Nunca me han gustado los discursos. Eso viene de mi niñez en Cuba. Entonces los discursos de Fidel Castro aparecían en la televisión y podían durar dos y tres horas. Eran los años 80 del siglo pasado y en un hogar común, o al menos en mi casa, había solo un televisor. El país completo tenía dos canales nacionales. Ambos cubrían en su totalidad cada paso y cada discurso del Comandante.
El discurso de clausura de la Convención Nacional Republicana, el más largo de la historia, por parte de Donald Trump me recordó a Castro y sus largas alocuciones durante mi niñez en Cuba. Castro, por supuesto, era mucho mejor orador que Trump, pero sus discursos, al igual que los de Trump, consistían en una panoplia de ataques implacables. El imperialismo, la “mafia” de cubanos exiliados en Miami, la CIA y la disidencia interna, “lacayos del imperio”, eran su blanco favorito.
Los temas de Trump son diferentes: los demócratas, especialmente Biden y Pelosi; la “invasión” de inmigrantes “ilegales” que están “robando” y “matando”; los hombres que participan en los “deportes de mujeres”; la decadencia de las ciudades liberales, incluyendo el supuesto incremento de la actividad criminal en estas; la Segunda Enmienda de la Constitución; la “protección de niños inocentes”; la “ridiculez” de la ciencia y las iniciativas de conservación y desarrollo sostenible; la aparente necesidad de incrementar la excavación de pozos petroleros, “drill, baby, drill!”.
Tropos de corte fascista (dígase Musolini, véase a Umberto Eco) y, para más mal, anti-ambientalista.
El expresidente se mostró a la vez unificador y revanchista, esperanzador y apocalíptico, humorístico y mesíanico, mientras que constantemente exaltaba ese sentimiento muy común del discurso político, el nacionalismo.
Tampoco faltó Dios en su discurso. “Estoy ante ustedes en esta arena sólo por la gracia de Dios todopoderoso. Y viendo los informes de los últimos días, muchos dicen que fue un momento providencial. Probablemente lo fue.”
Abundaron las promesas. Prometió sacar al país de la crisis inflacionaria y salvar la democracia. También prometió salvar a la especie humana. “Nuestro planeta está al borde de la Tercera Guerra Mundial, y ésta será una guerra como ninguna otra”.
Al discurso lo precedió la tradicional estética roja y blanca republicana de las baladas patrióticas al estilo de Frank Sinatra, el lenguaje infantilizado, la invocación y el rezo al Cristo Redemptor, la siempre flagrante ostentación de poder y dinero, y los sombreros cowboy. A todo esto se le unió como novedad la WrestleMania y Kid Rock.
Orador tras orador elogió a Trump: “un héroe”, “un tipo duro”, “un campeón”, “un gladiador” y un “tipo rudo estadounidense”. El reverendo Franklin Graham pronunció: “El sábado pasado en Butler, Pensilvania, el presidente Trump tuvo una experiencia cercana a la muerte. No hay duda. Pero Dios le perdonó la vida”.
En fin, un embrollo, un performance de mal gusto, un discurso bipolar patético y un hombre demasiado cruel, peligroso, ¡ahora mesiánico!, como para ser ignorado. Si con él no pueden los demócratas, no será la culpa de Trump, sino de ellos mismos.