron mucho más lejos, y en el medio del siglo XIX no hubo texto platónico que escapara de sus bisturíes, particularmente en Alemania, donde los estudiosos siempre han demostrado una inclinación hacia los extremos, hoy no menos que cien años atrás. 3

Sin embargo, en los finales del siglo XIX y principios del siglo XX, hubo una fuerte reacción en contra de los atetizadores. El nuevo método “estilométrico” de análisis lingüístico de los escritos platónicos parecía arrojar resultados indiscutibles tanto en lo que respecta a la autenticidad de estos como a su cronología. Hace cincuenta años, uno de los líderes de esta reacción, nada menos que Wilamowitz, declaró en su estilo perentorio, que los principales problemas de autenticidad y cronología estaban resueltos. 4 Parecía que lo más difícil de todo, el consensus philologorum, finalmente se había conseguido. Treinta años después de Wilamowitz, otro eminente platonista alemán se pronunció acerca de esta unanimidad: “die man einen Triumph der literarischen Methode nennen kann”. 5 Lamentablemente, este estado de bonanza ya no existe. 

De hecho, la reivindicación de Wilamowitz de algunas de las Cartas de Platón, especialmente la Siete, nunca fue aceptada por muchos estudiosos, en particular los estadounidenses. 6 Pero ahora las dudas asaltaron incluso obras cuya autenticidad durante mucho tiempo se había considerado probada más allá de toda duda razonable. Las Leyes, que durante el siglo XIX habían sido rechazadas por muchos estudiosos, incluso por Zeller en su juventud, 7 nuevamente se volvieron sospechosas. 8 Recientemente, un estudioso alemán declaró de manera sucinta que Las Leyes no son obras platónicas, esto sin aportar prueba alguna. El mismo estudioso considera el Fedro como la última obra de Platón, hipótesis que habría escandalizado a Wilamowitz. 9 El consenso por lo tanto ya no tiene ninguna validez general. La desintegración del Corpus Platonicum ha comenzado nuevamente. 10 Una vez más nos vemos arrojados a un mar de dudas y especulaciones.

Este retorno a puntos de vista y métodos de una época anterior, que durante muchos años parecían totalmente superados, no se debe a ningún argumento filológico nuevo. 11 Y el progreso de los estudios platonicienses ha hecho imposible repetir simplemente los viejos argumentos contra la autenticidad de tal o cual obra. Los nuevos chorizontes tampoco se mueven por motivos filológicos. Su verdadero incentivo es la incompatibilidad de una u otra obra platónica con la noción general que tienen de Platón y su filosofía. Así, por ejemplo, un estudioso alemán moderno sospecha, o más bien rechaza, Las Leyes, porque no corresponde a su concepción de Platón como “ein Ideenschauer”. 12 Para decirlo de manera concreta, el Platón de Las Leyes no es el Platón de La República, por lo que la primera obra debe ser espuria. 13 De la misma manera había argumentado Zeller cuando, en su juventud, como ya hemos dicho, rechazó Las Leyes. Más tarde cambió de opinión y, en el Die Philosophie der Griechen, Las Leyes son debidamente reconocidas como auténticas. Pero para entonces ya había construido su sistema de filosofía platónica, en el que Las Leyes no encajaban, por lo que se vio obligado a recurrir al curioso recurso de añadir una especie de apéndice a su estudio de la filosofía de Platón, llamado “Die Spätere Form der platonischen Lehre”. 14

El procedimiento de Zeller es muy revelador. Era un erudito demasiado crítico para poder persuadirse de una manera definitiva de que una obra tan bien autentificada como Las Leyes era espuria simplemente porque era contraria a la opinión que se había formado sobre la filosofía de Platón. Así y todo no pudo liberarse de esta opinión preconcebida. De modo que recurrió a un compromiso que no satisfizo a nadie, ni siquiera a él mismo. 15

Los escrúpulos de Zeller no han sido compartidos por la mayoría de los atetizadores antiguos y contemporáneos, y la firme creencia en la visión propia que tienen de Platón excluye cualquier duda. Sabiendo de antemano lo que Platón pensó y dijo, no vacilan en estigmatizar como no platónico cualquier texto que se oponga a su interpretación. 16 Eliminada por las tijeras de la crítica de todas las excrecencias posteriores y restaurada a su pureza prístina, la filosofía de Platón emerge como un todo lúcido y coherente. Por un golpe de magia, las contradicciones, lagunas, ambigüedades y oscuridades que obsesionan a las mentes más débiles desaparecen. El problema que tanto nos molestaba ya no existe.

