Richard Rorty
- Los platonistas, los positivistas y los pragmatistas
La teoría del pragmatismo establece que la verdad, como concepto, no es el tipo de cosa de la que se debería esperar una teoría filosófica interesante. Para los pragmatistas, “verdad” es solamente un nombre que todas las oraciones verídicas comparten. Es lo que tienen en común oraciones como “Bacon no escribió las obras de Shakespeare” , “Ayer llovió”, “E=mc2”, “El amor es mejor que el odio”, “Alegoría a la pintura fue la mejor obra de Vermeer”, “2 más 2 es 4” y “Hay infinitos no enumerables”. Los pragmatistas dudan que haya mucho que decir acerca de esta propiedad común. Dudan esto por la misma razón por la que dudan de que haya mucho que decir acerca de la propiedad común de acciones morales loables como Susan dejando a su marido, los EEUU uniéndose a la lucha contra los Nazis, los EEUU saliéndose de Vietnam, Sócrates no escapando de la cárcel, Roger recogiendo la basura del sendero, y el suicidio de los judíos en Masada. Pueden ver que hay acciones bien ejecutadas, de acuerdo a las circunstancias, pero dudan de que haya algo interesante o útil que decir acerca de qué las hace en su conjunto buenas. La aseveración de una oración determinada – o la adopción de una disposición para afirmar la oración, la adquisición consciente de una creencia – es un acto justificable e incluso encomiable en ciertas circunstancias. Pero, a fortiori, no es probable que haya algo general y útil que decir acerca de qué hace que todas estas acciones sean buenas – acerca del elemento común entre todas las oraciones que uno debería adquirir la disposición de afirmar.
Los pragmatistas piensan que la historia de los intentos para aislar la Verdad o el Bien, o de definir las palabras “verdad” y “bien”, corrobora la sospecha de que no queda trabajo interesante por hacer en este ámbito. Podría, por supuesto, haberse convertido en lo contrario. Hay gente que, insólitamente, ha encontrado algo interesante que decir acerca de la esencia de la Fuerza o de la definición de “número”. Quizás hayan encontrado algo interesante que decir de la esencia acerca de la Verdad. Pero, de hecho, no lo han encontrado. La historia de estos intentos, y las críticas que acarrearon, se coextiende aproximadamente con la historia de ese género literario que llamamos “filosofía” – un género que fue fundado por Platón. Por lo tanto, los pragmatistas, ven la tradición platónica como una tradición que ha sobrevivido su propia utilidad. Eso no quiere decir que tienen una serie de respuestas nuevas, no platónicas, que ofrecer, sino que piensan que no deberíamos hacernos ese tipo de preguntas más. Cuando los pragmatistas sugieren que no hagamos preguntas acerca de la Verdad y el Bien, ellos no invocan una teoría de la realidad o el conocimiento o el ser humano que dice que “no existe tal cosa” como la Verdad y el Bien. Tampoco poseen una teoría “relativista” o “subjetivista” de la Verdad y el Bien. Simplemente quisieran cambiar de tema. Se encuentran en una posición análoga a la de los secularistas quienes urgen que la investigación concerniente con la Naturaleza, o la Voluntad, de Dios no nos conduce a ninguna parte. Esos secularistas no exclaman exactamente que Dios no existe, se sienten poco claros de lo que significaría afirmar Su existencia y, por tanto, la negación de la misma. Tampoco es que tengan una opinión especial, rara, herética de Dios. Ellos simplemente dudan de la utilidad del vocabulario teológico. De manera similar, los pragmatistas continúan intentando encontrar formas de exponer puntos anti filosóficos en un lenguaje no filosófico. Se enfrentan a un dilema: si su lenguaje es muy poco filosófico, muy “literario”, ellos sería acusados de cambiar el asunto; si es muy filosófico, entonces incorporarían presunciones platónicas que les imposibilitarían indicar la conclusión a las que quieren llegar.
Todo esto se complica por el hecho de que la “filosofía”, como la “verdad” y la “bondad”, es ambigua. Sin mayúsculas, “verdad” y “bondad” nombran propiedades de oraciones, o de acciones y situaciones. En mayúsculas, son los nombres propios de los objetos: metas o estándares que pueden ser amados con todo el corazón, el alma y la mente, objetos de máxima preocupación. De manera similar, “filosofía” puede significar simplemente lo que Sellars llama “un intento de ver cómo las cosas, en el sentido más amplio posible del término, se unen, en el sentido más amplio posible del término”. Pericles, por ejemplo, estaba usando este sentido del término cuando elogió a los atenienses por “filosofar con virilidad” (philosophein aneu malakias). En este sentido, Blake es tan filósofo como Fichte, Henry Adams más filósofo que Frege. Nadie dudaría de la filosofía, tomada en este sentido. Pero la palabra también puede denotar algo más especializado y muy dudoso. En este segundo sentido, puede significar seguir el ejemplo de Platón y Kant, haciendo preguntas sobre la naturaleza de ciertas nociones normativas (por ejemplo, “verdad”, “racionalidad”, “bondad”) con la esperanza de obedecer mejor tales normas. La idea es creer más verdades o hacer más bien o ser más racional sabiendo más sobre la Verdad o la Bondad o la Racionalidad. Escribiré con mayúscula el término “filosofía” cuando se use en este segundo sentido, para ayudar a señalar que la Filosofía, la Verdad, la Bondad y la Racionalidad son nociones platónicas entrelazadas. Los pragmáticos dicen que la mejor esperanza para la filosofía es no practicar la Filosofía. Piensan que no ayudará a decir algo verdadero pensar en la Verdad, ni ayudará a actuar bien pensar en la Bondad, ni ayudará a ser racional pensar en la Racionalidad.
Sin embargo, hasta ahora, mi descripción del pragmatismo ha dejado fuera de consideración una distinción importante. Dentro de la Filosofía, ha habido una tradicional diferencia de opinión sobre la Naturaleza de la Verdad, una batalla entre (como dijo Platón) los dioses y los gigantes. Por un lado ha habido filósofos como el mismo Platón que pertenecían a otro mundo, poseídos de una esperanza mayor. Instaron a que los seres humanos tenían derecho al respeto propio solo porque tenían un pie más allá del espacio y el tiempo. Por otro lado, especialmente desde que Galileo mostró cómo los eventos espacio-temporales podían someterse al tipo de elegante ley matemática que Platón sospechaba que podría ser válida solo para otro mundo, ha habido filósofos (por ejemplo, Hobbes, Marx) que insistieron en que el espacio y tiempo constituyen la única Realidad que existe, y esa Verdad es Correspondencia a esa Realidad. En el siglo XIX, esta oposición cristalizó en una entre “filosofía trascendental” y “filosofía empírica”, entre “platónicos” y “positivistas”. Tales términos eran, incluso entonces, irremediablemente vagos, pero cada intelectual sabía aproximadamente cuál era su posición en relación con los dos movimientos. Estar en el lado trascendental era pensar que la ciencia natural no tenía la última palabra, que había más Verdad por encontrar. Estar en el lado empírico era pensar que la ciencia natural, hechos sobre cómo funcionaban las cosas espacio-temporales, era toda la Verdad que había. Ponerse del lado de Hegel o Green era pensar que algunos enunciados normativos sobre la racionalidad y la bondad correspondían a algo real, pero invisible para las ciencias naturales. Ponerse del lado de Comte o Mach era pensar que tales oraciones se “reducían” a oraciones sobre eventos espacio-temporales o no eran temas para una reflexión seria.