Es fácil comprender por qué muchos estudiosos, tanto en el pasado como en el presente, se han sentido tentados a adoptar esta forma aparentemente fácil de librarse de la dificultad de interpretar las declaraciones de Platón tal como están escritas. Como veremos ampliamente, todas estas soluciones “radicales” de nuestro problema tienden a negar su existencia misma. No se esgrime una solución al problema, más bien se echa a un lado. 

El principal argumento contra tal “solución” es, por supuesto, como se ha señalado en innumerables ocasiones, su arbitrariedad. Bien puede ser que ningún intérprete pueda escapar de lo que Schleiermacher llamó el “círculo hermenéutico”, 17 que toda interpretación de un texto o de un autor debe comenzar con alguna visión preconcebida de ellos. Pero durante el acto de interpretación, el estudioso siempre debe ser capaz y estar dispuesto a ajustar o incluso cambiar su punto de vista inicial, a medida que se profundiza su conocimiento y percepción del tema. Tomar una decisión de antemano es cerrar deliberadamente los ojos a la evidencia. Al igual que los antiguos astrónomos, el intérprete de Platón no debe olvidar su deber más importante: “salvar los fenómenos”.

Esto es tanto más necesario cuanto que no hay acuerdo entre los estudiosos sobre la verdadera naturaleza de la filosofía platónica. Si un estudioso comienza con alguna opinión preconcebida al respecto, puede estar seguro de que otros estudiosos le contradirán vehementemente. Ellos también atetizarán, pero de una manera muy diferente. Como lo demuestra la historia de la erudición platónica, el bisturí del crítico puede utilizarse con resultados muy distintos. El camino de la atétesis no es un camino sino muchos que divergen ampliamente. Como suele ocurrir, el resultado de un dogmatismo individual es un escepticismo general. 18

Notas del capítulo 2

  1. Mateo 18:8, cf. Marcos 9:43-45-

  2. Respecto a los antiguos atetistas de las obras de Platón, véase Zeller, op. cit., II: 16, págs. 441 n.l, Leisegang, “Platón”, col. 2365, y Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff, Platon, II (2ª ed., Berlín, 1920), pág. 325 y sigs.

  3. Véase Zeller, op. cit. II: 16, págs. 475 y siguientes, cf. La protesta indignada de Wilamowitz (_op. ci_t., II², p. 7). El primer representante mayoritario de la escuela atetizante fue Leben und Schriften de Platón (Leipzig, 1817) de Friedrich Ast, véase el capítulo sobre las obras dudosas y espurias de Platón (págs. 376 y siguientes).

  4. Op. cit., II², pág. 9.

  5. Ernst Hoffmann, Platon (Zúrich, 1950), p. 126.

  6. Especialmente Paul Shorey y Harold Cherniss, cf. el libro póstumo de L. Edelstein, Plato’s Seventh Letter (Leyden, 1966), que es muy representativo de la reacción actual contra Wilamowitz.

  7. En Platonische Studien (1839), véase Zeller, op. cit., II: 16, págs. 976 y sigs.

  8. Véase, por ejemplo, la declaración de Olof Gigon de que Las Leyes no deben usarse sin reservas, porque su doctrina es un platonismo “en descomposición” (Entretiens sur l’Antiquité classique, III, Recherches sur la tradition platonicienne, Verona, 1957, p. 20).

  9. Walter Bröcker, Platos Gespräche (Frankfurt, 1964), pág. 10.

  10. Aunque sólo sea por curiosidad, puedo mencionar el extraño libro de Josef Zürcher, Das Corpus Academicum (Paderborn, 1954), que pretende que el Corpus Platonicum existente es en realidad un Corpus Academicum, compilado por Polemo, el erudito de la Academia entre el 315 y el 270 a.C., y publicado por su sucesor Arcesilao. El Corpus contiene cierta cantidad de materia platónica real, pero mezclada con material mucho más posterior. Zürcher parece no haber convencido a nadie de sus fantasías; sin embargo, son sintomáticas de la situación actual de los estudios platoniciences.

  11. La duda radical de Günther Jachmann sobre la fiabilidad de nuestro actual texto de Platón (Der Platontext, Nachrichten von der Akademie der Wissenschaften en Göttingen, Philolog.hist. Klasse, N. F., Fachgruppe I: 4:7, 1940-41, pr 1942) no ha convencido a otros estudiosos, cf. Revisión de H. Langerbeck (Gn, 22, 1950, págs. 375-380), Ernst Bickel, “Das platonische Schriften-korpus der 9 Tetralogien und die Interpolation in Platontext” y “Geschichte und Recensio des Platontextes” (Rh M, 92, 1943, págs. 94-96; 97-159), y Hartmut Erbse en Geschichte der Textüberlieferung der antiken und mittelalterlichen Literatur, I (Zürich, 1961), págs. En cualquier caso, los estudiosos de los que hablo no se inspiran en Jachmann.

  12. Así, Gerhard Müller, “Die Philosophie im pseudo-platonischen 7. Brief” (Archiv für Philosophie, 3, 1949), p. 276.

  13. Véase G. Müller, Studien zu den platonischen Nomoi (Zetemata, 3 München, 1951), cf. Reseña de H. Cherniss (Gn, 25, 1953, págs. 367-379). En el “Nachwort zur zweiten Auflage” (op. it., 1968, pp. 191-210), Müller intenta refutar a Cherniss, al mismo tiempo que intenta sembrar sospechas sobre el texto de la Política de Aristóteles, II, donde a Las Leyes se llaman dos veces explícitamente platónicas (1264 b 27, 1271 c 2). Según Müller, estos testimonios no se deben al propio Aristóteles sino a algún alumno ignorante suyo o a un editor posterior. Obviamente sin saberlo, Müller repite un argumento del Fr. Ast. op. cit., pág. 390 n.

  14. Zeller, op. cit., II: 16, págs. 946 y sigs.

  15. Zeller mantuvo hasta el final su opinión sobre el carácter no platónico de Las Leyes y encontró en ella muchas interpolaciones, véase op. cit., II: 16, págs. 978 y sigs.

  16. Véanse las reveladoras observaciones de Ast (op. cit., págs. 9 y siguientes) sobre “el verdadero espíritu platónico”, cuya presencia o ausencia en un Diálogo determina su autenticidad. Gracias a este principio, Ast pudo rechazar, por ejemplo, La Apología, ya que la intención misma de justificar a Sócrates contra sus detractores es “antiplatónica” (op. cit., págs. 10 y siguientes). Un buen ejemplo moderno de este método de argumentación es la forma en que G. Müller declara La República VII 540 Dff. espuria, porque su contenido -la creación de la ciudad ideal mediante el exilio de todos los adultos, para que los niños puedan ser educados libremente por los filósofos gobernantes- presupone que la ciudad ideal pueda realizarse en este mundo, algo que, según Müller , es absolutamente antiplatónico (Studien, págs. 149 y siguientes). Es demasiado obvio que los inverosímiles argumentos estilísticos y lingüísticos aducidos como pruebas contra la autenticidad del pasaje en cuestión no son las verdaderas razones por las que Müller lo rechaza. Lo hace porque es contrario a su concepción de Platón como un estudioso puramente extramundano, enemigo de la política (op. cit., págs. 141 y siguientes). De manera similar, Müller atetiza La República 465 C-471 C, porque en este pasaje Platón hace una distinción fundamental entre griegos y bárbaros, que Müller se niega a aceptar como platónica (Die Philosophie etc., p. 274 n. 48). Consigue así ampliar la brecha entre La República y Las Leyes donde se subraya la distinción recién mencionada y confirmar sus sospechas sobre la autenticidad de esta última obra. 

  17. Cfr. Introducción de Heinz Kimmerle a la Hermeneutik de Schleiermacher (Abhandlungen der Heidelberger Akademie der Wissenschaften, philos.-hist. Klasse, 1959: 2), págs. 17 y sigs. 

  18. Una caracterización y crítica pertinentes de la escuela atetizante se encuentran en Platone de L. Stefanini (2ª ed., Padua, 1949), págs. XVIII y sigs.

Fuente: Tigerstedt, E. N. (1977). Interpreting Plato. Switzerland: Almqvist & Wiksell international.