Es importante darse cuenta de que los filósofos empíricos, los positivistas, todavía estaban haciendo Filosofía. La presuposición platónica que une a los dioses y los gigantes, Platón con Demócrito, Kant con Mill, Husserl con Russell, es que lo que el vulgo llama “verdad”, el conjunto de enunciados verdaderos, debe pensarse como dividido en uno inferior y otro superior, la división entre (en términos de Platón) la mera opinión y el conocimiento genuino. Es obra del Filósofo establecer una distinción ingrata entre afirmaciones tales como “Ayer llovió” y “Los hombres deben tratar de ser justos en sus tratos” con otros. Para Platón, el primer tipo de declaración era de segunda categoría, mera pistis o doxa. Este último, si quizás todavía no era episteme, era al menos un candidato plausible. Para la tradición positivista que va desde Hobbes hasta Carnap, la primera oración era un paradigma de cómo se veía la Verdad, pero la última era una predicción sobre los efectos causales de ciertos eventos o una “expresión de emoción”. Lo que los filósofos trascendentales vieron como espiritual, los filósofos empíricos lo vieron como emocional. Lo que los filósofos empíricos vieron como logros de la ciencia natural al descubrir la naturaleza de la Realidad, los filósofos trascendentales lo vieron como banáusico, como verdadero pero irrelevante para la Verdad.
El pragmatismo traspasa esta distinción trascendental/empírica al cuestionar la presuposición común de que hay que trazar una distinción ingrata entre tipos de verdades. Para el pragmático, las oraciones verdaderas no son verdaderas porque corresponden a la realidad, por lo que no hay necesidad de preocuparse a qué tipo de realidad, si corresponde, corresponde una oración dada, no hay necesidad de preocuparse por lo que “hace” que sea verdadera. (Del mismo modo que no hay necesidad de preocuparse, una vez que uno ha determinado lo que debe hacer, si hay algo en la Realidad que hace que ese acto sea el Correcto para realizar). Así, el pragmatista no ve la necesidad de preocuparse por si Platón o Kant fueron razón al pensar que algo no espacio-temporal hace verdaderos los juicios morales, ni si la ausencia de tal cosa significa que tales juicios son meras expresiones de emoción” o “meramente convencionales” o “meramente subjetivos”.
Esta despreocupación hace descender el desdén de ambos tipos de Filósofos sobre el pragmático. El platónico ve al pragmático simplemente como una especie de positivista de mente confusa. El positivista lo ve prestando ayuda y consuelo al platonismo al nivelar la distinción entre la Verdad Objetiva -el tipo de oración verdadera alcanzada por “el método científico”- y las oraciones que carecen de la preciosa “correspondencia con la realidad” que sólo ese método puede inducir. Ambos se unen al pensar que el pragmático no es realmente un filósofo, sobre la base de que no es un Filósofo. El pragmático trata de defenderse diciendo que uno puede ser filósofo precisamente siendo anti-filosófico, que la mejor manera de hacer que las cosas se mantengan juntas es alejarse de las cuestiones entre platónicos y positivistas, y por lo tanto abandonar los presupuestos de la Filosofía.
Una dificultad que tiene el pragmático para dejar clara su posición, por lo tanto, es que debe luchar con el positivista por la posición de antiplatónico radical. Quiere atacar a Platón con armas diferentes a las del positivista, pero a primera vista parece una variedad más de positivista. Comparte con el positivista la noción baconiana y hobbesiana de que el conocimiento es poder, una herramienta para enfrentarse a la realidad. Pero lleva este punto baconiano hasta el extremo, cosa que no hace el positivista. Abandona por completo la noción de verdad como correspondencia con la realidad, y dice que la ciencia moderna no nos permite hacer frente porque corresponde, simplemente nos permite hacer frente. Su argumento a favor de este punto de vista es que varios cientos de años de esfuerzo no lograron dar un sentido interesante a la noción de “correspondencia” (ya sea de pensamientos a cosas o de palabras a cosas). El pragmático considera que la moraleja de esta historia desalentadora es que “las oraciones verdaderas funcionan porque corresponden a las cosas como son” no es más esclarecedor que “es correcto porque cumple la Ley Moral”. Ambos comentarios, a los ojos del pragmático, son cumplidos metafísicos vacíos, inofensivos como palmaditas retóricas en la espalda al investigador o agente exitoso, pero problemáticos si se toman en serio y se “aclaran” filosóficamente.
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Original (en inglés)
Imagen de Rorty de Rortiana, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons